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El profesor Antonio Cova

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Por RAMÓN PIÑANGO

Es grato escribir sobre un gran amigo, a pesar de  que ya no esté con nosotros. Lo es porque el recuerdo nos alegra. Pero no es tarea fácil aunque lo hayamos conocido muy bien. Sin percatarnos, se nos puede escapar algo relevante. Tendemos a recordar lo que, a nuestro parecer, es particularmente significativo o lo que, por alguna razón, privilegiamos cuando hablamos de un familiar o algún amigo cercano. Después de todo hablamos desde nuestras percepciones. Además, el sesgo positivo es inevitable cuando nos referimos a una persona querida apreciada por muchos.

En 1960, Antonio se graduó de comunicador y  en 1961 de sociólogo  en la Universidad Central de Venezuela. En 1966, obtuvo la Maestría en Sociología en la Universidad de California, Berkeley. En esos años en Estados Unidos presenció la protesta social y política contra la guerra  en Vietnam que comenzó en esa universidad y repercutió  en muchas partes del mundo.

Conocí a Antonio hacia finales de los años sesenta, cuando comencé a estudiar sociología y él concluía la licenciatura en la misma carrera. Coincidimos en reuniones de estudiantes que, sin pertenecer a ningún partido político, apoyábamos la democracia que renació en 1958. Recién graduado en sociología, Antonio  se incorporó como  profesor de historia de las instituciones en el segundo año de sociología en la Universidad Católica Andrés Bello; así fui su alumno.

Dos palabras bastan para expresar, con  precisión, lo que Antonio Cova era como profesional: excelente profesor. Sus prácticas docentes respondían a este principio de Sócrates: No puedo enseñar nada a nadie, sólo los puedo hacer pensar.

El agudo observador

Sin duda, dominaba la literatura fundamental en sociología. Muchos años después de haber sido sus alumnos, aún recuerdan sus disertaciones sobre autores clásicos como Max Weber, Talcott Parsons y Robert Merton. Lo recuerdan porque, como pocos, lograba que pudieran vincular las propuestas de esos autores con la dinámica social de la cual  eran parte.  Lo hacía con absoluta facilidad porque era un agudo observador de la cotidianidad en la cual estamos sumergidos y despertaba en otros la disposición y capacidad para escudriñar tradiciones, hábitos y costumbres, rasgos sociales que, por ser omnipresentes, suelen ser tomados por obvios o insignificantes.

En rigor, podemos decir que Antonio era un  antropólogo social de su propia cultura. Por eso, con frecuencia, se refería a  conductas muy concretas como anhelos, aspiraciones, costumbres, vocabulario, modismos, chistes y maneras de interactuar de diferentes grupos, generaciones o estratos sociales.

El comunicador efectivo

Con gran facilidad, Antonio captaba la atención de su audiencia como profesor, conferencista o entrevistado por radio o televisión. Hablaba con especial habilidad para llegarle a la audiencia a que se dirigía, se hacía entender por grupos o personas con orígenes sociales o profesionales diferentes. Hablaba como sociólogo con personas o audiencias con alguna formación en ciencias sociales. Pero, al dirigirse a otras audiencias sin esa formación o sin formación universitaria, también se hacía entender con facilidad. Unas cuantas veces me percaté que, al hablarle a esas audiencias, tenía en mente nociones o planteamientos de la sociología, pero los aplicaba con particular eficacia al tema tratado sin utilizar tecnicismos o jergas propias del especialista. Observé que sobre un mismo tema podía despertar el interés de los estudiantes de sociología en la UCAB, el de los ingenieros que cursaban la maestría en administración en el IESA o a la muy amplia y diversa audiencia de un programa de radio o televisión. En todos estimulaba la reflexión sobre la cotidianidad de cada quien o sobre lo que ocurría en el país.

Venezolano a carta cabal

Sin duda, en sus análisis la  realidad de su país y la preocupación por el futuro ocupaban un lugar muy especial en su pensamiento. Por eso con frecuencia lo invitaban a dar charlas y  entrevistas sobre el país, ocasiones en las cuales hablaba con argumentos expuestos con no disimulada emoción… lo que hacía aún más convincente su argumentación.

El generoso intelectual

La conducta de Antonio respondía a esta exigencia, expresada de manera tajante, por Miguel de Unamuno: Es detestable esa avaricia espiritual que tienen los que, sabiendo algo, no procuran la transmisión de sus conocimientos.

