Por ISAAC NAHÓN SERFATY
En Venezuela hay autores que incomodan. Ya pasó con Francisco Herrera Luque por su tesis de la huella perenne, en la que argumentaba (como psiquiatra que fue) que había en la carga genética de los conquistadores venidos de España una pulsión psicopatológica violenta que marcó la conducta de los mestizos que surgieron de la mezcla entre españoles, aborígenes y negros esclavizados. Herrera Luque quiso probar su tesis con estadísticas sobre el crimen en Venezuela, el perfil de los criminales, y las características psicopatológicas de los conquistadores y sus acompañantes en la aventura americana. Aunque se le pueden hacer muchas críticas al argumento de Herrera Luque (por ejemplo, su determinismo genético), no es menos cierto que su libro La huella perenne (1969) y otros de sus escritos pusieron el dedo en una llaga que los venezolanos preferíamos no tocar: la genealogía de la violencia que ha marcado y sigue marcando nuestra historia.
Carlos Lizarralde ha hecho algo similar en su reciente libro en inglés Venezuela’s collapse: The long story of how things fell apart (Codex Novellus, 2024). Ha metido el dedo en otra llaga: la del resentimiento como motor de la historia. Es una detallada investigación que va a los orígenes étnico-demográficos de lo que fue el territorio conquistado y colonizado por españoles que después sería la Capitanía General de Venezuela. Bajo la influencia de la ideología de la pureza de sangre importada desde una España obsesionada por la presencia de “impuros” de cripto-judíos y cripto-moros, se generó en la naciente Venezuela un sistema de castas que, según Lizarralde, nos dejaría como herencia más reciente los barros del chavismo resentido.
El hilo conductor del libro de Lizarralde es la emoción negativa que mueve a líderes y multitudes que, después de haber sufrido explotación y humillación, ejecutan su revancha sin miramientos. ¿Contra quién se vengan? Contra todos los que representan a sus ojos el orden que producía beneficios para unos pocos y males para muchos. Uno le podría criticar a Lizarralde que su visión es demasiado simplista, que plantea una forma de lucha de clases aderezada con explicaciones psicosociales y antropológicas. Pero el libro está repleto de pruebas de que su tesis sobre el resentimiento tiene asidero en el desarrollo histórico de lo que hoy todavía conocemos como Venezuela. Así lo probarían, entre otros, las revueltas de esclavos, las coaliciones puntuales entre aborígenes y negros contra los amos blancos, la guerra civil que fue la gesta de independencia con su ejemplo más violento en los llaneros encabezados por José Tomás Boves, incluso el realineamiento de fuerzas cuando Bolívar entendió que debía incorporar al “pueblo pardo” a la lucha contra España (y para ello invocó el liderazgo del catire José Antonio Páez). Sigue la historia con la guerra federal, las luchas entre caudillos, hasta que Castro y Gómez logran pacificar al país. Se va abriendo, especialmente con el inicio de la explotación petrolera, una nueva era donde se ponen los cimientos de las instituciones democráticas.
Rómulo Betancourt, escribe Lizarralde, creyó que el factor “étnico-racial” (y su resentimiento derivado) se podría superar cuando las mayorías salieran de la marginalidad, tuvieran mejor salud y educación, y se incorporaran al proceso de decisión política. Sabía el fundador de Acción Democrática que para lograrlo hacía falta una base material, construir una infraestructura pública y redistribuir los ingresos petroleros. En otras palabras, para acabar con el odio de los más pobres había que apoyarse en un Estado que, por las taras del clientelismo, se fue convirtiendo en una maquinaria obesa, en burocracia, dinero y discrecionalidad en la aplicación de las políticas. Eso terminó por corromper a los partidos dominantes y a la sociedad en su conjunto, especialmente a una clase empresarial parasitaria, lo que dio cuenta de los 40 años de república civil. El autor de este estudio nos dice que esos años fueron solo un paréntesis. Al irse desmoronando la confianza de las mayorías en la clase política, el atávico resentimiento volvió a asomarse y encontró en Hugo Chávez la figura en la que encarnó de nuevo la venganza, en la misma línea de las otras venganzas a lo Boves o a lo Zamora.
Lizarralde nos muestra cómo el chavismo, desde la revancha, ha ejecutado su tarea de desmantelamiento de las instituciones que representaban la esperanza de una Venezuela “civilizada” (volveremos sobre este punto). Su libro se detiene en 2019. Esos primeros 20 años ya han dejado suficientes evidencias de la vocación destructora de Hugo Chávez, Nicolás Maduro y la cleptocracia que se ha apoderado del Estado venezolano. Han destruido la educación pública en todos los niveles, hoy severamente golpeada en su cantidad y calidad. La industria petrolera, una Pdvsa convertida en un caparazón corroído por la corrupción y la ineficiencia. También la fuerza armada, la tribu armada al servicio de una parcialidad donde la disidencia se castiga con presidio, tortura y asesinato. Y así se podrían citar tantas otras instituciones desmontadas con alevosía: el poder judicial instrumentalizado para perseguir opositores y saldar cuentas internas en la mafia gobernante, la caricatura parlamentaria de la Asamblea Nacional, y muchas más.
