Por MOISÉS NAÍM / RAMÓN PIÑANGO
En 1982 varios dirigentes de empresas privadas venezolanas participaron en un curso de alta gerencia que ofrecía la Universidad de Harvard. Allí conocieron el trabajo de un grupo de profesores cuya especialidad era estudiar países como si fueran empresas.
Los venezolanos quedaron muy interesados en esta manera de pensar sobre un país y propusieron que el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA) produjera un Caso Venezuela. A la sazón, Naím era el director académico y Piñango el director de Investigaciones.
Aceptamos la propuesta e iniciamos el proyecto. Muy pronto nos dimos cuenta de que si bien era interesante analizar a un país como si fuese una empresa, este enfoque también dejaba por fuera temas muy importantes. Después de mucho debatir concluimos que debíamos desarrollar nuestra propia metodología para escribir un caso sobre Venezuela.
Para acompañarnos en esta tarea reclutamos a profesionales que, en opinión de sus pares, estaban entre los mejores especialistas en su campo. Pero además de ser expertos en su materia, también debían estar dispuestos a traducir su lenguaje especializado a una lectura amena y asequible a todo lector interesado.
Queríamos que el libro producto de este esfuerzo le llegara a una vasta y diversa audiencia y que pudiese seguir siendo una fuente de ideas y debates por mucho tiempo.
Eso lo logramos. El libro, que titulamos El caso Venezuela, fue publicado en noviembre de 1984, ha tenido seis ediciones y sigue siendo leído dentro y fuera del país.
Una ilusión fatal
En Venezuela, las tres décadas que van desde 1950 hasta 1980 fueron de enorme crecimiento en todos los ámbitos. En lo económico hubo periodos en los que la economía del país creció a una tasa superior a la del llamado «Milagro alemán» de la posguerra.
Ese crecimiento influyó en la conducta, y especialmente en las expectativas, tanto de quienes gobernaban como de quienes eran gobernados. Era la Venezuela del veloz crecimiento de las instituciones públicas y privadas, del crédito fácil de obtener, del «vuele ahora y pague después», del «está barato, dame dos». De una de las tasas más altas de crecimiento urbano del mundo. Un país donde las universidades y otras instituciones de educación superior se multiplicaron por 8 entre 1960 y 1981 y el número de estudiantes universitarios se multiplicó por 13. En 1974, comenzó el Programa de Becas Ayacucho que ofrecía 10.000 becas por año para estudios de nivel superior en las mejores universidades del mundo. Eran tiempos del «hay para todos» y «todo es posible». Reinaba el voluntarismo: «Si tienes una idea, dale”. “No dudes, querer es poder”. La audacia se imponía.
Eran tiempos en que predominaba la ausencia de conflictos sociales importantes. La evasión del conflicto era una actitud fundamental en la Venezuela de esos tiempos. ¿Por qué pelearnos si abundan los recursos? Todo parecía ser prioridad, y cuando todo es prioridad nada es prioridad.
Se crearon muchas organizaciones, pero hubo muy poca organización. Ejemplo clarísimo: cuando en febrero de 1983 estalló la crisis económica conocida como “Viernes Negro”, el Ministerio de Hacienda dirigió una comunicación a entes internacionales preguntándoles cuánto les debía Venezuela. Casos como ese, entre muchos, muestran la poca atención que se prestaba a la ejecución o implementación de políticas, planes o programas, a eso que llamaban —y aún hoy—, con desdén, «la carpintería». Se ignoraba que en la ejecución de las decisiones podían surgir fallas o distorsiones que —aunque pequeñas y desdeñadas— resultaron ser obstáculos fatales que impedían alcanzar las metas, por más deseadas, urgentes y prioritarias que fuesen.
En lo que refiere a la organización del Estado sufríamos de una peligrosa debilidad: la carencia de árbitros creíbles. Nos referíamos no sólo a instituciones como la Corte Suprema de Justicia y todos los tribunales del país, sino también al Congreso, las asambleas legislativas, los concejos municipales, a los entes encargados de velar por el cumplimiento de las normas en organizaciones privadas y la sociedad civil organizada.
La Venezuela de hoy: el fracaso de la armonía
Obviamente, al releer lo que escribimos hace 40 años es inevitable pensar en la Venezuela actual. El contraste entre el país de la década de los 70 y 80 y el actual es abrumador. La nostalgia por una nación que ya no existe es un tema obligatorio en las conversaciones de los venezolanos dentro y fuera del país. “Fuimos felices y no lo sabíamos”, es otra verdad transmutada en lugar común.
La más dura de las verdades sobre la Venezuela actual es que es una nación fracasada con niveles inimaginables de pobreza, ignorancia, desigualdad y muertes que se podrían evitar. Una sociedad tan maltratada que siete millones de compatriotas —hombres, mujeres, niños y abuelos— decidieron jugarse la vida buscando la protección en otros países ya que su propio país se las negaba.
En la introducción a El caso Venezuela hablamos de «las terribles simplificaciones» para referirnos a la tendencia a buscar y plantear explicaciones y soluciones simplistas a problemas o situaciones complejas. Esas simplificaciones suelen ser difundidas por «terribles simplificadores», que ofrecen soluciones para todo tipo de problemas como el brujo que ofrece una «pomada de culebra» que cura todos los males. La compleja y difícil circunstancia en que se encuentra Venezuela está saturada de terribles simplificaciones.
¿En qué acertamos y en qué nos equivocamos?
Tuvimos razón en colocar la armonía como un tema central de nuestras conclusiones.