Testimonios de sus alumnos

Esa generosidad, de la cual muchos fuimos testigos, es reconocida en  los siguientes testimonios, por demás significativos, de varias generaciones de sociólogos egresados de la Universidad Católica Andrés Bello:

José Mayora, promoción 1971:

¿Antonio Cova era profesor o amigo? Dilema difícil de elucidar. Fui su alumno en un momento en el cual  las ciencias sociales eran, para mí,  una aproximación intelectual de alto coturno. Nunca imaginé que después de ese encuentro, y gracias a su generosidad intelectual, estas ciencias se me transformarían en una manera de ser: de observar, de escuchar  y de expresar. Pero su docencia no se quedó allí, dio un paso más y se transformó en una eterna amistad, en la que nunca dejó de ser docente. Los verdaderos docentes nunca se olvidan, porque nunca olvidas todo lo que aprendiste, a través del amigo.

Luis Luengo, promoción 1988:

Cova era un apasionado por su país. Eso sí, lejos de posturas chauvinistas o localistas, al contrario fue un intelectual que siempre tuvo la mirada en el contexto global, no concebía un análisis de la realidad nacional que dejara por fuera las influencias mundiales y  siempre estaba ávido y al día sobre corrientes, teorías y trabajos producidos en los principales centros del conocimiento. No concebía el estudio de la sociedad venezolana desde una postura aséptica o pasiva, cual documentalista de la vida salvaje, al contrario, investigaba, analizaba y participaba con ánimo de incidencia. En términos deportivos, “sudó la camiseta”. Tuvo entonces la oportunidad de conjugar en su quehacer cotidiano (algo que pocos logran),  conocimiento, enseñanza y el anhelo de aportar en la construcción de un mejor país. Fue un profesor que trataba denodadamente que sus alumnos lograran su potencial con una gran generosidad, siempre presto para las consultas y orientaciones, las lecturas compartidas y los debates formativos. Gracias por tanto, profesor.

Sandra Yajure, promoción 1999:

Recuerdo claramente en mis primeros años de universidad que estudiantes de otras carreras entraban al salón  para escuchar sus clases magistrales de Sociología I o II… Eran clases donde siempre colocaba en contexto las teorías de los grandes pensadores franceses o ingleses o norteamericanos.

Carlos Peña, promoción 2013:

Sin saberlo o quizás sabiéndolo perfectamente, lograba sedimentar el conocimiento que impartía en sus clases a punta de risas, chistes, anécdotas. Y es que recordar sus ejemplos nos transporta inmediatamente a los textos de Weber, Durkheim, Marx, Parsons, Merton. Es que indudablemente, quizás sin darnos cuenta, con cada risa que nos lograba sacar, iba esculpiendo a la vez con mano fina a los profesionales del futuro, iba dejándonos secretamente su legado, iba moldeando pacientemente a la Venezuela que soñaba con ver e impartiendo con seguridad la fuerza de su conocimiento.

Hiciste con el don de tu oratoria todo lo que te propusiste. Ahora tienes incontables nietos que van como los apóstoles pregonando tus enseñanzas. Queda de parte de nosotros recordarte de la manera que más te hubiera gustado, haciendo de las ciencias sociales una forma de vida tan única que nos moviera a decir, con firmeza, que si volviéramos a nacer, sin dudarlo, volveríamos a ser sociólogos, industriólogos. Volveríamos a ser tus alumnos. Gracias por todo y por tanto.

Por su fecunda trayectoria como profesor, reflejada en testimonios como estos, no hay duda de que el mejor homenaje que le podemos hacer a Antonio es reconocerle que fue un excelente maestro comprometido con su país.


*Ramón Piñango es sociólogo, Universidad Católica Andrés Bello (1965). Maestría en la Universidad de Chicago (1967). Doctor en Educación de la Universidad de Harvard (1981). Profesor emérito del IESA, donde se inició en 1979.  Coautor con Moisés Naím de El caso Venezuela, una ilusión de armonía. Coeditor con Asdrúbal Baptista y José Balza de Suma del pensar venezolano. Fundación Polar. Premio Henrique Otero Vizcarrondo,  El Nacional, 1996. Artículo: “Un país sin élites”.

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