Por ISAAC GONZÁLEZ MENDOZA
—¿Qué hechos y condiciones estimularon la creación de la Fundación para la Cultura Urbana? ¿Quiénes fueron sus promotores? ¿Qué se proponían entonces?
—La Fundación para la Cultura Urbana nació en las reuniones de la Junta Directiva de Econoinvest y de Central Banco Universal. Muy bueno que me pidas los nombres de los promotores de la iniciativa. Fueron: Hermann Sifontes Tovar, Gabriel Osío Zamora, Juan Carlos Carvallo, Jesús Quintero Yamín, Ernesto Rangel y Miguel Osío Zamora. Desde Central Banco Universal se incorporó al designio Alejandro Gómez Sigala. Fue entonces su propósito relacionar el interés privado con el bien común, en un área que no se hubiera atendido cabalmente por la investigación o por la inquietud cultural predominante. Pudieron quedarse contando su plata en una época de gran dinamismo material, sin que nadie se los reprochara, pero prefirieron la promoción de un movimiento intelectual sobre áreas desatendidas, o trabajadas con incoherencia e intermitencia. De allí la aparición de la Fundación para Cultura Urbana, que continúa sus pasos en la actualidad con las adaptaciones impuestas por los tiempos.
—Desde la perspectiva de la gestión o de la gerencia cultural, ¿qué ha cambiado en 20 años? ¿El creciente deterioro del país ha afectado sus proyectos y sus modos de operar?
—La gerencia cultural de la actualidad es distinta, desde luego. Primero, en términos generales, porque se ha ido modificando debido al aprendizaje progresivo, a los consejos de la experiencia, pero especialmente por imposición de las circunstancias. Por los tirones del país, por las solicitudes de una sociedad sometida a presiones que nadie podía imaginar en toda su magnitud hace 20 años, por el deseo de imponer una interpretación unilateral de la vida desde la cúpula oficialista, cada vez más avasallante y enfática. La mengua material de las empresas privadas condujo a la reducción de sus planes en el área de la cultura, o a su eliminación. Los que los tenían, claro está, pero también la prevención ante el interés del régimen en monopolizar asuntos tan vitales para la actividad intelectual en general, pero también para la FCU específicamente, como las ediciones, las conferencias, las exposiciones en galerías y museos, el contacto con instituciones extranjeras, por ejemplo. La libertad del pasado se volvió cada vez más limitada, o estuvo cada vez más amenazada, realidades que aconsejaron la revisión de los planes para mantenerse en la calle, para no salir de la escena intempestivamente.
—Hace 10 años ocurrió la crisis por la agresión del régimen contra Econoinvest, fundadora y sostén económico de la fundación. ¿Qué secuelas dejó esta irrupción? ¿Cómo se recuperó la fundación después de lo ocurrido?
—A los puntos señalados se agrega la persecución de los gerentes de Econoinvest, los padres de la criatura, quienes fueron encarcelados por unos supuestos delitos financieros que quedaron en nada, que ni un régimen todopoderoso pudo demostrar. Lo importante del episodio, por lo que atañe a la FCU, es el hecho de que un grupo de intelectuales y de activistas de la esfera cultural se dieron a la tarea de evitar la muerte de una institución que, si juzgamos por las reacciones desinteresadas y espontáneas que entonces sucedieron, tenía más dolientes que lo que imaginaron los perseguidores. Una junta directiva de emergencia, presidida por el poeta Rafael Cadenas y animada sin cesar por el librero Andrés Boersner, actividades de diverso tipo en áreas públicas, en aulas y librerías, y manifiestos que circularon en la prensa, lograron la permanencia hasta la salida de los promotores que estaban en la cárcel.
—Tal como lo señala su nombre, en el núcleo está declarado su interés por la cultura en la ciudad o la cultura en el espacio urbano. Desde su perspectiva, ¿qué ha ocurrido con la cultura urbana en Caracas? ¿Son perceptibles algunas tendencias?
