Por RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
Ha querido nuestro respetado y admirado don Blas Bruni Celli, presidente de esta institución más que centenaria, que desempeñe la honrosa tarea de responderle a don Joaquín Marta Sosa quien, después de estas breves palabras, subirá al estrado y jurará como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Por primera vez, discurro recibiendo a un nuevo compañero de trabajo en esta corporación, fundada por Antonio Guzmán Blanco el 26 de julio de 1883, con motivo del año centenario del nacimiento de un caraqueño que vino al mundo a pocas cuadras de este recinto: Simón Bolívar Palacios.
Aquella fundación ocurrió hace 127 años y ha querido el azar, y mi afición por las estadísticas, que halle una cifra de correspondencias enigmáticas: son 127, también, los Individuos de Número que se han incorporado en igual número de años. Don Joaquín es el 128. Además, a esta singularidad martasosiana se suman dos cifras curiosas: es el cuarto en haber nacido fuera de nuestras fronteras, lo preceden fray Cesáreo de Armellada, Pedro Grases, Atanasio Alegre (España) y doña Lucila Palacios (Trinidad), y la otra es que es el segundo en haber comenzado a hablar en lengua distinta al español. En esto lo precede Pedro Juan Krisólogo Bastard, cuya lengua juagiba aprendió primero que la de Cervantes. Y, para concluir con esta suerte de numerología cabalística, recordemos que don Joaquín se suma a la tradición de poetas con que ha contado la Academia desde su fundación: José Antonio Calcaño, Jesús María Sistiaga, Heraclio Martín de la Guardia, Fernando Paz Castillo, Francisco Pimentel, Alberto Arvelo Torrealba, Miguel Otero Silva, Pedro Sotillo, Luis Barrios Cruz, Pascual Venegas Filardo, Vicente Gerbasi, Juan Liscano, Luis Pastori y José Ramón Medina.
Imposible no recordar que el sillón letra E, donde ahora se sentará el hijo de Antonio Francisco Marta y María De Sousa y Silva, estuvo ocupado hasta hace pocos meses por Manuel Bermúdez, secretario originalísimo de la corporación y muy, muy querido amigo, de quien ya el nuevo Individuo de Número ha hecho el elogio de su vida y obra, como corresponde en la civilizada y magnífica tradición académica que sostenemos con fervor.
La hoja de vida laboral del profesor Marta Sosa se inicia cuando imparte asignaturas en bachillerato, mientras estudia Derecho en la Universidad Central de Venezuela. Esta etapa corre en paralelo con su vocación política, período del que sus contemporáneos lo recuerdan como uno de los mejores tribunos de su generación. La Democracia Cristiana, primero, y luego el Socialismo Democrático, cuentan con su fervor de militante, hasta que va entregándose a las labores de profesor en la Universidad Simón Bolívar, casa de estudios en la que llegó a ser decano y profesor titular, y en donde estuvo enseñando por décadas, hasta su jubilación.
Negado para el ejercicio sin su complemento analítico, el joven Joaquín acompañó la práctica política con reflexiones politológicas; y la práctica poética con análisis críticos y antologías de la poesía venezolana. Tres líneas de trabajo partieron casi al mismo tiempo: su primer poemario es de 1964 (Anunciación); entonces es militante fervoroso de Copei y diputado suplente en el Congreso Nacional y, muy pronto, va a entrar a dar clases en la recién creada Universidad Simón Bolívar. Corren los primeros años de la década de los setenta. Para entonces, nuestro autor ya es articulista de opinión, pero todavía faltan dos quinquenios para que se desempeñe como director de Venezolana de Televisión y del Diario de Caracas, etapa que le permite tomarle el pulso a su latir de comunicador social, faceta para la que ha estado particularmente dotado.
Su obra ensayística comenzará a publicarse en 1975 (Socio política del Arte, Equinoccio, USB), y continuará por los derroteros de la reflexión pedagógica, materia en la que cursa maestría: Los problemas de la Educación Superior en Venezuela (1979), El estado y la Educación Superior en Venezuela (1984), para luego concentrarse en temas politológicos: Venezuela. Elecciones y transformación social (1984), Patios cerrados/puertas abiertas. Cambios, democracia y partidos en Venezuela 1988/1993 (1994).
Junto a este río temático de naturaleza socio-política, va otro subterráneo que Marta Sosa no olvida y que será el que se imponga con el paso de los años. Naturalmente, me refiero a la poesía. Sobre ella he escrito dos ensayos introductorios a publicaciones selectas de su obra, estudiándola en su totalidad. En esta ocasión que nos reúne, el Discurso de Contestación es de rigor que sea notoriamente más breve que el de Incorporación, de modo que no los invitaré a recorrer su trayectoria poética sino a acompañarme en la periodización que advertí en su obra, en un trabajo específico sobre ella.
