Papel Literario

El tiempo y los ángeles de Win Wenders

por Avatar Papel Literario

Por MARLA ROJAS

Hace alrededor de tres décadas y unos años que Win Wenders creó la película El cielo sobre Berlín (conocida también como Las alas del deseo) y años más tarde su secuela: ¡Tan lejos, tan cerca! Films que trascendieron en el devenir cinematográfico por muchas razones. Entre ellas, el cuidado estético en forma y fondo y profundidad de un guion sólido, sostenido por diálogos de gigantesca carga existencial. Diálogos que van desde lo filosófico hasta lo sensible y sublime y que generan en el espectador múltiples percepciones.

Además de conmocionar al espectador, moverlo en su fibra con cada imagen poética (visual y narrada), hay un aspecto que acentuar en las cintas del cineasta alemán y este es: el tiempo. Factor que se denota en El cielo sobre Berlín, con la narración elíptica de la historia central que comienza y termina con la escritura de un poema caligrafiado por el ángel Damiel (Bruno Ganz) y que en la película ¡Tan lejos, tan cerca! cobra vida literalmente con el personaje que protagoniza Williem Dofoe, Emit Flesti.

Pero, ¿qué entendemos por tiempo? Si buscamos en la Real Academia Española vemos que dice que es la “Magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro, y cuya unidad en el sistema internacional es el segundo”.

El tiempo también puede ser una medida etaria o simplemente espacio. Un estado atmosférico o referir, dentro de la gramática, a una determinada conjugación verbal. Pero quedémonos con la definición más primaria, la primera.

En las películas de Wenders que se refieren, vemos que el tiempo es eso, una unidad tangible, una medida exacta. El tiempo allí no es abstracto. Incluso la eternidad de los ángeles que habita cada film no lo es. Se puede hablar entonces de que el tiempo de los ángeles es atemporal, hasta que se convierten en humanos, y del tiempo que nos habla el diccionario: medido en segundos, con un pasado, un presente y un futuro de cada ser humano que aparece y se visibiliza por sus acciones y pensamientos.

Claro, la película El cielo sobre Berlín comienza con la escritura de unos versos a manos del protagonista, quien fue primero ángel y después hombre. Dice así:

“Cuando el niño era niño, caminaba balanceando los brazos. Quería que el riachuelo fuera un río, el río un torrente, y este charco, el mar.

Cuando el niño era niño, no sabía que era un niño. Todo le parecía lleno de vida, y todas las almas, una sola.

Cuando el niño era niño, no tenía opiniones sobre nada, no tenía costumbres.

Se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas, echaba a correr, tenía un remolino en el pelo y no quedaba mal en las fotos”.

Este texto, que es hermoso en sí mismo, alude a la pureza y belleza de la naturaleza humana en sus inicios. A esa capacidad innata que tienen los niños de percibir la vida, no como peligrosa ni amenazante sino como un mundo por descubrir, disfrutar y sobre todo de vivir.

El texto que cito continúa escribiéndose a lo largo de toda la película marcando el avance de la historia en ciertas escenas de la misma, esta vez enunciado como pensamiento, pero del ángel y no del humano protagonista. Dice así:

 “Cuando el niño era niño, era el momento de las siguientes preguntas:

¿Por qué yo soy yo y no tú?

¿Por qué estoy aquí y no allí?

¿Cuándo empezó el tiempo y dónde se acaba el espacio? (…)”

Preguntas que refieren una búsqueda y secuencia que continúa a lo largo de la película y cuyo final se cierra como un bucle que culmina la cinta. Pero quedémonos allí, cuando en las preguntas se menciona al tiempo. ¿Qué es el tiempo para un ángel? Sencillo: la eternidad. Y ¿qué es lo que mueve a Damiel a ser humano?: el tiempo y el deseo. En el caso de Damiel, ambos aspectos hacen que este ángel se rinda a los privilegios celestiales y entre en carnes a un cuerpo solo suyo, desde el que pueda “entusiasmarse no solo por cosas espirituales, sino por las comidas, por el contorno de una nuca, por una oreja”, “notar que el esqueleto se mueve contigo al caminar. Suponer las cosas, por fin, en lugar de saberlo todo”.

Tanto Damiel como Cassiel (Otto Sander) coinciden en ser humanos para dejar atrás las ganas de no fingir, fingir que están en una mesa compartiendo una comida o pescando con otro. El no ser invisibles. Las ganas de ser finito y medirse en segundos, y tener pasado, presente y futuro y no infinito como todo lo celestial.

