Por SERGIO ANTILLANO ARMAS
Llegaba en bicicleta a la Facultad de Ingeniería. Por decisión propia, ese era su medio transporte bajo el inclemente sol de las calles de Maracaibo. El profesor Roger Nava había sido uno de los primeros estudiantes venezolanos en especializarse fuera del país y ahora enseñaba la mecánica de los fluidos a los nuevos ingenieros en formación en la Universidad del Zulia.
Recuerdo que en la primera clase del semestre, intentó estimular el espíritu experimental de los alumnos y nos propuso discutir y escoger entre todos la forma de evaluar a los estudiantes del curso… Quería dejar atrás aquello de los dos parciales y un final. Abrió la discusión a propuestas y tras un frío indiferente de los estudiantes que en su abulia escogían el camino cómodo y convencional del sistema imperante, impuso entonces su autoridad profesoral y estableció un nuevo sistema de evaluación. La nota del curso pasó a depender de la inventiva y la innovación. Al terminar cada unidad temática debíamos “inventar” una forma de medir o detectar el atributo del fluido estudiado en ese punto del pensum.
La densidad, viscosidad, flujo o caudal… cada atributo nos exigía una forma novedosa de medirlo. Esa era el reto y los aparatos que inventáramos debían ser calibrados y probados.
Eso nos obligó a entender el concepto de cada característica de un fluido, explicada en clase. Sin la comprensión conceptual, sin adquirir el conocimiento, no había forma de idear un instrumento de medición de ese particular atributo del fluido.
Tal reto nos forzó a muchas horas en el laboratorio, probando, experimentando, calibrando y validando. Previamente debimos entender la ciencia, apropiarnos de la teoría, de conceptos y conocimientos, para luego desarrollar tecnologías… de eso se trató aquel semestre de encuentros maravillosos con la mecánica de los fluidos de la mano del profesor ingeniero Roger Nava, que usaba zapatos de goma hasta cuando se veía forzado a usar corbata y saco.
Creo ahora que él intentó enseñarnos a pensar, a aprender, a reflexionar. Intentó darnos las herramientas que facilitan el acceso a los conocimientos.
Con ello ese ingeniero hidráulico que amaba el lago de Maracaibo y la navegación hacía eficaz didáctica de la Ciencia; una necesaria actividad que permite y facilita la transferencia de saberes de unas personas a otras. Aquel docente transfería a otros la ciencia, los conocimientos basados en evidencias que había acopiado de estudios y experiencias y que, como toda ciencia, derivan de unos cuatro siglos de búsqueda, indagatoria, observación, reflexión y experimentación de los seres humanos que a lo largo del tiempo han ido generando el saber con esfuerzo y placer. Y mejorándolo: corrigiendo, ajustando, precisando, al evolucionar nuestra capacidad de entender y arribar a nuevos saberes. La ciencia, como las personas, cambia al saber más.
El conocimiento, cuando es validado y basado en evidencias, deriva fundamentalmente de los llamados “investigadores científicos”, personas que dedican sus días a indagar con método riguroso y sistemático, para ir ampliando los límites del saber fiable y trascendente.
Esos abundantes conocimientos, validados por las evidencias que la investigación acopia en todas las áreas, crecen y se perfeccionan cada día. Esa búsqueda permanente va arrojando luz sobre enigmas e incógnitas. Y nos ayuda a todos y a la sociedad a solventar problemas y evitar tropiezos, abrir horizontes y crear bienestar.
Los conocimientos científicamente validados constituyen en la actualidad el más importante patrimonio de la Humanidad y la mayor riqueza de las sociedades modernas.
Pero requieren ser acopiados, conservados y hacerlos accesibles. Los conocimientos necesitan ser sistematizados, y colocados en formas tales que sea posible su transferencia a las nuevas generaciones, a las audiencias no expertas y a todo a quien le interese o necesite ese saber fiable. Democratizar el acceso a ellos. Abrir caminos para que puedan ser accesibles a quienes los requieran. Su procesamiento, divulgación y la consecuente apropiación por la ciudadanía no es un asunto a dejar únicamente en manos de Internet, donde naufraga el ciudadano en ese océano que mezcla falsedades con verdades científicas, pseudo ciencia con saberes basados en evidencias, y opiniones interesadas que tergiversan las informaciones.
De allí que sea trascendental la labor de acopiar, procesar, organizar, graficar, diseñar la información y los conocimientos, y en especial, colocarlos en medios apropiados para democratizar el acceso a ellos.
El acopio, conservación y procesamiento de manera sistemática del conocimiento es la valiosa labor de los centros de documentación, mediatecas y bibliotecas. Y es el trabajo que acometen mediadores, divulgadores, comunicadores sociales y educadores, expertos en documentación y bibliotecarios de nuevo cuño, todos ellos armados de herramientas tecnológicas y creatividad; de rigurosos métodos y pasión por conservar y dar a conocer los saberes más diversos. Su labor es hacer saber el saber.
Allí, en la didáctica de la ciencia, están los cimientos del uso y utilidad de esos saberes, validados por evidencias, que resultan de estudios y experimentación.
En la actualidad incluso esa labor de intermediación entre los saberes y sus usuarios ha añadido nuevas funciones a los centros de documentación más allá de la digitalización y organización sistemática de los conocimientos. Hoy día el diseño de la información y el conocimiento, su graficación y conversión a imágenes, infografías, códigos y lenguajes visuales, son imprescindibles. De lo que se trata es de hacer que fluya la sabiduría de la especie humana. Salvarla del olvido; hacerla circular y multiplicarse.