—Si las ciudades han cambiado, ha cambiado la cultura urbana. Si la vida de las urbes es distinta, diversa ha de ser también su investigación y la muestra de sus testimonios. Tal es el actual desafío de la FCU, que ha debido promover actividades adecuadas a las necesidades de un usuario que no es el de antes, y a las mudanzas que se vienen observando en la cotidianidad. De allí las modificaciones del plan de ediciones, del contenido de los ciclos de conferencias y de muestras de fotografías y de objetos. No se ha cortado con la esencia de los planes originales, pero se han actualizado para que cumplan mejor servicio ante las inquietudes de la colectividad.
—La politización del espacio público en Venezuela —también del privado— ha impactado de algún modo los programas y la gestión de la Fundación para la Cultura Urbana?
—Los vínculos entre los planes de las empresas privadas y la cultura han cambiado radicalmente, si los relacionamos con el pasado reciente. La mengua de los presupuestos ocupa espacio principal en el entuerto, porque las empresas han debido reducir, o suprimir del todo, planes que en la víspera fueron exitosos, continuos y voluminosos. Desaparecieron, o se ha reducido a menos de su mitad, en la mayoría de los casos, porque no hay manera material de mantenerlos como hace 20 años, verbo y gracia. La investigación, la ensayística, la producción literaria, las artes, las publicaciones y los autores no son flores silvestres ni entes inmateriales, sino intenciones y protagonistas que requieren auxilio material. Ese es el trance de las intenciones privadas que se ocupan de la cultura, y de quienes deben ser sus beneficiarios predilectos.
—¿Es significativa la actuación del sector privado en el movimiento cultural venezolano de hoy? Si el Estado ha dejado de apoyar a los artistas de todas las disciplinas, ¿cómo trabajan?, ¿cómo sobreviven?, ¿cómo materializan sus proyectos?
—La dolorosa situación del país ha provocado respuestas culturales ajustadas a su peculiaridad. Ante ese predicamento se mueve la FCU y procura cobijar las respuestas adecuadas. Hay una actividad de contestación, surgen preguntas que no se hacían ayer, no hay librerías dignas de atención, las imprentas han quebrado, una nueva generación se quiere expresar como jamás antes mientras los viejos creadores se adhieren a la búsqueda. No sé si podamos hablar de una cultura de resistencia, de focos creativos de expresión y reflexión enfrentados ante la opresión de la realidad, pero es evidente la existencia de conductas sorprendentes y luminosas con las cuales ha querido topar la FCU, para ver cómo la acompaña y ayuda.
—¿Cuáles podrían ser las principales líneas de estas dos décadas de la Fundación para la Cultura Urbana? ¿Nuevos proyectos en perspectiva?
—Continuamos con designios establecidos y exitosos, como el Concurso Transgenérico de literatura y la propuesta de conferencias y cursos abiertos para el público; o como el programa editorial, más reducido, pero pendiente de mantener la variedad de sus contenidos. Iniciamos un plan de divulgación de grandes poetas venezolanos en el ámbito de la lengua española. Ya vieron la luz en la casa editorial madrileña Colección Visor de Poesía las antologías de Juan Sánchez Peláez, Verónica Jaffé y Arturo Gutiérrez Plaza. Dentro de lo que pretendemos sea un aporte de especial trascendencia, iniciamos una investigación sobre el siglo XX en Venezuela, que pronto pondrá en circulación sus dos primeros volúmenes. Se trata de una investigación de gran calado sobre nuestra contemporaneidad, en la cual están o estarán involucrados un centenar de investigadores del país y del extranjero. En breve pondremos en circulación sus dos primeros volúmenes: La sociedad venezolana del siglo XX y La política venezolana del siglo XX, coordinados por Inés Quintero y Edgardo Mondolfi, respectivamente, y escritos por 12 profesionales especializados en la materia.
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