Por DANIELA GAMUS
“Elisa Lerner es la voz de la consciencia en Venezuela junto con otros escritores de su generación como Rafael Cadenas, José Balza. Son justamente las voces que se tienen que escuchar en nuestro país, las que son irónicas, las que son incómodas”.
Con estas palabras, Ricardo Ramírez Requena, escritor, librero y, entre otras cosas, director de la Fundación La Poeteca, abrió la presentación de las lecturas dramatizadas de seis obras teatrales de Elisa Lerner que, en su homenaje, montó la escritora Milagros Socorro con un grupo de alumnos de sus talleres literarios. Pertenezco a ese afortunado grupo.
El trabajo resultó ser algo más importante de lo que inicialmente habíamos pensado, ya que Neko Sadel, invitado a dirigir el montaje, aparte de aportar sus guiños teatrales, filmó cada una de las lecturas e incluyó en elementos visuales que convirtieron cada obra en un cortometraje. Así, encadenadas y en forma de película, se presentaron en el cine Paseo Plus de Trasnocho y luego en La Poeteca, en agosto de este año 2022.
En junio, Elisa había cumplido noventa años. Pero más allá de la celebración de su cumpleaños, revivir esos textos dramáticos de Elisa, aunque fuera desde el marco de un taller literario y con “actores novatos” (ninguno de nosotros es actor, sólo Nattalie Cortez, quien representó a la madre en Vida con mamá), fue un acto de justicia. Redescubrimos unos textos, casi todos escritos en los años 60 y 70, que aparte de ser bellos, profundísimos, metafóricos y estar cargados de una ironía muy particular, están más vigentes que nunca. Y es que Elisa Lerner crea unos personajes que reflejan conflictos universales, como el de la soledad, el miedo, la incertidumbre, la mujer y el matrimonio, la relación madre e hija. Pero lo verdaderamente valioso y trascendental es que detrás de esos conflictos que a primera vista se nos muestran, hay otros más profundos, que están de alguna manera velados en ciertas frases, y que se convierten en una denuncia que puede ser social, política o cultural, y que no deja de estar vigente sesenta años más tarde. La conclusión es que hay que leer a Elisa, hay que revivir su literatura y mostrarla, ya que es una experiencia sin igual. Eso sentimos nosotros, este grupo del taller de Milagros, al batallar intentando darles vida a esos personajes tan complejos.
Pero la maravilla de Elisa no es solo su literatura, es ella misma. Tuve la oportunidad de conocerla unos días antes de la presentación en Trasnocho. La visité en su casa, luego de enviarle la grabación de sus piezas teatrales por correo electrónico. Ya había escuchado en diferentes oportunidades que los correos y mensajes de Elisa son, en sí mismos, piezas literarias. Su extraordinario manejo del lenguaje y su verbo metafórico se extienden incluso hasta en las comunicaciones más breves y fútiles. Siempre hay una frase poética en ellos, una ironía o la conjugación de un verbo como “aducir”, que como ha contado Rodolfo Izaguirre, su gran amigo desde la época del Grupo Sardio, nadie utiliza en su lenguaje cotidiano, pero al que ella recurre con facilidad. Pasé una tarde memorable en su apartamento y descubrí que no solo es hermoso leerla, sino también escucharla. Ella estaba emocionada con el trabajo que habíamos hecho y quería contarme sobre cada una de las piezas teatrales. Le pedí permiso para grabarla, con la idea de incluir algunos fragmentos en la presentación de Trasnocho, como una introducción a cada una de las piezas. La proyección de mis videos sería imposible, pero lo que grabé en ese encuentro fue extenso y sin desperdicio, hermoso en sí mismo y un privilegio.
Transcribí los audios. Con poca edición, porque no hizo falta. Fue una narración tan lúcida y hermosa que no quise perder nada. Fueron seis piezas las que interpretamos: En el vasto silencio de Manhattan, El país odontológico, La mujer del periódico de la tarde, La bella de inteligencia, La envidia o la añoranza de los mesoneros y Vida con mamá. De cada una, Elisa me dio su impresión sobre el trabajo que habíamos hecho y sus razones al escribirlas. Aquí las dejo.
