Por RAÚL DE ARMAS
Los poemas de Los cuadernos del destierro generan la misma sensación que uno siente al estar frente a algo majestuoso, enorme, misterioso. Se parecen, a mi gusto, a un baobab: al ancestral árbol africano, del cual se ha dicho que es el árbol más magnífico del mundo. Esa es la razón del título de este ensayo.
No pretendemos situar al libro en un momento histórico ni literario, ni juzgarlo por esta u aquella teoría. Aunque un ensayo interpretativo sobre poesía sea todo menos práctico, podría decir que la intención es, en efecto, más práctica. No es un ensayo crítico. Tampoco buscamos descifrar los secretos de la obra; eso sería imposible, tiene muchos. Los cuadernos del destierro (1960), que bien podríamos definir como la crónica poética de un desarraigo, expresa unos vislumbramientos síquicos, unas verdades sobre la soledad y el exilio, sobre el deseo y la abstinencia, sobre la sociedad y el individuo, sobre el castellano y sus posibilidades, que no he logrado observar con suficiente claridad. Apenas los percibo. Por eso me sentiría a gusto considerando a este texto casi como una guía turística, como un compañero, como un texto de soporte. Como alguien a quien acudimos para conversar sobre un tema de interés mutuo.
Creo que lo más importante para empezar el libro es conocer su contexto. Rafael estaba desterrado en Trinidad y Tobago cuando lo escribió. Marcaban los años 1952-1956, cuando Venezuela estaba en plena dictadura militar sin libertad de expresión. Él estaba entre sus 22 y 26 años, hecho que asombra a cualquiera. Era poeta y comunista indeciso. Un alma joven y noble, pero defraudada. Un ser extraordinariamente honesto y sensible, pero sin propósito. No sabía si volvería a su hogar. No sabía si volvería a ver el brillo azul del Ávila, ni los desiertos de su natal Lara. Tampoco sabía si volvería a la candidez de su familia, ni si tendría hogar propio, o una mujer, o un oficio. Era pura incertidumbre, puro vacío, pura decepción, puro choque. En esa situación poetizó su dolor y su alegría, sus avances y sus retrocesos, sus descubrimientos y sus engaños.
Los cuadernos del destierro es el hijo prodigioso de ese vaivén.
Parte 1. Conmoción
I. El inicio del viaje. El narrador vuelve al pasado y describe su raza de “comedores de serpiente”. Confiesa no haber heredado las virtudes de su pueblo, y reflexiona sobre sus propios defectos, sobre ciertas “empresas” utópicas que lo vencieron. [No está de más decir que la mayoría de los latinoamericanos, asiáticos y africanos bien podrían aludirse como comedores de serpiente].
II. Poema hermoso y estremecedor. Relata su transcurso en la tierra dejada atrás. Su vida estaba dominada por el desencanto consigo mismo, y con el descubrimiento de otras identidades dentro de él.
Mi rostro ¿dónde estaba?
Ese desencuentro lo quebró.
III. Renovación. Su corazón silba. Ha vuelto la confianza después de un largo tiempo de tristeza y despropósito. Realiza una evocación de memorias, de imágenes poéticas, de grandes pequeñeces, para recrearse. Aquí la nostalgia se vuelve un placer.
IV y V. Empieza a descubrir a Trinidad y Tobago. Una mezcla de asombro y menoscabo chocan en él. Empieza a concientizarse del nuevo sitio y a notar las consecuencias del exilio. Prevalece una pesadumbre oscura. Las palabras “negro, desesperación, herido, desterrado, sepultar, muerto” pueblan el texto.
VI. Rememoración de la “tierra de luz blanda”, que posiblemente es una Venezuela idealizada. Hasta ahora hemos presenciado una enigmática pero deslumbrante belleza literaria. No encontramos una retórica melosa ni cursi, sino vital y abundante. Una especie de elegancia apasionada. Una majestuosidad silenciosa habita en estas páginas.
VII. Sigue la exploración y el descubrimiento de la nueva tierra. La imaginación del poeta destella con escenas sombrías y tremendas.
Contemplé al Río Changó. Sudosos los danzantes de los pozos, reclinados, graves los ojos de iris, despierta la pantera del verde árbol que las mareas solicitan.
VIII y IX. Visiones engrandecidas de hechos extraordinarios. Un carácter prehistórico, gigante, de éxtasis tropical, sale de estas líneas y sacude.
X. ¡Claridad! Ahora ve la causa de sus problemas.
Pero el tiempo me había empobrecido.
Nunca pude precisar si tenía historia.
Me sentía solo.
Habitaba un lugar indeciso.
Y con ello la crisis. Cae en cuenta de su despropósito. El entretenimiento por lo nuevo es insuficiente para solventar el caos. Necesita raíces. Anhela un proyecto de vida. Empieza inconscientemente a buscar convicciones sobre sí mismo. Un cambio de rumbo se aproxima. La vuelta a la patria aparece temprana y súbitamente.
