Por MARIO MORENZA
¿Dónde están los disfraces?
Arturo Uslar Pietri publica Red en 1936. En él leemos «Gavilán Colorao», narración de cariz histórico y bélico. Su obsesivo, estafador y sádico protagonista, Gavilán Colorao, se finge coronel de un regimiento del ejército que persigue a las fuerzas de la revolución federal y se finge coronel de la revolución federal cuando hace creer que persigue a los del ejército.
Las huestes revolucionarias arrasan con cada pueblo a su paso. La devastación recuerda a la atmósfera de «No sé» de Barrabás y otros relatos: «el cielo se cubrió de plomo fúnebre, el aire se hizo más fino y penetrante y el silencio comenzó a tomar formas». Gavilán llega a estos pueblos y solicita provisiones para «acabar con esos vagabundos» que han violado y saqueado. Un aldeano le describe la situación: «Aquí no quedamos sino los pobres, y lo poco que había nos lo quitó la revolución». Gavilán los coacciona y consigue los recursos económicos.
Gavilán, entre bebidas y baile, confiesa la ecuación lógica de su estrategia: «Te voy a decir que lo bueno no es ganar ni ser Gobierno. Lo bueno es esto. Lo malo es que se acabe la guerra. Cuando se acabe la guerra, los godos se lo cogerán todo». Su negocio es la persistencia de la guerra y carecerá de escrúpulos a la hora de hacerse pasar por alguien de uno u otro bando y dilatar la victoria del Gobierno o los federales.
Leemos en este relato uno de los párrafos más sangrientos de la ficción venezolana. «¿Dónde están los disfraces?», pregunta Gavilán y, sin vacilar, ordena que le traigan todos los cadáveres, que hay que celebrar Carnaval. «Mejor que con estos muertos de embuste embuste, que con muertos de verdad verdad». Sus hombres, fustigados, mutilan las extremidades de los cadáveres, arrancan sus cabezas y Gavilán «las toma por los cabellos y las va colocando con artificio y afectación sobre los cuellos mutilados, de manera que queda una cabeza blanca sobre un cuerpo negro, una gruesa y mofletuda sobre un cuerpo flaco, una negra sobre uno blanco».
Este asesino serial es capturado y llora cobardemente. Desea desaparecer, borrarse, ser otro. No tiene otra alternativa que volver a jugar a los disfraces, fingirse otro: «Yo no conozco a ese hombre. Yo soy un hombre honrado. Yo no soy ese. Yo no soy».
Entre sus propias lágrimas, Gavilán se desvanece, reducido a un ser insignificante.
«Yo soy los asaltantes»
«El fuego fatuo» nos retrata a un personaje histórico: Lope de Aguirre. Su insistente crueldad con altas dosis de sangre lo califican como Asesino Serial a.u.p.
El relato se inicia con una secuencia surrealista: «Viva de grillos, la noche hace delirar el campo. Late el agua. (…) Los ladridos huyen de los perros. La vereda viene como vena, culebreando, pasa junto al rancho…». Imágenes de latido, bombeo del corazón, anticipan la hemorragia que se avecina.
Uslar Pietri administra su prosa con precisión naturalista, documental y cinematográfica: la narrativa se desplaza de un espacio a otro de la casa invadida, de un personaje acuchillado a otro degollado, siguiendo el curso de la sangre derramada y expansiva. Hasta que se detiene en esta situación:
—¡Han muerto a mi marido! ¡Socorro! Lo han muerto los asaltantes.
Don Lope se aproximó al postigo:
—Yo soy los asaltantes.
De nuevo, el espacio narrativo de A.U.P. nos presenta pueblos fantasmas: «Catorce pueblos habían atravesado sin encontrar un alma». Se tratan de pueblos azotados por la sed asesina y saqueadora del Tirano Aguirre, hasta que es emboscado por capitanes y soldados. Le ofrecen la oportunidad de rendirse, de huir. Aguirre les responde: «¡No nos iremos, don Gallina!». Y añade: «Porque somos asesinos hemos de morir y no ha de quedar nadie para que los otros puedan cobrarse». Ordena a sus súbitos a que asesinen a sus hijas, pero son diezmados.
Aguirre es asesinado, condenado a las llamas, a las cenizas, pero nunca, contrario a Gavilán, al imposible olvido.
Presentación Campos: «carne de amo»
Comentados los dos relatos de Red, cerramos este catálogo de asesinos seriales A.U.P. con Presentación Campos de Las lanzas coloradas (1931). Tiene «carne de amo», así se le define desde el primer capítulo. Desde esos instantes, se siente la guerra que se extiende como una sombra sobre la calma de los personajes.
Los esclavos de la hacienda El Altar conversan: «Yo lo que digo es que hay guerra. Hay guerra y dura, y va a matar mucha gente». A Inés, la hermana del jefe de la hacienda, le advierten: «El mundo no ha sido hecho, Inés, para lo mejor. Por eso, justamente es difícil explicarlo. La guerra está en él, y nadie la ha traído, ni nadie podrá quitarla». La palabra guerra crece e Inés la percibe como un animal que la llena de inquietud. Presentación le pregunta a Fernando por qué no se mete en la guerra. El conflicto se recrudece. Fernando no quiere saber de más sangre. Algunos de los estudiantes que conoció en la universidad han sido vilmente asesinados.
Presentación Campos, colérico, piensa: «El amo se creía fuerte y no lo era; se creía inteligente y no lo era; se creía amo y no lo era». Para él, Fernando e Inés eran frágiles e indecisos, por lo que convoca a todos los esclavos y se proclama líder. Uno de los esclavos lo cuestiona y, sin más, lo liquida. Inés grita cobarde, traidor. De pronto, se devuelve y la persigue por los corredores de El Altar. La encuentra en su habitación, frágil e indecisa. Le desgarra las ropas. La posee de una manera animal. Para Inés, él era eso, un animal. Se le describe como una bestia cuando sostiene la lanza: «La garra se estranguló sobre el mango del cuerno».
Presentación ansiaba la guerra y se sentía ebrio de fuerza apenas pensarla, pero no sabe a cuál bando unirse: si a los realistas o a los republicanos. Su ejército es indisciplinado y solo cuenta con instinto: llegan a un pueblo y lo toman por las buenas o lo queman por las malas. Avanzada la trama, se agudiza su enajenación. La Carvajala, una enfermera, complementa las palabras de Inés: «Se matan como animales», así los define.
Presentación Campos no regresará de su estado animal, de su delirio bélico. No es un cobarde ni será calcinado como Gavilán y El Tirano. Su transición es hacia un animal de guerra, y permanecerá en la memoria de todos como un amo de la guerra.