JOSÉ LUIS ALVARENGA, SOFÍA ÍMBER Y BÉLGICA RODRÍGUEZ, POR VASCO SZINETAR

Por VÍCTOR GUÉDEZ

Todo lo que se diga sobre Sofía Ímber es redundante, y cualquier cosa que se afirme sobre el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber (MACSI) resulta escaso respecto a lo que logró con su establecimiento. Estos son los dos condicionantes en medio de los cuales nos sentimos al escribir el prólogo del libro “El MACSI: un museo diferente”.

Sin duda, Sofía Ímber fue una de las personalidades más rutilantes del siglo XX venezolano y una figura determinante en el despliegue de la plástica y de la cultura del país. Por su parte, el MACSI es su creación más reluciente y representa una referencia museística en Iberoamérica y el mundo. La circunstancia de que hoy se encuentre encerrado en un paréntesis de desidia e insensibilidad en nada merma lo que todavía se mantiene como patrimonio artístico y como memoria cultural de un país que fue memorable. Justamente, en las páginas de esta publicación se integran dos extraordinarios testimonios sobre la concepción, diseño, creación, desarrollo y consolidación de lo que constituye un verdadero y maravilloso santuario del arte moderno y contemporáneo.

I

Esa es una de las razones por la cual el pensar en Sofía Ímber nos conduce a aceptar que, cuando uno repite lo que tantas veces se ha dicho sobre alguien, se deja de decir algo. Pero, igualmente, es imposible dejar de decir lo que conforma la esencia de su identidad. Frente a esta exigente ambivalencia nos coloca la necesidad de acotar algo diferente que sirva de preámbulo a los argumentos que colman las páginas de esta edición. No encontramos otra forma de arrancar que soltar la respiración para hacer resonar un espontáneo eco que repita: Sofía… Sofía… Sofía. Esta iniciativa procede en tanto que evocar su nombre produce el sentimiento hondo de una ausencia, pero igualmente incentiva el prolongado sentido de presencia que está atado a los sustantivos y tangibles legados que nos dejó. Ella no murió cuando su alma se separó de su cuerpo, ya que siempre palpitará en el recuerdo de los amantes de la cultura y de la civilidad.

El patrimonio que deja Sofía es una entrega grandiosa, así como también grandiosa fue su propia entrega a su obra. Estaba toda en todo lo que hacía, y vivía todo lo que hacía con la ansiedad de quien sabía que las oportunidades no retornan, ya que son como el agua derramada o la palabra proferida. Esto era posible porque era una mujer de convicciones afianzadas, aunque siempre atadas a la longanimidad de una personalidad versátil. Dudaba sólo por instantes y sin perder el sentido de un fluir que se imponía a las líneas de menores resistencias y sobrepasaba los obstáculos más severos. La ejemplaridad de este tipo de actitudes se resume en la denodada determinación que la llevó a trabajar en el MACSI un día después del trágico desenlace de Carlos Rangel. Cabe parafrasear aquí a Fernando Pessoa para decir que probablemente esta decisión se inspiró en aquello de que el arte sirve para mejorar la vida, aunque no siempre alivia al vivir. No resulta exagerado asegurar, entonces, que mientras el arte aliviaba su vida, el MACSI aliviaba su vivir, tal como se podrá comprender al tomar contacto con los contenidos de los dos ensayos que se conjugan en esta publicación. Esas páginas describirán un detallado y vibrante recorrido por toda una experiencia laboral y por toda una vivencia espiritual. Ciertamente, el MACSI no fue para ella un espacio de ocupación; más bien resultó el despliegue de una vivencia en la cual se revelaba la veracidad y la esencia de la distinción que hacía Krishnamurti en sus “Comentarios sobre el vivir”: “La experiencia es una cosa y la vivencia es otra… La experiencia está atrapada en la red del tiempo, pertenece al pasado… La experiencia no conduce a la vivencia, que es un estado sin experiencia. La experiencia debe cesar para que la vivencia sea… No puede existir la vivencia de lo desconocido hasta que la mente cese de experimentar. El pensamiento es la expresión de la experiencia, el pensamiento es una respuesta de la memoria y mientras el pensamiento intervenga, no puede haber vivencia… En el estado de la vivencia… No hay separación entre el observador y lo observado; no hay tiempo, no hay intervalo espacial para que el pensamiento se identifique a sí mismo. El pensamiento está completamente ausente, pero hay ser…”.

