Papel Literario

Elías Pino Iturrieta entrevista a Sebastián de la Nuez (9/9)

por El Nacional El Nacional

Por ELÍAS PINO ITURRIETA

Conozco a Sebastián de la Nuez como periodista de los estelares y sabía que había ganado la sexta convocatoria del Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana por un libro de cuentos, pero siempre lo he celebrado como cronista cotidiano, como reportero acucioso y como figura de importantes periódicos de Caracas: El Nacional, Tal Cual, El Diario de Caracas, Últimas Noticias. Lo recuerdo por una actividad  en diarios y revistas que no pasa inadvertida para el usuario común, y por sus trabajos de profesor en las aulas de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello. También por sus funciones de coordinador de informaciones cerca del rectorado de esa institución, que me condujo a numerosas conversaciones en las cuales me habló de cómo sentía el desastre que se nos estaba echando encima a los venezolanos y de cómo veía a sus Canarias natales como bombona de oxígeno,  en el caso de una creciente asfixia. Aparte de averiguar con solvencia las peripecias del prójimo, Sebastián de la Nuez se ha ocupado de enseñar a sus estudiantes cómo se hacen las entrevistas periodísticas, con preparación y seriedad, y ahora debe pasar el trance de contestar preguntas de quien no las sabe hacer porque no es su oficio, y porque no está enterado ni de la mitad de la misa que ha oficiado el entrevistado. Con este prefacio va ahora lo que medio pregunté y lo que con creces respondió.

—Supongo que sentiste un impacto positivo, o algo muy especial,  cuando ganaste el premio del Concurso Trasgenérico, porque entonces  ya eras  reconocido como periodista, hasta ser  de los más calificados del país, pero no como escritor.  Pasaste con creces a un espacio en el que no habías figurado de veras.  ¿Fue así? 

—Fue así aunque no sentí que estuviera accediendo a un nuevo espacio sino que expandía los límites del espacio en el cual me hallaba desde que asumí el oficio del periodismo; esa expansión recibió un certificado del buen hacer –por llamarlo de algún modo– gracias a la Fundación para la Cultura Urbana. La transición o el mero hecho de asumirme como escritor fue un proceso natural ya que partí de mis experiencias como reportero y cronista (no son lo mismo pero se parecen), materia prima para desarrollar esos cuentos. Por cierto, no quiero que se me pase esta primera respuesta sin agradecer, ya que estamos hablando del Transgenérico, la benevolencia de tres personas a las que ya guardaba respeto y admiración: el maestro Marco Negrón, el  literato Karl Krispin y la siempre recordada y querida Michaelle Ascencio, miembros del jurado.

—Sebastián de la Nuez siguió siendo periodista, sin persistir  en el oficio de cuentista que había ganado gracias a la decisión de un jurado calificado y al favor de los lectores. Pero puede ser que continúe nadando en esa corriente, a solas o en silencio, sin contacto con el público. Hablemos un poco de eso.

—No continué en el oficio de cuentista que me había dado ese alegrón, en esos años, porque las tareas en la Universidad me absorbieron, pero anotaba cosas, hacía entrevistas, desarrollaba borradores… No fue sino hasta que me vi en Madrid, solo y en ascuas, cuando retomé todo lo guardado más lo que he recogido y rumiado ya en la Madre Patria para imponerme, con desusado empeño, un riguroso horario de trabajo personal. No puedo decir que me ha ido mal porque en 2018 gané dos premios de relato breve en España. Ambos trabajos se encuentran en proceso de publicación.

—El periodista que se marcha de Venezuela, cuyos testimonios recogía en la prensa habitual, ahora debe hacer un trabajo distinto, quizá más cercano a lo literario, más del cuentista que no insistió en sus cuentos. Es una  posibilidad de volver a los aportes premiados por el Concurso Transgenérico. 

