Papel Literario

El jardín de la memoria

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Por FRANCISCO SUNIAGA

Recibir la solicitud de escribir una nota sobre “jardines”, sin mayores explicaciones, equivale al inefable “tema libre” de los exámenes finales de la vieja escuela. Uno no va por la vida pensando en jardines o analizando el concepto de jardín, a menos que sea aficionado a cultivarlos o profesional del oficio. Me sedujo del encargo la posibilidad de definir mi idea de jardín, que, por supuesto, no era algo sobre lo que hubiera reflexionado antes. De ellos solo tenía sensaciones de mi vida adulta: algunos me gustan y otros no, me conmueven, me admiran, me obligan a la contemplación o los ignoro.

Estar en Berlín puede ser útil para tramar algunas ideas, complacer a la amable solicitante y hurgar en mi psique sobre el asunto. Es una ciudad de parques y jardines hermosísimos y habíamos llegado (mi esposa Guillermina y yo) aquí precisamente con la primavera. Hicimos un paseo buscando los cerezos en flor, que acá son muchos, y, de pronto, experimentar un hanami balsámico para nuestras almas venezolanas atormentadas.Fuimos por los más atractivos según los decires de los propios berlineses: los milcerezos (exactos) que hay en la avenida Tv-Asashi-Kirschbaumeallee, pero no habían florecido, son tardíos. Debimos entonces conformarnos con las pocas decenas en flor de KirschblütenPfad, una vereda aledaña a la BornholmerStrasse (famosa por ser la del puente Bösebrücke, el primero de los pasos abiertos la noche histórica del 9 de noviembre de 1989, para que los berlineses del Este pudieran salir en masa a conocer la libertad).Tantos árboles florecidos son un espectáculo, pero estaba lleno gente y no había espacio ni para sentarse.

Orientando nuestros paseos en función de esta nota, el fin de semana siguiente fuimos al Tiergarten, el enorme Parque Los Caobos de Berlín. En uno de sus rincones está el EnglischerGarten, el Jardín Inglés, donado por la familia real británica al pueblo de Berlín (junto con cincuenta mil árboles diversos para reforestar el desierto en que las bombas de la guerra habían convertido al gran parque berlinés). Es un espacio hermoso que se abre en medio del bosque, con flores, setos y arbustos cuidados al detalle, simétricos en su ubicación, formas y tamaño, perfectos, ciertamente bloody beautiful, pero lo tomé como algo bello, que sólo es bello.

Eso nos pasa con las cosas y hasta con la gente. El EnglischerGarten me dejó una sensación que, lejos de acercarme, me separaba de mí idea de jardín aún por definir; pero que presentía como una expresión estéticamente menos cuidadosa, tal vez ni siquiera intencionada y algo mística, incluso. Un paraje en el que la acción del hombre, el azar de la naturaleza o la propia mano de Dios, haya creado belleza, algo caótica,y exagerado algunos rasgos. Son esos los jardines que suelen admirarme y conmoverme.

En el camino de regreso a casa, aún dentro del parque, le comenté a mi mujer, que en casa de mi abuela Luisa, en La Asunción, había un árbol de manzana. Fue algo que dije de manera súbita, sin pensarlo. Su respuesta fue una larga carcajada. Cuando pudo hablar, me ratificó su tesis de que en esta etapa de mi vida, adentrado en la senectud, sueño cosas y después creo que son verdaderas. Tanto ha insistido en el tema que me ha hecho dudar de mis memorias más lejanas. En cuanto pude, envié un mensaje a una de mis primas mayores preguntándole si ella se acordaba del manzano de la abuela y me confirmó que sí, que se lo había traído de la Argentina el tío Rafael.

Comencé entonces a buscar la razón por la que pude haberlo rescatado de mi memoria, tantos años después. Evoqué entonces el patio de la abuela, su jardín. Aquel vergel de mi infancia, presidido por un manzano, una serendipia extraviada y absurda entre matas de berenjenas y ajíes, un huerto de rosas de diversos colores, calas, lirios, cayenas, cocoteros enormes en el fondo como horizonte, cepas de plátano, una mata cargada de lechosas, arbustos ornamentales y maticas curativas de todos los tamaños, en porrones de barro de El Cercado. Un espacio de estética caótica, hermoso y utilitario a la vez, con pájaros, abejas, aromas de flores y frutos que está inscrito en mis memorias primeras. Todos los demás que he visto hasta ahora, sin saberlo, han pasado por ese tamiz y contrastado con él.

Ya insomne, recordé a Gustavo Díaz Solís, mi profesor de Literatura Inglesa, apasionado de los poetas románticos, quien con su voz pausada y suave, nos hizo entender a su admirado William Wordsworth en una sola y reiterada frase: “La poesía es memoria”. Cuán cierto. No solo la poesía, sino la idea de jardín y todas las ideas, porque en ella están las impresiones y percepciones de nuestro pasado, asentadas por el tiempo y, sin saberlo nosotros, han moldeado las percepciones de nuestro ser adulto.El propio Wordsworth lo vivió:

“Pues he aprendido / A mirar la naturaleza, no como en la hora / De la insensata juventud; sino escuchando a menudo / La música serena y triste de la humanidad, / Sin asperezas ni disonancias, aunque con fuerza suficiente / Para aquietar e imponerse” (1).

Referencia

1 “For I have learned To look on nature, not as in the hour Of thoughtless youth; but hearing oftentimes The still sad music of humanity, Nor harsh nor grating, though of ample power To chasten and subdue”. William Wordsworth:  Lines Written a Few Miles Above Tintern Abbey. (Versos escritos pocas millas arriba de Tintern Abbey)