Por JOSÉ ALFREDO SABATINO PIZZOLANTE
Atrapado en una frase cliché –el primer reportero gráfico de Venezuela– acuñada por el jurista y profesor universitario Humberto Cuenca, la verdad es que Henrique Avril es mucho más que eso. Continúa hoy, al igual que ayer, siendo motivo de admiración por su originalidad y gran calidad artística. Sus incansables andanzas por el territorio venezolano le permitieron documentar una extensa geografía de variopinta cultura, legando un material de incuestionable valor antropológico y etnográfico –basta admirar el dedicado a las comunidades indígenas– que ha llamado la atención de investigadores como Alí Brett Martínez, Carmelo Raydan, José Ignacio Vielma, Laura Antillano, Miguel Elías Dao, Asdrúbal González, Josune Dorronsoro, Kari Luchony, Héctor Rattia, Carlos Eduardo López y Antonio Padrón Toro, entre otros, quienes le han dedicado su atención y estudio. El último de ellos, de hecho, le dedicó un valioso trabajo: Henrique Avril. El relator gráfico del paisaje venezolano (Bancaribe, 2014). A diferencia de sus contemporáneos, no solo fue un extraordinario fotógrafo sino un verdadero artista que atrapó la imagen en retratos, paisajes, escenas criollas, postales, dibujos y cuadros al óleo. Una vasta obra repartida, lamentablemente, entre particulares y pocos archivos públicos y privados lo que dificulta apreciar su obra y abordar su estudio. De allí que sea un artista del que podemos descubrir algo nuevo a cada instante.
Nacido en el entonces estado Bermúdez (Libertad de Barinas), hacia 1870, se cree que viajó a París para completar sus estudios de secundaria, además de aprender la fotografía, oficio al que se dedica en sus inicios junto a su padre y hermanos, ya de vuelta al país y establecido en Barquisimeto. En 1888, según datos que aporta Carlos Eduardo López, llega a la capital larense en donde se asocia con el fotógrafo Antonio Insausti, ciudad en donde tres años más tarde, también tendrá una fábrica de sellos de goma. Conocedor de la técnica fotográfica y amigo de buenos fotógrafos, en 1898 lo encontraremos en Carúpano formando parte del “Club Daguerre”, junto a Domingo Lucca, Rafael Requera y José Carbonel.
Desde el lanzamiento de la célebre revista literaria El Cojo Ilustrado, se convierte en su habitual colaborador como lo testimonian más de 300 fotografías que cubren gran parte de la geografía nacional y una variada temática en lo social, económico, rural y cultural. Comienza a enviar sus trabajos a esa revista, presumimos, con la intención de hacer nombre y en su afán de difundir la calidad de su trabajo. Esto lo logra con creces, pues en 1899 al insertar un retrato suyo aquella revista dice: «…traemos á nuestras columnas el retrato del señor HENRIQUE AVRIL, cuyos trabajos fotográficos no necesitan ya ser encarecidos. Durante siete años ha venido prestando su más asidua colaboración en las páginas de nuestra revista, contribuyendo al mejor conocimiento de las ricas y hermosas regiones de Venezuela por las cuales ha viajado, con el constante envío de copias interesantes por su disposición artística, por su pureza y por el atractivo de su conjunto. El señor Avril es joven inteligente y laborioso, tiene excelentes condiciones para adquirir con su arte; una situación próspera y merecida».
A Puerto Cabello debió llegar para radicarse, definitivamente, hacia 1904 y ello lo afirmamos fundamentalmente por un aviso publicitario de su establecimiento, aparecido en la prensa local de aquel año. Dos años más tarde contrajo nupcias con María de Lourdes Ugueto Padrón, hermosísima barcelonesa de belleza casi mítica. Avril y su esposa —quien también será fotógrafa— recorren el país incesantemente, en búsqueda de paisajes y motivos que le proporcionen material para su trabajo.
