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El rostro

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Por ELISA LERNER 

La súbita muerte de Cabrujas me lleva a contemplar la foto que le hizo Vasco Szinetar, quizá, en los tiempos finales del Nuevo Grupo. Me aferro a la foto como una viajera perdida que se refugia en su guía Michelin. El rostro de una persona que no veremos más es como las monedas, de diverso tamaño y espesor, de un país al que, seguramente, no iremos de nuevo. Desde la foto que tomó Vasco, miro a un hombre mediterráneo que empieza a cultivar un maduro jardín introspectivo en el bigote denso, viril.

En los retratos de prensa del Cabrujas de los últimos días, fascina la abundosa, anacrónica cabellera. Magnífica, ensortijada cabeza, como un proscenio, llena de aventuras y proyectos, y sin hados pacientes para recibir el talco benéfico de los años.

En la vida diaria no era fácil llegar a la mirada del escritor. Unos pesados párpados de dromedario daban paso a miradas, aparentemente, veladas. Es el rostro, entre otros muchos de Cabrujas, que arrebató a las fidelidades (o infidelidades) del recuerdo: un hombre, aún en excelente edad de vida, al que lo hacía muy feliz el éxito.

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