“En 1938 se publica la novela en Bruselas y según, apenas llegando a sus manos los primeros ejemplares autopublicados, el autor, que en ese momento estaba en Estados Unidos estudiando documentos sobre los problemas limítrofes de Venezuela, arroja casi todos los libros al fondo del río Hudson de Nueva York”
Por IVÁN CANDEO
En 1932 Enrique Bernardo Núñez escribe la novela La galera de Tiberio o Crónica del canal de Panamá y de la Mesa de Guanipa. El título navega entre tiempos y espacios que van desde el imperio romano hasta el llano central venezolano de Guanipa, atravesando el símbolo de modernidad en el Canal de Panamá. En 1938 se publica la novela en Bruselas y según, apenas llegando a sus manos los primeros ejemplares autopublicados, el autor, que en ese momento estaba en Estados Unidos estudiando documentos sobre los problemas limítrofes de Venezuela, arroja casi todos los libros al fondo del río Hudson de Nueva York. Cuán exigente era que hizo una «performance», como era una galera… la echó al agua, dejando que en el fondo se hundiera.
Bernardo Núñez en un gesto metaliterario inventa un alter ego, del cual él dice ser simplemente un trascriptor de notas más o menos desordenadas que hace públicas después de recibir una copia hecha a máquina, así acota él mismo en la nota introductoria del libro titulada Del editor al lector. Trata de esconder su voz en la de un sujeto que nadie conoce, un gesto que apelar al «texto encontrado». La idea de este autor narrador ausente pone en cuestionamiento la coherencia del narrar, interpretada como una «crisis textual que se produciría inevitablemente, y cuya intención era reactivar la memoria como resistencia ante la crisis también de la posibilidad de narrar, de opinar, de hablar» (Bruzual, 2018).
Su escritura de frases cortas y puntos y seguidos se asemeja por momentos a los titulares de prensa escrita, invistiendo un formato de crónica periodista para ensamblar una novela de ficción de genero histórico. En las mismas notas del editor el mismo E.B.N. describe lo siguiente sobre su propio libro:
«Un relato extraño, un poco desordenado y escrito a ratos con bastante descuido y negligencia, mezcla de hechos fantásticos y de otros más reales o menos increíbles, como dos mundos distintos y contradictorios, o mejor dicho, como si en el fondo de todo aquello el uno apareciese derivándose del otro. A pesar de sus defectos, me pareció digno de que algún lector compartiese tales impresiones» (Nuñez, 1967).
I Conciencia histórica y descronologización
Entre los pasajes encontramos uno que sirve como ejemplo a historiadores como Germán Carrera Damas para señalar lo que él denomina «conciencia histórica», y que Núñez elabora en la voz del personaje Herr August Camphausen. En uno de los párrafos más visionarios del libro escribe esto (copio el fragmento entero de la edición de 1967):
«Verdaderos ejércitos penetraban en las selvas. Catalogaron las plantas, crearon nuevas especies y emprendieron la explotación de la tierra. La humanidad pudo al fin gozar de sus recursos. Toda la tierra fue rodeada por una misma línea de aviación. Las cosas tenían el mismo precio en Filipinas que en Bogotá. Había un oleoducto y una misma moneda. Había un poder compartido entre dos o tres naciones. El sueño tantas veces acariciado se realizaba, puesto que de las conferencias y arreglos entre esos poderes resultaban las leyes y reglamentos que regían la voluntad de los hombres» (Nuñez, 1967).
La conciencia histórica y prospectiva que señala el historiador Carrera Damas es la que permite vaticinar esta idea de globalización hace ya casi un siglo. Es esta la potencia que la historia prospectiva tiene, «nos lleva a comprender que lo existente es a un tiempo lo que ha sido, lo que dejará de ser y lo que será» (Damas, 2016). Siendo el escritor venezolano E.B.N. un ejemplo de conciencia historia, me pregunto: ¿es acaso la historia prospectiva un tipo de conciencia alcanzada al romper la temporalidad cronológica? ¿O es una tendencia visionarista de la flecha del tiempo crónico?
II Memoria y globalización
El film Sully y la hazaña del Hudson es un relato biográfico «basado en una historia real» protagonizado por Tom Hanks y dirigido por Clint Eastwood. La historia narra el incidente de un Airbus A320, que tras estrellarse dos aves en las turbinas de la nave, se apagan los motores. Incapaces de aterrizar a los aeropuertos más cercanos el piloto Chelsey «Sully», Sullenberger acuatiza el avión en el río Hudson de Nueva York (otra vez el río Hudson).
