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El fin del silencio

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Por EVA SANDOVAL

La música culta que se ha desarrollado en Latinoamérica en los últimos 150 años posee diferencias estructurales e idiomáticas profundas respecto a la de nuestro continente. Buena parte de las autoras y autores americanos viajaron a Europa para empaparse de las corrientes más innovadoras del momento, pero, al mismo tiempo, supieron mantener su identidad nacional. De vuelta a sus países, diseñaron diferentes estrategias para amalgamar las influencias académicas occidentales con el rico y ancestral acervo folklórico de la América sureña, moldeando una estética distintiva que caracteriza muchas de las partituras de aquellas latitudes. Este álbum, El fin del silencio, quiere poner el acento, además, en la producción pianística femenina latinoamericana, silenciada o ignorada durante décadas. A través de 21 autoras, la mayoría también virtuosas intérpretes de este instrumento, el pianista Antonio Oyarzábal reivindica su importancia e idiosincrasia sonora.

La “Evocación criolla”, primera sección de la suite Recuerdos de mi tierra de Lía Cimaglia (1906-1998), nos instala en un clima nostálgico. La pianista y compositora argentina estudió en París con Ives Nat o Alfred Cortot y difundió la música argentina en Europa. En sus composiciones hace un uso expresivo de las estrategias de la escuela francesa y las corrientes impresionistas, combinándolas con la música rural de la zona pampeana. Su “Evocación criolla”, escrita en la capital francesa en 1939, despliega un canto apasionado en una forma libre con elaboradas armonías de corte romántico.

En esa misma estela romántica se sitúa la también compositora y pianista Cecilia Arizti (1856-1930). En su formación se familiarizó con los géneros de la música europea, y se le atribuye haber sido la primera mujer cubana en escribir un trío para violín, violonchelo y piano, estrenado en 1893. Unos años antes, en 1887, publicó en Nueva York una serie de obras para piano, instrumento dominante en su catálogo. Entre ellas se encuentra el Nocturno, op. 13, delicada página que muestra la influencia de Chopin y Schumann en su inspirado discurrir de melodía acompañada en forma ABA.

En el lenguaje de la pianista y compositora Adelaide Pereira da Silva (1928-2021) encontramos una imbricación entre las estrategias de la música europea romántica y las sonoridades folklóricas brasileñas, su país de origen. Alumna de Camargo Guarnieri, en su producción para piano destacan los cinco Valsa-Chôro, que unen el vals con el género popular del choro brasileño. En el Valsa-Chôro Nº 1 (1965), la compositora nos propone una danza melancólica en la que juega con los cromatismos en melodía y armonía.

María Luisa Sepúlveda (1896-1958) fue la primera mujer chilena en graduarse en composición en 1919. Además de creadora y pianista, fue una de las recopiladoras pioneras de la música de tradición oral de su país, acervo que nutrió sus propias obras junto a la influencia del Romanticismo, Impresionismo y Neoclasicismo. Los Dos trozos para piano (1929) son dos miniaturas descriptivas. El afilador recrea musicalmente el poema homónimo de Julio Casal a través del rodar del ostinato en semicorcheas del piano y de las veloces escalas agudas en semifusas que evocan la “ocarina de afilador astral”. Toque de campanas reproduce el repique con la reiterada figura rítmica de corchea con puntillo y semicorchea en distintos registros.

Hacia la música programática nos llevan también los Juegos para Diana (1965) de la reconocida compositora, musicóloga y directora argentina Alicia Terzian (n. 1934). Las armonías politonales, disonantes y desenfadadas envuelven una melodía de origen popular infantil. Alumna de Alberto Ginastera, Terzian, de origen armenio, también ha destacado como investigadora y divulgadora del repertorio argentino del siglo XX y la creación actual en Latinoamérica a través de su Grupo Encuentros, fundado en 1978, así como del festival Encuentros Internacionales de Música Contemporánea creado en 1968.

La pianista y autora argentina Lita Spena (1904-1989) solía utilizar tonadas populares en sus obras, especialmente en sus canciones. En el apartado pianístico de su catálogo encontramos una clara influencia de Debussy y Ravel, como ocurre en sus cuatro Preludios que le valieron el ingreso a la Asociación Argentina de Compositores en 1939. En los dos primeros, Niebla y Benteveo, Spena explota la figura del arpegio como creador de atmósferas impresionistas y etéreas, tanto para describir un ambiente neblinoso como para evocar de forma idealizada el vuelo del pájaro argentino.