Los altos volúmenes de conocimientos han llevado a nuevos lenguajes de códigos y a la poderosa comunicación en imágenes.
Un ejemplo popularizado ampliamente son los códigos QR (RQ) o el popular código de barras, a través de los cuales se accede a información y/o conocimientos fácilmente gracias a los celulares llamados “inteligentes” que leen y decodifican lo que ellos contienen.
Por otra parte, la necesidad de facilitar la comprensión y disminuir el tiempo dedicado a procesar saberes ha apelado a la imagen. A formas de representación que incluso muchas veces sustituyen las palabras. Recordemos que el diseño de la información cobró mayor fuerza desde el accidente de la nave espacial Challenger cuando se estableció que información clave que hubiera evitado el fatal desenlace, se perdió al estar en un texto de difícil comprensión en un mar de memorandos. Si esa información escrita hubiera estado graficada, diseñada para facilitar su comprensión, se hubiera prevenido el desastre. Ello llevó a la NASA a impulsar la graficación de muchos de los saberes que se intercambia en ese centro de investigación. Una actividad que se volvió pronto tendencia en el mundo entero y es hoy cotidiano en las instituciones al comunicar saberes.
Las infografías, diagramas, dibujos, esquemas o cuadros son hoy parte del esfuerzo por transferir conocimientos e información de unos a otros.
Lenguajes gráficos de hoy, que transmiten y comunican como lo hicieron también los que usaron nuestros antepasados en pinturas rupestres sobre paredes y techos de las cuevas o en infinidad de petroglifos.
Esa necesaria y muy valiosa labor de acopio, procesamiento y transmisión de saberes es lo que de manera sistemática y rigurosa vienen haciendo Museos y centros de ciencia, universidades y ONG, instituciones públicas y privadas. Miles de personas que en todo el mundo suman sus labores, en ingentes esfuerzos por democratizar el acceso al saber. Las sociedades modernas crean nuevos o mejoran sus Centros de Documentación o unidades de divulgación de ciencia y arte.
Digitalizan colecciones y saberes escritos o registrados en imágenes; invaden la Internet armados de data confiable y conocimientos, grafican y diseñan información y generan exposiciones, publicaciones y cientos de otros productos tangibles o virtuales, garantizando un espacio en las sociedades modernas donde se reúne y cobija el conocimiento validado sobre lo trascendente; donde se reflexiona, dialoga y contrastan todos los temas de interés al bienestar y desarrollo humano.
El conocimiento basado en evidencias fluye hoy día a través de un caudaloso torrente con numerosas vertientes que nos llevan a cualquier tema, a asuntos tan diversos y extensos como la cuenca del Amazonas, el cambio climático, los confines del universo más allá de nuestra galaxia, las enfermedades virales, la extinción de especies, el mundo microscópico, los viajes de Magallanes, las culturas inca, maya o el remoto Egipto, la química del cuerpo humano, los semiconductores, las infinitas funciones del cerebro, las fuentes de energía o también a ese infinito ámbito que son los temas y cartografías a las que conduce la lengua y el idioma y la cultura derivada de ello o la creatividad y capacidad de abstracción que genera incesante un universo subjetivo, arte y literatura para buscar sentido a la existencia.
Es vital aportar calidad y eficiencia comunicacional a ese torrente. Priorizar la conservación, mejoramiento o creación de mediatecas, bibliotecas y centros de documentación actualizados y dinámicos que conserven y digitalicen textos y documentos, imágenes y sonidos; objetos y registros, que reúnen el conocimiento, el legado cultural de la humanidad, ese conjunto de bienes que conforman y contienen el conocimiento construido por el ingenio y la búsqueda humana.
La nueva era nos presenta muchos y complejos desafíos y para salir airosos necesitamos del conocimiento.
Y este requiere ser acopiado y conservado, procesado, comunicado eficazmente y puesto a disposición. Por ello es necesario y vital reforzar las instancias como bibliotecas y centros de documentación, o aquellos dinámicos oasis que son los museos, los jardines botánicos, zoológicos o acuarios, los planetarios y otros dispositivos que suelen albergar la labor de procesar y crear, comunicar, diseminar y divulgar conocimientos fiables.
Hay que reconstruir o crear nuevos núcleos dedicados al dinamizador trabajo de comunicar saberes.
Y urge formar personal y dotar de equipos de visualización, digitalización, procesamiento y registro a las bibliotecas y museos, a los centros de documentación y mediatecas. Y a todo centro divulgación de ciencias.
El mayor de los esfuerzos debe hacerse en garantizar el ambiente sosegado que exige la investigación, estudio o disfrute del conocimiento y apoyar con vigor la didáctica de la Ciencia y el acceso a bienes culturales.
Las sociedades y el desarrollo humano tienen sus mejores aliados en los esfuerzos de profesores como aquel inolvidable Roger Nava; esos que enseñan a pensar, y desarrollan el ingenio e inventiva, la capacidad creativa de sus alumnos. Que estimulan el pensamiento crítico y la capacidad de abstracción.
Y junto a esos excepcionales docentes, las instituciones como bibliotecas, museos, Institutos científicos y de Cultura que captan, ordenan, cuidan, digitalizan y ponen a disposición el saber.
Si ellos existen y nos dan luces, no todo está perdido…
*El autor de este artículo es ingeniero, planificador ambiental y divulgador científico.
**Esta es una versión revisada y ampliada de un trabajo previo.
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