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El sacramento de la guerra, novela de Ricardo Bello

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El héroe de la novela de Ricardo Bello no lo sabe, pero esa búsqueda de identidad, como hemos dicho, debe leerse como la dilatada crónica de una huida. Daniel Toledo no se siente bien en la compañía de su otro yo, acaso el verdadero, y huye. En Siria, de la misma manera que hizo en Israel, se entrega al estudio de las tradiciones islámicas, aprende árabe y llega a leer Corán. Si antes había legitimado su adhesión a las tradiciones hebreas haciéndose soldado y combatiendo en una guerra, en Siria lo hará de una manera más pacífica, contrayendo matrimonio con la hija de su mentor y maestro”

Por ALEJANDRO OLIVEROS

Ricardo Bello es uno de los escritores más estimulantes de la literatura venezolana contemporánea. Uno de esos autores que provoca en el lector la sensación de que el asunto ha sido escrito especialmente para él. Y que sin su opinión el libro no habría sido escrito. Y ha sido siempre así, desde su primera ficción hasta su original estudio sobre Pascal y Lezama Lima, o el diario de lecturas publicado con el nombre provocador de El año del dragón. Porque Bello ha hecho de la autobiografía una especie de juego especular en el cual, uno como espectador, participa y se refleja, de cuerpo entero, o con unos rasgos apenas. La suya, además, es una rara conjunción de ensayista y novelista. Cuando escribió los comentarios de El año del dragón uno sentía que la reflexión rozaba la ficción. Así como uno percibe que está rozando los dominios de Montaigne cuando escribió su más reciente novela, El sacramento de la guerra.  A ella  ha dedicado los últimos siete años, porque se trataba de una “work in progress”, actualizada hasta el momento de su publicación por Editorial Kalathos en 2024. Como toda novela que se respete, la de Bello es varias cosas: Bildungsroman, novela bélica, libro de aventuras como los de Lawrence de Arabia o Nogales Méndez, de denuncia política, de búsqueda interior y, sobre todo, la crónica de una larga huida. Porque, en efecto, aparte de la búsqueda de una identidad, extraviada en una fecha tan lejana como la que marca la expulsión de los sefardíes de España, la novela es, en verdad, el recuento de un gran escape. El protagonista, un joven judío caraqueño de ambigua procedencia (la madre era cristiana), decide un buen día emprender la huida de sí mismo. Es el comienzo de un accidentado itinerario que lo verá involucrado en las más insospechadas peripecias. No es improbable que haya sido el único venezolano de nacimiento en haber participado como soldado israelí en la guerra del Yon Kipur. Una empresa que daba coherencia y legitimidad a su voluntad de integrarse a la tradición religiosa de sus lejanos antepasados. Después de estudiar en la universidad de Tel Aviv y de profundizar en las tradiciones religiosas de su nuevo país —el definitivo, el único y original—, Daniel Toledo, el nombre del protagonista, a una edad imprecisa, pero muy joven, se alista en el ejército y es enviado a combatir a los sirios en las alturas del Golán. Daniel dejó Caracas huyendo de sí mismo, un yo persecutorio que animará esta primera, pero para nada última de sus aventuras. Como decía, no es improbable que haya sido el único venezolano de nacimiento en participar del lado israelí en esta guerra. Lo que sí es seguro es que fue el único en caer en manos de los sirios, llevado a prisión e interrogado, y torturado por un oficial que resultó ser su contemporáneo y compatriota. Siria, en una versión del síndrome de Estocolmo, terminará siendo el escenario de una nueva etapa de este gran escape. Se escapó de su yo en Venezuela para irse a Israel, de donde escapará de ese yo para irse a Siria y convertirse al Islam. “Huyo de mi doble”, es el título de una narración de Baica Dávalos donde, no sin humor, refiere un episodio protagonizado por su doppelgänger, esa figura de la psicopatología romántica que se manifiesta en la aparición reiterada y persecutoria de nuestro doble, ese otro yo que todos guardamos en las gavetas inferiores de la psique. El héroe de la novela de Ricardo Bello no lo sabe, pero esa búsqueda de identidad, como hemos dicho, debe leerse como la dilatada crónica de una huida. Daniel Toledo no se siente bien en la compañía de su otro yo, acaso el verdadero, y huye. En Siria, de la misma manera que hizo en Israel, se entrega al estudio de las tradiciones islámicas, aprende árabe y llega a leer Corán. Si antes había legitimizado su adhesión a las tradiciones hebreas haciéndose soldado y combatiendo en una guerra, en Siria lo hará de una manera más pacífica, contrayendo matrimonio con la hija de su mentor y maestro.  El joven venezolano aparenta haber llegado a la armonía, trabaja en el campo, lee el Corán, reza cinco veces al día y de noche descansa, acompañado por la piel de su joven esposa, tan morena como describe Machado la de su amada Guiomar.