Sin duda, la relación de Sofía con su museo se proyectaba más en una vivencia que en una experiencia, por eso vivía cada exposición con un alcance abarcador e intenso que la convocaba a empeños que relativizaban las ideas de tiempo y las sensaciones de agotamiento. La cadena sucesiva de las acciones de su labor no estaba pautada por simples reinicios, más bien representaba resurrecciones que planteaban redimensiones crecientes. En cierto sentido, lo que le proporcionaba sustancia a sus empeños no era tanto sembrar para cosechar sino cosechar para seguir sembrando. Así fue su vida y así alimentaba su vivencia para servir al museo, al tiempo que obtenía de él la energía vital para su personal desempeño.

II

Esa manera de vivir (o de vivenciar) la convirtió en un ser único que convertía su diferencia en el despertar de las deferencias que siempre recibió de las personas que la acompañaban en sus diversos proyectos. Su vida y sus logros nunca provocaron indiferencias en tanto que la amaban con resaltados encomios o la rechazaban con arraigados vituperios. Todo esto sucedía en función de su diminuta presencia física, pero también en afirmación de su monumental halo expansivo. Esta revelación resonante prevaleció hasta en los momentos postreros en los cuales la fragilidad de su figura corporal ya denunciaba la proximidad de su despedida sin dejar de mostrar la reciedumbre de una afirmación ensimismada. Ella legitimaba en cada momento que: “No es más grande quien más espacio ocupa, sino quien más vacío deja cuando se va”.

Los libros de Arlette Machado “Mil Sofía” y de Diego Arroyo Gil “La señora Ímber” recogen, con iluminadora inteligencia y rigor indagativo, las epifanías de las creencias, ideas, sensibilidades, intuiciones y voluntades que conformaban la condición humana que hicieron de Sofía un ser único e irrepetible. Pero este sentido único e irrepetible atendía también la multitud de las Sofías que estaban en Sofía. Eso la ha convertido en un personaje conocido en sus aspectos más plurales, pero asimismo se ha demostrado lo inagotable de su potencial registro biográfico, dentro del cual los testimonios son pletóricos y las especulaciones resultan de significativa carga imaginativa. Ella hizo muchas cosas y concretó variados éxitos, pero entre el hacer y el lograr hay una brecha que siempre esconde una intimidad que difícilmente queda expuesta. Somos al mismo tiempo lo que creemos que somos, lo que queremos ser y lo que los demás piensan que somos. Ella, en definitiva, siempre será lo que era así como lo que vimos en ella. La posibilidad de esa visión particular que sus amigos tenemos de ella encuentra siempre el espacio para ser compartida sin ningún temor de ser presuntuosos o de ser redundantes como ya lo advertimos al principio. Cabe, entonces, el atrevimiento de decir nuestra propia palabra acerca de quien permanece sembrada en los lugares más valorados de nuestra memoria. Así viene de inmediato a nuestra mente la idea de que ella encarnaba la sentencia de Séneca de que nunca pasaba un día esperando la noche ni pasaba la noche con temor al día que vendría. Sus actividades no le daban cabida al tedio y menos a la ansiedad por alargar el vacío del transcurrir. Nunca abreviaba las horas de luz ni despreciaba la oscuridad para prolongar la fecundidad de sus iniciativas y el rigor de hacer bien las cosas. En su caso no era una metáfora retórica aquello de que cada despertar era un nuevo nacimiento que había que asumirlo con la ilusión de sumar nuevos aportes y de sembrar nuevas esperanzas.