A El Cojo enviará algunos dibujos de su colección titulada Arte y Fotografía (1908), realizados a partir de “vistas fotográficas del natural”; la revista más tarde elogiará sus vistas porque a través de ellas, podían contemplarse diversas y curiosas “costumbres de nuestro pueblo, paisajes naturales arrancados á la realidad, á los cuales ha agregado el ingenio del pintor el soplo de la vida del arte”. Sus Tipos criollos (1909), por otra parte, serán un conjunto de dibujos que con sencillez de líneas y sombras ilustrarán sobre la cultura del pueblo venezolano. Esta faceta del Avril dibujante ha sido poca estudiada por sus biógrafos y, en nuestra opinión, acrecienta aún más la talla artística del personaje. Fue precisamente uno de los trabajos salidos de su lápiz el que publicará, en París, la revista internacional Photo-Gazette. Por otra parte, muchos de los nombres bajo los cuales estos bocetos, dibujos y cuadros fueron agrupados —Estudios de Costumbres Regionales, Croquis Regionales, Asuntos Nacionales, Tipos Criollos, etc.— no revelan otra cosa que su interés por el paisaje venezolano, por lo autóctono, lo que le convierte de hecho, en una suerte de etnógrafo muy peculiar. A la par con sus trabajos fotográficos, emprende otras empresas culturales como la preciosa carátula que diseña para el libro Cuentos Venezolanos, del escritor Leonte Olivo, hijo. Mantendrá también una pequeña tipografía que le permite imprimir textos cortos a sus trabajos, algunos de los cuales muestran impreso al pie la siguiente leyenda: Tip. y Foto Avril. A lo largo de su vida será, además, colaborador de otras publicaciones capitalinas como Billiken, La Revista, El Hogar, Élite, Ahora y El Nuevo Diario.
El retratista
Sus innumerables vistas del país y, especialmente, las dedicadas a Puerto Cabello, ciudad que hace suya a partir de 1904 y hasta su muerte en los cincuenta, han sido suficientemente estudiadas, haciendo que su paisajismo opaque otras facetas en las que también hizo significativos aportes. Nos referimos, por ejemplo, a sus postales, retratos y la fotocaricatura. Sobre las postales ilustradas salidas de su taller, hemos hecho referencia en nuestro libro dedicado a la cartofilia titulado La Ciudad hecha Paisaje, 200 años en las tarjetas postales (Bancaribe/Sabatino Pizzolante, 2012), resaltando allí lo delicado de sus primeras postales iluminadas y la calidad de sus tarjetas de foto real (Real Photo).
Sin embargo, la faceta del Avril retratista –llamado por los estudiosos género de foto estudio– es una que merece particular atención, pues por su taller desfilaron generaciones cuyos gestos y galas quedaron atrapados en simpáticas y artísticas fotografías, que constituyen hoy recuerdos muy bien atesorados. Escenarios con fondos sencillos y economía en el mobiliario, y el juguetito o un ramillete de flores como elemento accesorio a la pose oportuna, hacen de cada retrato un laberinto para la imaginación, lo que anima a la continua búsqueda de estos retratos, tarea que emprendimos tiempo atrás y satisfactoriamente.
Importante, además, es tener presente que estos retratos, si bien hechos muchos por él, correspondieron otros a su esposa, quien a la muerte de aquél continuó con el establecimiento fotográfico. De ella se tenía conocimiento acerca de su gusto por la fotografía, pero es ahora gracias a la posibilidad de fechar los retratos y al hallazgo de algunas valiosas piezas, cuando se confirma que tales retratos son atribuibles a ella, quien además de colorear algunas también estampó su nombre en ellas.
La fotocaricatura
Conocidos son los dibujos que publicara El Cojo, en los que el artista-fotógrafo se desdobla en delicado dibujante. Sin embargo, la inquieta vena artística de Avril irá más allá incursionando en la fotocaricatura, género que también aborda con notables resultados, como lo demuestran un conjunto de retratos de ilustres personajes que acompañan un artículo titulado Los bichos raros de Caracas, firmado por Rafael Bolívar Coronado. Se trata de un hecho desconocido hasta hoy que confirma lo ya expresado, esto es, que la obra de Avril es una en continua expansión y revisión.