—Exactamente es eso, retomar ese tirón iniciático, el entusiasmo inyectado por el Transgenérico al darme una especie de certificación, una palmada en la espalda que es lo que este Premio significa en última y definitiva instancia: un «dale por ese camino que vas bien». Pero hay hallazgos míos en ese libro, Calles de lluvia, cuartos de pensión, que no pueden repetirse y estaría mal intentarlo, además. Quedarán como cosa singular, producto de un momento particular (de reflexión o de inspiración o de desazón o de lo que sea) que no ha de repetirse, no igual al menos. Uno nunca vuelve dos veces al mismo río, decía el poeta, ¿no? Hay relatos que se deben a una intuición pasajera. La aprovechas, la intuición, o dejas ir corriente abajo hacia el desagüe esos cuentos para siempre.

Sin embargo, ahora, aquí, pasados estos años, hay otras noticias, otras experiencias y algunos descubrimientos. Espero, a todo esto último, haberle dado nombre y sustantivo en lo que he escrito y en lo que voy escribiendo cada día. Ya no solo se trata de relatos o cuentos sino de una mezcla de géneros (quizás me he puesto más transgenérico con los años) conduciendo a una amplia zona híbrida que tiene de novela «de no ficción», crónica, memoria y ensayo. En fin, es posible que se hayan abierto nuevos caminos, incluso autopistas. Pero el arranque seguirá siendo, para mí, ese, el Transgenérico en su sexta edición.

—¿Piensas que, como consecuencia de la crisis provocada por el chavismo, ha nacido o está naciendo una nueva literatura venezolana en la que influyen autores que, como es tu caso, han tomado el camino del exilio y cuentan con un público venezolano en el exterior? 

—Me temo que el público lector venezolano en el exterior está muy ocupado tratando de sobrevivir, igual que el público venezolano en Venezuela. Uno debe escribir para el venezolano y para el que no lo es, a ver si se entera de una vez por todas. (Lo de «enterarse» apunta a muchas cosas que sería muy prolijo explicar ahora, pero sí, creo quien no es venezolano necesita y merece acceder a mundos, maravillas y tragedias de los cuales no tiene cabal idea.)

En todo caso, claro que se puede hablar de una literatura venezolana de la diáspora: hay cosas buenas, regulares y más o menos. Hay ensayo, relato, novela, poesía, testimonio. Hay revisión de nombres clave del pasado, autores rescatados del olvido. Y hay algunos capitales apostando a todo ello, aun modestamente. Veremos cómo se desarrolla todo. Bueno sería que el afán de gritar verdades literarias y de las otras no ofusque ni deje al rigor en la cuneta.

—¿Qué haces ahora,  Sebastián, aparte de estar con los  tuyos en España? ¿Cómo te ganas la vida?

—No me la gano. Si no fuera por mis hijos, Diego y Valentina, podría estar perfectamente en uno de esos refugios que reservan los españoles para los que llegan en pateras. No hay verdad más rotunda que esta que te estoy diciendo. ¿Has visto la catedral de Burgos? Pues de ese tamaño. El metálico de los premios que gané me los birló Hacienda, uno, completo, y al otro le rebajó el 20 por ciento. Cuando mi hija reclamó, en su declaración del impuesto anual, una devolución por cargar con sus padres mayores, Hacienda se la escamoteó en buena medida porque su padre se había ganado un premio el año anterior.

—¿Piensas en el regreso, si no a la escritura de cuentos, al país del que formas parte? 

—A la escritura de los cuentos ya he regresado, como creo haber explicado, bajo unas nuevas perspectivas. Ahora bien, al país del que formo parte no necesito regresar puesto que nunca me he ido de él. Lo llevo a cuestas, adonde voy. Es un dolor. Que me digan cursi, ahora.

Como habrán observado los lectores, supe durante el curso de la entrevista que Sebastián de la Nuez ha continuado con éxito su trabajo de cuentista, o que jamás lo abandonó. Más todavía: al tratar de hacer un trabajo más adecuado me enteré de que había ganado hace poco el Premio de Relatos Cortos Isaac de la Vega, de la Fundación Caja Canarias, por un texto titulado Lugares comunes. Lo cual demuestra, aparte de mis limitaciones de entrevistador, el acierto de los jurados que le pusieron el ojo cuando presentó sus originales a la sexta convocatoria de nuestro Premio Transgenérico: Michaelle Ascencio, Marco Negrón y Karl Krispin. Preludio de un exitoso sendero.