Por ALBERTO FERNÁNDEZ R.
Un gran altar a la naturaleza o, como lo precisa su creadora, “un tributo a la vida”. Así podría definirse Pulse, la última instalación de la artista venezolana Claudia Bueno. Una obra que se inscribe perfectamente en la más antigua tradición artística, pues la representación del entorno, la aprehensión de lo que rodea al ser humano, ha sido uno de los grandes impulsos del arte desde la prehistoria. Y, sin embargo, se presenta totalmente contemporánea, utilizando los códigos propios de este tiempo y, sobre todo, atendiendo a una problemática actual. Porque la relación con la naturaleza, si bien ha sido un tema capital desde tiempos remotos, se revela vigente, más ahora que son mayores y concluyentes las evidencias que indican que su destrucción ponen en riesgo a la misma humanidad.
Esta instalación consiste en crear lo tridimensional desde lo bidimensional. Es una gran animación —en la que se mezclan dibujo, luz y efectos sonoros—, o una pintura en tercera dimensión, que proporciona al espectador una experiencia inmersiva casi tan conmovedora como la contemplación directa de la naturaleza. Ese carácter inmersivo vuelve a conectarla con la prehistoria, en el sentido que los artistas de entonces pintaron en las cuevas de tal modo que podría pensarse que dichas obras los abrazaban, que en cierto sentido también quedaban inmersos en ellas.
Concretamente, en colaboración con un equipo de mujeres, Bueno dibujó a mano una serie de formas libres sobre 60 paneles de vidrio, que son la base de la animación. Como si fueran capas, dichos paneles se han superpuesto en el espacio expositivo de tal manera que, en la medida en que un sistema de luces va iluminando algunos fragmentos de vidrio, esas formas libres adquieren movimiento, de ellas van emergiendo una serie de organismos que remiten tanto al reino vegetal como al animal. Todo esto acompañado de una banda sonora que intensifica el efecto envolvente, en cierto modo meditativo, de la pieza.
De esta manera, la artista le toma el pulso a la naturaleza. Su obra es una gran señal de vida, que a su vez ante quien la experimenta hace sensible el etéreo ritmo orgánico que mueve al mundo. “Hay un centro, un útero, que irradia toda la sala y representa esa fuente universal de energía que alimenta la vida de todos los seres”, explica Bueno. Todo esto se relaciona con la sensación de movimiento que se desprende de ella; los cuerpos se pliegan y despliegan en el espacio, están en proceso, en continuo crecimiento. No es cualquier movimiento; como toda la instalación, presenta un carácter rizomático, de acuerdo con el concepto desarrollado por los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari. Es abierto, sin jerarquías, ni subordinaciones.
Es difícil saber con exactitud qué seres salen de la imaginación y las manos de Bueno; si son algas, árboles, corales, bacterias o una simbiosis de todos ellos. Esta interesante ambigüedad tiene que ver con el proceso de construcción de la imagen. La artista parte de formas simples y profunda expresividad, que emplea como si fueran patrones seriales. Unos patrones que se repiten y multiplican —como si se tratara de los fractales de la naturaleza— en el soporte, variando en tamaño y conjugándose entre sí, para de esta manera dar vida a estos organismos.
No es casual que la idea inicial de los patrones, que son el fundamento de toda la instalación, tenga su origen en la misma naturaleza, en la experiencia directa con dos ecosistemas únicos en Estados Unidos. Bueno comenzó a trabajar en la pieza tras visitar el Parque Nacional Yellowstone, entre los estados de Montana e Idaho, donde quedó fascinada por los microorganismos que crecen libremente en los cuerpos de agua; y el Parque Nacional del Grand Teton, en Wyoming, donde le llamó la atención esa sensación de inmensidad tras enfrentarse a tan imponente paisaje. Estos aspectos, las formas de los microorganismos y la sensación de inmensidad, los extrae de sus contextos y con ellos configura un nuevo ecosistema que, aunque imaginario, es extrapolable a otros extraordinarios parajes naturales del planeta. Ahí radica, en parte, la facilidad de las audiencias de conectarse con la obra.
Pulse podrá visitarse como parte del evento Meow Wolf, que abrirá sus puertas este jueves 18 de febrero en Las Vegas. Nada más contrastante, y en ese sentido oportuno. Por qué no pensar la obra de Claudia Bueno como una suerte de oasis en medio de esta ciudad famosa por su acelerada vida nocturna, con sus enormes casinos y complejos hoteleros de concreto y luces de neón. Si, en el fondo, esta instalación a lo que apunta es a señalar esa indispensable conexión del ser humano con el planeta. “Mi esperanza —concluye la artista— es que Pulse devuelva a los visitantes ese sentimiento de regresar a casa, que surge cuando somos capaces de ir más allá de nuestras individualidades y conectar con una expresión de vida mucho más grande”.