Para Bruno Latour en su libro Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política, la película sirve para pensar el proceso de globalización. Según el filósofo francés somos como: «Pasajeros de un avión que hubiera despegado hacia lo Global y a quienes el piloto les anuncia que deben regresar porque ya no hay donde aterrizar en ese aeropuerto, y que oyen, con espanto (“Señoras y señores pasajeros, el capitán les habla de nuevo”) que la pista de emergencia, lo Local, también está inaccesible» (Latour, 2019).
En medio del suspenso, de la tensión resolutiva («pónganse todos en posición de impacto»), se abre la posibilidad, al anular la continuidad, de hacer críticas a las nociones de «progreso» y «teleología», atender el presente como crisis o accidente. Se repite la pregunta: ¿la globalización en La galera de Tiberio es una ideología de progreso evolutiva? ¿O es la globalización el escenario turbulento de una narración que entreteje tiempos históricos?
Nada autoriza que los referentes de espacio y tiempo que aparecen sean evidentes como «local» y «lo global» (Latour, 2019), o como pasado, presente o futuro. Este tiempo que se fragmenta y se proyecta es «el mismo sentido en que lo son los distintos aspectos que un caleidoscopio nos presenta» (Benjamin, 2005), como un «juego caleidoscópico» lo va aceptando y armando el propio lector. Lo que hizo Núñez en 1932 fue crear canales imaginarios. Se alternan y se combinan historias reales y mitos para así apelar a algo que no es exactamente el pasado, es una narración multitemporal que emplea equivalentes actuales a la de la Roma imperial y que va de relato imaginario a descripciones de noticias misteriosas del pasado.
El tiempo en el que en principio se sitúa la narración no se limita a los años 30 del siglo XX, el personaje Herr Camphausen dice en medio de un silencio: «Mi historia se desenvuelve en la presente centuria y en las venideras» (Nuñez, 1967). Se supone que algo también puede arquear la flecha del tiempo y dispersar los proyectos de los modernos lanzados al futuro.
III Montaje heterodoxo
La imagen del Canal es una metáfora sobre la comprensión de la noción misma de socialización como un valor de quiasma entre dos lugares de habla, y al mismo tiempo dialéctica, destacando la separación de los dos océanos: «El Pacífico tiene los ojos oblicuos. El Atlántico —al contrario— es rubio o moreno» (Nuñez, 1967). La novela presenta una almazuela narrativa, una pluralidad dialógica fundada en un «rompecabezas del tiempo», de prácticas y discursos significantes como puede sentirse al leer e imaginar la geografía de fondo desde la cual se escribió: el Canal de Panamá de principios del siglo XX: «¡Qué vía magnífica digna de César!» (Nuñez, 1967).
Hoy parece haber más fundamentos para proceder a este tipo de conexiones diversas, mucho más que hace cien años, justificadas por la tecnología de redes y por el hecho de la ejecución posible de cualquier gesto conectivo. Mientras escucho El día de mi suerte de Héctor Lavoe pasa por la plancha un hígado de oveja, y sin mucho esfuerzo, después de haber aprendido a identificarlo, se tocan la suerte astrológica de un hombre y el aspecto de un hígado en su punto. Sin embargo, me pregunto: ¿habiendo la apertura a configurar constelaciones o, más bien a encontrarlas siguiendo el rastro de autores como Didi-Huberman, se justifica cualquier tipo de conexiones que hagamos?
En el accidente se encuentra una extraña conjunción de dos duraciones, la apertura a la aceleración repentina de un avión que despega y la supervivencia del inmovilismo en una colisión que deja a los pasajeros paralizados ante el impacto. Que haya una interrupción que cambie las perspectivas hace que se modifique las concepciones y los saberes, cuando el tiempo deviene de repente turbulento parece que se desmonta algo del devenir lineal. En el cine, por ejemplo, cuando se detiene la imagen nos permite arrojar también una verdad de la temporalidad, se pierde la ilusión de continuidad en el sentido cinematográfico de devenir narrativo y comprendemos de qué está hecho el aparato discursivo. Esa conjunción de tiempos, dos velocidades, dos tendencias a menuda reducida a móvil/inmóvil, se pueden trabajar.
IV El discurso del historiador
La propuesta de escritura novelesca en esta obra cobra visos de montaje cinematográfico. Es historia, ficción y crónica, forma de montaje con pedazos en la que aparecen titulares de prensa de estilo periodístico en la inserción de pequeñas reseñas. Un libro de historia y una novela como dos formas de la realidad, que Núñez hace que desemboquen en la memoria colectiva de los hechos a través del relato. Con esta novela se reafirman la imprecisión en las fronteras entre la narración histórica y el relato imaginario.
Esta perspectiva no coincide con el rol tradicional de la Historia oficial. El discurso histórico en La galera de Tiberio es esencialmente una elaboración imaginaria, pero siguiendo a Barthes, ¿no lo es todo discurso histórico si entendemos por imaginación el lenguaje gracias el cual se enuncia? La galera de Tiberio sirve para preguntarse por la precisión sobre el lugar de realidad en la estructura discursiva de la historia.
V La ruptura permanente
Presunciones como estas siguen sirviendo de ejemplo en la historiografía: «Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla» o «…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir», escribe Borges copiando el Quijote. Estos enfoques se afincan en la cronología del tiempo pasado, presente y futuro, pero lo que advierto como lector en la literatura de La galera de Tiberio no tiene como objetivo mirar los cambios o señalar fácilmente que las cosas eran diferentes en otras épocas, sino entrar en un proceso no-teleológico e infinito de cambios permanentes. ¿Existe en la naturaleza y en las sociedades un fondo permanente, una historia inmóvil de larga duración?
Debido al esfuerzo por comprender a otro ensayista del tiempo histórico, que invita a «ver en las causas de los hechos históricos vivas revelaciones de la sustancia, que es la causa eterna» (Unamuno, 2005), se advierte que la «tradición eterna» se puede reflejar en el futuro. No en el sentido de «la historia se repite», sino que son los fenómenos humanos los que son constantes. El personaje Herr Camphausen analiza la recurrencia de valores culturales en La galera: «Era, al parecer, un profeta de la historia cuyas profecías se basaban en el pasado. Pensaba seguramente que todo debía ocurrir como ocurrió antes o que la historia debía repetirse con nombre distintos». Es decir, ¿que en la tradición eterna está la historia prospectiva?
El ser humano ha cambiado mucho en su mente y hasta en la constitución de su cuerpo se siguen propiciando cambios revolucionarios. El mismo trabajo destructor que hace el tiempo de Cronos parece que siempre va a permanecer, ¿cómo escapar a la destrucción del progreso?, ¿se puede escapar de la ruptura permanente? Quizás sea necesario quitar la mirada fetichista hacia al futuro y reconocer que hay luces de neón que parpadean por defecto en las que se puede leer «statu quo». La continuidad está condicionada por la ruptura, es decir, la noción de cambio es un componente que permanece. Después de un momento de silencio, otro personaje de La galera, Pablo Revilla, dice:
«Esta inquietud por el futuro es parecido a la que experimentamos ante las ruinas: en el fondo es una inquietud por nosotros mismos. Nos damos cuenta entonces de que nuestra vida es demasiado efímera» (Nuñez, 1967).
Y parece haber en la turbulencia de lo que eso representa, tanto en el arte como en las ideas, una aspiración de trascendencia del tiempo cronológico. Las cosas y los acontecimientos se dan en momentos determinados, el sentido que constituye la aparición de la cosa o del acontecimiento llega después de ellos, se le pone su nombre y su fecha. Se imponen así en un primer plano de realidades informativas que sirven para la erudición. Pero sea cual fuere la importancia del hecho histórico, los datos suelen desvanecerse en la superficie, se roen o corroen, no se conserva en la memoria sino en virtud del principio, de que arraigado en el recuerdo es que encienden la imaginación profunda, donde todos en verdad podemos perdurar.
Bibliografía:
-Barthes, Roland (2021). El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura. Paidós.
-Benjamin, Walter. (2005). Libro de los pasajes. Ediciones de Rolf Tiedemann. Akal.
-Borges, Jorge Luis. (1971). Ficciones. Emecé, 1971.
-Bruzual, A. (2014). Crisis textual como propuesta narrativa en La galera de Tiberio. Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos.
-Damas, G. C. (2018). Historia prospectiva: Sobre la prospectiva histórica para auxilio de planificadores, economistas, politólogos, internacionalistas… e historiadores. Editorial Alfa.
-Didi-Huberman, Georges (2006). Ante el tiempo, historia del arte y anacronismo de las imágenes. Adriana Hidalgo Editora.
-Didi-Huberman, Georges (2010). Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas? T.F. Editores.
-Latour, Bruno (2019). Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política. Taurus.
-Núñez, E. B. (1967). La galera de Tiberio. Universidad Central de Venezuela.
-Unamuno, M de. (2005). En torno al casticismo. Ediciones Cátedra.