Es precisamente, mientras Damiel, ese ángel que entra a un circo, invitado por la visión real de un elefante, que queda deslumbrado por Marion (Solveig Dommartin), una trapecista que, frente a él, practica horas previas a la que sería su última función, ya que el circo donde trabaja ha quebrado. Marion, al enterarse de la noticia, que finaliza su sueño truncado de ser trapecista, piensa: “Ya está. Se terminó. Ni siquiera una temporada. Otra vez sin tiempo de acabar las cosas. Mi sueño circense será un bello recuerdo dentro de 10 años”.

En su reflexión Marión continúa: ”Normalmente solo hablo de mí cuando me siento incómoda. Instantes así como los de ahora mismo. El tiempo lo cura todo. ¿Y cuando la enfermedad es el mismo tiempo?” La mortal, objeto del deseo de Damiel, se enfrenta a este diálogo interno en que el tiempo tiene doble connotación, el tiempo como una medida exacta que con su paso sana lesiones emocionales y el tiempo como enfermedad, “como si hubiera que encorvarse para seguir viviendo”, piensa Marion. Es decir, aceptar que estas lesiones vienen con la vida. Que pareciera imposible zafarse de ellas. He aquí el conflicto de ser adulto. Enfrentarse a la insatisfacción o continuar.

Por supuesto, ella sigue reflexionando hasta que Damiel la toca y sus pensamientos cambian el curso hacia unos más luminosos. Pero es interesante ver cómo ven la vida los ángeles (punto de vista que plantea el inicio del texto escrito por Damiel, más atrás) y cómo es la vida de los mortales (manifestada en la enunciación de todos los pensamientos que tienen los berlineses). Allí coinciden en que los dos quieren, anhelan, ser felices. En el caso de Damiel, viviendo uno con el otro (con Marion) disfrutando de toda la belleza y sobrellevando todas las asperezas que hay en la vida, pero juntos.

Pero en la casa rodante donde vive Marion, ella continúa pensando y mientras esto sucede Damiel observa con detenimiento lo que le rodea, sus fotos y unas piedras; de ellas toma una, un objeto, que en la historia protagoniza un momento cumbre y ese es cuando Damiel se vuelve humano.

Escenas más adelante, en la película ya ha aparecido Peter Falk, quien actúa como sí mismo dentro de El cielo de Berlín, pero que forma parte (a su vez) de un rodaje sobre el Berlín de 1945, en plena Segunda Guerra Mundial, donde interpreta a un detective norteamericano de origen alemán. Damiel, ya convertido en humano, busca a Peter Falk y sostienen un diálogo breve en el que Peter Falk le pregunta hace cuánto sucedió su conversión y Damiel le responde: “Minutos, horas, días, meses, años. ¡Tiempo!”. Quiere decir que Damiel deja atrás la eternidad que le resultaba aburrida para ajustarse a la métrica exacta en la que los humanos se miden. Damiel pasa de una dimensión a otra, en la que los sucesos tienen una justa ubicación y en la que ya no hay tiempo que perder (el tiempo pasa a ser una carrera a ganar, una carrera a contrarreloj), sobre todo para finalmente encontrar y completar su deseo de unirse a Marion.

Ello sucede en un club nocturno donde se está presentando el conocido cantante alemán Nick Cave. Damiel espera en la barra y Marion se acerca a él y previo a un profundo monólogo de Marion, finalmente se besan sellando así el deseo de ambos de amar, unirse y ser felices para el resto de la vida.

La narración elíptica de la historia central culmina con el cierre del texto que escribiera Damiel al comienzo de la película que dice así: “Solo el asombro causado por nosotros dos, el asombro causado por el hombre y la mujer, ha hecho de mí un ser humano. Ahora sé lo que ningún ángel sabe”.

Posterior a este cierre aparece el escritor, quien tiene una pequeña subtrama dentro de la película El cielo sobre Berlín y la última escena es una imagen del cielo, o sea de Dios omnipresente a través de las acciones esperanzadoras que llevaban sus ángeles a los humanos. Queda, pues, un espacio abierto para la secuela llamada ¡Tan lejos, tan cerca!

