Por THAELMAN URGELLES
Trazar un perfil que haga justicia a Emeterio Gómez no es tarea sencilla para quienes tuvimos el privilegio de presenciar el generoso arco de sus dimensiones: humana, familiar, amistosa, ética, profesional, intelectual, docente, política, polémica, creativa y espiritual. Al asumir el desafío, en el marco de este insospechado homenaje póstumo a quien significó tanto para tantos, nos toca escarbar en el conglomerado de logros, valores, recuerdos y emociones que concita nuestro amigo para presentarlo ante ustedes como el modesto testimonio que quien confiesa de entrada su incapacidad para la tarea.
Porque he elegido hablar de su dimensión intelectual, del inconforme pensador a todo riesgo, del incansable innovador que nunca creyó haber alcanzado conclusiones definitivas; por el contrario, cabalgaba cada hallazgo para ponerlo en duda y seguir con nuevas preguntas que lo llevarían a nuevas certezas, que también durarían poco ante la urgencia de nuevos cuestionamientos.
Cada vuelta de esa indetenible noria significó para Emeterio renuncias muy concretas: a seguidores, patrocinios, comodidades materiales y no pocas veces a buenos amigos. Pero le proporcionaban una satisfacción incomparable: la del hallazgo cumplido, la de aproximarse al grial intuido, apenas atisbado y sin embargo inasible, que para él no fue otro que entender (para sí mismo y para explicarlo a otros) cómo operan el mundo y la inaprensible especie humana que lo habita; y de nuevo no quedarse allí, sino proyectar, aplicar sus hallazgos a lo que fue su más cara obsesión: encontrar una ruta hacia el milenario sueño redentor de la humanidad, no solo en la apremiante esfera del bienestar material sino en el plano espiritual de la convivencia, la paz y el amor.
El anhelo de justicia ofreció al joven estudiante de Economía el cauce inevitable en la América latina de los 60: el espejismo marxista-socialista, idea que corría sin rivales en la Universidad de aquellos años. Mas el marxismo de Emeterio no iba a ser el de los manuales interpretativos de la URSS o los folletos divulgativos de Politzer: el ya inquieto investigador se zambulló en los textos originarios, en el abstruso y poco leído El Capital, y desde allí comenzaron sus primeras preguntas incómodas, que solo verían luz años después. Recuerdo mi primer encuentro con el nombre Emeterio Gómez, a finales de los 60 o principios de los 70, mencionado por amigos de la Escuela de Economía de la UCV como un joven y brillante profesor que desentonaba por su desapego de la ortodoxia de izquierda que campaba en aquellos predios.
El remezón mundial del 68, la renovación universitaria del 69 y la apertura intelectual de los 70 hicieron su tarea. En Venezuela se abrió espacio para un socialismo no alineado con el llamado socialismo real y allí encontró un lugar nuestro joven profesor; aunque poco después comenzó a hablarse del economista que en el partido estaba creando problemas por cuestionar al marxismo entero —en su primer libro, Marx, Ciencia o Ideología, 1980— y a la propia idea socialista en su libro de ruptura definitiva Socialismo y Mercado, 1985.
Cuando Emeterio rompió con la izquierda muchos dijeron que en lo personal le iría mejor: “La derecha paga más, y mucho más a un economista, en forma de consultorías corporativas y otras prebendas”. Pero no fue así con Emeterio. Él siguió prefiriendo la investigación, la escritura, los crecientes desafíos intelectuales. Y aunque su pensamiento fue acogido con entusiasmo por el mundo empresarial ilustrado (nutrido por aquella generación de adultos mayores que hicieron prosperar sus empresas en la Venezuela previa), no les era fácil seguir la pista de aquellas ideas que no cesaban de hervir y enriquecerse con nuevas preguntas y certezas, algunas no muy concordantes con la ortodoxia liberal. Emeterio se convirtió en el nervio creador de Cedice, la ejemplar institución promotora de la libertad fundada por aquellos capitanes de empresas y conducida brillantemente por nuestra Rocío Guijarro.
Tendría unos diez años uno de mis hijos cuando un día me preguntó: “Papá, ¿cómo es que se llama ese amigo tuyo economista?… Emeterio Gómez… Ah, gracias”, y se puso a responder la pregunta de un crucigrama: “Famoso economista venezolano”. Era su plenitud, Emeterio era el economista venezolano por excelencia, reconocido por unos y otros. Y en esa época deslumbrante, cuando todos nos ponemos a recoger los frutos de lo sembrado, Emeterio cambió el tercio y se metió a profundizar en sus indagaciones sobre el ser humano y la sociedad. Ello lo sumergió, con visible vértigo y energía, en la filosofía (postgrado mediante) y luego en la ética, la espiritualidad, la poesía (como lector) y finalmente en la religiosidad.
