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El núcleo: el latido de El Sistema

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“El núcleo es ese espacio donde los niños llegan con sus sueños y salen transformados en ciudadanos del mundo. Ahí el violín y la batuta se convierten en herramientas para cambiar vidas. No es la música en sí la que obra el milagro: es la gente”

Por RON DAVIS ÁLVAREZ 

En el núcleo late la esencia del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles de Venezuela. Es más que un espacio físico, más que un lugar para ensayar o aprender a tocar un instrumento: es un hogar. Allí la música teje redes invisibles que abrazan y transforman. Entre atriles y partituras, se construye algo mucho más grande: la vida misma.

El núcleo no es solo un número: 443. Es la sonrisa de la señora Rosa, quien desde la cantina del Núcleo de Guarenas y Guatire estuvo siempre para todos; no solo alimentando, sino apoyando con amor y dedicación. Rosa, que un día decidió unirse al coro, transformó su voz en una más de las muchas que sostienen el sueño colectivo del maestro José Antonio Abreu. Es también el señor Horacio, quien siempre te recibía en el núcleo de San Agustín. Su presencia era como la de un faro que guiaba a los niños y jóvenes, velando por ellos con una devoción que iba más allá de sus funciones. Fue luz para todos hasta los últimos días de su vida.

El núcleo es ese espacio donde los niños llegan con sus sueños y salen transformados en ciudadanos del mundo. Ahí el violín y la batuta se convierten en herramientas para cambiar vidas. No es la música en sí la que obra el milagro: es la gente. ¡Es la comunidad! Son las hormiguitas que trabajan en silencio: el atrilero que organiza la sala con devoción; el maestro que despierta la chispa del talento en cada alumno; el coordinador que convierte el caos en armonía. Es cada ser humano que, con amor y fe, hace posible que el sueño siga latiendo.

Para mí, El Sistema es ese espacio donde se encuentran los venezolanos. Es el refugio de los niños enfrentando pobreza, de los hogares frágiles, de la falta de un plato de comida. Es ese lugar en el que, incluso cuando le faltan cuerdas a un cello, todos encuentran la forma de abrazar a la música y la esperanza. Ahí descubres que puedes lograr grandes cosas.

Y no podemos olvidar a quienes sostienen esa esperanza: los talleristas, los profesores, los directores de núcleo, los maestros de lenguaje musical y coro. Son ellos los pilares de esta filosofía de vida. Recuerdo a la maestra Tupac y hago honor a ella en cada clase que imparto en cualquier parte del mundo. Su sabiduría, su dedicación, su fe en sus alumnos, son el ejemplo que llevo conmigo. Aunque sus salarios no son dignos, sus palabras y conocimiento sí que lo son. Y en esa entrega desinteresada está la fuerza que nos lleva lejos.

El núcleo es esa mamá, como Sonia, que llevaba a su hijo a todas las clases y terminó liderando, coordinando y enfrentando retos para lograr el desarrollo de una orquesta. Es esa compañera, como Angely, que se sentó por muchos años contigo en un atril y ahora es la voz y directora del crecimiento del lugar donde te formaste. Es ese alumno que ahora es director y comenzó a compartir los conocimientos que aprendió en su comunidad.

En los núcleos, voces como las de Rosa o las manos diligentes de Horacio son las que nos hacen crecer. Cuando eres un niño, esas personas parecen invisibles. Con los años se convierten en recuerdos que sostienen tu memoria. Ahora, cuando me toca dirigir grandes orquestas, cuando asumo el reto de transformar la vida de jóvenes refugiados con quienes trabajo en la Dream Orchestra, en Suecia, o en el norte de Groenlandia, esos rostros y esas historias están siempre presentes. Son mi raíz, mi guía, mi ejemplo.

Celebrar los 50 años de El Sistema es celebrar a los núcleos. Y celebrarlos a lo grande, porque son ellos quienes le han legado al mundo la filosofía inmortal del maestro Abreu: la música puede romper el silencio de una casa humilde y darle la oportunidad a toda una familia y su comunidad de descubrir que tienen una voz. No hay éxito más grande que escuchar una orquesta sonar en Guatire, Mamporal, Santa Rosa o en Río Chico, o en cualquier rincón donde antes solo reinaba el ruido de la violencia o la pobreza.

El maestro José Antonio Abreu siempre lo supo: el mayor valor de El Sistema no está en sus instrumentos ni en sus auditorios, sino en su gente. La señora que limpia, el vigilante, el representante, el coordinador, los maestros, el “todero”. Ellos hacen que el núcleo respire y se transforme. El núcleo es el corazón de El Sistema, y nunca dejará de latir.

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