Por MARIO MORENZA
Sobre nuestra literatura se han publicado panorámicas de incuestionables aportes historiográficos. La primera apareció en 1875, la Biblioteca de escritores venezolanos contemporáneos, de José María Rojas. Aunque Picón Febres afirma que el señor Rojas a menudo pecaba de hiperbólicas alabanzas, no niega que se trata de un trabajo pionero. Para la próxima historiografía habría que esperar veinte años: el Primer libro venezolano de literatura y bellas artes (1895) se trató de una recopilación de reseñas exageradamente patriótica. Aunque de extensión breve, no podemos obviar el ensayo «Sobre Literatura Venezolana», con el que José Gil Fortoul obtuvo el concurso convocado en ese género por El Cojo Ilustrado en 1903, a quien, de hecho, Picón Febres pone en duda en ciertas aseveraciones. Sin embargo, Domingo Miliani indica que muchas de las contradicciones y distracciones que comete Gil Fortoul no le son ajenas a Picón Febres en La literatura venezolana del siglo xix, que aparece en 1906, y al que Diego Rojas Ajmad considera el primer intento realmente serio para historiar nuestra literatura. Aun así, Miliani señala que se le pueden hallar «muchos defectos (…) Pero hay un hecho innegable: sigue siendo la única historia literaria del país, escrita (…) con el sentido abarcador de los panoramas hechos a conciencia».
Treinta y cuatro años después aparece otra panorámica. Nos referimos a Formación y proceso de la literatura venezolana (1940) de Mariano Picón Salas. Omaira Hernández Fernández (2009) determina que es la primera historia crítica de la literatura venezolana. Picón Salas justifica que nos urge estudiar el segmento colonial de nuestra literatura, ya que ha sido prolongada su censura. Advierte que es tarea de inconmensurable labor «recogerla en su dispersión» y finalmente reitera que «al escribir la historia literaria, el autor no puede olvidarse de los reclamos y la pasión de su tiempo. La historia —ya lo dijo Spengler— no es sino la proyección o la interrogación en el pasado de los problemas que nos inquietan en el presente».
Ocho años después se publica Compendio histórico de la literatura venezolana, del también merideño José Barrios Mora, editada con propósitos pedagógicos para la enseñanza secundaria. Durante ese mismo 1948, Arturo Uslar Pietri recopilaría en Letras y hombres de Venezuela las notas de sus clases de literatura en el extranjero. Sin embargo, aunque contiene dos textos significativos, «La novela venezolana» y el «Cuento venezolano», de constante aparición en numerosas bibliografías; Uslar Pietri se excusa de que él apenas esboza la cronología del espíritu de la nación, con el agregado de una galería sobre individuos de «torturada vocación» literaria.
Pedro Díaz Seijas en 1952 rompe la dinastía historiográfica de autores merideños. El oriundo de Guárico nos lega Historia y antología de la literatura venezolana, obra igualmente adaptada a la educación secundaria. Posteriormente, José Ramón Medina en 1969 publica Cincuenta años de literatura venezolana, la cual tendrá reactualizaciones en 1981, bajo el título Ochenta años… y una última en 1992, Noventa años… En este volumen, Medina se apega a lo textual, lo que importa para este crítico es la obra en sí y escamotea olímpicamente el contexto.
Por último, tenemos Panorama de la literatura venezolana actual de 1973, lo que quiere decir que para el momento en que se redactan estas líneas, la obra del poeta y crítico Juan Liscano ya cumple cuarenta y siete años. Desde entonces, si obviamos la reedición aumentada y revisada de 1995, y las reediciones de Medina, existe un vacío estrepitoso. Si para algunos la Historia de la Literatura aún no se ha escrito, más grave es saberse ante el vértigo de cuarenta años de ausencia de estudios panorámicos en el país. Liscano era partidario de una historia más dinámica, que fusionara lo local, lo universal, lo biográfico, y que, así, cobijara la totalidad del hecho literario. Como vemos, esta historia aún está por escribirse. Prácticamente resuenan hoy de nuevo las mismas palabras de Gonzalo Picón Febres, por allá, en el lejano 1906.
Por el momento, me suscribo a lo expuesto por Rojas Ajmad en Las tramas del ayer: «Para el estado de nuestros estudios literarios, el solo mostrar el corpus de nuestra historiografía literaria ya sería un avance». Urge, por lo tanto, una historia de la literatura venezolana. El estudio de Rojas Ajmad precisa el punto larvario para reactivarla.
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