Por JOHANNA PÉREZ DAZA
Cuando Francisco Edmundo “Gordo” Pérez (Caracas, 1920-1974) murió yo ni siquiera había nacido. Sin embargo, dos décadas y media después —cuando a finales de los 90 comencé a estudiar periodismo y a interesarme por la fotografía— su nombre resonó y sus imágenes me atraparon, trasladándome a diversos episodios que capturó con su cámara, entendida como ese singular aparato que Mathew Brady definió como “el ojo de la historia”.
Percibía en sus fotos experticia y atrevimiento, una mirada arriesgada y ágil que compensaba su peso corporal (llegó a pesar 138 kilos), y es que, en palabras de Emilio Santana, “Así era el ‘Gordo’ Pérez. Siempre se las arreglaba para hacer las mejores fotografías. No se preocupaba por su exceso de peso. Sustituía la agilidad de los flacos con su imaginación de viejo zorro. Era poseedor de un sensible olfato periodístico”, olfato del que era poseedor y creyente: “La noticia debe olerse; quien no posea esa rara facultad que busque otro oficio”. Gracias a esa intuición se anticipó, por ejemplo, a la invasión de Bahía de Cochinos (1961) y logró exclusivas de esta noticia que cubrió junto a Guillermo Campos Martínez, con quien estuvo en Playa Girón.
De ideas claras y directas, consideraba que “el lector, [es] el único soberano que reconocen los buenos periodistas”. Revisar las entrevistas que concedió implica una risa franca y espontánea, reflejo del humor con que lo caracterizaron sus allegados. Se inició en el periodismo por la poca atractiva remuneración de 75 bolívares mensuales. Fue un hombre de medios que transitó los caminos de la radio, la televisión y la prensa escrita. Seis meses antes de publicarse el primer número de El Nacional ya era el jefe de Fotógrafos de un periódico aún en gestación. Previamente, había sido fotógrafo de El Heraldo, La Esfera, Élite, Ahora y El Universal.
Fue un radioaficionado, primer presidente del Círculo de Reporteros Gráficos de Venezuela (CRGV) y miembro fundador del Sindicato Nacional de Periodistas. Además perteneció a organizaciones gremiales y radio clubes, dentro y fuera del país.
Como muchos venezolanos, recuerdo especialmente la imagen en blanco y negro de una señora mayor tomando una fotografía rodeada de hombres uniformados y armados —y unas pocas damas sonrientes— que la observan con picardía y atención, mientras aguardan la llegada del general Marcos Pérez Jiménez a su juicio. La diminuta cámara sostenida por la señora ocultó su rostro y —por un fugaz y eterno momento solo posible gracias a la fotografía— quitó la atención de los dos grandes sujetos, delante y detrás del hecho, portadores del mismo apellido: Pérez Jiménez como protagonista ausente y el “Gordo” Pérez asomado indiscretamente en la parte inferior derecha a través de su inconfundible firma dentro del círculo blanco, la cual era colocada intencionalmente como un sello imprudente que podía llegar a estorbar, pero diluía cualquier duda sobre la autoría de emblemáticas imágenes, al tiempo que encaraba la tradicional orfandad de la fotografía de prensa.
En una entrevista realizada por Emilio Santana, en 1972, el Gordo Pérez responde cuál fue la fotografía más difícil que lo tocó hacer: “Después de haber cubierto muchas revoluciones en América, sigo pensando que quizás las fotos más difíciles fueron las que tomé en el Cuartel San Carlos durante la Revolución de Octubre por la confusión que reinaba en ese momento”. Otros acontecimientos que fotografió y lo marcaron fueron el Bogotazo, en Colombia, y el terremoto de Ambatos, en Perú. Todos estos hechos ocurridos en la década de los 40 del pasado siglo. También capturó impresionantes imágenes del asesinato del presidente Carlos Delgado Chalbaud, en 1950.
Retrató a reyes, princesas, estadistas, personajes históricos como Churchill, Roosevelt y Stalin. “Estuvo en casi todos los países de América para cubrir magnicidios, terremotos, insurrecciones antigubernamentales, golpes de Estado, catástrofes. Estuvo 39 veces en Cuba, nido de grandes intrigas políticas durante muchos lustros. Asistió a los sucesos de la República Dominicana después de la muerte de Trujillo, a la Revolución Boliviana que consideraba como la más sangrienta de todas. Su cámara trabajó infatigable en Buenos Aires, a la caída de Perón; en Río, durante el suicidio de Getulio Vargas; en Panamá, cuando el asesinato del presidente Remón; en Guatemala, cuando derrocaron a Aubenz; en la frontera de Nicaragua y Honduras durante la guerra de esos dos países; en el homicidio de Castillo Armas; en el derrocamiento de Rojas Pinilla, en Colombia”, escribió Arístides Bastidas en una acotada enumeración de eventos que comprueban la trayectoria y las andanzas, la inquietud y versatilidad de este sujeto que, sin duda, fue un “peso pesado” de la fotografía de prensa asumida, más allá de la adrenalina y la inmediatez, como un documento histórico de indudable valía.
Una vez escuché a un reportero gráfico decir que los fotoperiodistas son como los bomberos, mientras todos corren en sentido contrario al fuego a ellos les toca ir directamente hacia él, o hacia cualquier otro peligro o acontecimiento de interés público que deba registrarse y salvar del fuego del olvido, a través de una fotografía que va en contrasentido de las presiones y las ansias aniquiladoras, que busca más que el “instante decisivo” y asume ser ese testigo incómodo, ese ojo acucioso, esa mirada crítica que no solo captura sino que también toma posición, sin caer en la tentación del espectáculo o la seducción del heroísmo, que es responsable con su momento histórico y consigo mismo. Tal vez por eso el Gordo Pérez pulsaba los riesgos del oficio e interpelaba: “¿De qué vale un reportero gráfico con un balazo en el pecho y la cámara al lado?”. Una pregunta peligrosamente vigente.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional