Por MARÍA ANTONIETA FLORES
Asdrúbal Romero asume en esta, su primera novela, el reto de narrar la historia de Eduardo, un profesor que ha viajado a Madrid y prolonga su estadía por los sucesos de violencia política que se desarrollan en su país. A través de Aurora y su hijo Sergio, aparecen los eventos que se viven en Venezuela. Los correos electrónicos y los mensajes se cruzan, la incertidumbre acompaña a los personajes. Pero estos no son solo los hechos que revelan el triángulo emocional entre Eduardo, Aurora y Sergio ni es simplemente la mirada de quien desde una ciudad extranjera mira con dolor los acontecimientos de su país, un país golpeado por la violencia y el totalitarismo; esta novela nos demuestra cómo la lógica del bien común lleva a instaurar una lógica de la crueldad y cómo esta lógica puede determinar la vida privada y pública, aniquilar el mundo interior y físico, dejar una huella imborrable, un agravio permanente.
Entre el ensayo y la narración, esta novela se inserta en una tradición que se vincula con la Ilustración. Su estructura me recuerda a las novelas de Sade. En el caso del Marqués, la trama narrativa incorpora reflexiones filosóficas, racionales, como expresión de una ideología libertina que justifica las acciones, la historia y la trama en un ámbito individual. Propone una subversión del orden. Aquí, la intención va por el camino opuesto, reclama un orden regido por el bien. El bien tal como lo definió Aristóteles: expresión de la virtud y la justicia.
Las acciones aquí narradas están orientadas no solo para denunciar un padecimiento colectivo intolerable sino para ayudarnos a comprender la lógica de la crueldad que ciñe los actos represivos del poder. Hay tesis y antítesis para llegar a la síntesis del capítulo final. El inicio y el final de la novela se abrazan en el discurso reflexivo, exponiendo con claridad la intención del autor. La convivencia del discurso narrativo con el ensayístico ubica esta novela en la región de lo transgenérico, aspecto que despierta tanto interés en estos días de fronteras borradas, de fluidez de géneros.
Para plantear su propuesta, Asdrúbal Romero no tuvo que ir muy lejos, su realidad cotidiana le ofrecía el campo de exploración apropiado e inevitable; también, estupor y quiebra. Eduardo, el protagonista, busca el camino que ha perdido no solo él sino un país, pero lo sostiene una fe o una esperanza sembrada por quienes lo precedieron: “Me enseñaron que no importa que en algún momento de nuestras vidas no sepamos hacia dónde se dirige esta, hay que tener confianza en nuestra fortaleza de espíritu porque ella siempre nos permitirá reencontrar un camino”.
No es contar por contar una historia, aunque sea oportuno y necesario contarla. Esta historia está supeditada a una intención mayor. Busca comprender una arista del mal. En esta intención radica la universalidad que alcanza En las sombras del bien. Más allá de la realidad de Venezuela, en este relato están reflejadas las diversas situaciones que se viven bajo el peso del totalitarismo, la vida de los que se quedaron y la de los que se fueron.
El bien, concebido como luz pura, todo lo ilumina pero en ese espectro que se ha denominado bien, hay sombras, zonas grises donde la vida sucede. En ese transcurrir de lo humano no existen las claras parcelas que ha creado la teoría. No es lo mismo estar bajo la sombra del bien —nos habla de estar protegido por el bien— que en las sombras del bien, señal de habitar un lugar donde el bien no es solo luz pura sino que al no estar colocado en el cénit, en lo más alto de ese cielo construido por el poder, al estar desplazado de esa verticalidad deseada, proyecta sombras. En esas sombras es donde más se anhela el bien. La vivencia cotidiana de la acción del mal y la crueldad lleva a quienes aspiran el bien a sentirse en los límites, en las orillas, bordes que se van disolviendo, que están siendo erosionados a pesar de la certeza de que el bien se impone a la larga; sin embargo, Romero lo advierte a partir de su lectura de Memoria del mal, tentación del bien de Tzvetan Todorov: “La tentación del bien es un deseo mesiánico”.
Ante la convivencia de fuerzas tan contrarias, la respuesta parece darla Aurora, rodeada de un aurea mediocritas:
“¿Cómo te quiero?
Te quiero a la luz y a la sombra.
Te quiero entero o a la sombra tuya que decidas que yo quiera.
Te quiero en colores.
Pero también en grises, en blanco y negro.
Simplemente: te quiero.
Esta mañana he conseguido en mi teléfono este mensaje de Aurora”
La moderación marca las acciones de Eduardo y Aurora y, por supuesto, la incertidumbre. No hay un mundo desbordado sino contenido. La razón logra contener la desesperación y el deseo, y busca un orden en el caos. Sin duda, la distancia geográfica entre los protagonistas estimula un eros moderado y, por lo tanto, intenso.
La pérdida es un sentimiento que acompaña de principio a fin. Ni aun regresando se repara la pérdida, pero siempre queda abierto un comienzo, un nuevo despertar a pesar de “que todos estamos inmersos en esta lógica de la crueldad que ha invadido nuestras vidas en el nombre del “bien” y esta fatalidad marca cada línea, cada acción y queda gravitando al cerrar el libro.