Emeterio fue un polemista de excepción, tenaz y fogoso para exponer sus puntos, pero respetuoso al máximo de las ideas del otro. Tanto que varios de sus libros están prologados por oponentes de sus ideas expuestas; era el modo que encontraba para dar relieve a la condición controversial y discutible de sus propios planteamientos. En 2004, Alexis Ortiz y yo le pedimos que prologara un pequeño libro que escribimos con cartas de reflexión política; el texto que Emeterio nos envió y publicamos fue una crítica despiadada de las ideas que ambos exponíamos en nuestras cartas.
Hoy día cobran notoriedad debates sobre ideas manejadas por Emeterio quince y veinte años atrás. Las afirmaciones de Harari sobre el homo sapiens y su futuro en el siglo 21, se las escuchamos hace cuánto a él en los seminarios de Cedice. El reclamo ardiente de nuestros días por un mundo de mayor equidad y justicia sin acudir al fracasado espejismo socialista, estaba ya en Atenas y Jerusalén, La libertad individual y la noción de Dios y La responsabilidad moral de la empresa capitalista, entre otras; no como una repetición machacona de la misma idea sino como nuevas vueltas de tuerca en su persistente búsqueda de respuestas a la angustia milenaria del género humano.
Cuando los empresarios sensibles, ante el creciente clamor de justicia, proclamaron la “responsabilidad social de la empresa”, Emeterio les replicó; “la responsabilidad social no es suficiente, es necesaria una responsabilidad moral de la empresa, fundada en el desarrollo espiritual, que es al cabo un compromiso religioso”. Entendiendo como tal, no la afiliación a una fe o práctica religiosa sino al ejemplo vivo del Cristo redentor. No soy creyente religioso, pero entiendo perfectamente lo que refería nuestro amigo. La noción de Capitalismo Solidario es la culminación de aquella zambullida por los vericuetos de la economía, la ética, la historia, la filosofía y la espiritualidad, cuando un malhadado accidente nos arrebató, hace unos años, al mejor Emeterio en la plenitud de su talento.
Cuando le pedí un ejemplo concreto de responsabilidad moral de la empresa y su diferencia con la llamada social, me dijo: “Bill Gates es un gran filántropo, que dona buena parte de su fortuna a causas humanitarias; eso es responsabilidad social. Responsabilidad moral es que Microsoft aligere el costo de sus licencias a numerosos sectores que no pueden pagarlas, y que abandone sus abusos de posición de dominio con empresas nacientes o pequeñas”. En fin que, en lugar de destinar parte de sus beneficios a la caridad, las empresas ataquen el tema en sus orígenes: la tasa de retorno. Él no era ingenuo y sabía lo difícil sino imposible de esa utopía, y por ello la postulaba desde una profunda transformación espiritual del ser humano, mediante su dimensión religiosa.
Con tales ideas en creciente transformación, aquel hombre brillante e incansable tenía que morir pobre. Lo entiendo plenamente, pues elegí ser artista en un país poco amable con tal vocación, y sé cómo esas elecciones terminan pesando a la familia, a los hijos, a nuestro bienestar general. Pablo Picasso, cuyo genio inigualable le permitía cambiar de temas y estilos cada vez que el anterior estaba siendo solicitado por ricos coleccionistas, es el paradigma del intelectual que fue Emeterio: cuando su marchand’art le pedía nuevos cuadros de un estilo, Picasso le decía: “No me quedan y ya estoy pintando otras cosas”. Ese mismo fue Emeterio, a quien suelo denominar “el Picasso del pensamiento económico”.
Brevemente me referiré al compromiso político de Emeterio. Desde que dejó la militancia política siempre estuvo en primera línea de la sociedad civil, especialmente desde que la amenaza totalitaria asomó sus fauces en 1992 y en los amargos años que se hicieron presentes en 1999. Su candidatura a diputado por Catia, en 1993, lanzado por Procatia, su participación como co-fundador, en el año 2000 con Ricardo Mitre y otros compatriotas, de El Gusano de Luz, uno de los primeros websites opositores al chavismo, y su protagonismo en el lanzamiento de la agrupación de intelectuales Asamblea de Ciudadanos, en diciembre de 2001, fueron momentos brillantes de ese compromiso.
El fructífero Journey of the hero de Emeterio Gómez no hubiese sido posible sin la presencia esencial de Fanny Lugo, junto a Alexei, Katiuska, Fannyta y Eme. A todos ustedes les envío un abrazo muy fuerte, acompañado por Malena y mis hijos. Y extiendo esta salutación a los innumerables amigos, colegas, discípulos y sobre todo incondicionales fans de Emeterio, en cuya nómina me sentiré eternamente incluido.
*Publicado originalmente el 22 de junio de 2020 en www.eastwebside.com.
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