Por COLETTE CAPRILES
Ese papel parecía a la vez inverosímil y auténtico. Era imposible que esa caligrafía perteneciese a un hombre adulto. Pero las asimetrías caligráficas, esas absurdas irregularidades que solo se ven en quien perdió el hábito de escribir a mano, si es que alguna vez lo tuvo, testimoniaban —puede pensarse— la urgencia de mostrar que solo la coacción había podido producirlas. Es decir, la extraña geometría del texto, las tachaduras, la gramática en voz pasiva, todo aparece como indicio de su contrario.
La declaración de Chávez de abandonar su cargo viene precedida de una constatación escueta: “Consciente de que he sido depuesto”. No hay pues abandono sino deposición. Las condiciones semánticas necesarias para que el “acto de habla” implicado en la afirmación de que abandona el cargo —que supone evidentemente la voluntad de hacerlo— quedan borrosas: abandono porque he sido depuesto, lo que hace a mi abandono perfectamente superfluo.
Superfluo pero por eso mismo eficaz. Era muy necesario que la imperfección del enunciado revelara su imposibilidad y así negara implícitamente la tesis política de los factores que provocaron la crisis de 2002: renuncia, abandono del cargo, vacío de poder. El documento formaba parte de una cadena de acciones —de negociaciones— y no estaba destinado a dar una versión alternativa de lo ocurrido sino a hacerla posible en el futuro.
En realidad, la suerte de Chávez, su fortuna, no dependió de ese papel sino de una operación militar que ya estaba en curso para traerlo de vuelta al poder. Pero, “consciente” —como él mismo dijo— como siempre de la narrativa, le era necesario torcer, una vez más, la impecabilidad de la situación, su univocidad. Lo había hecho el 4 de febrero de 1992, convirtiendo una derrota en una victoria a crédito; lo hizo el 2 de febrero de 1999, cuando construyó los infortunios de la jura presidencial, para usar la taxonomía de J.L. Austin con respecto a las condiciones que hacen posible la eficacia ceremonial de un juramento. El mismo procedimiento, el de horadar la institucionalidad de un acuerdo, se lee en ese manuscrito de La Orchila.
Queda el misterio de esa especie de caricatura de un sello presidencial que encabeza el papel. Un garabato que señala una ausencia.
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