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En el laberinto de la memoria venezolana

Crítico literario, ensayista, historiador, biógrafo, bibliógrafo y compilador, Roberto José Lovera De Sola (1946) ha publicado su más reciente libro: En el laberinto de la memoria venezolana (lectura de la Breve historia política de Rafael Arráiz Lucca), a cargo de la Editorial Eclepsidra. Las que siguen son las palabras de presentación leídas por Diana Sosa Cárdenas, en la Librería El Buscón, Caracas
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Por DIANA SOSA CÁRDENAS

Buenas tardes. En primer lugar, muy agradecida con todo el público presente que vino a acompañarnos hoy en la sede de El Buscón. Es un placer y un honor para mí presentar el último ensayo de Roberto Lovera De Sola, denominado En el laberinto de la memoria venezolana. Lectura de la breve historia política de Rafael Arráiz Lucca

La obra es un estudio crítico sobre los tres volúmenes de historia política venezolana de Rafael Arráiz, que abarca desde la Conquista, hasta principios del siglo XXI, exactamente el año 2006. Es una trilogía concisa, pero sin dejar por fuera ningún elemento importante de nuestro acontecer histórico, con su análisis respectivo. La consideramos de lectura obligada para el inicio de cualquier investigación, y además por ser escrita de forma muy amena, está dirigida a todo público. Cabe añadir que cada tomo puede ser leído con total independencia. 

Roberto Lovera es crítico literario, investigador histórico, analista político, bibliógrafo, antólogo y editor. Ha sido profesor universitario y columnista. Tiene en su haber alrededor de una veintena de libros publicados y más de cuatro mil artículos. Al igual que Rafael Arráiz, Roberto Lovera es miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Tiene antepasados académicos, como José Rafael Lovera, miembro de la Academia de la Historia; René de Sola, Miembro de la Academia de Ciencias Políticas y también de la Academia de la Lengua, y Monseñor Rafael Lovera, miembro de la Academia de la Lengua. 

No es la primera vez que Roberto Lovera publica un trabajo crítico sobre la obra de una figura del presente, pues su carácter generoso lo hace realizar trabajos de este tipo. Para mencionar tres títulos, están: La obra histórica y literaria de Guillermo Morón (1994); Esquema para una interpretación de la obra de Augusto Mijares (1994) y Tomás Polanco y sus libros (1991). Asimismo, el autor tiene obras sobre personajes de nuestro pasado. Entre ellas, tres acerca de Simón Bolívar, tituladas: Simón Bolívar en el tiempo de crecer. Los primeros veinticinco años (1783-1808); La larga casa del afecto. Historia de las relaciones afectivas del Libertador y, por último, Curazao, escala en el primer destierro del Libertador. Sobre Andrés Bello escribió Interrogando al gran ausente. Por otra parte, encontramos la obra El oficio de ser venezolano: el viernes negro, el 27 de febrero de 1989, el 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992 y el 20 de mayo de 1993 dentro del tejido del vivir del país (1994). En este ensayo, el pensador político expresó ampliamente su angustia sobre la crisis de la década de 1980 en Venezuela. 

Volviendo a la obra que nos ocupa hoy, haremos algunos comentarios sobre la misma. Lovera De Sola divide el libro En el laberinto de la memoria venezolana en tres capítulos. Cada uno lleva el título otorgado por Rafael Arráiz en su trilogía. Esto hace muy fácil identificar a qué período se refiere Lovera en sus interpretaciones. 