III

Pero más allá de las plurales exigencias de sus inquietudes y por encima del empeño diversificado de sus ocupaciones, se destaca la relación consustancial entre Sofía y el MACSI. Visto en retrospectiva, resulta imposible separar la vida personal de Sofía y la vida institucional de su museo. Se trata de una consustancialidad absoluta: pensar en Sofía es pensar en el MACSI y pensar en el MACSI es pensar en Sofía. En tal ámbito procede recordar que, así como Juan Malpartida decía que “…al hacer su poesía, Antonio Machado, se hizo a sí mismo”, también podríamos hacer legítima esta exclamación para aplicársela a Sofía en relación con el MACSI. Igualmente, podríamos aplicar la afirmación de Jean-Luc Nancy: “La vida es producción de sí misma como posibilidad de no dejar de ser”. En efecto, el MACSI ocupó la vida de Sofía durante las últimas décadas de su vida, en tanto que era lo sustantivo de su anhelo y lo medular de su dedicación. Aun más: era su focalización y obsesión, pero, sobre todo, su vocación y devoción.

A ello tendríamos que añadir que la realización del MACSI no fue el exclusivo resultado del fervor de una actitud, ya que además entraban en escena la visión de un liderazgo, la iniciativa de una emprendedora y la disposición de una gerente. Sin duda, ella veía más allá del horizonte, convertía cada circunstancia en oportunidad propicia y, finalmente, aseguraba que las cosas ocurrieran con eficacia, eficiencia y efectividad. En el caso de Sofía, las dos alas y el fuselaje del avión estaban ajustados y garantizaban las capacidades necesarias para las mejores maniobras ante las amenazas de las turbulencias del entorno: tenía los dispositivos de gestión requeridos, la energía vocacional suficiente, y el sentido de dirección deseable. La concurrencia orgánica de estos recursos hacía que Sofía asumiera las disrupciones con seguridad y soltura.

No deja de ser importante destacar que esas competencias encontraban soporte en un arraigado sentido de autoestima. Este factor se convirtió en un motivo de recriminación para algunos, aunque para muchos otros, como es nuestro caso, representó una condición de éxito en cada uno de sus proyectos. Entendemos que la autoestima es el primer deber hacia nosotros mismos, y su ausencia conlleva al autodesprecio de sí mismo y al distanciamiento de los otros. Nadie puede estimar a los demás si no es previamente objeto de su particular estima, al igual que nadie puede ayudar al niño o al anciano si no se pone primero la máscara en el caso de la descompresión en un avión. Recordemos que el orden de precedencia que establece la Biblia es claro: amar al prójimo como a ti mismo representa que se comienza por el amor propio antes de ejercer el amor a los demás. Lo significativo, en cualquier caso, es que esa autoestima tome el camino del egocentrismo y se distancie de la egolatría, que es algo muy diferente. Mientras el egocéntrico se ve a sí mismo como el centro de su vida, el ególatra se considera el centro de la vida de los demás. Y bien sabemos que Sofía era una egocéntrica porque, al considerarse como el centro de su vida, podía disponer de la actitud adecuada para que los demás elevaran sus exigencias estéticas y afianzaran sus desempeños ciudadanos.

IV

Tres características adicionales deben destacarse como fuentes que movían su temperamento estético y sensible. Nos referimos al inconformismo, la rebeldía y la sinceridad. Ella no entendía la inconformidad como desaliento por lo que no tenía o por lo que no había alcanzado, más bien la asumía como la determinación de servir mejor y de hacer más. No atesoraba los logros como resultados definitivos sino como guiños para seguir avanzando hasta donde más no se pudiera. Desde siempre sabemos que los inconformes hacen la historia, porque son los que promueven la ruptura con la mediocridad y abordan con determinación el reto de lo inédito y lo desconocido. A partir de esta idea, Sofía era capaz de volver a empezar cada vez que fuese necesario, e igualmente estaba dispuesta a resistir y a rebelarse ante cualquier contingencia, con lo cual rendía culto a la sentencia de Arturo Pérez Reverte: “La rebeldía es el único refugio digno de la inteligencia frente a la imbecilidad”. En efecto, estaba convencida de que su compromiso intelectual se asociaba con una inconformidad consigo misma y, en este marco, le resultaba inaceptable que algo bien hecho dejara de ser perfectible. Además, Sofía encarnaba esa actitud reafirmando que el mayor acto de rebeldía era ser uno mismo. En el mismo plano del inconformismo y la rebeldía, ponía en práctica su sinceridad, convencida de que sólo quien siembra sinceridad cosecha confianza. En todo momento sus desempeños demostraban la legitimidad del aforismo de Rick Godwin: “La sinceridad no es decir todo lo que se piensa, sino sentir todo lo que se dice”. Este era el refugio desde el cual se alejaba de cualquier actitud de disimulo o hipocresía, así como de todo subterfugio que la llevara a esconderse de sí misma o dentro de sí misma. A partir de esta sinceridad y sobre la base del inconformismo y la rebeldía, Sofía ponía en práctica con su vida aquella maravillosa plegaria hebrea que declara en su párrafo inicial: “Que tus despertares te despierten. Y que, al despertarte, el día que comienza te entusiasme. Y que jamás se transformen en rutinarios los rayos del sol que se filtran por tu ventana en cada nuevo amanecer…”.