La clave estética
Lizarralde, como estudioso de la literatura, encuentra en dos novelas la sustentación de su tesis sobre el resentimiento: Las lanzas coloradas (1931) de Arturo Uslar Pietri y Doña Bárbara (1929) de Rómulo Gallegos. Ambos textos, escritos por dos autores muy disímiles en sus concepciones sociales y políticas, dan cuenta de un país donde la furia de la “barbarie” va moldeando su devenir. En la novela de Uslar se trata del trasfondo étnico-racial de la sangrienta guerra civil que fue la independencia. En la de Gallegos es la resistencia, desde el poder del resentido (especialmente de la resentida Bárbara), a los intentos de modernización.
Lizarralde va más allá de la ficción novelada para darnos otras claves estéticas que han marcado la historia más antigua y más reciente de Venezuela. Ha habido siempre, nos dice, una recuperación de lo “popular” en su versión más kitsch (pavosa diría Aquiles Nazoa) por parte de cualquiera que pretendiera dirigir a esas multitudes pardas: lo hizo a su manera Páez, el general llanero por excelencia, pero también Acción Democrática con su creación del “típico” venezolano Juan Bimba (liquilique blanco y sombrero de paja incluidos), y sin duda Hugo Chávez con su capacidad de fabulación (con elementos mitómanos) en sus largas cadenas de radio y televisión. El autor observa también cómo el maná petrolero, antes y ahora, ha generado una estética del consumismo ostentoso, tanto en la época del “ta’barato” de los años 70 del siglo XX, como ahora cuando los nuevos ricos del chavismo exhiben sus autos de lujo y costosos accesorios de marca (vean los relojes de la cúpula del gobierno de Maduro).
La modernidad no pasó en vano
Si algo se le puede criticar al libro de Lizarralde es que solamente se enfoca en los signos más sobresalientes de la decadencia venezolana; el empobrecimiento de la mayoría de las personas, las grandes olas migratorias (nunca antes vistas en Venezuela, más allá de la migración a Oriente durante el ocaso de la segunda república) y la demolición de lo que fue un estado imperfecto pero reformable (lo intentó la COPRE —Comisión para la Reforma del Estado— a medias). Al leer el libro de Lizarralde, uno tiene la impresión de que la devastación chavista no ha dejado nada de lo que, con deficiencias, se logró en los tiempos de la democracia civil.
Es allí donde difiero con Lizarralde. Si bien la modernidad llegó tarde y fue modernidad a medias, sí tuvo un efecto en la mentalidad venezolana, mentalidad que no solo se puede explicar por el resentimiento de las mayorías excluidas o el elitismo excluyente de un grupo minoritario. La democracia dejó sembrada en el venezolano una aspiración que ni siquiera el chavismo-madurismo ha podido eliminar totalmente. De hecho, Chávez y Maduro tuvieron que seguir escenificando el juego de las elecciones y ciertas formas “institucionales” (claro que vacías de respeto a la ley y de separación de poderes), no solo porque debían responder a presiones externas, sino a un legítimo deseo de los venezolanos de participar en el proceso político.
Eso se constata hoy día en la sorpresiva movilización social que ha producido el liderazgo de María Corina Machado, una mujer de origen pudiente, blanca, de “apellido”, representante de la antípoda étnico-racial que promueve el chavismo. Claro que Lizarralde cierra su análisis de la devastación en 2019, donde todavía no estaba claro si había una alternativa al régimen de Maduro et al. Pero lo que vemos hoy es un reflejo de un proceso más profundo de frustraciones y aspiraciones de los venezolanos ante el retroceso de los últimos 25 años. Es una huella libertaria que no ha podido borrar la era del resentimiento que se inauguró en 1989 con los disturbios del “Caracazo”.
Hay otro factor que apoya la tesis de una modernización a medias. El petróleo, con sus muchas lacras (el “excremento del diablo” según Pérez Alfonzo, uno de los padres de la OPEP), permitió que el venezolano, con diferencias obvias entre sectores sociales y geográficos, aspirara a más modernidad y no a menos. El chavismo, aunque invocó la vieja pulsión del odio destructor, no ha podido reeducar totalmente a las mayorías en su afán de volverlas súbditas sumisas y empobrecidas mientras que el “nuevoriquismo” les restriega sus millones en la cara. La aspiración de las mayorías de tener más en lo material y en lo simbólico está allí, aspiración que es un obstáculo que el “socialismo del siglo XXI” no podrá remontar en su deseo de permanecer en el poder por los siglos de los siglos.
Lizarralde ha escrito un libro necesario que nos deja una advertencia. La pulsión de odio no desaparecerá cuando se restablezca la democracia en Venezuela (un proceso que, si se llegara a dar, será tortuoso). Cualquier oportunista sin escrúpulos podrá explotar de nuevo el resentimiento. Además de una cuidadosa reconstrucción institucional, se necesitará una verdadera política de inclusión para mejorar la vida de millones de venezolanos defraudados por el chavismo. Será la única forma de aplacar ese resentimiento.
*Venezuela’s collapse. The long story of how things fell apart. Carlos Lizarralde. Codex Novellus, 2023.
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