Por JHONASKI RIVERA RONDÓN
Al hablar del tiempo en la política, la dimensión que predomina es el futuro. Esto invita a pensar en los diferentes modos del ser en los que se proyecta, el modo específico en el que los hombres abrazan y se entregan al porvenir. De este modo podemos comprender la importancia de las expectativas en los procesos históricos, su capacidad de mover espíritus y encender esperanzas.
El devenir de Acción Democrática puede verse absorbido por la personalidad histórica (1) de Rómulo Betancourt, cuya experiencia política e intelectual se entreteje en todo el plexo simbólico y temporal de una sociedad. En ella, puede observarse a un hombre utópico que pensó e imaginó un mejor porvenir para su país.
Como hombre político, Rómulo Betancourt vivió en el tiempo kairológico de la política, es decir, esa esfera del futuro donde emerge el Kayros, esas oportunidades políticas irrepetibles que definen los triunfos por actuar en el momento oportuno. Como lo sugirió el historiador Luis Castro Leiva (2), aquel que logra imponer su futuro en esta temporalidad política es el ganador de la contienda al imponer el suyo entre otros tantos planteados en una agónica batalla. La democracia venezolana puede considerarse como el triunfo histórico del ideal utópico de Rómulo Betancourt.
Desde el pensamiento utópico es posible analizar un tipo de estructura histórica atípica, una estructura existencial que ha definido nuestro modo de experimentar la política y el tiempo. Entonces, destacar el carácter utópico de la personalidad de Betancourt implica resaltar también la significación utópica de Acción Democrática, lo que significa valorar su trascendencia histórica.
La política, en este sentido, no deja de ser esencialmente utópica, porque en su acepción clásica, este discurso termina siendo un modo de comunicación con el futuro, ¿acaso el pensamiento utópico no? En su temporalización, la utopía logró esta comunicación. Es así como este pensamiento termina definiendo un tipo específico de racionalidad política.
Los ideales que se proyectan en el futuro necesitan pasar por una mediación simbólica para tomar forma, distinguiendo así entre lo real existente y lo ideal por existir. Esto permite entender los procesos de creación de futuros en el campo político como en el caso de la oposición venezolana al régimen gomecista. Oposición a la cual pertenecían Rómulo Betancourt y sus compañeros de lucha.
Con el devenir, Acción Democrática se convirtió en la formalización utópica de un ideario democrático madurado por una generación de intelectuales y políticos venezolanos reunidos en la llamada generación del 28. Al ser el pensamiento utópico, expresión y realización de un sueño colectivo, en donde se aspira e imagina por un mejor mañana.
Acción Democrática vino a ser la formalización institucional de un futuro utópico para Venezuela que su fundador y otros más defendieron y lucharon para realizar, el ideal democrático venezolano. Desde la historia conceptual este proceso puede interpretarse como la constitución de una estructura de repetición que se encargaría de preservar la propuesta de un futuro determinado.
Sostener este planteamiento, implica argumentar ¿en qué consiste la significación utópica e histórica de Acción Democrática? Esto podría hacerse al examinar estructuralmente el momento genésico de este partido, lo que implicaría analizar una estructura (temporal-política) a partir de una coyuntura, muy al estilo metodológico del antropólogo Marshall Sahalins (3). De esta manera podemos comprender la trascendencia de las bases teóricas, institucionales y morales de lo que fue nuestra democracia venezolana.
El acto fundacional
El 13 de septiembre de 1941, en los espacios del Nuevo Circo de Caracas, hombre y partido funden sus temporalidades. Una temporalidad con fuerza prospectiva, pero fuertemente anclada al presente. Betancourt lanzaba al aire palabras que fueron pincelando la imagen de esa Venezuela del mañana, donde textualmente expresaba:
Imagino la escena, que sucederá dentro de cincuenta años, en una población agraria de los Andes, forjada al arrimo de una potente planta hidroeléctrica, en una población donde en vez de los garajes para autos de lujo que se multiplican en Caracas, habrá garajes para tractores; o bien, en una ciudad industrial de la Gran Sabana, construida en la vecindad de las chimeneas de los altos hornos, donde obreros venezolanos estén transformando en materia prima para las fábricas venezolanas de máquinas esos mil millones de toneladas de hierro que en sus entrañas guarda, hoy inexplotadas, la Sierra del Imataca (4).
La imaginación y la creatividad develó a un hombre utópico como Betancourt. En estas líneas se apropia del espacio y del futuro en pleno despliegue de su pensamiento utópico. La fuerza de lo utópico no radica en que tan lejos llega a proyectar su futuro sino en la historicidad misma de su planteamiento. Es decir, en la convicción que cada acción que se realiza tendrá una resonancia a lo largo de los años, tanto lo bueno como lo malo. Esto comprende una parte de la significación utópica con la que nace Acción Democrática, por esa misma “convicción de que este partido ha nacido para hacer historia” (5).
Fue esta sensibilidad histórica la que precisamente agudizaba la consciencia ante los principales obstáculos y lastres del pasado. De esta manera Betancourt se adentraba en la dimensión crítica del pensamiento utópico, desde la cual diagnosticó y analizó su país. En esta esfera presentista de la temporalidad política se enmarcó la preocupación intelectual de Betancourt en torno al petróleo y al Estado. Llegando a resaltar esa paradoja económica (inclusive existencial) venezolana: ¿cómo explicar que un país rico en recursos petroleros, con un robusto Estado, tenga a una gran parte de su sociedad sumida en la pobreza? Esta preocupación cristalizó una parte de la personalidad histórica de Betancourt con su obra, Venezuela: política y petróleo, publicada por primera vez desde la clandestinidad en 1956.
