
El 24 de agosto de 1963 Alfredo Di Stéfano fue secuestrado en Caracas. El jefe del comando que lo plagió es un joven de 19 años seducido por la revolución cubana. Uno y otro se volverían a ver las caras 42 años después. En El secuestro de la Saeta Rubia —el apodo del jugador emblema del Real Madrid — Jimeno José Hernández Droulers recupera los detalles íntimos de aquellos días. “Es una fábula sobre el destino y la vocación”
Por JAVIER CONDE
Cuando se encontraron por segunda vez cuatro décadas y poco después Alfredo Di Stéfano se negó a estrecharle la mano a Paul del Río, que tuvo por alias “comandante Máximo Canales”. Menos aún tomarse una foto juntos. “Usted hizo pasar mucho daño a mi familia. No tenemos nada de qué hablar”, le espetó el exjugador nacido en Argentina, que alcanzó la cúspide en el fútbol español y europeo en la segunda mitad de los años cincuenta del siglo pasado, y que no se andaba con medias tintas. Ni en la cancha ni fuera de ella. Sí, era una jugada del destino, una mala jugada del destino. “No, señor, vengo a ver el show y me voy a casa, aún estoy de luto”, zanjó Di Stéfano, ya un hombre muy mayor, próximo a los 80 años, y que apenas unos meses antes había despedido al amor de su vida, Sara Freites Varela de Di Stéfano.
Fue a Sara la primera figura que divisó sobre la pista del aeropuerto de Barajas, junto a sus hijas Nanette y Silvana y el pequeño Alfredo, la mañana del 30 de agosto de 1963 cuando regresó de vivir un “infierno” en Caracas. Durante las 48 horas de su encierro en un apartamento del centro de la ciudad solo pensaba en ella y en sus hijos, en que Alfredito cumplía años, en la angustia por la que estarían pasando hora tras hora. Y 42 años después, el destino, juguetón indescifrable, él que siempre supo esquivar a sus rivales, lo juntaba con su secuestrador en una ocasión estelar del club que marcó también su vida: el estreno de Real, The Movie. Paul del Río aparece en la cinta del director Borja Manso, interpretado por el actor Manuel Escolano, reviviendo aquellos días absurdos de 1963. Y mirando a la cámara dice: “Hace cuarenta años tuvimos la cortesía de secuestrar a Di Stéfano”.
Al viejo jugador, que llevó a su club a reinar en Europa durante cinco años consecutivos, sin nadie que le tosiera, aquello le pareció de muy mal gusto. Nunca odió a su secuestrador, pero tampoco lo celebró. Aunque, y otra vez el destino y sus designios, en su casa están colgadas pinturas elaboradas por Paul del Río, faceta que cultivó después de la aventura armada de los años sesenta, entregadas a Di Stéfano por Lázaro Candal, compañero de transmisión televisiva en los mundiales de fútbol de 1978 y 1982. Candal, que es sin duda el otro personaje de El secuestro de la Saeta Rubia, era corresponsal de Marca en 1963 y fue quien dio la noticia del plagio. Pero, además, el periodista y locutor gallego, y su esposa Purita, conocían y trataban a la familia Del Río. El secuestrador, convertido en artista, nunca ajeno a los avatares revolucionarios hasta el trágico final de sus días, le entregó los cuadros a Candal, quizás en busca de un borrón y cuenta nueva con su víctima.
Jimeno José Hernández Droulers, nacido en 1981 en Austin (Texsas) y criado en Caracas, es abogado de la Universidad Monteávila y tiene una maestría en gerencia deportiva cursada en la Universidad Europea de Madrid. Huelga decir que es fan del Real Madrid. A la historia del secuestro de Di Stéfano en Caracas llegó por azar cuando ya era un estudiante universitario, aunque entonces no había comenzado a escribir o no al menos como confiesa que ahora lo hace. “Cuando uno empieza a escribir ya no puede parar”, cuenta en el posfacio de su texto. El secuestro de la Saeta Rubia es su cuarto libro. Todos tienen en común una inmersión en historias que rondan por allí en espera de que alguien las cuente por primera vez o con otra mirada.
El primer libro de Hernández Droulers, El crimen de Miraflores, publicado en mayo de 2020, recrea la historia del asesinato del general Juan Crisóstomo Gómez, primer vicepresidente de Venezuela y hermano del dictador Juan Vicente Gómez. Al año siguiente produjo Aventuras del Nuevo Mundo, un texto de 87 páginas que reúne un conjunto de historias breves fruto de su deslumbramiento al hurgar en el Archivo General de Indias en Sevilla, del que es investigador registrado. En 2022, Lazos de amor y guerra, intimidades de los héroes sigue en la línea de las microhistorias o episodios, en esta ocasión sobre figuras de la lucha independentista.
El secuestro de la Saeta Rubia, bajo el sello de Editorial Dahbar, es un relato extraordinariamente minucioso de la peripecia vivida y padecida por Di Stéfano en Caracas, adonde había llegado con su Real Madrid para participar en la Pequeña Copa del Mundo, un inconcebible torneo futbolístico en la ciudad, en apariencia, menos futbolera de América del Sur. Mientras la joven democracia venezolana transitaba hacia las elecciones presidenciales que se celebrarán a finales de ese año de 1963, las organizaciones guerrilleras y sus comandos urbanos, severamente golpeadas el año anterior con el fracaso de los alzamientos militares en Carúpano y Puerto Cabello, planean y ejecutan una acción propagandística de estruendo mundial: sorprender y capturar en el hotel Potomac al Messi de la época, aunque en el inicio de su declive futbolístico porque ya tiene 37 años, se suele reír del poco pelo que le queda y siente en su humanidad los achaques de una vida en los campos de fútbol de su Argentina natal, de Colombia, donde fue ficha de Millonarios, y de España y toda Europa.
Su contraparte, Paul del Río, hijo de asturianos que huyeron de España tras la victoria franquista en la Guerra Civil (1936-39), nace en Cuba, primer destino de sus padres antes de establecerse en Caracas en 1945. La política siempre está en la mesa de la casa, como expresión de repudio a las dictaduras, y así crece el joven, que es hábil para el dibujo, y caerá rendido ante la aparición de Fidel Castro. Hernández Droulers, a partir del plagio, que junta por 48 horas la suerte del futbolista y el guerrillero, traza de alguna manera un paralelismo entre ambas vidas hasta ese imprevisto e insólito encuentro en Madrid. Ese recorrido de décadas obliga al autor a abordar la complejidad política, económica y social de Venezuela, tema de hondo calado que aún nos tiene debatiendo con más confusiones que certezas.
Alfredo Di Stéfano fue un hombre del fútbol hasta su muerte en julio de 2014. Paul del Río murió al año siguiente, como Máximo Canales empuñando un arma que apuntó a su corazón.
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