V

Los atributos de Sofía se conjugaban en un armónico compendio para ponerse al servicio del MACSI. Y ese sentido plural y unitario de cualidades se combinó también con la amplitud de su pensamiento estético para impedir que el concepto de lo contemporáneo se congelara en cánones tendenciosos o se fraguara en enfoques excluyentes. Al hilo de esta acepción, fuimos testigos de exposiciones de arte popular y primitivo que no se acomplejaban al convivir con las múltiples y pletóricas manifestaciones del arte moderno y del arte emergente. Lo diverso puede coexistir en la extensa significación de lo contemporáneo ya que sus alcances obedecen a indeterminaciones impensables. En definitiva, el concepto de lo contemporáneo rebasa cualquier restricción porque bien sabemos que todos vivimos en un mismo tiempo pero que no todos vivimos el mismo tiempo. En el contexto de lo actual, cohabitamos distintas generaciones, y cada una de ellas cree, piensa, siente y hace de una particular manera. Podría llegar a pensarse que, dado que en el ámbito de lo contemporáneo se alternan tantos tiempos que resulta legítimo aceptar la “atemporalidad de lo contemporáneo”. Esto lo entendió Sofía con suprema sabiduría, razón por la cual ejerció una heterodoxia en sus visiones estéticas. Ella no se inclinaba con servilismo a los requerimientos de lo canónico y de lo ortodoxo, más bien, alentaba el ensanchamiento de una interpretación del arte que se abriera de manera semejante a las solapas de un mismo abanico de rigor y autenticidad. Sin fluidez no hay arte porque la creatividad simboliza la ruptura de moldes en sus más amplios significados. En última instancia, el arte contemporáneo se sintetiza en la idea de indeterminación y, por lo tanto, en esa orientación encuentran lugar muchos “ismos” fósiles que se disfrazan de algo que no son. Este sentido abierto y laxo de Sofía muchas veces se percibió con asperezas, pero en esto también ella se mostraba transgresora de moldes y exploraba desbordamientos atrevidos. En materia de arte, más que en cualquier otro quehacer humano, no se hace descabellado admitir la tesis de Octavio Paz, según la cual los sectarismos dejaron de representar la enfermedad del pensamiento para convertirse en la muerte del pensamiento.

VI

Esa flexibilidad en su abordaje estético en ningún caso entraba en contradicción con sus exigentes criterios de calidad y excelencia. La apertura, en su caso, convocaba la valoración de diversas concepciones, orientaciones, tendencias, técnicas, modalidades y resoluciones. En ninguna de estas opciones admitía la carencia de fundamentaciones, dominios y rigurosidad. Tales requerimientos los asumía desde sus conocidas actitudes de insobornabilidad e intransigencia, las cuales eran administradas a sabiendas de que no se sentía a disgusto en medio de las disidencias y de las polémicas. Sabía defender la amplitud de sus enfoques e igualmente manejaba con habilidad los criterios evaluativos de sus demandas. No sobra insistir, en este sentido, que la extensión de su receptividad generalmente se complementaba con la intensidad de su extremada exigencia de calidad.