El expresionismo alemán y el neoclasicismo fueron las principales influencias europeas de la chilena Carmela Mackenna (1879-1962). En 1926 se trasladó a estudiar a Berlín y la mayoría de sus obras fueron compuestas, publicadas y estrenadas en Europa. Concebidos en la capital alemana en 1931, sus seis Preludios para piano están escritos en forma ternaria y con un lenguaje tonal extendido. El primero de ellos, “Calme et expressif (Ruhig)”, nos propone un discurso calmado y amable creado a partir de un efectivo contrapunto entre las dos manos.

Nacida en Costa Rica, Rocío Sanz Quirós (1934-1993) completó su educación musical en California y en México, donde se instaló en 1953, aunque continuó estudiando en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú entre 1965 y 1966. En la primera de sus cuatro piezas para piano tituladas Evoluciones, Sanz Quirós combina, en un enigmático y motórico discurrir continuo en corcheas, los acordes con las escalas cromáticas y los diseños arpegiados. Y en la cuarta, utilizando elementos rítmicos y melódicos similares, un misterioso vals nos transporta hacia el universo de Satie.

Comprometida con la educación musical infantil, la autora y pianista mexicana Graciela Agudelo (1945-2018) tuvo un papel crucial en la difusión de la creación mexicana contemporánea a través de su desempeño en distintos cargos públicos. Como ya se puede aventurar a partir de su título, “Días de lluvia”, la cuarta de sus Siete piezas latinas (1980), nos propone una miniatura melancólica guiada por una melodía cantábile, con claras influencias de la canción popular latinoamericana, que envuelve a una sección central de carácter bailable.

Al s. XIX y a la huella chopiniana nos lleva la compositora y pianista boliviana Modesta Sanginés (1832-1887) con su mazurca Recuerdo de los Andes, escrita en La Paz en 1858, en un nostálgico pero a la vez luminoso do menor. El género de la mazurca es muy relevante en el catálogo de esta autora, junto al vals y al villancico religioso. Sanginés también fue reconocida como escritora, filántropa, iniciadora de la investigación folklórica y del movimiento feminista, y fundadora en 1863 de la Sociedad Filarmónica de La Paz.

La compositora y pianista peruana Rosa Mercedes Ayarza (1881-1969) fue también una reconocida maestra de canto. Fundó la Escuela Nacional de Arte Lírico, estudió y recuperó el folklore peruano y escribió más de 300 composiciones, entre ellas muchas canciones que subliman las tonadas populares. Toda la fuerza del acervo criollo la encontramos en su Trujillo mío, en arreglo para piano de Graciela Morales, que musicaliza de forma festiva una loa a la ciudad peruana homónima, a sus gentes y a sus campos.

Rosa Guraieb (1931-2014) fue una pianista y compositora mexicana de origen libanés que tuvo entre sus maestros a José Pablo Moncayo, Carlos Chávez, Rodolfo Halffter, Daniel Catán o Mario Lavista. La segunda sección de su pieza Scriabiniana de 1981, dedicada a Scriabin, nos transporta al lenguaje del compositor ruso, con su fantasía y flexibilidad rítmica y armónica.

Nacida en Oviedo pero emigrada a México durante la Guerra Civil Española, María Teresa Prieto (1896-1982) consideraba que el país americano era su patria de adopción. De hecho, su primera etapa compositiva, desarrollada tras estudiar con Manuel Ponce, incluye obras de temática mexicana. Pero mucho antes de aquel momento, en 1917, la revista Música publicaba su primera creación, Escena de niños, que escribió con 21 años. En ella demuestra su conocimiento del contrapunto bachiano, además de incluir una sección intermedia plena de sabor español.

La producción de la etnomusicóloga, compositora y pianista brasileña Kilza Setti (n. 1932), alumna de Camargo Guarnieri, se ha visto influida por un profundo estudio del folklore sonoro brasileño, como es el caso de las Cinco peças sobre “Mucama bonita” (1960), una sencilla canción de niños que Setti convierte de forma ingeniosa, a través de transformaciones melódicas, rítmicas y armónicas, en cinco variaciones de carácter contrastante que, sin embargo, consiguen conservar el aura de ternura infantil del tema original.