El primer capítulo del libro En el laberinto… se denomina “Venezuela: 1498-1728. Conquista y Urbanización”. En esta parte, el autor hace acotaciones sobre la génesis de nuestro mestizaje, ya que es muy difícil poder precisar el lugar donde se dieron los primeros intercambios de unión, pero considera que fue en el oriente del país, y luego en 1528, con la llegada de africanos a Venezuela. Y que es allí donde nace nuestra identidad nacional. En cuanto al año de llegada de Cristóbal Colón a Venezuela, considerado hasta ahora el de 1498, según divulgó el historiador español Juan Manzano y Manzano en 1972, fue realmente el de 1494. Nos dice que esto se mantuvo en secreto hasta la llegada de Colón a Macuro, cuatro años más tarde. En cuanto a la labor de los misioneros, el historiador expresa que fueron ellos los que se ocuparon de salvaguardar las lenguas indígenas, pues las estudiaron y aprendieron para poder evangelizar. Analiza destacadas figuras, entre ellas la de doña Aldonza de Villalobos Manrique, gobernadora de Margarita en 1527, y el mito de El Dorado. Sobre el siglo XVII, Lovera nos dice que es la centuria menos historiada, ya que no hubo narradores de ese momento que nos dejaran luces, por lo que comenta que Arturo Uslar Pietri lo llamó “el siglo silencioso”. El historiador coincide con el criterio de Arráiz Lucca de que durante los trescientos años de colonización se fueron incubando los sentimientos nacionales y los cinco elementos que conforman una nación: religión, lenguaje, raza, pasado común y geografía. 

El segundo capítulo del libro En el laberinto de la memoria venezolana se titula “Venezuela: 1728-1830. Guipuzcoana e Independencia”. Roberto Lovera analiza cómo a la Capitanía General de Venezuela, que había sido creada desde 1528, en 1777 se le dio la supremacía militar en relación con las demás provincias, por lo que integra todo el territorio de la hoy Venezuela. El escritor también hace comentarios sobre la repercusión que tuvo la expulsión de los jesuitas de la América hispana en 1767. Asimismo, resalta la importancia de Francisco de Miranda como precursor de la independencia, quien trabajó en la emancipación americana desde 1780. Luego, cuatro años más tarde, en 1784, esbozó su proyecto en Nueva York. 

El tercer y último capítulo de En el laberinto… se denomina “Venezuela: 1830 a nuestros días”. En él, Lovera De Sola analiza la problemática de la época paecista, ya que sus protagonistas no entendieron la importancia de la alternabilidad del poder, que trajo como consecuencia las guerras civiles que se sucedieron. Igualmente, presenta dificultades sobre los términos utilizados históricamente de liberales y conservadores. Comenta las difíciles relaciones entre Estado e Iglesia en el siglo XIX, y del período de los presidentes andinos, señala “la injusticia del derrocamiento de Isaías Medina Angarita” llevada a cabo por una componenda cívico-militar en 1945. Finalmente, el historiador elogia el estilo con el que está escrita la obra, y las conclusiones a las que arriba Arráiz Lucca. 

Este estudio crítico histórico y político que ha realizado Roberto Lovera de los tres volúmenes es de grata lectura. En él, el autor analiza, comenta y en algunos casos compara con otros historiadores las propuestas de la historia política de Rafael Arráiz. 

He tenido la fortuna de haber sido alumna de ambos profesores y académicos. De Rafael Arráiz, en un curso de escritura en la Universidad Metropolitana. Allí, corregía semanalmente nuestros trabajos con gran paciencia y respeto, pero, al mismo tiempo, sin dejar pasar detalle. Invité a una amiga a tomarlo conmigo, y al poco tiempo de finalizado el taller, me dijo: “Estoy escribiendo, y lo estoy disfrutando”. En este momento, va por su quinta novela. La semilla del maestro siempre germina de alguna manera u otra. De Roberto Lovera, he sido alumna en diversos cursos y asistido a varias de sus charlas. En cuanto a su generosidad, podemos decir que siempre está dispuesto a compartir su conocimiento cuando he necesitado aclarar dudas, lo que me ha llevado a considerarlo no solamente mi profesor, sino mi mentor en el área de la historia. La ética con la que trata y comenta los temas nos deja entrever que esta no solo responde a un trabajo que le apasiona, sino también a una misión de vida. 