Fueron justamente esos criterios los que precedieron sus decisiones y los que presidieron las pautas de su gestión al frente de su museo, y fue así como supo focalizar sus esfuerzos en favor de “cuidar” más que en la acción de “proteger” tanto a la colección como a la estructura institucional del MACSI. La diferencia entre cuidar y proteger rebasa cualquier definición sutil, ya que la primera remite a la atención cercana e inmediata que se ejerce desde adentro y hacia adentro, mientras que la acción de proteger procede en momentos circunstanciales y se encamina desde afuera y para afuera. Dicho de otra manera, cuando las entidades se cuidan se hacen fuertes y se promueve la irradiación de una autoprotección; en cambio, cuando se protegen se establecen murallas que con el tiempo se hacen frágiles por no contar con la entereza de una afianzada interioridad. A Sofía no le preocupaban los adversarios porque había promovido una reforzada estructura organizacional y una incuestionable colección que alcanzaba una fuerza persuasiva y una potencia reputacional a prueba de cualquier posible crítica. Hacerse estricta desde adentro le permitía distanciar agresiones e incomprensiones desde afuera. Esta era una excelente estrategia para preservar la fortaleza de su museo.

Una diferencia análoga a la que existe entre cuidar y proteger se observa también entre persuadir o imponer, así como entre seducir o coaccionar. Resulta curioso resaltar que Sofía dominaba con suprema omnipotencia las conductas vinculadas a la persuasión y a la seducción, en tanto que ejercía las capacidades para influir y convencer acerca de la validez y legitimidad de sus enfoques e, igualmente, disponía del poder de cautivar acompañamientos y fidelidades respecto a la conveniencia de apoyar y colaborar con sus proyectos. Con base en esos recursos, consiguió progresivamente la ampliación de los espacios para el museo, la donación de obras maestras, el financiamiento de exposiciones, el apoyo a jóvenes artistas, todo lo cual se traducía en favor del MACSI y del patrimonio artístico del país. Podría sostenerse que lo más importante de su firmeza estratégica era que ella se proyectaba en favor de la comunidad y particularmente de la gente vinculada a la cultura y a las artes visuales. Definitivamente, cuando se vive para una institución museística de servicio público, como ella lo hizo, se termina por dar mucho más a los otros de lo que personalmente se recibe. Se trata de un alcance generativo del dar porque cada beneficiario irradia sus proyecciones hacia la incorporación de nuevos beneficiarios. Esto es algo diferente a cualquier pose egoísta o algo muy distante de algún resentimiento: mientras los egoístas y resentidos prefieren no tener nada a que los otros tengan más que él, los generosos egocéntricos prefieren tener mucho para que los demás tengan más que él. Es dentro de esta segunda visión como recordamos el aporte de Sofía Ímber, es decir, como alguien que practicaba la generosidad en su potencialidad más generativa, ya que los otros recibirán más que ella. ¿Quién podría pensar algo diferente, después de disfrutar el valor de una colección y la dignidad de unos espacios museísticos que todavía son referenciales en el ámbito cultural iberoamericano y mundial?

VII

Esa proyección generativa del aporte de Sofía Ímber encontraba igualmente su resonancia en el empeño de una función pedagógica que no sólo era ejercida desde los programas de la institución, sino también desde sus propias actividades como gestora cultural, como comunicadora social y como ciudadana responsable. Son numerosas las personas que recibieron las luces de sus testimonios, los efectos de su ejemplo y los señalamientos de sus palabras. Ella asumía una docencia implícita de fuerte eficiencia: hacía uso de argumentos sólidos mediante el tono suave de sus advertencias, pero de igual manera, solía demandar con humildad ayuda sobre lo que no dominaba con propiedad. Y no faltaban ocasiones en las cuales recurría a la beligerancia sin llegar a ningún exceso y sin ofender al contrario. Sus observaciones, así como sus preguntas y requerimientos, siempre se convertían en dispositivos para su acción formativa. Al señalar este aspecto, nos viene a la mente el aforismo de Antonio Porchia: “Porque sé que no tienes nada, te lo pido todo, para que lo tengas todo”. Quizá esta era una de las técnicas de enseñanza-aprendizaje más poderosas que ella ponía en práctica. Se trataba, en cierta forma, de una especie de “mayéutica socrática”, que le permitía promover que sus colaboradores descubrieran progresivamente un poderoso y creciente caudal de sabiduría. No resultaría exagerado afirmar que ella formaba y marcaba, pero sin afectar las sensibilidades y sin descalificar los conocimientos de quienes la acompañaban en el empeño de forjar iniciativas centradas en la excelencia.