En el vasto silencio de Manhattan
Interpretada y adaptada por María Eugenia Seijas.
«Me pareció precioso, con escenas muy cinematográficas. Cómo le hubiera encantado este video a su talentosísimo director, Gustavo Tambascio, cuando hizo su puesta en escena en el Teatro Cadafe. Él lo presentó como una suerte de drama musical, le quitó un poco los hierros del drama. Se trata no solo de la soledad en Nueva York, sino del sufrimiento inmediato del día a día de una sociedad que está pasando por una gran depresión económica.
¿Cómo llego yo a esta pieza? En un momento dado, estuve en Nueva York con muy poca plata para hacer unos estudios en los que venía trabajando desde que comencé a estudiar Derecho. Siempre busqué el matiz social, porque realmente lo demás me parecía demasiado pragmático. Perdí el trabajo (la crónica que mandaba a Radio Nacional), entonces tuve que buscar una vivienda más económica y así llegué a Miss Berger, una dama episcopal, presbiteriana, que aparentemente quería aprender español. No es que yo hable un inglés como el de Arthur Miller, pero pude aprender algo, porque tuve la oportunidad de ser la huésped en la casa de Miss Berger. Ella estaba un poco preocupada porque le habían dicho que yo era una joven escritora y pensó que podía ser de una manera distinta; sin embargo, me encontró muy sosegada y disciplinada. No le causé ningún problema y entonces me dio un trato de hija. Pienso que para ella fue durísimo cuando me fui. Lo terrible es que a mí me quedó un sentimiento muy fuerte de culpabilidad, porque yo comienzo escribiendo El vasto silencio… por la última escena, donde ella muere. En efecto, ella había muerto. Me enteré en un coctel donde me encontré con una joven venezolana, de una familia cercana, amiga de Miss Helen Berger. Había muerto en el viaje a Bolivia que hacía para ver a su hermano (razón por la que quería aprender español).
Esta muestra me parece rica en recursos y en jóvenes de fresca actuación.»
El país odontológico
Interpretada por Gisela Cappellin y Marisol Chumaceiro.
«Me produce muchísimo contento, porque es la primerísima vez que, de esa pieza, tan polémica desde el primer momento, se hace un montaje. Esta pieza tiene su historia, muy espinosa, porque hay un personaje de nuestra intelectualidad de los años de la democracia, que se molestó enormemente cuando la escribí. Sintió que la mujer que él amaba en ese momento, por la cual había abandonado todo, había sido caricaturizada ferozmente por mí. Incluso, al que había sido el tutor intelectual de ella (quien publicó la pieza en una revista) prometió darle unos cuantos trompicones. Él, que era un hombre de una gran civilidad, al unísono se ve que era de una inmensa pasión. Esa pasión estuvo hasta en el momento en que decidió morir.
La mujer que posiblemente es objeto, no propiamente de una caricatura sino de una crítica un poco severa para el momento… es un personaje al que yo quise mucho desde mi infancia y fue más bien un modelo para mí, porque estuvo en el periodismo. Fue de las primeras mujeres periodistas. Tenía travesura intelectual y yo quizás también quería estar en el periodismo, pero no podía porque era una niña. La otra chica que tiene el diálogo con Sangría la Arpía es una joven que también ha existido, una poetisa que se quedó colgada de la brocha cuando se acabó la guerrilla. Tenía verdadero talento, pero no supo qué hacer con él. A veces pasa eso. No basta con tener talento. Hay que tener una lucidez que conduzca, incluso con modestia, el talento a su propia luz. Yo creo que El país odontológico lamentablemente sigue existiendo. Persiste un país de la mente y también uno del diente feroz. Eso sería la moraleja.
Disfruté muchísimo de la soberbia actuación de la distinguida Gisela Cappellin, con el rostro endurecido, al mismo tiempo y por eso mismo, cómico, de Sangría… Muy dulce la chica (Marisol Chumaceiro) que hace de la joven poetisa».
La mujer del periódico de la tarde
Interpretada por Paula Russa.
