En la edición de El Nacional del 30 de abril del año en curso, se publicó una entrevista que la periodista Mercedes Rolingson Febres realizó a Miguel Braceli, arquitecto de 34 años de edad. El título desplegado a cinco columnas es el siguiente: “Los espacios no hay que buscarlos, sino construirlos”. Una afirmación que me dejó estupefacto porque nunca pensé que pudiera emitirla un arquitecto graduado en la Universidad Central de Venezuela. También me preocupé por el desconcierto que pudiera producir en la formación de los estudiantes universitarios. Reconozco que la entrevista fue dirigida más al artista plástico que al arquitecto, sin embargo, esa no es una excusa que justifique la metida de pata. También acepto que la palabra “espacio” tiene sinónimos y se usa para las dimensiones, como espacioso, lapsos, holgura y otros etcéteras. Por ejemplo, decir que “en el estadio repleto no había un solo espacio para sentarse” es una afirmación correcta. Pero, cuando la palabra “espacio” la emite un arquitecto es sobrentendido que se refiere al espacio arquitectónico o urbano. El espacio no se busca ni se construye. ¡El espacio se vive! Así lo aprendí en las clases que dictaba Bruno Zevi en el IUA de Venecia, hace unos 75 años, y así lo defendí en múltiples reuniones y congresos de historiadores y autores de muchos libros dedicados a la historia de la arquitectura hispanoamericana, sin nombrar una sola vez la palabra espacio. Me refutaron alegando que “ahora está de moda el espacio” y no se dieron cuenta de que esa moda tiene la antigüedad de la humanidad.
El espacio arquitectónico no lo “construye” el arquitecto. Quien lo define son las exigencias y necesidades de la forma de vida y de trabajo del ser humano. Toda actividad requiere espacios adecuados para realizarla. Una vivienda familiar demanda espacios completamente diferentes a los de un taller mecánico, de una sala de conciertos o de un automercado. El arquitecto lo que construye son los límites de los espacios. Por ejemplo, el dormitorio de una casa tiene cuatro paredes-límite que determinan el uso de ese espacio y lo mismo ocurre con un teatro, un auditorio o una panadería. Los límites de los espacios, además, reflejan e indican la época en la cual fueron construidos. El espacio de la iglesia de los catorce santos de Balthasar Neumann tiene unos límites que, de inmediato, nos confirman su pertenencia al período barroco además, e igualmente la incomparable Aula Magna de la UCV, concebida por Carlos Raúl Villanueva y Calder, tiene unos límites que anuncian uno de los logros más acertados de nuestra contemporaneidad. El espacio es intangible pero perceptible. Es una sensación que advierte súbitamente si es confortable o no. Ejemplo: si la Goldener Saal de la Musikverein de Viena, famosa por su acústica, en lugar de tener 18 metros de altura tuviese solo cuatro metros, los 1.744 asistentes se sentirían agobiados e incómodos. La relación entre espacio y límites sí es responsabilidad del arquitecto, si no toma en cuenta los usos y actividades previamente programados.
Los espacios urbanos tienen la peculiaridad de carecer del límite-techo para cubrirlos. El cielo es el espacio natural que convive con el espacio del ser humano.
En fin, apreciar el valor de los espacios significa entender la arquitectura. Nos absorbe su emblemática vacuidad y nos confirma su valor primario del quehacer arquitectónico.
Mayo de 2018