Particularmente, las páginas culturales del diario El Universal y los ámbitos del MACSI se convirtieron en eficientes lugares de aprendizaje. Como bien se conoce, el cincuenta por ciento de lo que un profesional domina lo aprende en su espacio de trabajo, mientras que el treinta por ciento procede de emprendimientos propios, y sólo el veinte por ciento se deriva de la formación recibida en los centros de educación académica. Esta proporcionalidad, conocida como la “ley 50-30-20”, permite comprender la potencialidad formadora de las entidades conducidas por Sofía. De manera particular es justo recordar que los dos autores de este libro fueron cercanos colaboradores y, en consecuencia, discípulos privilegiados de Sofía Ímber. En efecto, María Luz Cárdenas acompañó a Sofía en el MACSI y se mantuvo como inmediata colaboradora hasta los últimos momentos de su despedida física. Por su parte, Carlos Delgado trabajó con ella tanto en las páginas culturales de El Universal como en el MACSI hasta el último día que ella tuvo al frente de esta institución.

Estamos seguros que numerosas personas, junto a María Luz Cárdenas y a Carlos Delgado Flores, estarían absolutamente dispuestas a dedicarle a Sofía Ímber lo que Albert Camus le escribió a su maestro de primaria cuando le notificaron la concesión del Premio Nobel. En esa carta aseveraba: “Le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido”.

VIII

En las cualidades expuestas subyace una disposición que fue permanentemente declarada por la propia Sofía. Nos referimos a lo que se recoge en la expresión “intuición meditada”, a la que aludía repetidamente como parte de sus percepciones, análisis y decisiones. En efecto, ella sostuvo continuamente que buena parte de sus logros procedían de una especie de sexto sentido que disparaba sus alarmas ante cualquier riesgo y frente a oportunidades fortuitas. Presentía lo que la podía beneficiar y lo que la podía afectar. Seguramente, lo de su destitución no fue descartado por ella en el marco de la dinámica de los acontecimientos que se cruzaban en el entorno.

Es interesante advertir que cuando abordamos la combinación de los vocablos “intuición” y “meditación” brota, a primera vista, una curiosa contradicción. La intuición, por su específica naturaleza, no se inscribe en la línea de un proceso meditativo. Por el contrario, representa la impronta que interrumpe la secuencia de un pensamiento estructurado. La intuición encuentra su más explícita significación en aquel grafiti que exclamaba: ¡Mi inteligencia me persigue, pero yo soy más rápida que ella! (firma la intuición). Ciertamente, ella ha sido muchas veces expuesta como: “La voz interior del alma desnuda” (Paul Valéry); “Es el murmullo del inconsciente» (Novalis); “Vértigo donde el todo y la nada se fusionan” (Emile Zola); “Voz ajena… Voluntad extraña… Musa… Voz que es muchas voces” (Octavio Paz). Estos alcances encuentran acomodo en afirmaciones como estas: “Algo en mí es más yo mismo que yo mismo” (Picasso); “Marcha nocturna del conocimiento” (Gaston Bachelard); “Suelo nutricio y fecundo de la vida psíquica” (Carl Gustav Jung). Pero Sofía complementaba estas sensaciones intuitivas con el soporte de la meditación con lo cual revelaba que alimentaba conscientemente estos enigmáticos alcances y les daba cabida para reflexionar y encontrar vías de despliegue más estables. Para decirlo de manera simple: Sofía procesaba sus intuiciones como lo que brota con inmediatez, pero al final se deja atrapar por el razonamiento. Como muy pocos, ella era capaz de hermanar la intuición con la meditación y, a partir de esa estrategia redimensionaba predicciones positivas y domesticaba las hipótesis negativas para culminar con la formulación de un determinado proyecto o de una específica determinación.

De esa forma, la “intuición meditada” no era otra cosa que una mezcla de inspiración y esperanza con una buena dosis de fe y esfuerzo. En la secuencia de esta combinación se encuentran éxitos en todos los aspectos que configuraron la pluralidad de sus actividades y, muy particularmente, del MACSI.

