Por ROBERTO FOLLARI (1)
He tenido el placer de participar del libro sobre Deisler, lo cual pudo acercarme a aspectos de su vida y su obra. Debo agradecer a Jonatan Alzuru su amigable invitación para ello, así como a la Univ. Austral de Chile por posibilitar el trabajo organizativo y la coordinación que él realizó, y a la venezolana Univ. de los Andes por el arduo y logrado trabajo de edición, acompañado de fuerte presencia gráfica y aciertos de diseño.
Deisler realizó desde los años sesenta poesía/imagen y arte/correo, mostrando fuerte inventiva y capacidad de combinar diversas disciplinas y procedimientos. Le tocó, como a tantos chilenos y otros latinoamericanos de la época, sobrevivir en el exilio: pasó por París, recaló en Alemania, vivió en la —para nosotros— poco conocida Bulgaria. Y allí, como para todo transterrado, el correo fue un mecanismo imprescindible para la vida diaria: de modo que hacerlo espacio de transmisión de cadenas artísticas que constituyeron obras colectivas fue su personal modo de reunir urgencias vitales con posibilidades estéticas.
Así posibilitó Deisler un arte “hecho entre muchos”, donde cada uno aportaba diferencialmente lo suyo. Cada uno y cada una fueron eslabones en el largo hilado de disímiles aportes, donde no se borraban las individualidades mientras se construía colectivamente. Gran metáfora de lo que se quería entonces con las revoluciones sociales: cada uno desde su singular capacidad, contribuyendo hacia todos en plena libertad y apertura de la imaginación.
A la vez, la apelación al correo significó una enorme metáfora de la vida misma. Es que cada una de nuestras existencias personales tiene comienzo y final, pero no La Vida con mayúsculas, esa que no hace a un sujeto unipersonal, y que si tiene un sujeto, ese podría ser la Humanidad: aquello que intuyera Spinoza como pura Sustancia, lo que Hegel o Marx harían también Sujeto. Lo cierto es que la realidad no tiene marcas, es un continuum indiferenciado que luego nosotros —por necesidad ordenatoria— señalizamos, simbolizamos, codificamos desde el plano del lenguaje y el concepto.
De tal modo, las nociones de “comienzo” y de “final” las ponemos nosotros, no están en lo real como tal. Nosotros comenzamos y acabamos, no la realidad en sí, que no es inmutable pero que está allí siempre, al menos desde que existe el Universo. Por ello nada comienza ni termina, y de ello, el arte de Deisler es una elocuente metáfora, donde formamos parte de encadenamientos cuyos pasos a menudo desconocemos, como nos ocurre en la vida entrecruzándonos con tantos personajes y destinos de los que poco o nada llegaremos a atisbar.
El mecanismo está exactamente reproducido en el libro que ha organizado Alzuru, el cual se hace, en ese sentido, un homenaje fiel, que responde a la obra de aquel a quien remite. Y que en ello retoma de algún modo aquella cuestión propuesta por J.Derrida en su libro Espolones, cuando se pregunta si la frase de Nietzsche “He olvidado mi paraguas” (escrita para su empleada hogareña) forma o no parte de sus Obras Completas. “Obvio que no”, solemos pensar: pero Derrida deconstruye la idea de géneros y de fronteras, y lleva a advertir que en la vida real todo se mezcla y que en algún momento de lluvia que arrecia, la pérdida del paraguas puede aparecer tanto o más importante que exaltados pensamientos sobre lo dionisíaco que se plasmaron en escritos formales. Una mosca que molesta a quien escribe, es muy importante de pronto para quien escribe: la obra no está fuera de la vida, sino como un espacio más en el continuum de ésta.
En tiempos de post-vanguardia, cuando algunos hablan de una callada muerte del arte a partir de la estetización generalizada de la existencia propuesta desde los medios electrónicos (Vattimo), se hace difícil impactar, conmover, inventar algo novedoso. Cuando todo original se ha hecho copia, la apelación al libro/objeto, al libro/correo por parte de Deisler y del escrito/homenaje que redobla su mismo gesto promueve todavía algún sacudón, puede remover modorras y reinventar márgenes inesperados.
Un modo digno de recordar, y también de retomar el legado del artista chileno. De invocarlo de nuevo y reinstalarlo en el presente, como talismán contra males de la época: la rutinización, el hastío, la mismidad interminable en que nos encierran la hiperestimulación electrónica y el alboroto mediático.
1 Argentino. Universidad de Cuyo.