Al terreno de la niñez nos lleva también Isabel Aretz (1913-2005) con su colección De mi infancia (1935). Esta compositora y folklorista de origen argentino nacionalizada venezolana estudió, entre otros, con Heitor Villa-Lobos. Su tríptico pianístico nos sumerge en una delicadeza máxima con el recurrente registro agudo de “Cajita de música” sobre un ritmo ostinato. El “Arrorró de la muñeca” utiliza sorprendentes y, en ocasiones, dolientes armonías. Y, por último, el gato “Micifuz” se presenta con motivos cortos y juguetones, pero también se nos muestra “mimoso” en la parte central de esta tercera pieza.

Noche de luna en Altamira es un “vals nocturno” escrito por la pianista, violinista, compositora y soprano venezolana María Luisa Escobar (1898-1985). Perfeccionó sus estudios en París con Arthur Honegger y Charles Koechlin y mostró interés por las leyendas indígenas de su país. Entre sus canciones y boleros, destaca la expresividad melódica y armónica de Noche de luna en Altamira, pieza en la que, además, desplegó un notable desarrollo temático para recrear una estampa romántica al este de Caracas.

Si hay una figura femenina latinoamericana que haya mantenido el reconocimiento desde su época, esa es la pianista, cantante y compositora venezolana Teresa Carreño (1853-1917). Debutó en Nueva York a los 8 años, y, con 13, la familia se mudó a París, donde Carreño llegó a ser denominada como la “pianista más prolífica” de América Latina. Su nana Le sommeil de l’enfant, op. 35, publicada por primera vez en 1872, despliega un hábil juego melódico a tres voces en ostinato escrito bajo la influencia de las composiciones centroeuropeas del momento.

Teresita Carreño-Tagliapietra (1882-1951), hija del segundo matrimonio de Teresa Carreño (con el norteamericano Giovanni Tagliapietra), heredó de su madre el talento musical. Nacida en Estados Unidos, se trasladó a vivir a Berlín con 7 años. La primera de sus Trois Morceaux, “Tristesse”, retiene el lenguaje romántico de Teresa creando su discurso a través de un breve diseño melódico caracterizado por un etéreo trino. El motivo generador de la tercera, “Petite berceuse”, se define por el reiterado comienzo anacrúsico y los amplios intervalos iniciales.

En 1971, la compositora y pianista brasileña Clarisse Leite (1917-2003) escribió la nana Feche os olhinhos, que o soninho vem… (Cierra los ojos, el sueño viene…). También Leite estudió en Francia y se empapó de la música europea. En todas sus obras, que invocan géneros folclóricos brasileños, aparece el piano. En esta berceuse destaca la cualidad vocal de la línea principal revestida por un original contrapunto a tres voces que consigue crear una placentera sensación de balanceo.

La autora venezolana Modesta Bor (1926-1998) trabajó en el Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales. Sus primeras obras empleaban elementos de la música popular venezolana. En su segunda etapa, consolidada como alumna de Aram Khachaturian en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú entre 1960 y 1962, se familiarizó con los acordes de cuartas y el uso frecuente del ostinato. Las Variaciones (sobre un tema para Wahari) (1994), su última obra para piano, es un buen ejemplo de ese sofisticado estilo que nace de la simbiosis entre lo nacional y el lenguaje contemporáneo.

Por último, el vals Saudade, de la compositora, pianista y directora brasileña conocida como Chiquinha Gonzaga (1847-1935), concluye este maridaje entre las sonoridades latinoamericanas y europeas con la obra de una pionera. Gonzaga fue la primera mujer en componer y tocar choro, así como la primera mujer en dirigir una orquesta en Brasil. Saudade, con su límpida y cristalina escritura, plasma en la partitura las luces y las sombras de la añoranza.

El pianista Antonio Oyarzábal, tras publicar en 2021 su disco La musa olvidada, confirma ahora su compromiso y especialización en el repertorio escrito por mujeres, visibilizando la producción musical femenina de los últimos dos siglos. Oyarzabal da vida a estas 21 piezas, algunas de ellas nunca antes presentadas en grabación discográfica, de forma entusiasta y rigurosa, mostrando su buen hacer y su versatilidad pianística. Gracias a álbumes como este, El fin del silencio, estamos cada día más cerca de hacer justicia con la historia y con las creadoras de todo el mundo.

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