IX

El camino transitado nos conduce a los dos ensayos que conforman la presente publicación. El primero se titula: “El museo diferente” de María Luz Cárdenas, y el segundo es “El Museo de Sofía: una experiencia venezolana” de Carlos Delgado Flores.

De entrada, la identificación del ensayo de María Luz Cárdenas pone el foco en algo que, por diferente, reclama una percepción deferente que en mucho se aleja de cualquier actitud indiferente. Ciertamente, el MACSI fue diferente desde el mismo momento en que se dieron las condiciones para su nacimiento porque como nos lo recuerda la autora, el MACSI “nació de lo imposible a lo posible, de lo pequeño hacia lo grande, de abajo hacia la superficie”. Pero también su diferencia se afinca en la concepción de la contemporaneidad, en la excelencia de sus exposiciones, en la solidez de sus programaciones complementarias, en el despliegue investigativo y educativo, en la conformación de un equipo curatorial, en el profesionalismo del apoyo administrativo y, en definitiva, en todo lo concerniente al desenvolvimiento de su crecimiento y desarrollo. Es indudable que, en este texto, se ordenan las percepciones y se sistematizan los conocimientos que la autora consolidó a partir de una experiencia directa e inmediata con Sofía. Quizá lo más sorprendente es tomar contacto con los cruces que ocurrían entre los criterios y las contingencias en todo lo referente a la conformación de una colección que, por su suprema significación, fue adquiriendo una connotación de emblemática vigencia.

María Luz Cárdenas estuvo al lado de Sofía, mejor dicho: estuvo con Sofía y, por eso, supo mitigar el peso de cualquier exigencia y el desafío de cada compromiso. Pero, además, prosiguió en ese acompañamiento después de su sorprendente- además de deplorable y penosa- destitución como Directora del MACSI. No se trataba de una formal relación de trabajo sino de una vinculación de entrañable cercanía y de afectuosa amistad que también promovía enlaces de confidencialidad. Dentro de estas matrices afectivas y profesionales, Sofía le había comentado a María Luz, desde el año 2016, su deseo de que se escribiera un texto sobre la experiencia institucional, profesional y vivencial del MACSI. Estas realidades revelan que no puede haber alguien con mayor conocimiento, con más aguzado criterio y con más legitimidad emocional que María Luz Cárdenas para asumir el recorrido de esta narrativa. En su caso, este texto deja de ser una simple aventura intelectual, para transformarse en la concreción de un testimonio en donde lo personal y lo profesional se funden en la fidelidad de unas apasionantes páginas. Por otra parte, María Luz Cárdenas es una de nuestras críticas de arte más significativas y esta cualidad se convierte en otra razón para ser la responsable de entregarnos el tesoro de su recorrido con Sofía. Estamos seguros que el lector, además de disfrutar lo riguroso de sus explicaciones podrá, igualmente, asimilar y aprovechar importantes aprendizajes en materia museológica.

Desde el propio comienzo de la lectura de este abarcador ensayo, se sentirá la anticipación de un incuestionable corolario: el MACSI revela la experiencia institucional más exitosa e importante que existe en la cultura venezolana. Y esta afirmación convoca, desde luego, una atenta lectura porque, en definitiva, nuestra autora comparte con sobriedad y propiedad la fructífera secuencia de una entrañable vocación en donde se entrecruzan enriquecedoramente el valor humanizador de la cultura, la potencialidad simbólica de las artes visuales y la potencia redimensionadora de la institucionalidad.

Mientras el hilo de conducción del ensayo de María Luz Cárdenas atraviesa la naturaleza de la experiencia museística y el particular énfasis en la conformación de una colección antológica, el texto de Carlos Delgado Flores se afirma en la idea de revisar el despliegue del MACSI en el marco de un contexto sociopolítico que se debatía entre las opciones ofrecidas por la modernización del país. Para ello, el autor se pasea por varios capítulos que abordan desde el recuerdo de que el MACSI surgió en unos sótanos hasta el registro analítico del legado de Sofía, pasando por los abordajes de temas vinculados a la manera como ella convertía lo cotidiano en extraordinario, y la versátil forma como se construyó una imagen y una reputación que superaba cualquier exigencia.