Es tiempo

Y es en esta película ¡Tan lejos, tan cerca! que Wenders, quien ha escrito el guion de ambas cintas (en la primera junto a Peter Handke y en la secuela junto a Ulrich Zieger y Richard Reitinger), que profundiza el aspecto del tiempo, ya que Williem Dafoe personifica a Emit Flesti (cuyo nombre al revés se puede traducir al castellano como: es tiempo), un personaje fundamental en esta dupla de films y que nos hace reflexionar aún más sobre la importancia del factor sobre el que hemos reflexionado hasta ahora.

En esta secuela, ¡Tan lejos, tan cerca!, el film se inicia con un pasaje de la Biblia que dice así: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz. Pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas (San Mateo, VI, 22).”

Y luego comienza una poderosa escena en blanco y negro donde la cámara gira en torno a Cassiel (ángel en la primera película mencionada en este texto) montado en la estatua de un espíritu celeste en Berlín. Cassiel piensa: “Nos imaginan tan lejos y estamos tan cerca (…) Somos mensajeros para acercar a quienes están lejos (…) No somos la luz, no somos el mensaje. Somos los mensajeros. Nosotros no somos nada. Ustedes lo son todo para nosotros”.

Así es. Cassiel, quien se siente impotente de no poder actuar ante realidades tan crueles como en la escena en que un adolescente consigue una pistola para matar a su padre y cansado de la eternidad, por un acto inesperado donde la hija de Hanna, Rassia, cae al vacío por accidente, Cassiel se hace humano y la ataja salvándola de un destino imprevisto para su infancia. El ángel ya no lo es, pasa a un plano terrenal donde cada segundo cuenta.

A partir de allí y junto con su armadura Cassiel se enfrenta a la vida de un adulto sin dinero pero con responsabilidades consigo mismo y con los demás. Al tratar de adquirir una identidad para hacerse llamar Karl Engel, enfrenta su primera limitación; el no tener dinero para pagarle al falsificador para que le haga un pasaporte. Por primera vez, entonces Cassiel utiliza una pistola para conminar al falsificador a que le haga este documento sin haberle pagado.

Pero es Emit Flesti, en la escena del metro, quien realmente extrema en Cassiel su capacidad de supervivencia y lo confronta a sus límites. Uno de ellos muy concreto, el límite que nos impone el tiempo.

Me pregunto entonces: ¿vale la pena perder el tiempo?, ¿vale la pena invertirlo en lo que deseamos? Cuando solo tenemos tiempo para sobrevivir y no para el placer, ¿en qué tiempo podemos vivir y trabajar sin desgastarnos en ello? ¿Está el tiempo a favor o en nuestra contra? ¿Es igual o desigual el tiempo para todos o cada uno de nosotros? ¿Es el tiempo un límite o podemos distenderlo a conveniencia? ¿Cuánto tiempo nos queda? ¿Lo invertimos en placer u obligación? ¿Podemos defendernos del tiempo o nos dejamos atrapar por él? ¿El tiempo es oro? Hay un tiempo para todo, como se vislumbra en el guion de esta película en la voz del ángel Raphaela (que interpreta Nastassja Kinski, amiga de Cassiel).

Decía Emit Flesti en su primera escena, dirigiéndose al aire y a la vez a Cassiel, que dice: “Al comienzo, no existía el tiempo. Después de un momento el tiempo comenzó con una explosión”. Escenas más adelante, el ángel Raphaela sostiene el siguiente diálogo con el personaje de Willem Dafoe:

«Raphaela: Los cazadores nunca mueren

Emit Flesti: Solo se esfuman. Lo sé. Pero yo no. Jamás.

Raphaela: ¿Qué quieres con él?

Emit Flesti: No pertenece aquí. Es irregular.

Raphaela: ¿Y qué?

Emit Flesti: Hay oscuridad en todas partes, querida, y es tan profunda como para ahogarte.

Raphaela: Hablas de la oscuridad porque estás enamorado de ella.

Emit Flesti: Cariño, la odio. Es horrible y aburrida. Francamente apesta.

Raphaela: Dale la oportunidad de encontrarlo.

Emit Flesti: si quieres nubes no puedes olvidar el viento».

Desde ese momento Emit Flesti de manera implacable le marca los pasos a Engel y con su métrica inclemente de reloj en mano no deja tregua para que a diferencia de Damiel, y de Peter Falk (quien también pasó de ser ángel a ser persona) fuese un ser humano feliz.

