Papel Literario

En este preciso instante

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Por EDGAR CHERUBINI LECUNA

“El porvenir no es lo que viene hacia nosotros,

sino aquello hacia lo cual vamos”

Gastón Bachelard

Al reflexionar sobre la naturaleza del tiempo, San Agustín concluye que “no hay tiempo que sea del todo presente a la vez”, lo que ocurre es que “el pasado y el futuro son creados y ambos fluyen de lo que es siempre presente” (Las Confesiones, S. IV). Según la ciencia, el tiempo es una medida física denominada ‘magnitud’ con la que un observador mide la duración o separación de acontecimientos sujetos a cambio, esto es, el período que transcurre entre el estado o instante X y el estado o instante X1, es decir cuando registra una variación perceptible. En Occidente, asumimos un concepto lineal del tiempo, es una “sucesión de ahoras” como lo definía Aristóteles, donde acarreamos con el pasado (a veces como una pesada carga), mientras somos acicateados por la incertidumbre de un futuro que desconocemos, que no existe, así como el temor al “no tiempo”, es decir, a la muerte, al vacío, a la nada. San Agustín concluye que el tiempo es un fenómeno interior: “¿Quién hay que niegue que no existen aún los futuros? Sin embargo, ya existe en el alma la espera de cosas futuras. Y ¿quién hay que niegue que las cosas pasadas ya no existen? Sin embargo, existe todavía en el alma la memoria de cosas pasadas. Y ¿quién hay que niegue que carece de espacio el tiempo presente, ya que pasa en un instante? Y, sin embargo, perdura la atención por donde pasa”.

Acerca de la naturaleza del tiempo, Kant afirma: “El tiempo es una de las formas de nuestra sensibilidad, de la manera como estructuramos, como ensamblamos la materia bruta de las sensaciones para hacerla inteligible, para darle sentido, una forma universal y necesaria”.

En un pasaje de El Timeo Platón dice: «La expresión ‘existe’ no se aplica más que a la sustancia eterna. Por el contrario, las palabras ‘existía’, ‘existirá’ son términos que hay que reservar a lo que nace y avanza en el tiempo. Porque lo que existe es lo único real, es menester desarrollar un nuevo modelo de eternidad a través suyo, y en el que no se incluya lo que existía (el pasado) ni lo que existirá (el futuro), un modelo diferente al de la duración sin fin”.  Eternas serían para Platón las ideas concebidas como modelos o arquetipos de las cosas. Platón renunció a definir la eternidad en términos del tránsito del futuro al pasado a través del presente, es decir, en términos de tiempo, en otras palabras, no definió la eternidad en términos de movimiento. Para el filósofo, “la eternidad es inmóvil”. Borges retoma poéticamente el postulado de Platón al insinuar que “ni la decadencia ni el adiós tienen cabida en ese modelo de eternidad”. Para el escritor, su visión del tiempo adquiere otras dimensiones: “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego” (Jorge Luis Borges, Nueva refutación del tiempo, 1952). Søren Kierkegaard (1813–1855), en una de sus exploraciones sobre la angustia existencial y la perplejidad del tiempo, concluye: “Un ser humano es una síntesis de psiquismo y cuerpo, pero también es una síntesis de lo temporal y lo eterno”.

Entre quienes sostienen que el pensamiento y la cultura dependen del lenguaje, debemos citar a Benjamín Lee Whorf, a quien se le atribuye la denominada “Hipótesis Sapir-Whorf” que marca una tendencia del determinismo lingüístico, proceso por el cual las funciones de la mente son determinadas por el lenguaje, es decir, los pensamientos que construimos están basados en el lenguaje que hablamos y en las palabras que usamos. «Es la estructura de un lenguaje la que determina la estructura de nuestra realidad y cada lengua analiza de una peculiar manera la realidad concreta a la que se enfrenta para ordenarla y encajarla según su propia visión. La manera de razonar del ser humano está determinada por la lengua que se emplea en el razonamiento. La lengua no es sólo un medio de expresión del pensamiento, sino el molde en el que se configura y concretiza dicho pensamiento».

Cuando Whorf estudia la tribu de los indios Hopi de Arizona, queda sorprendido al comprobar que en su lengua no describen el sentido del tiempo: “Después de un largo y cuidadoso estudio y análisis nos encontramos con que la lengua Hopi no contiene palabras, formas gramaticales, construcciones o expresiones para referirse directamente a lo que nosotros llamamos ‘tiempo’, ni en forma explícita ni implícita a conceptos tales como pasado, presente y futuro, duración, movimiento entendido como cinemática antes que como dinámica, o sea como un continuo traslado en el espacio y en el tiempo”. Este lingüista heterodoxo revela una concepción del tiempo de los Hopi diferente a la de científicos y filósofos occidentales. Las lenguas indoeuropeas, según Whorf, utilizan un «tiempo espacializado», de acuerdo con el cual el tiempo se cuenta de manera similar a como se mide el espacio. Para los hablantes de la lengua Hopi, de acuerdo con Whorf, el tiempo no haría las veces de magnitud por encima de los acontecimientos, sino que sería uno con los acontecimientos. “Todo aquello que es accesible a los sentidos no distingue entre pasado y futuro, ven la vida como un continuum, viven en un continuo presente” (Benjamin Lee Whorf, Lenguaje, pensamiento y realidad, 1956).

Ese continuo fluir del tiempo y de todo el universo en conjunto es analizado desde la perspectiva budista por el filósofo japonés Daisaku Ikeda (Life an Enigma, 1982). En su libro sostiene que, si profundizáramos “en este preciso instante de nuestra vida, nos daríamos cuenta de que éste contiene todos los recuerdos del pasado, incluidos los espirituales y los físicos, contiene por igual todas las esperanzas, todas las expectativas, los deseos y las potencialidades del futuro. En realidad, en un momento dado, en cualquier instante, nuestro cuerpo contiene toda la información fisiológica que utilizaremos en el futuro, los cinco mil millones de moléculas de ADN, dotadas de la información que necesitamos para vivir en el siguiente instante. Y es que todas nuestras experiencias están contenidas a cada instante de nuestra vida, las vivencias físicas están grabadas en las células y órganos, nuestros sentimientos, tanto conscientes como inconscientes, están almacenados en nuestro cerebro.

El budismo plantea que al ser uno con el universo, acumulamos en nuestra vida la energía del cosmos. Es decir, contamos con potencialidades indecibles para vivir el siguiente instante. Nuestros deseos, esperanzas y ambiciones son poderosas fuerzas que existen en nuestro interior para construir el futuro. Por eso no se puede decir que el presente esté separado del pasado o del futuro.

Por su parte, Bergson aporta una hermosa definición, al comparar la vida de cada individuo con una melodía: “¿Se ha pensado, sin desnaturalizarla, acortar la duración de una melodía? La vida interior es esta melodía misma” (Henri Bergson, El pensamiento y lo moviente, 1934).

Para Gaston Bachelard (La intuición del instante, 1987), es nuestra intención la que en verdad ordena el porvenir, como una perspectiva cuyo centro de proyección somos nosotros: “Es preciso desear, es preciso querer, es preciso alargar la mano y andar para crear el porvenir. Tanto el sentido como el alcance del porvenir están inscritos en el propio presente. El porvenir no es lo que viene hacia nosotros, sino aquello hacia lo cual vamos”. En este preciso instante, según lo que pensemos y la actitud que adoptemos, construimos nuestro futuro.