XI. ¡Wao! El registro más trascendental hasta el momento. Es legendario. El poeta, en un insólito rapto espiritual, como de oráculo griego, se convierte en la humanidad entera. Es un hombre hecho todos los hombres. Un hombre con la capacidad de expresar todo el sufrimiento humano. Hace una radiografía de su condición sin tapujos, bella, rotunda, estremecedora. Es difícil pensar en una introspección tan franca, clara y desoladora, como la que aquí leemos.
Estoy aquí.
Muerto pero aún andando, desnudo, recreado en las hojas de fuego, devolviéndome hacia mi final, dado al tiempo sin armas, espíritu del vino, excelente en el sufrimiento, sin títulos como los resucitados (…), inexistente pero complaciendo la mitad de mi animal, caminando, hablando, sonriendo, callando, exhibiendo uno de mis rostros, mintiendo, muriendo por la verdad, con amigos, planificando una manera de vivir, faltamente mórbido (…), en imperfecta posesión de mis facultades, inseguro como una mujer, sin partida de nacimiento y ya previendo mis desapariciones en antesala de desarraigo, no obstante dueño de deleitables disposiciones, oyéndome a cuatro silencios por minutos, cansado de andar conmigo, disponiendo mis sucesiones, nimbado por antiguas auroras, lleno de boscosos rumores, navíos a pique, resplandores identificados, poderes de seducción, móviles confesos, alianzas, lúbricos, acostumbrado a la superficie, obsedido por el sexo…
El texto es como una lágrima. Como lo que sale después de la concientización de un hecho doloroso pero aceptado. Es cien por ciento orgánico; nace de la carne, del corazón poetizado, de la más honesta problemática del alma.
Claro, esa emoción pura es transformada en poema gracias a su razón y a su disposición poética. Su razón no interfiere, solo encauza, dirige, verbaliza, precisa, describe. El silencio también juega un papel fundamental. Solo así, dejando a la sensación brotar naturalmente, callando para escucharnos, y utilizando a la mente como mero testigo-transcriptor, es que la experiencia puede convertirse en arte. Solo así puede fosilizarse en el alma, esclarecerse en la cabeza, y desvanecerse el dolor del cuerpo.
XII. Empieza la aceptación, y con ella una supuesta etapa de afirmación y reconocimiento. Entra en paz con sus “amantes”, que es su polaridad interna: las distintas personalidades que lo habitan.
Parte 2. Búsqueda
XIII.
He huido. Nadie puede escapar. Todos se queman sobre el fuego de sus perplejidades y sus incoherencias.
Asumir su realidad le aterra. Pero reconoce que su situación es inexorable: debe dejarse quemar por el fuego de vivir aunque no quiera. Nadie se salva.
XIV y XV. Hasta ahora las entradas más melódicas del libro. Canta sin rima la incierta emoción de aceptarse y volver.
XVI. No busca la precisión de la prosa corriente, ni tampoco el temblor simbólico de la poesía versificada. Sin embargo, estas entradas de Rafael se ahogan en un mar de retórica y metáforas visuales. Las conexiones borbotan sin resistencia y con cierto ímpetu tropical. Uno lee y de pronto se siente en una tierra de cíclopes y exageraciones, de ebriedades selváticas, de éxtasis. Hasta ahora hemos asistido al despliegue arrebatado del desarraigo, expresado fielmente en la primera oración del libro:
Yo pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpiente, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor.
Él pertenecía a la Venezuela de los años 30 y 60, la que empezaba a construirse para luego desmoronarse.
XVII. Reflexiona sobre sus años anteriores. Años de nomadismo en casa propia. Años de extravío que lo hicieron sentir maldito, fuera de lugar. La excesiva razón, el incesante pensamiento mal canalizado, su timidez, y ese carácter camaleónico de algunos poetas, lo castigaron con el desagradable y común sentimiento de muchos artistas e intelectuales, de inquietos y sensibles: el destierro en tierra propia.
XVIII. Sigue buscándose. Ninguna de sus personalidades tiene la suficiente fuerza como para afianzarse en ella. Aconseja. Busca las sabias recetas de otros sabios para seres sensibles y racionales, como él.
Endurézcase. Lea a Whitman, a Nietzche, a Mayakovski. Entre en contacto con la naturaleza.
¿Seguirá sus propios consejos?
XIX. Retorno apacible a la infelicidad. De a momentos destella revelaciones como relámpagos imprevisibles, encandilando al lector. Cae en éxtasis, y recuerda el estado atónito de los antiguos oráculos, los cuales tienen una evidente semejanza síquica con él, una disposición inusual.
XX. Hambre sexual. Anhela tacto, humedad, mujer. Percibe al deseo como una serie de ondas que recorren su cuerpo, olas que avanzan y retroceden. Su fervor es natural, y la alegoría muy justa. Es posible que le dedique un párrafo entero, un párrafo rico y sensorial, al afán por los vellos de su amada.