A Cassiel, no, a Cassiel le toca lidiar con el mal, con la oscuridad, con la soledad, con cierto toque de locura, con la tristeza, con la opacidad de la vida, con las asperezas diarias que cada uno de nosotros enfrenta de manera distinta. A Cassiel le toca luchar con una disyuntiva como dice la canción de Lou Reed. ¿Por qué no puedo ser bueno? Y como el tiempo es quien le trunca la partida a cada segundo, no podemos dejar pasar el diálogo entre Emit Flesti y Cassiel en la pizzería de Damiel:

“Emit Flesti: Hace mucho tiempo…debe haber existido una hermosa armonía entre el cielo y la tierra. Lo alto era alto, lo bajo era bajo. Adentro era adentro y afuera era afuera. Pero ahora tenemos dinero. Ahora todo está desequilibrado. Dicen que el tiempo es dinero… pero están totalmente equivocados. El tiempo es la ausencia de dinero. ¿Está de acuerdo Karl?

Cassiel: ¿Qué más puedo decir? El tiempo se me escapa, Mister… (allí Emit Flesti desaparece sin dejar rastro)».

El tiempo es, pues, literalmente una daga para Cassiel ya que además de estricto, mide las horas para terminar con la agotadora y corta existencia de Cassiel.

Horas previas a la muerte de Cassiel, el personaje de Willem Dafoe le explica, mientras va en una moto con él:

«Emit Flesti: Deja que te explique un par de cosas. El tiempo es corto. Eso es lo primero.

Para el soplón, el tiempo vuela. Para el héroe, el tiempo es heroico.

Para la prostituta, el tiempo es sólo otro cliente.

Si eres delicado, tu tiempo es delicado.

Si tienes prisa, el tiempo vuela.

El tiempo es un sirviente si tú eres su amo.

El tiempo es tu Dios si tú eres su perro.

Nosotros somos los creadores del tiempo… las víctimas del tiempo y los asesinos del tiempo.

El tiempo es infinito.

Eso es lo segundo.

Tú eres el reloj, Cassiel.

Cassiel: Estoy atado a mi vida. No te culpo. Me encanta estar vivo. Pasa muy rápido.

Emit Flesti: No puedo hacer nada al respecto».

La ambivalencia que Emit Flesti afirma en su diálogo con Cassiel sobre el tiempo la produce el hecho de que el personaje de Willem Dafoe surca ambas aguas, ambas dimensiones. El tiempo para él es finito mientras es humano e infinito mientras no lo es.

Hasta ahora hemos visto de cerca la evolución de tres ángeles que se convirtieron en humanos dentro de las películas de Wenders. Ellos son Peter Falk (de quien no se ve la conversión pero se deja saber que fue otrora ángel); Damiel, de quien narramos al comienzo su historia y feliz término con Marion; y Cassiel, cuya vida como Karl Engel fue prácticamente efímera y muy insatisfactoria. Entre ellos coincide el tiempo; primero como infinito y después milimétricamente invertido en lo que ellos quisieron. Pero es en la historia de Cassiel que Wenders pone la lupa en lo doloroso y desolador que puede resultar el tiempo en nuestras vidas si no lo aprovechamos como es debido. También la astucia cuenta pero en síntesis y retomando a Emit Flesti en el diálogo anteriormente citado: “Nosotros somos los creadores del tiempo… las víctimas del tiempo y los asesinos del tiempo”.

Cada quien vive su tiempo como vive su vida. En edad temprana podemos no tener idea del tiempo o desear que pase rápido, como lo relata el poema escrito a manos de Damiel, en la adolescencia ya no nos importa el tiempo, pero en la edad adulta nos asombra lo rápido que avanza, como lo muestra el diálogo anteriormente citado entre Emit Flesti y Cassiel.

Vamos, pues, en el momento que estemos de nuestra vida, a aprovechar nuestro tiempo en pro de nuestros propósitos y objetivos. No desperdiciar una vida es no desperdiciar el tiempo. El tiempo es riqueza inmaterial y material si sabemos emplearlo en las acciones adecuadas para nuestras metas. El tiempo es movimiento. El tiempo puede ser un piso estable si no es movedizo (en caso de perderlo). El tiempo puede ser una invitación a vivir a plenitud. Haz del tiempo tú ímpetu y una corazonada a favor. Que el tiempo sea tu fortuna, tu tesoro siempre.


*Marla Rojas es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Central de Venezuela. Trabajó en áreas como la Comunicación Corporativa, la producción audiovisual y publicitaria, en la revista Tu Turno y el tabloide Primera Hora. Es coautora del libro Barinas: tan imaginaria y tan real (2014). En la actualidad, escribe poemas, crónicas y ensayos para su blog: Habitante Plural.