Dicho esto, los venezolanos actualmente habitamos en una república joven, de apenas doscientos años, mientras que la sociedad colonial duró trescientos. Cien más que los que llevamos de país. La Colonia tuvo una sociedad estamental muy cerrada, étnicamente diversa. En la pirámide había desde individuos nobles, algunos con títulos nobiliarios de Castilla, hasta esclavos. Ese abanico social estaba constituido por: blancos peninsulares, blancos criollos, blancos de orilla, pardos, mulatos, zambos, morenos libertos, indígenas, mestizos y esclavos. Los peninsulares, de diferentes maneras, incitaban estas diferencias para mantener el control político y social. Por ley, los no blancos no tenían derecho a la educación ni a casarse con blancos, como lo establecía la Real Pragmática de matrimonios de 1776, entre otras limitaciones. 

Esta complejidad social que los españoles nos dejaron en herencia la recibimos al momento que nació la república, en 1811. Es mucho lo que todavía debemos recorrer y enderezar. Lo más importante es la educación. No solo en Venezuela, sino en toda la América Hispana, para soslayar estas diferencias. 

La igualdad social no existe como tal, ya que hay personas que se esfuerzan más, otras son más inteligentes, otras más perseverantes, etc. Lo importante es que haya, en lo posible, igualdad de oportunidades. 

No podemos compararnos con los Estados Unidos. Los ingleses emigraron con sus esposas e hijos para asentarse en el Nuevo Mundo. Aquí, la orden del día fueron las relaciones ilegítimas, pues en su mayoría los hombres vinieron solos. Muy pocas mujeres emigraron en esos trescientos años. En los siglos XVI, XVII y XVIII, las mujeres representaron entre un 11 y un 14% del total de los inmigrantes de la Península, según datos de José Eliseo Pérez en su obra La emigración desde la España peninsular a Venezuela

Por otra parte, el factor económico fue la prioridad de los conquistadores españoles desde México hasta la Patagonia, no el asentarse y encontrar un mejor futuro para ellos y sus familias. Luego, ya pacificado el territorio durante todo el período hispano, fuimos españoles jurídicamente en el papel, pero en la práctica, éramos simplemente una colonia más. 

En 1775, estalló la guerra de independencia en Estados Unidos, que duró ocho años, hasta 1783. Los ingleses, al momento en que se vieron perdidos, sencillamente lo aceptaron y con su pragmatismo anglosajón probablemente dijeron: “It´s time to do business”. Ese mismo año de 1783 firmaron el Tratado de París con los norteamericanos, en el que se declaraba la finalización de la guerra, junto al reconocimiento de nación por parte de Inglaterra a Estados Unidos. Ambas naciones comenzaron a tener una entrañable unión, que se conserva hasta nuestros días. Tampoco fue el caso nuestro. 

En 1833, Venezuela fue el primer país que envió un delegado para su reconocimiento como nación a España, con el general Mariano Montilla, quien realizó una excelente labor, pero sin éxito. El general, ante la negativa de España, solicitaba al menos un Tratado de Tregua y Comercio. Sin embargo, la actitud visceral de España hizo que su reconocimiento a Venezuela se realizase veintidós años después de finalizada la guerra de Independencia, con el Tratado de Paz y Amistad entre Venezuela y España, firmado en Madrid en 1845. 

“Uno no ama lo que no conoce”. Por lo tanto, los invito a leer sobre nuestro país, y la mejor manera de conocerlo es leyendo su historia, para saber quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. En estos tiempos difíciles, cuando nos sintamos abrumados y los demonios internos nos invadan, recordemos a estos dos venezolanos de excepción, como lo son Roberto Lovera de Sola y Rafael Arráiz Lucca, quienes, desde el silencio de sus espacios solitarios, con el vaivén de sus plumas, continúan trabajando por la identidad de nuestro joven país. 


* En el laberinto de la memoria venezolana (lectura de la breve historia política de Rafael Arráiz Lucca). Roberto Lovera De Sola. Editorial Eclepsidra, Caracas, 2024.

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