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El Bosque de Samuel Baroni

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Por HUMBERTO VALDIVIESO

Nature is beautiful

not

because it changes beautifully

but

simply because it change 

Nam June Paik

El Bosque de Samuel Baroni desborda lo que tradicionalmente ofrece una “muestra”. El concepto expuesto y la vitalidad plástica desplegada en toda la sala van más allá de lo inmediatamente perceptual, de lo evidente en los objetos. Lo invisible una energía creativa inagotable envuelve a lo sensorial y hace de ese territorio, también, el espacio de la conciencia interior del artista. En su conjunto, constituye un ámbito ecológico, textual y emocional. Ahí, lo inmaterial se hace visible, como todo lo humano, a través de signos y símbolos: imágenes bidimensionales y tridimensionales hechas de pintura, caligrafías, sonidos, etiquetas, madera, metal, tela y otros materiales orgánicos. Sin distinción conviven las cavilaciones del alma, las huellas de formas de vida animal y vegetal, y los objetos visuales. Unos llaman a los otros en un juego de apariciones y desapariciones (todo está oculto y expuesto a la vez). Espíritu y materia son parte de una misma geografía, de una naturaleza indivisible donde arte y vida cotidiana, insecto y planta, orgánico e inorgánico, palabra y sonido nunca son contradictorios.

Este lugar diseñado por la naturaleza y el alma, expuesto en la sala Magis del Centro Cultural de la Universidad Católica Andrés Bello a modo de una gran instalación, no alude a la historia de la humanidad, a los conflictos del mundo ni a las anécdotas personales del artista. Tampoco explica teorías científicas o conceptos filosóficos. Sin embargo, contiene todo esto en su interior. Sin hacer explícito algún tema ni llegar a conclusiones provoca la reflexión sobre la vida en nuestro siglo. El bosque está hecho de gestos, trazos de experiencias, evidencias de esfuerzos en el quehacer creativo, vida animal y vegetal, pasiones humanas, preocupaciones por el destino de la vida en el planeta y sueños infantiles. De ahí su carácter contemporáneo. El artista toma de la vida lo más urgente, del alma lo más profundo, de las ideas lo más crítico y hace de la obra una experiencia, un pretexto para la conmoción.

En la sala y su jardín anexo puede sentirse la fertilidad del mundo vegetal, el temor ante el cambio climático, la mirada compasiva hacia otras formas de vida y la energía empleada en el taller durante años. Asimismo, es posible encontrar ideas del posthumanismo filosófico que el artista no se había planteado conscientemente y descubrir memorias de su infancia. Todo esto está sugerido en un juego de astucias entre creador, espectador y naturaleza. Nada está afirmado o negado, cada imagen es una posibilidad para el pensamiento o la fantasía. La paradoja forma parte de la riqueza espiritual y orgánica del bosque.

La intuición ha sido el sendero a través del cual el arte ha llegado hastaese lugar mágico. La inteligencia sensible de Baroni estuvo por años probando materiales, técnicas, lenguajes, modos de amar y de vivir hasta resolver lo que encontramos en la sala. Pero arribar a este bosque no ha sido detenerse en un sitio. Al contrario, esa llegada es la comprensión de que el paisaje es en sí mismo infinito y está hecho de vínculos, de mutaciones y de procesos inconclusos. Las obras son gestos ¾rastros¾ de algo en perpetuo movimiento: la vida. Son la manifestación del espíritu del lugar (genius loci) que impulsa el viaje del blanco hacia el negro y viceversa, que produce una oscuridad luminosa, descompone lo lleno en lo vacío y no distingue lo humano del insecto, la clorofila, el río o las raíces.

La sala, como el universo, está llena de vibraciones y por lo tanto de música. El alma de esta muestra es literalmente aire, soplo vital, aliento del bosque que emana de los árboles, de las velas de los naufragios, del latido de los corazones negros, de la memoria de las franelas mortificadas por el trabajo, de los instrumentos musicales fantasmas, de los troncos alineados y codificados, y de la acción de las polillas sobre la madera. La labor del creador ahí ha sido demostrarnos que esa alma es una y a la vez múltiple. Que mora en las partículas subatómicas y en el infinito del espacio tiempo, en nuestro ADN y en los algoritmos de las composiciones de Mozart, en los desparpajos del grupo Fluxus y en las ideas de Piet Mondrian. Así como en la experiencia de cada ser vivo que lo recorre.

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