Por DAVID NORIA
A poco que se ponderen causas y efectos se verá que los países hispanoamericanos, lejos de “crear su historia” en cada caso, como quieren los manuales y la estatua de la plazoleta, han respondido en gran medida a movimientos unísonos mayores: independencias, constituciones, guerras civiles y modelos económicos compartidos son en realidad la misma línea melódica sobre la que diversas voces, solo variando, se han sumado. La sincronía de “nuestras” transformaciones tiene muchas veces detrás un engranaje global, llámese ideología dominante, tendencia económica o hegemonía política de la hora. Objetos más que agentes, diría la gramática. Ante esta constatación, surge con ansiedad la pregunta por la autenticidad de la patria, y al instante indagamos: “¿Mi país, en realidad existe? ¿Si yo no soy más que un actor de una obra que no escribí –como quiere el poeta–, la patria mía no será el escenario descrito a propósito?”.
Paradójicamente, aunque se pueda dudar de la nación, las identidades nacionales son patentes. Más aún, caminan nuestros pasos y pronuncian nuestro acento. Son como la superposición de todos los tiempos enriquecidos y devastados alternativamente entre ellos.
En este sentido, Alfonso Reyes indagó a lo largo de su vida sobre las condiciones a la par reales e ilusorias de la identidad mexicana: círculos concéntricos que tenían su eje en la inteligencia y la sensibilidad. Cientos de textos disgregados en 26 volúmenes de Obras completas atestiguan esta búsqueda. Trasegar y cribar la cuestión de la identidad entre aquel maremágnum era una tarea que ayudaría a releer a Reyes para ofrecerle a México un espejo inusitado de gran antología nacional de su escritor clásico. Desde 1976 venía trabajando en este monumento Adolfo Castañón, nuestro actual polígrafo. Los dos tomos de su antología encierran cerca de 235 textos fundamentales, acompañados de más de un millar de notas, bibliografía e índices. La Academia Mexicana ha recogido esta magna edición temática de Alfonso Reyes.
“La composición de esta edición de obras de Alfonso Reyes a la luz de México –advierte Adolfo Castañón– me ha llevado a la certeza de que en él no solo había un verdadero y organizado historiador sino que la idea misma de México es de índole orgánica, y figura como un método y una estrategia de desciframiento y lectura: dicho de otro modo, la idea que de México y su cultura va desprendiendo a lo largo de su obra es una idea inteligente y racional, lúcida, crítica e ilustrada por una idea motriz, a saber: la de la cultura mexicana como una entidad híbrida pero armónica, abierta a una creativa y cordial historia desde la porosidad y plasticidad del crisol criollo e hispánico en que se funden los diversos ingredientes indígenas, mestizos, criollos, entre muchos otros”. Memorias familiares, anécdotas, estampas, poemas, ensayos de historia y letras patrias, además de la advertencia editorial, el estudio y los anexos, conforman este mural.
Historiador en forma como lo anuncia el propio Castañón, Reyes es capaz de condensar a “México en una nuez”, como nombra a uno de sus ensayos emblemáticos, en el que da cuenta de lo transcurrido desde los días de los pobladores oriundos hasta después de la Revolución en un ejercicio de brevedad y estilo. En otros ensayos, Reyes presta atención como si fuera un naturalista del Dieciocho a la variedad de climas, alturas, fauna y flora de esta geografía (“la mazorca de Ceres y el plátano paradisíaco, las pulpas frutales llenas de una miel desconocida, el maguey que se abre a flor de tierra, los discos de nopal”); todo ello para llegar al cabo a ponderar el paisaje en la poesía mexicana, tema de otro ensayo en que sublima la mirada. En lo que toca a las letras Reyes establece al Ateneo de la Juventud como punto de partida de la nueva literatura mexicana, y al recuerdo suyo y de sus integrantes deja correr la pluma en calidad de testigo y protagonista: Antonio Caso, José Vasconcelos, Julio Torri, Jesús Acevedo y Pedro Henríquez Ureña quedan consignados en rasgos dicientes por su condiscípulo y amigo. Hacia atrás, Sor Juana, Ruiz de Alarcón, Joaquín Arcadio Pagaza y Manuel José Othón; hacia adelante, José Luis Martínez, José Gorostiza y Juan Rulfo: a ellos, entre otros, les dio un lugar en la tradición, y hoy constatamos que el eje que hizo Reyes de sí mismo es el que ha terminado por adoptar la historia de la literatura mexicana.
Mirada hacia dentro y hacia fuera: Reyes buscó interiormente a México, a América y al mundo en sus propios pasos y en su historia familiar, y hacia afuera en paisajes, los documentos, los viajes y la literatura. En este ejercicio de hacer íntima la historia, de merecerla, la siempre constante pregunta por la identidad, dice Reyes, está signada desde el propio nombre: México se escribe con x. “Se plantea la X, se abre el problema”. Esta x de México, además, es para Reyes símbolo y destino: la convergencia de los rumbos, el lugar atravesado por la historia, el punto desde el que habla una voz:
Tal es el jeroglifo que esconde la figura,
que confirma la historia, que ostenta la escritura
en esa persistente equis de los destinos,
estrella de los rumbos, cruce de los caminos.
(AR, “Figura de México”)
*David Noria (Ciudad de México, 1993), filólogo y escritor. Licenciado en Letras Clásicas por la UNAM. Ha publicado en Letras Libres, Cuadernos Americanos, La Jornada y Papel Literario.