El artículo de Bolívar Coronado, aparecido en el semanario ilustrado La Revista correspondiente al 23 de abril de 1916, se encuentra profusamente ilustrado con retratos de Ildemaro Urdaneta, Pedro Emilio Coll, Manuel Díaz Rodríguez, Guillermo Fernández de Arcila, Andrés Mata, José Gil Fortoul, Luis Alejandro Aguilar, María Luisa Hernández Méndez, Jesús Semprún y Víctor M. Londoño. El articulista le dedica al trabajo de Avril una extensa nota, en su acostumbrada coloquial y amena prosa: «… el Señor H. Avril ha sorprendido la Dirección de La Revista enviándole una magnífica selección de bichos raros. En ella, como en todos los trabajos ejecutados por el admirable fotógrafo zamorano, culmina un aspecto que entre nosotros es rarísimo: la nota personal./ Esa es la palabra: personal, porque los trabajos de Avril son inconfundibles con los de cualquier otro fotógrafo: el lente de su máquina copia fielmente el modelo, como en todas las máquinas, como hace la generalidad de los que se dedican al arte de Niepce; pero precisamente, entonces entra el artista a ejercer su influencia, y hace de la plancha un lienzo donde el lápiz cobra fervores de pincel, ayudando a esa plástica la habilidad del químico, la inspiración auténtica, llena de arrobamientos, del artista, que lo es por naturaleza…».
Bolívar Coronado, amigo de la pareja Avril-Ugueto y quien desde las páginas de El Universal había, igualmente, celebrado antes las habilidades fotográficas de María de Lourdes, resalta esa conjunción en nuestro personaje del artista-fotógrafo que le convierte en único. Se trata de otro género (Fotocaricatura) en el que nuestro fotógrafo destaca, terreno fértil para los investigadores.
Un legado disperso
Tras una incansable labor como la suya, que superó las seis décadas, muchas debieron ser las fotografías salidas de su lente. Aún así no deja de sorprender que tras su muerte, este valioso material se haya dispersado entre particulares, sin que ningún ente público posea hoy una colección de importancia. Afortunadamente, en la actualidad instituciones como el Archivo Fotografía Urbana, la Biblioteca Nacional, la Fototeca de Barquisimeto y coleccionistas como Nicomedes Febres Luces, Juan José Perdomo Boza, José Alfredo Sabatino Pizzolante, entre otros, conservan valiosas piezas.
Al fallecer Avril, el 27 de junio de 1950, su esposa –recordemos también fotógrafa de oficio– sigue adelante con el renombrado establecimiento, entonces ubicado entre las calles Bolívar y Plaza, callejón de la Sonrisa, de Puerto Cabello. Suponemos que los negativos y fotografías originales eran celosamente conservados por su viuda quien muere en 1964, momento a partir del cual comienza el material a dispersarse, pues la pareja no deja descendencia.
El establecimiento quedará en manos de Alejandrina Rosales y Amanda Parra, criadas por los esposos Avril, quienes continúan con el negocio hasta su cierre a principios de los años setenta. Fallecida María de Lourdes, en 1966, Alejandrina y Amanda como herederas del matrimonio son entrevistadas por el periodista Helio Rivas en las páginas del diario El Carabobeño, manifestando aquéllas su deseo de rescatar el valioso material y arrancar a funcionar la vieja cámara. «Alejandrina –escribe Rivas– nos comunica que está organizando nuevamente el taller fotográfico, y que si encuentra facilidades económicas con la ayuda de Amanda, pondrán en actividad la valiosa cámara de fuelle, y reproducirán los negativos dejados por el infatigable artista…». Informa, además, el periodista en el reportaje que muchos de los negativos se encuentran extraviados, «… pero estas dos celosas guardianas esperan recuperarlos…»; no obstante, en cuanto a la pequeña imprenta que utilizó Avril para ese año ya no quedaba nada en manos de ellas, por lo que se infiere que había comenzado el desmantelamiento del establecimiento. De este deseo de Alejandrina y Amanda deben ser las fotografías de burda impresión y pobre enfoque que circularon entre los setenta y los ochenta en la ciudad, aunque siempre identificadas con el tradicional sello a relieve, con lo que seguro estamos buscaban procurarse un modesto sustento.
Indudablemente, para al momento de su fallecimiento, su nombre ya era una marca, Foto Avril, pero también una leyenda de la fotografía venezolana. Si algo debe ser admirado en sus trabajos es que supo captar el paisaje patrio desde La Goajira hasta Paria, desde Barcelona hasta las selvas del Alto Orinoco, desde el Táchira hasta los llanos de Cojedes; y lo hizo de manera tan natural, que es precisamente en la sencillez y frescura de los motivos, donde descansa mucha de la magia que hace de las fotografías de Henrique Avril un fino espejo que refleja, a veces, el fracaso de la Venezuela moderna y petrolera arrasadora de paisajes, pueblos, costumbres e identidad nacional.