Esta misma propensión utópica de Betancourt por conocer la realidad que quiso transformar lo llevó a romper los linderos de su capital de cristal para adentrarse a la Venezuela profunda, la Venezuela del interior. De este modo el horizonte de expectativa de Acción Democrática alcanzaba desde el principio una proyección nacional, que en sus palabras decía:
Acción Democrática se dirige a los hombres y mujeres de los cuatro costados del país, porque uno de sus propósitos fundamentales es el de contribuir a que termine para siempre eso de andinos, orientales y centrales, doctrina del desmigajamiento nacional forjada por politiquillos de aldea, por miopes caciques de caserío. Acción Democrática aspira a ser —y será— el cemento que amalgame a todos los venezolanos que amen su nacionalidad. El cemento que amalgame —para hacerla cada vez más fuerte y viril— el alma inmortal de la nación (6).
En esta proyección nacional fue que tomó fisonomía el partido de Acción democrática, que buscaba así superar un pasado de conflictos regionales para darle forma a una utopía democrática que arropara a toda la sociedad venezolana. Donde el paisaje urbano fuera la expresión de una modernización que alcanzaba cambiar el temperamento espiritual de una sociedad, que había vivido hasta el momento, 1941, gobiernos autoritarios y regionales, para pasar a un modo de vida democrático y libertades políticas.
La génesis del futuro político
Según el teólogo Paul Tilich, el pensamiento utópico comprende aspectos positivos y negativos, las cuales van acorde, según lo sugiere su planteamiento, a la relación que establezca esta con la realidad. Estos aspectos positivos del pensamiento utópico son la verdad, la fertilidad y la potencia (7).
En este contexto, la retórica del porvenir es el drama presente en los principales textos políticos venezolanos del siglo XX. Futuro, utopía y política son componentes que ayudan a analizar su espectro histórico. En este campo, haré un inciso para resaltar la presencia obligatoria del pensamiento utópico de José Rafael Pocaterra, cuyo rol de testigo le permitió usar un amplio procedimiento simbólico-discursivo en sus Memorias de un venezolano de la decadencia para intervenir intelectual y políticamente en la esfera del campo político de la oposición venezolana al régimen gomecista.
Ahora bien, la generación del 28 es ejemplo fluido de la producción utópica. El Plan de Barranquilla es sin duda expresión del pensamiento utópico venezolano. La naturaleza “reformista” de este documento expresa un cambio sustancial en la experiencia del tiempo político. Este programa político despliega con propiedad esos rasgos temporales del pensamiento utópico.
El estudio del contexto histórico del Plan de Barranquilla no parte de un no-lugar sino del estudio de las “condiciones objetivas” que permitieron hacer un balance crítico de su presente, explicar las “condiciones subjetivas” del llamado a la revolución, pero no cualquier revolución “de las clásicas danzas de espadas venezolanas” (8) sino una revolución social.
La dictadura de Marcos Pérez Jiménez interrumpe temporalmente la consolidación de la utopía democrática. Una vez alcanzado el momento oportuno, la fuerte convicción histórica de Betancourt y su partido le permitieron consolidar su futuro político anhelado.
La significación utópica del discurso genésico de Acción Democrática nos muestra un ideal que no solo buscaba la modernización material de un país sino su modernización espiritual. Exaltando el horizonte nacional, su proyección política y económica se establecía de forma simultánea la cultura de la democracia. De allí que la educación fuese un elemento nuclear en la formación de esa Venezuela por hacer.
Cabe la precisión, las utopías no es que sean malas o buenas en sí misma, la cuestión es que en el fondo de la propensión utópica se sostienen fuerzas latentes que pueden sacar tanto lo más noble como lo más vil del ser humano, en ello reside la indeterminación problemática de querer materializar un ideal utópico en el futuro, donde valores políticos como la libertad pueden ser desvirtuados,
Recuperar el modelo de liderazgo de Rómulo Betancourt, como una personalidad histórica integrada a la identidad fundacional de Acción Democrática, invita a recordar un modelo de liderazgo político; un liderazgo que tiene presente la importancia histórica que tienen las acciones políticas. Así como también la importancia de integrar la curiosidad, la imaginación y la disciplina intelectual para la mejor comprensión de una realidad que se quiere transformar.
A pesar de haber pasado los años, el problema nuclear que excitó la preocupación intelectual de Betancourt sigue vigente: la frágil sostenibilidad de una economía que solo depende de una industria como la petrolera.
El recuerdo que nos deja la estelaridad histórica de Acción Democrática nos muestra la importancia de darle forma clara a nuestros futuros para asumirlos con convicción histórica, De esta forma la temporalidad política del liderazgo individual trasciende a un plano colectivo, en el cual logre acoplarse a las necesidades y demandas que exige el presente y superar los obstáculos que frenan ese futuro anhelado.
1 Germán Carrera Damas, Rómulo histórico: La personalidad histórica de Rómulo Betancourt vista en la instauración de la República popular representativa y en la génesis de la democracia moderna en Venezuela (Editorial Alfa, 2017).
2 Luis Castro Leiva, «Epilogo: La Retórica del Porvenir o el Sueño de la Razón», en De la patria boba a la teología bolivariana (Caracas: Monte Ávila, 1991).
3 Marshall Sahlins, Islas de historia: la muerte del capitán Cook. Metáfora, antropología e historia (Gedisa, 1997), p. 129-43.
4 Naudy Suárez Figueroa, ed., Rómulo Betancourt. Selección de escritos políticos 1929-1981, p. 135.
5 Ibid, p. 136.
6 Ibid,
7 Paul Tillich, “Crítica y justificación de la utopía” en Utopías y pensamiento utópico, de Frank. E Manuel, p. 357
8 Plan de Barranquilla” en Congreso de la Republica, El comienzo del debate socialista, Tomo 12, p. 394