Pedro Nikken | Archivo

Por MARIANELA ZUBILLAGA DE MEJÍA

Entré en el escritorio de abogados donde el doctor Nikken era socio en el año 1995, siendo una joven abogada con unos años de graduada.  Él tenía su oficina un piso más arriba. Años después, al pasar a ser socia en el escritorio, mi oficina estaba “pared con pared” con la de él. Aunque estábamos “bajo el mismo techo” de trabajo, llegué a conocer a Pedro —de verdad— sólo varios años después de mi ingreso, siendo vecinos de oficina.

Al principio, mucha distancia, cero tuteo. El doctor Nikken, el brillante exmagistrado de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el reconocido árbitro internacional, el experto en derechos humanos, iba a su aire, siempre a millón, por la oficina y por la vida, con sus grandes y profundos ojos azules y su gran tamaño. Se la pasaba de viaje en viaje, de conferencia en conferencia, y con esa alegría contagiosa de vivir que lo acompañó hasta el final.

Fue cuando me incorporé como socia del escritorio Baumeister & Brewer, cuando me obligó a tutearlo, alegando que estábamos en “igualdad de condiciones”. Ese gesto me conmovió y me llamó mucho la atención; me demostraba su interés y cercanía hacia nosotros, no muy frecuente en personas de su talla.

Por supuesto, inspiraba mucho respeto. Pero también asomaba su carácter alegre, jocoso y, sobre todo, su sentido del humor en las celebraciones que teníamos y particularmente las decembrinas.

A pesar de compartir en la misma oficina, no fue sino años después a mi ingreso que llegué a conocerlo a partir de un proyecto y una negociación en la cual estuvimos juntos trabajando para un cliente. Fueron semanas de mucha actividad, intensas, inmersos en una negociación difícil, que a veces parecía que se nos podría escapar de las manos.  Fue en medio de este proceso que un día —ya al final de la tarde—, exhaustos de reuniones y de discutir opciones y salidas, que, frente a la posición intransigente de la otra parte, comunicó una frase que sería célebre, diciendo que se le había “testiculizado el cerebro”, y que mejor sería retirarnos. Tal comentario nos generó asombro y nos hizo soltar enormes y sonoras carcajadas. La frase, que parecía un poco fuera de lugar, produjo en la mesa un cambio de ambiente y permitió avanzar hacia el acuerdo buscado. Tanto en esta como en las sucesivas experiencias que tuve trabajando con Pedro, siempre admiré su capacidad analítica, su visión integral, su agudeza en el estudio del caso, su habilidad para ver “fuera de la caja” y buscar soluciones. También su profundo e impecable análisis jurídico, en fin, un sabio, un abogado y un negociador a carta cabal. A raíz de ese primer trabajo conjunto, nació una amistad y sobre todo un gran cariño y camaradería que mantuvimos hasta su partida.

Muchas veces desde mi oficina lo oía discutiendo intensamente explicando su posición o sus ideas.  A veces, en las tardes, si te acercabas, lo podías encontrar con música de fondo, fumando un gran tabaco, leyendo poesía, escribiendo o trabajando en algún arbitraje.

De manera que el Pedro que conocí fue ese, ya curtido con la experiencia, conocimiento y lucidez que trae la edad, pero no por ello más sosegado. Pedro, hasta el final, fue muy inquieto. Siempre estaba incansablemente en la búsqueda de algo: desde la salida a la crisis de nuestro país, hasta el mejor restaurante o lugar de alguna ciudad. ¡Me lo imagino de joven y pienso que ha debido ser avasallante!

Recuerdo también cuando me invitó a su cuarto matrimonio. ¡Cuarto! Cuando le manifesté mi sorpresa ante esta decisión, me dijo, con un brillo en los ojos como de quinceañero, “siempre hay que apostar por la esperanza de un nuevo inicio, incluso a mi edad”. Y seguro que fue ese carácter jovial y ese empeño que puso, a lo largo de su vida, lo que le permitió cumplir las metas que se propuso y disfrutar, hasta el final de sus días, su cuarto matrimonio.

Muchas veces, al regreso de sus viajes por distintas latitudes, nos reuníamos y conversábamos sobre aquellas realidades. En una oportunidad, siendo presidente de la Comisión Internacional de Juristas, le correspondió ir a varios países de África, luego de la primavera árabe. Recuerdo sobre todo lo sorprendido e interesado que estaba del giro que habían tomado aquellas protestas y muy especialmente sus comentarios en torno a su visita a Túnez. Le impresionó mucho la salida que ese país había encontrado a la dictadura y los posibles paralelismos y extrapolaciones con nuestra realidad, dada la relevancia que allí tuvo la participación de la sociedad civil en la apertura democrática que lograron. Pedro siempre pensaba en Venezuela, y cómo aprovechar su experiencia para encontrar horizontes de diálogo y convivencia posibles para nosotros.

En los últimos años dedicó gran parte de su tiempo y sus fuerzas, con gran empeño, a contribuir a definir un camino para una salida consensuada a la crisis de nuestro país. Con esta idea en mente fue que decidió participar en varios “experimentos”, en donde coincidieron personas de distintas toldas políticas e ideológicas. Cada vez que podía me acercaba a su oficina para que nos diera “luces” sobre la coyuntura que atravesábamos y que nos compartiera su mirada sobre nuestra tragedia. Y fue por su vivencia íntima y terrible en El Salvador, donde participó y acompañó las negociaciones que terminaron con una guerra civil en la que murieron más de 75.000 personas, que repetía insistentemente una de sus frases más duras: La única salida posible para Venezuela es la negociación, solo falta decidir si se negocia “antes o después de los muertos”. Esa frase me arrancó lágrimas cuando se la oí la primera vez.

Pero no quiero terminar este breve retrato de Pedro con esa frase, sino con otra suya, y que, a pesar de haberla dicho en junio de 2017, está muy vigente: “Venezuela clama por una esperanza”, y no es solo el país, sino, muy especialmente, todos y cada uno de los venezolanos que estamos dentro o fuera del país: clamamos por una esperanza.

Ahora que de nuevo estamos frente a otro proceso de negociación, bien vale la pena repasar sus palabras, mensajes y sus mantras. Estoy segura de que en ellas encontraremos señales del camino que debemos recorrer…

Pedro se nos fue antes, vaya que sí.


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