No obstante, la huida del gran huidor no ha terminado ni terminará jamás. Y así, de manera inesperada, es rescatado, secuestrado en este caso, por el ejército israelí, que lo entrega a los padres que han llegado de Caracas a Tel Aviv a buscarlo. En su huida sin fin, nuestro héroe regresará a Venezuela, en lo que parecía el cierre del círculo de la aventura heroica. Pero Daniel no es Ulises, escapando de Troya para llegar a Ítaca, o Eneas para llegar a Italia y fundar Roma. Por fortuna para los héroes clásicos, la disociación no era uno de los signos de su personalidad. Ulises o Eneas son uno, el personaje de El sacramento es dos, él y su inevitable doble. Esta pulsión autodestructiva sólo puede ser superada con la ayuda de Eros, la única manera de vencer la tentación de Tánatos, por aquello de que vincit omnia Amor. La erótica es una mística en la que se reúnen los opuestos. Lo saben los santos y los amantes. Daniel participa en la experiencia religiosa, primero hebrea y luego musulmana, sin llegar al misticismo, sin embargo. Tampoco podrá profundizar en la vía amorosa, por el inoportuno rescate que lo separaría para siempre de la amada. La huida del protagonista, que lo llevó a las alturas del Golán y más tarde a Alepo, lo regresará a su natal Venezuela. Pero ya no a las comodidades de la vida burguesa de sus adinerados padres, sino lejos de la civilización, a una barbarie no distinta a la del Gallegos de Doña Bárbara. No distinta, sino peor. Una barbarie ideologizada, que puso la política al servicio de los peores intereses. Allí, en el paisaje de una hacienda colonial dedicada al cultivo del café, Daniel irá dejando atrás al Daniel de Israel y Siria para continuar con un escape que se ha convertido en la esencia de su existencia. No obstante, la empresa del huidor es agotadora. Y Daniel, no importa lo joven, lo siente. En su huida los sueños han comenzado a fundirse con la realidad. El pasado no termina de pasar y el futuro ya pasó. Una vez más, piensa el protagonista en el consuelo religioso. Ahora se interesa en las posibilidades del cristianismo. Sus lecturas del Corán han dado paso a la de los padres de la Iglesia, que discute con un nuevo amigo, Santiago, el sacerdote de una parroquia vecina. Las aventuras nunca abandonan al verdadero héroe y el de Bello no es la excepción. Robos, asesinatos, secuestros y las amenazas internas, de un gobierno que lo considera un enemigo; y las externas, de unas autoridades sirias que lo consideran un traidor. La huida continúa, siguiendo los ominosos caminos del destierro:

Y así, una vez más Daniel tuvo que apartarse, siguiendo el ejemplo de tantos venezolanos que huyeron y se irían del país. Algunos, los más, por hambre o necesidad; otros al ser perseguidos políticos, y un tercer grupo, como el caso del joven Toledo, porque no tenía la mejor idea de qué era lo que estaba pasando. Sin saber a dónde iría ni que haría en el lugar donde se le diera acogida.

La huida de Daniel lo llevará finalmente a Sevilla, a cerrar el círculo que se abriera con la expulsión de sus antepasados sefardíes de la ciudad del Guadalquivir. Allí descubrirá que todas las huidas tienen un fin, incluso la suya.

El sacramento de la guerra, de Ricardo Bello, no es sólo la historia de un desencuentro. En su última sección, es una nueva historia de un venezolano de la decadencia. La expresión, como se recuerda, es de José Rafael Pocaterra, y la utilizó para referirse a los tiempos oscuros de la dictadura de Juan Vicente Gómez durante las primeras décadas del siglo XX. En este caso, acudo a ella para referirme a las descripciones que hace Bello de la Venezuela acosada por la revolución bolivariana durante las primeras décadas del siglo XXI. Su protagonista, el inquieto Daniel Toledo, ha ido a parar a una hacienda colonial de su familia, donde se producen cítricos y café en el más indigente de los tiempos. Precisamente aquel en que las autoridades decidieron expropiar una cantidad de hatos y haciendas en plena producción para entregarlos al descuido y la ruina. Algunas propiedades fueron expropiadas, otras ocupadas y otras negociadas o robadas bajo la amenaza de las autoridades. El campo venezolano se ha convertido en una de las zonas más peligrosas de Latinoamérica. Los secuestros, las extorsiones, amparados por los cuerpos policiales o el ejército eran inevitables. Toledo se libró de uno de estos ataques gracias a su entrenamiento en el ejército israelí. Pero no todos contaban con esas habilidades y se verían obligados a hacer las maletas, recibir lo que les quisieran dar y marchar al exilio. El mismo destino del protagonista de Bello, a pesar de sus habilidades defensivas. Las descripciones del criminal abandono de la actividad agrícola que se leen en la novela refieren una situación no sólo injusta sino cruelmente absurda. ¿Sin la producción agropecuaria cómo se puede mantener una población? Hay dos soluciones siempre. Una, adquirir lo necesario en el exterior, para lo cual son necesarias ingentes cantidades de divisas que la administración ha desviado para inconfesables fines. La otra es reducir la demanda. Es la que decidió el gobierno revolucionario. No ha sido necesario ningún gasto para estimular la salida del país de más de 10 millones de eventuales consumidores. En esas condiciones, nuestro personaje decide que es hora de dejar atrás ese yo que casi lo alcanza en las alturas de los Valles Occidentales de la provincia venezolana. En esencia, Daniel Toledo es como el héroe trágico de Hegel. No importa lo que decida, quedarse o irse. El desenlace siempre será el mismo. El sacramento de la guerra se cuenta entre las novelas más importantes publicadas en Venezuela en lo que va de siglo XXI. Una lectura urgente para conocernos mejor, y tratar de entender lo que está pasando en el distante país natal.

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