Amo los blandos linderos de inefable tinte, ondulantes en la selva enana y espléndidamente libre que sobresale de tu cuerpo como mil vocecillas frutales (…) Extensión que amamanta mi vicio.
XXI. Sufre la frustración del amor no correspondido. Quiere liberarse pero no tiene con quien. Poema arduo.
XXII. Descolocado. Anodado. Ajeno a sí mismo. Un alud de imágenes inconexas —desde la de un orangután en un autobús, hasta pipotes de vino derramados con campanas— manifiestan un sobrecogimiento, una abrumación, un desorden.
XXIII. Muchos días vendrán… Hermoso atisbo al futuro. Vuelta sutil a la esperanza. Reconoce con mansedumbre que volverá a la vida cotidiana, al tedio cubierto por el moho de los sueños que se atornilla en las orejas. El desterrado asume su renovación. Pronto renacerá.
XXIV. Poema denso, intrincado. Tuve que releerlo varias veces para separar la música del ruido. En él se expresan dos revelaciones que marcarán la vida del poeta. La primera es la inclinación mística de Rafael. Y la segunda es el cambio vital, que parece inminente.
XXV. Entrada curiosa, distinta a la trama principal. Narra poéticamente, con una especie de fuego verde, con una voz desbocada, el éxtasis belicoso del acto de escribir. Muestra la batalla entre el corazón y el cerebro al momento de expresarse con palabras. Y proclama a un ganador: el desorden y la insatisfacción.
XXVI. Hastiado de su disfuncionalidad. Se siente un inútil. Sabe que debe parar de procrastinar sus deberes. Está pero no está; vive distraído, nublado, amargo. Reconoce la necesidad de alejarse para clarificarse, ya que solo así podrá cumplir con sus deberes. Yace al borde del quiebre, del desahogo, del grito que callará para no ridiculizarce frente a los demás. Porque es tan torpe expresar dolencias ante muchedumbres no solo jocunda sino insaciablemente risueña.
Parte 3. Encuentro
XXVII. ¡Claridad! Ha llegado a la encrucijada aceptando sus faltas. El cansancio lo obliga a concientizarce. Está exhausto de tanto sufrimiento. Expresa sus devastaciones y declara resueltamente su anhelo de paz.
XXVIII. Aceptar nuestra miseria es un bálsamo y un asiento, pues alivia y asegura, cura y afirma. Acá, el poeta, harto del temor que lo estanca, persuadido de la maldad de su causa, se encomienda a una nueva etapa vital siguiendo aquel inmortal pensamiento de San Mateo:
No hagas resistencia al mal.
XXIX. Reflexiones sobre la escritura de Los cuadernos. Manifiesta sus aprendizajes sobre la claridad, el estilo y la completitud de su lenguaje. Propenso al silencio por naturaleza, se pregunta agudamente: ¿Qué precio tiene mi cabeza para los cazadores de silencio? Lo que es otra manera de preguntar: ¿cuánto vale su silencio, qué tan provechoso ha sido su callar?
Consciente de su don expresivo, de la altísima calidad de su arte, el poeta trivializa sus méritos. Se mantiene con los pies en la tierra. Rechaza la vanidad. No le interesan porque todo es un juego, donde él no sería más ni menos porque acertara decir bien esto o aquello.
XXX. Visualiza fríamente su condición. Se ha liberado a través de los poemas que ha escrito. Se desprenderá de esta etapa que culmina. Cuestiona sus experiencias y duda. Lo vivido hasta el momento parece falso, distante, incorpóreo. Viéndose en el instante, reconoce que su único anhelo es la certidumbre, una verdad, cual sea.
un solo lugar que podamos llamar por su nombre.
Eso le bastará.
XXXI. Declara su nueva filosofía, que podríamos resumir así: admitirá el mal sin resistencia. Será honesto consigo mismo aunque duela. No será complaciente, pero tampoco arduo. Se aceptará. Y resguardado en su individualidad, habitante sereno en su propio cuerpo, abrirá su corazón a los demás.
XXXII. Final del viaje y vuelta a Caracas, su hogar. Lo que termina o apacigua el sufrimiento es la aceptación. Esa es la clave, la solución del vaivén. Al aceptarse encuentra la certeza de ser quién es. Y con eso, el proyecto vital se esclarece.
El poema termina con el narrador reconociendo su identidad después de un largo y tumultuoso período de irreconocimiento. He recuperado mi nombre, dice. Luego pide soledad para continuar con su vida. Quiere lo mínimo necesario:
un cuarto, una lámpara, un vaso de licor, un lecho y libros.
Es la sencillez que anhela para poder reunirse en paz con los habitantes que lo habitan, como ancianos que comparten la televisión en silencio.