El dominio demostrado a lo largo de todo este trayecto se explica por la relación contigua que el autor sostuvo con Sofía Ímber, ya que la acompañó durante su última etapa en las páginas culturales del diario El Universal y, luego, prosiguió en el MACSI como encargado de todo lo concerniente a los asuntos de información y comunicación. No deja de ser importante reseñar que le tocó la incómoda circunstancia de convocar y coordinar la rueda de prensa en la que Sofía notificó su salida del que nunca dejaría de ser “su” museo.

El ensayo de Carlos Delgado promueve una amena lectura porque ilustra interesantes pormenores de una experiencia, así como los extensivos significados de una sucesión de logros en el campo de lo cultural. El espíritu periodístico del autor, así como su dominio de género ensayístico, le permiten hacer un reajuste histórico colmado de ilustrativos acontecimientos. Igualmente, el alcance divulgativo se hace presente en su escrito, pero sin sacrificar los oportunos análisis del devenir de la organización. Sin duda, esta aproximación también representa una interesante síntesis de la misión que Sofía compartía en diferentes medios, lo que aporta pautas para la comprensión de lo que organizacionalmente representa el MACSI en la historia de la cultura del país.

Puede decirse que los dos ensayos se complementan a la manera del encuentro entre raíces de dos árboles cercanos. Cada uno asume sus respectivas fuentes y recurre a las fuentes de sus correspondientes perspectivas que en todo momento son concurrentes en la figura cimera de Sofía Ímber y en el centro icónico del arte redimensionado en el MACSI. De esta manera, la inteligencia y el dominio museológico de María Luz Cárdenas, así como la habilidad y curiosidad periodística de Carlos Delgado se reúnen en un libro que será insoslayable para la memoria histórica de la cultura venezolana.

X

Al disponernos a concluir estas líneas, y al tener que desprendernos de la exigencia racional propia del proceso intelectual de escribir, tomamos conciencia de una espontánea evocación de Sofía como persona y amiga, más que como objeto de una reflexión destinada a la formalidad de un prólogo. Esta circunstancia, sin duda, nos produce añoranza, sin embargo, de inmediato nos recuperamos porque es mucho menor el sentimiento de su ausencia que las obras que todavía conservan su espíritu y su legado. En el sendero de esta sensación retomamos el empeño mental de la escritura y nos vemos obligados a revisar las líneas avanzadas en las páginas que preceden, con lo cual llegamos la insatisfacción por no haber cubierto la dimensión completa de lo que ella representa. No hemos recogido con plenitud todo lo que ella merece. Faltaron muchas cosas y los argumentos expuestos no siempre mostraron fielmente el alcance de su inconmensurable aporte. Esta limitación la aceptamos con la humildad de vivir el inconformismo que siempre la acompañaba a ella luego de concretar sus realizaciones.

Aunado a lo anterior, nos surge otra inquietud existencial: ¿Cuál es la relación general que existe entre un autor y su obra, y en ese marco, cuál es la vinculación particular entre Sofía Ímber y el MACSI? Recuerdo que alguien exclamaba una vez: “¡No veo a Shakespeare en las obras de Shakespeare!”, con lo cual destacaba la prevalencia de los legados por encima de sus generadores. Pero, igualmente, son numerosos los que se inclinan por subrayar que toda obra es producto de un creador y que, por lo tanto, la prevalencia del autor es lo que concede la significación de su importancia. Entonces, ¿qué pensar en el específico caso que ahora nos demanda? Pues bien, las dudas intelectuales y los cruces emocionales son tantos que se impone reiterar que estamos en presencia de una auténtica relación de consustanciación: de nuevo tenemos que aseverar que es imposible pensar en Sofía Ímber sin pensar en el MACSI y, de igual manera, no podemos pensar en el MACSI sin pensar en Sofía Ímber. Dicho de otra manera, aquí se pone de manifiesto que Sofía precedió al MACSI para que el MACSI la excediera, y el resultado fue que Sofía terminó presidiendo el mejor lugar de nuestra memoria. Todo este ambivalente juego de relaciones se explica porque el MACSI no fue parte de su biografía; más bien, fue el destino supremo de su vida.


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