«Yo vivía muy cerca del Cada de San Bernardino y a veces iba de tarde, porque me encontraba la gente más variopinta. Ahí fue que se me ocurrió escribir sobre una mujer que teme envejecer. También, como conocí a diversas actrices en ese momento, porque ya se había puesto en escena Vida con mamá, pensé en lo que significaría la senectud o una condición marchita en una actriz. Esta pieza no ha sido montada en Venezuela, pero sí por mucho tiempo fue escenificada por una notable actriz mexicana, llamada Susana Alexander. La escenificó en un famoso congreso de escritoras, que organizó la escritora Margo Glantz, en 1982. Posiblemente ese monólogo le llegó a la prestigiosa actriz Susana Alexander, a través de Susana Castillo, profesora de la UCLA, que estuvo escribiendo un libro sobre lo que ella llamó “el desarraigo en el teatro venezolano”.
A la generosidad de Susana Castillo le debo que el grandísimo escritor Julio Cortázar le haya escrito una breve carta en 1978-79, en la que le escribe que cuando vea a Elisa Lerner le diga que su monólogo es excelente. Ella vino varias veces y me lo decía: “A Julio Cortázar le gusta, le encanta La mujer del periódico de la tarde”. Pero como yo era un poco caída de la mata, pensaba que era posible que Julio Cortázar se lo hubiera dicho a ella, pero no recordaba que ella me había enfatizado que él se lo había escrito y no se me ocurrió pedirle que me mandara una fotocopia de la carta. Yo pensaba que visitaría a Julio Cortázar en un viaje a Europa que tenía planificado, pero antes de la fecha de mi viaje, Julio Cortázar nos sorprendió con su muerte. De todas maneras, un amigo del teatro, el dramaturgo José Gabriel Núñez, logró con alguna dificultad, ya que la carta estaba en mal estado, una fotocopia de esa carta, que conservo.
No quiero dejar de decir que la joven Paula Russa ha sido verdaderamente una sorpresa, una encantadora Mujer del periódico de la tarde. Mis felicitaciones más profundas”.
La bella de inteligencia
Interpretada por Daniela Gamus.
«En el momento en que trabajo en La bella de inteligencia, ignoraba que estaba escribiendo teatro. En algún momento, les paso el texto a Salvador Garmendia y a Rodolfo Izaguirre, y ellos dicen: “Caramba, Elisa, has escrito una pieza de teatro”. Lo había hecho como una especie de entretenimiento; en el fondo, un poco atormentado, porque me acababa de graduar de Derecho y no sabía cómo podría trabajar. Sabía que tenía que hacerlo, porque mi papá estaba muy enfermo —efectivamente, pocos meses después, murió. Mis amigos, Rodolfo y Salvador, la publicaron —ya no recuerdo en qué número de la revista Sardio— y los primeros lectores de quienes tuve respuesta sobre el monólogo, aparte de mis entusiastas editores, fueron Guillermo Meneses y Sofía Imber. Para mi asombro, los escuché en una conversación por teléfono, muertos de la risa, y yo les preguntaba que por qué se reían tanto: “Porque es que La bella de inteligencia es Antonia Palacios”. Les dije que no conocía a Antonia Palacios, apenas había leído su novela, como todo el mundo. Pero ellos insistían que era Antonia, y volvían a reírse.
Yo pensaba siempre en una mujer que pudiera decir alguna de las cosas que me pasaban por la cabeza sobre la inmediatez venezolana del momento, que era muy novedosa, y que lo hiciera con algo de belleza, de elegancia, de la belleza verbal que yo había descubierto en poetas venezolanas, como Enriqueta Arvelo Larriva, Ida Gramko o Luz Machado. No sabía hasta quela obsesión se me fue afinando y logré escribir La bella de inteligencia. Creo que el personaje, a través de diversas interpretaciones, ha variado. Hay una versión grabada, hacia 1971, por la Universidad Nacional Abierta, a partir del trabajo de Armando Trackcon la gran actriz María Cristina Lozada. Dónde estará esa grabación… quién sabe, en este país, donde la memoria suele ser una insignificante bagatela.
Esta Bella de inteligencia actual, que hace Daniela Gamus, me gusta mucho. Aquí yo veo una Bella más sosegada, que ha visto ya mucha agua oscura de la historia bajo su mirada, lamentablemente. Entonces esta no es la Bella chispeante de la primera puesta en escena, hecha por Guillermo Montiel con mucha gracia, cuando se estrenó en 1960 para inaugurar el Teatro La Comedia. No es esa Bella de inteligencia burbujeante, es una más introspectiva, más sosegada, pero muy elegante. Quizás un poco triste y en la incertidumbre. Pero cuando ella pregunta al final, con mucha hondura, serenidad y profundidad al espectador posible, que si todavía espera un bosque, yo creo que le está preguntando: ¿todavía espera usted la libertad?».
La envidia o la añoranza de los mesoneros
Interpretada por María Yolanda García y Neko Sadel.
«Esta pieza no es algo que me surgió a mí. Antonio Constante, y creo que también Isaac Chocrón, me invitaron a escribir para un espectáculo sobre los siete pecados capitales. Consideré que era un reto, porque era la única mujer a quien se le daba una oportunidad de escribir en ese proyecto. El actor era Pedro J. Díaz y lo hizo muy bien. No me acuerdo quién fue la actriz. Hubo una comunicación maravillosa entre el director Antonio Costante y yo. Esto constituyó un antecedente estupendo para que yo después escribiera Vida con mamá.
Creo que esta Envidia es una envidia no tradicional, es menos agresiva de lo que nosotros consideramos como envidia. De todas maneras, yo siempre he pensado que la envidia es una suerte de admiración plebeya. La gente admira, pero no sabe cómo hacerlo. Admira sin nobleza, que es una forma muy contradictoria de admirar. Pero pienso, porque no la he vuelto a leer, que esta Envidia no es la visceral, la que se hace daño al prójimo. Por cierto, además de reconocer el desempeño de María Yolanda García, quiero rendirle un homenaje a Neko porque me pareció percibir un acento familiar, el acento caraqueño de los sanjuaneros y eso me trajo como un guiño especial al corazón.»
Vida con mamá
Interpretada por Aymara Lorenzo y Nattalie Cortez.
«Sobre esta pieza se ha escrito mucho. Me pareció extraordinario el trabajo de Aymara Lorenzo, a quien conozco como una muy diligente periodista; además, una mujer muy bella. Cuando vi a Nattalie Cortez, recordé a Adriano (González León), porque supe que él había llorado mucho en el estreno de Vida con mamá. Lo que recuerdo es que él me dijo, de una manera muy seria (no como Sofía y Guillermo): “Esta mujer es Antonia Palacios”. Entonces yo vi en Nattalie Cortez, una Antonia Palacios, pero un poco más regocijada, más popular, con una picardía, porque en Antonia siempre, a pesar de su viveza intelectual, no dejaba de haber una melancolía que ella supo utilizar muy bien para la última de sus vocaciones literarias, que fue la poética. Esta Vida con mamá es muy de clase media y me recuerda un poco el escenario de Tennessee Williams en El zoo de cristal. Pienso que Vida con mamá no es solo un drama familiar de dos generaciones. En esta puesta en escena, me parece muy original que la hija siempre se está maquillando, que es una forma de embellecer la realidad, una realidad que duele y que hiere y que ella con su maquillaje, que no es maquillaje sino una aproximación a la belleza, trata de escapar del dolor. Nattalie Cortez, con su hermosa copa de vino, quiere también acercarse al zumo más regocijante de la vida, al de la amistad, al del brindis, al Lehaim del pueblo judío.
En Vida con mamá, yo veo ahora —ya que con la historia padecemos y aprendemos— que esta muchacha que Antonio Costante vio como un poco torpe al caminar (ya no recuerdo si es cosa de Antonio o mía, así es el teatro, una pluralidad) es la democracia nuestra, que tuvo torpeza, que algo le falló, que fue ingenua o que no pudo llegar al máximo de su sueño y por eso le fue interrumpida su magnífica realización. En cuanto a la mamá, es la godarria. Aún en esta mujer de clase media, que maneja muy bien Nattalie Cortez, se ven todavía los viejos zumos de la godarria, del gomecismo, del conservadurismo, de lo que quedó atrás y nos mantiene atrás: la oscuridad de la historia».
*https://m.youtube.com/watch?v=TPUBL8PR1y4
*Daniela Gamus es abogada de la UCAB, lectora y titular de una Maestría de Derecho Comparado en la Universidad de New York.