En todos los países, los cambios rápidos —sociales, políticos, económicos, culturales, tecnológicos— exacerban los conflictos y crean unos nuevos. Y vaya si Venezuela vivió cambios profundos a una velocidad inusitada. Así, en teoría, el país debería haber experimentado una paralizante polarización y un nivel de conflictividad social y política muy pronunciada. Pero no fue así. Y la razón la conocemos: el dinero del petróleo fue utilizado para atenuar las frustraciones políticas y amortiguar los conflictos sociales.
Es por esto que el subtítulo del libro fue “una ilusión de armonía”. La armonía en la que vivió Venezuela era insostenible e ilusoria.
Un efecto colateral muy dañino producido por esta dependencia del dinero del petróleo es que —tal como ya indicamos— el país no generó las instituciones, las leyes, las costumbres que en todos los países se utilizan para dirimir conflictos. Como demuestra el libro de manera fehaciente, en Venezuela los conflictos se solucionaban “a realazos”. Y cuando se acabaron los reales los conflictos se agudizaron. Estos conflictos siempre habían existido, pero evidentemente la sociedad venezolana y su sistema político no desarrollaron los valores necesarios para crear, fortalecer y defender árbitros imparciales y creíbles.
Quizás el principal error que cometimos en El caso Venezuela fue no alertar de manera más contundente que se estaba generando un caldo de cultivo muy peligroso para la democracia. También fallamos en no ir más a fondo en cómo desarrollar instituciones, leyes y normas que mediaran los conflictos sin necesidad de acallarlos con dinero petrolero.
El libro incluye un capítulo sobre las Fuerzas Armadas escrito por un general activo que ya entonces nos alertó: “Más que nunca en esta época es necesario aquilatar el valor del precepto institucional de ser un ente apolítico, obediente y no deliberante”. Hoy todos sufrimos las consecuencias de no haber hecho la tarea de crear anticuerpos contra el autoritarismo militar que nos asfixia.
El reto en el futuro cercano
Todos los sondeos de opinión revelan que la inmensa mayoría de los venezolanos sigue aspirando a que en su país reine la armonía. Hacer realidad esta aspiración exige, ahora más que nunca, haber aprendido de la experiencia, especialmente en las últimas tres décadas. Ese objetivo requiere identificar y reconocer errores, analizar posibilidades con crudeza, claro sentido práctico y, al mismo tiempo, creatividad. Ello es solo posible en una sociedad democrática que ofrezca un terreno fértil para el libre intercambio de ideas. Como ya hemos señalado, la mayor prioridad debe ser establecer un sistema judicial confiable dentro de un verdadero Estado de Derecho, en el que haya separación de poderes.
La lista de graves problemas que tienen postrado al país es larga y conocida. La reconstrucción de Venezuela va a plantear difíciles retos y espinosos dilemas. Pero también entusiasmantes oportunidades. Esas oportunidades no serán aprovechadas a menos que los venezolanos recuperen la capacidad de vivir en armonía.
Libro hito: introducción y 22 capítulos
Publicado en 1984, El caso Venezuela, una ilusión de armonía abría sus páginas con la introducción firmada por Moisés Naím y Ramón Piñango, “Las terribles simplificaciones”. A continuación venían los 22 capítulos, elaborados por 24 autores:
-Capítulo 1: Venezolanos de hoy en día: del silencio postgomecista al ruido mayamero, de Elisa Lerner.
-Capítulo 2: Más allá del optimismo y del pesimismo: las transformaciones fundamentales del país, de Asdrúbal Baptista.
-Capítulo 3: La dinámica de la población y el empleo en la Venezuela del siglo XX, de Héctor Valecillos.
-Capítulo 4: El laberinto de la economía, de Gustavo Escobar.
-Capítulo 5: Más industrialización: ¿Alternativa para Venezuela?, de Sergio Bitar y Tulio Mejías.
-Capítulo 6: Las empresas del Estado: del lugar común al sentido común, de Janet Kelly de Escobar.
-Capítulo 7: La empresa privada en Venezuela: ¿qué pasa cuando se crece en medio de la riqueza y la confusión?, de Moisés Naím.
-Capítulo 8: Energía y petróleo: Evolución, organización y perspectivas, de Gustavo Coronel.
-Capítulo 9: Un espacio geográfico de inmensas posibilidades, de Pedro Cunill Grau.
-Capítulo 10: El sistema político o cómo funciona la máquina de procesar decisiones, de Diego Bautista Urbaneja.
-Capítulo 11: La administración pública: otra forma de ver a una villana incomprendida, de Antonio Cova y Thamara Hannot.
-Capítulo 12: El movimiento sindical: ¿actor social o gestor institucional?, de Carlos Eduardo Febres.
-Capítulo 13: Radio, prensa y televisión: entre el equilibrio y el estancamiento, de Tomás Eloy Martínez.
-Capítulo 14: El realismo militar venezolano, del general Jacobo Yépez Daza.
-Capítulo 15: La política exterior: Continuidad y cambio, contradicción y coherencia, de Eva Josko de Guerón.
-Capítulo 16: Breve historia de la política tecnológica venezolana (o una manera de saber por qué Venezuela ha importado barredoras de nieve y sistemas de calefacción), de Ignacio Avalos.
-Capítulo 17: Gerentes, obreros y máquinas: la productividad industrial, de Gustavo Escobar.
-Capítulo 18: ¿Crisis de la Educación o crisis del optimismo y el igualitarismo?, de Lilian Hung de León y Ramón Piñango.
-Capítulo 19: El sector salud: radiografía de sus males y de sus remedios, de Augusto Galli y Haydeé García.
-Capítulo 20: Desarrollo urbano y vivienda: la desordenada evolución hacia un país de metrópolis, de Víctor Fossi.
-Capítulo 21: La agricultura: revisión de una leyenda negra, de Gustavo Pinto León.
-Capítulo 22: El caso Venezuela: una ilusión de armonía, de Moisés Naím y Ramón Piñango.