En 1998 distinguí dos etapas en la obra poética de Marta Sosa, y el nacimiento de una tercera. Entonces, decía: una primera signada por el canto optimista que prometía un paraíso en la comunidad de la fraternidad, con un eco que recuerda a cierta poesía española. Esta primera coincide con los años sesenta, cuando el poeta fue de los protagonistas del movimiento de la llamada izquierda cristiana. De esta siembra vienen Anunciación (1964) y Proverbiales (1969) y, desde entonces, el tema amoroso se asomaba insistentemente.
Pero es con Para la memoria del amor (1978) con el que el epigrama amatorio se apodera de la voz de Marta Sosa y su poesía se hace epístola, telegrama, inscripción para la mujer amada. En esta segunda etapa encontramos Sol cotidiano (1981), un poemario con una factura muy cercana a la poesía de Ernesto Cardenal, por quien el autor profesaba una especial simpatía. Sus poemas se hacen largos, narrativos, hábiles en la muestra de las contradicciones y las paradojas sociopolíticas. También, atienden a la pequeña historia y a la de los grandes relatos históricos. Cumple, pues, con el proyecto estético de los cristianos comprometidos de su tiempo.
La tercera comienza diez años después, en la década de los noventa, cuando el desencanto es general y la utopía le ha cedido el paso a la contundencia de las cifras. Ahora preciso que la tercera etapa se inicia con el poema “Aprendizajes del padre” (1994), continúa con “Dicen los atletas” (1997) y se prolonga con los libros Territorios privados (1999), Las manos del viento (2001), Domicilios del mar (2003) y El río solitario (2004), y dejo de lado las antologías, ya que no suponen puertas nuevas en el camino del poeta, sino, naturalmente, revisiones y ajustes de cuentas.
A la primera etapa la sucede un silencio de nueve años; a la segunda otro de trece; y la tercera está lejos de acercarse al silencio. Por el contrario, a partir de 1994 y hasta la fecha, el brote poético de Marta Sosa es sostenido, y lejos de anunciarse que amaine, se pulsa en perfecta ebullición. Su obra está lejos de cerrarse, pero ya ofrece un conjunto de sustancia suficiente como para que se imponga una lectura.
En 2004 se cumplieron cuarenta años desde la publicación de su primer poemario y, desde entonces, una vocación poética se ha mantenido en pie, dando espacio a dos largos silencios que no han hecho otra cosa que insuflarla de bríos para tocar otras puertas, para deshacerse y hacerse de nuevo. Como lector me sumé a la navegación martasosiana en la segunda etapa, he revisado la primera, he convivido con la tercera, y celebro sus poemas. No recuerdo quién decía que la poesía era, forzosamente y sin proponérselo, un ejercicio autobiográfico, y es cierto. De modo que acompañar la vida de un amigo entrañable, suerte de hermano mayor, es una experiencia doble: alegría y compromiso; cercanía y distancia crítica. El viento sopla y las embarcaciones avanzan.
En 2007, Marta Sosa publica Amares, un poemario en el que regresa a su pulsión inicial. El amor, su realización, su melancolía, sus avatares alcanzan la página en blanco y la pueblan con un renovado ímpetu. Sabemos que el poeta mantiene inéditos tres poemarios con los que se propone celebrar sus 70 años. Saldrán de las prensas, pronto.
Otra vertiente de trabajo del incorporando es la antológica. Navegación de tres siglos (antología básica de la poesía venezolana 1826/2002) fue publicada en Caracas (2003), y al año siguiente Poetas y poéticas de Venezuela fue publicada en Madrid. En ambas, además del servicio que entraña toda antología en cuanto a divulgación del conjunto de la literatura nacional, el autor hace patente su condición de lector acucioso de la poesía venezolana.
Refirámonos, finalmente, al discurso conmovedor que hemos escuchado entonar por el poeta desde esta Cátedra de Santo Tomás de Aquino, coronada por el Espíritu Santo, en este noble paraninfo del Palacio de las Academias. Se trata de uno de los viajes más hermosos, más entrañablemente humanos, que venezolano alguno haya escrito sobre la adquisición de la lengua española. Usted ha trazado un mapa de la sociología venezolana, de los relieves de una sociedad abierta a los inmigrantes, en la que aquella familia nogueirense buscó un futuro para sus hijos y lo encontró.
Aquel niño que dio un discurso escondido en el púlpito de la iglesia de su pueblo y que los feligreses creyeron que ocurría un milagro, al no advertir de dónde provenía la voz, es el mismo que habló hace minutos aquí, en este púlpito del otro lado del Atlántico. Cuando dejó Portugal y voló hacia América era imposible que sospechara que su vida sería útil, fértil y hermosa. Tampoco intuía que uno de los trabajos que más lo solicitaría sería el de dominar aquella lengua esquiva, que usted se propuso dominar como un domador en una jaula de leones.
Aquel viaje lingüístico que inició hace años en la Caracas de 1947 lo ha traído a un golfo sereno y feraz, el del hogar de las palabras, la Academia Venezolana de la Lengua. Aquí, ciudadano Joaquín Marta Sosa, lo estábamos esperando. Bienvenido a casa.
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