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El ojo del jardinero

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Por BEATRIZ SOGBE

I

Desde la era glacial temprana —en las cuevas de Altamira y en Lascaux— hasta nuestros días, siempre había alguien que se detenía a mirar. Lo cierto es que no se sabe con certeza quién fue el primer crítico de arte. Pero sabemos que desde las leyendas griegas existían personas que se detuvieron a observar y analizar.

El alemán Johann Joachim Winckelmann (1717-1768) es considerado el fundador moderno de la historia del arte y de la arqueología. Estudió medicina que no finaliza y tras años de estudio se convierte en un experto en arquitectura de la antigüedad y el principal teórico del movimiento neoclásico del siglo XVIII. Se aparta radicalmente del estudio de la vida de los artistas —como lo hizo Vasari en su tiempo— y se dedica a estudiar, de manera racional, las artes antiguas, griegas y romanas. En ese estudio se da cuenta de dos cosas que cambian la mentalidad de analizar el arte. Primero, reconstruye los textos antiguos y analiza severamente la obra de los escultores para entender que las obras —en su contexto— pertenecen a ciclos diferentes de producción. Luego que las tendencias del arte tienen un desarrollo. Que estas tienen un inicio, un clímax y, finalmente, una decadencia. Y que este ciclo se repite en todas las tendencias. Finalmente, hace un análisis crítico —por vez primera— de la escultura griega y romana. Esto lo deja señalado en su obra más importante: La historia del arte de la antigüedad, de 1764.

La obra de Winckelmann será superada y ampliada por Alois Regel,  Heinrich Wolfflin, Aby Warburg, Erwin Panofsky, E.H. Gombrich, Giulio Carlo Argam o Kenneth Clark. Luego vendrán otros. Y vendrán muchos más. Porque el tema nunca se agotará mientras exista el arte. Y la misión del arte y la crítica es estar, permanentemente, en  revisión. Cada vez aparecen  nuevas pistas del pasado —que desconocíamos— y eso cambia puntos de vista que permanecían equivocados. Eso es lo que hace fascinante el tema. Nunca será estático.

II

Finalizada la Segunda Guerra Mundial se creó la ONU. Y como una filial de esta se creó la Unesco, siglas de United  Nations Educational, Scientific and Cultural Organization. Uno de sus  principales objetivos es preservar la memoria para las futuras generaciones —vista las destrucciones ocurridas en la 1era y 2da. Guerra Mundial. Y con el objetivo de promover el arte, se organizaron, posteriormente,  dos congresos que dieron luz, finalmente, a la creación de AICA Internacional, con sede en París, el 16 de noviembre de 1945. Actualmente hay más de 71 capítulos en el mundo. Sus objetivos principales son, entre muchos otros, defender la libertad de expresión y de pensamiento. Promover las disciplinas críticas en las artes. Proteger sus intereses morales y profesionales. Igualmente, contribuir al acercamiento en todas las culturas y colaborar con los países en desarrollo.

En el año 1972 se creó el Capítulo venezolano. Desde sus inicios estos han sido sus fines y con las limitaciones económicas se han cumplido. AICA Venezuela es hoy un referente nacional e internacional. Ha sobrepasado todas las crisis nacionales. ¿Y por qué AICA sobrevivió? Porque nunca ha habido dinero. Lo único que había —y hay— es arte. Y mística. Es el triunfo del arte.  Porque el arte es como el agua, siempre busca resquicios para infiltrarse silenciosamente. También persiste por la voluntad de hombres y mujeres que, sin interés crematístico en la mayoría de los casos,  hemos dado el todo por esta institución, que no tiene sede, que no tiene nada. Es un mendigo, pero con ropaje de dignidad. Sigue gozando de buena salud y sigue sin dinero. En estos cincuenta años de AICA y en los treinta años que tengo en el ejercicio crítico lo único que puedo obsequiar son unos consejos.

A los jóvenes artistas les sugiero que sean auténticos. No busquen —en revistas y muestras internacionales— referentes. Mírense a sí mismos y den las respuestas que les diga el corazón. Busquen a los críticos —que siempre estamos dispuestos a ver sus trabajos. Y no se ofendan ante el análisis severo, que mientras más duro sea el juicio, más fácil serán la respuestas. Recuerden que a más limitaciones hay más libertad —aunque parezca un contrasentido.

A las nuevas generaciones de críticos les sugiero que lean mucho y vean todo lo que puedan. Eduquen el ojo. Escriban corto y claro. Eliminen el exceso de citas.  La gente no tiene tiempo para leer. Y escribir con sencillez no significa que se carezca de profundidad. Miren el futuro sin enceguecerse y sin dejar de analizar el pasado. Recuerden que  solo somos interlocutores y no las estrellas.

Y al público. Gracias, muchas gracias por estar ahí. Por leernos. Ustedes son la razón de ser de todo. No se dejen estafar por el mercado ficticio. Nunca dejen de analizar y tener sensibilidad.

A todos les dejo un mensaje.  Lo que mi esposo y yo —como paisajistas— llamamos el «ojo del jardinero». ¿Y que es el ojo del jardinero? Es aquel que analiza a sí mismo y ve en el jardín lo malo y no lo bueno. El que se sabe cuestionar a sí mismo. El jardinero admira la flor, pero se detiene en lo que debe sembrar, podar, abonar y fumigar. Y lo hace, sin mayores estridencias. Practíquenlo en sus vidas. Y sean tan humildes como ese jardinero que trabaja mayormente de rodillas, con sus manos, en silencio y con gran amor por lo que hace.

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