Por ELÍAS CASTRO
Estamos acostumbrados a adquirir bienes y servicios a través de transacciones que involucran dinero, en efectivo o por vía electrónica. En el primer caso empleamos papel moneda, o monedas metálicas, hoy en desuso por razones conocidas por todos. Pero, ¿se imaginan adquiriendo un producto utilizando para ello pesados brazaletes de bronce, lanzas de hierro o campanas de latón? Seguramente no. Tal vez hayamos practicado el llamado “trueque”, proceso en el que no interviene el dinero: sólo el intercambio de un bien por otro, generalmente equivalentes. Que sepamos, entre nosotros es o ha sido común con productos alimenticios de la cesta básica. Es lo que los conocedores de la economía llaman “dinero no metálico”. La primera fase de la evolución histórica del sistema monetario. Esta categoría corresponde a productos manufacturados o agrícolas, semillas, conchas, minerales, etc. En algunos casos puede que poco se conserven, dada su materialidad orgánica. No sucede lo mismo con los objetos que ahora nos ocupan, y que integran mayoritariamente la exposición El arte de ser monedita de oro. Los brazaletes, lanzas o campanas que acabamos de referir conforman, en parte, el “dinero metálico” con el que se asocia la denominación “paleomoneda”. Corresponde a una fase superior al trueque, aunque de ningún modo anuló dicha práctica, que sigue vigente en sociedades que conservan esta tradición originaria. En cualquier caso, la paleomoneda (o moneda antigua) ha podido convivir con el trueque, aunque lo supera para abrir espacio a la moneda propiamente dicha. Asunto interesante a destacar, asociado a este tema, es el que involucra a metales como el oro, la plata, el bronce, y también al hierro, que convertidos en lingotes de distintas formas, funcionaban como medios de pago, haciendo posible todo tipo de transacciones.
El arte de ser monedita de oro permite al Museo de Arte Afroamericano de Caracas dar a conocer un interesante componente de su colección, integrado por piezas que a primera vista pueden resultar cuando menos curiosas. ¿Cómo puede un cuchillo “arrojadizo”, o una varilla de hierro antropomorfa, ser medio de pago para adquirir un bien? ¿Y qué decir de otras armas, objetos y herramientas de labranza, de diferente forma y naturaleza, útiles para adquirir una esposa, un esclavo, o simplemente dar regalos, sin olvidar su uso en ceremonias y rituales de todo tipo?
Las sociedades africanas originarias, desde tiempos inmemoriales, han hecho uso de estos objetos para intercambiar o adquirir bienes. Sin embargo, las políticas de monetización, hacia mediados del siglo XX, obligaron a estos pueblos a abandonar las manillas (o brazaletes), las lanzas, los collares de cuentas, los tejidos, y toda variedad de objetos de una amplia tipología, recursos que conformaban tanto el “dinero mercancía” como el “dinero de metal” tradicionales. Más de 32 millones de manillas debió recoger el gobierno colonial de Nigeria en 1948 para sacarlas de circulación, sin lograr su objetivo del todo. Hoy, esta muestra del MAA no sólo coloca este patrimonio a disposición del público caraqueño. También es posible apreciar una pequeña muestra del cono monetario de algunos países africanos.
Un primer acercamiento a las piezas en exhibición impone enfatizar la diversidad de objetos involucrados, de naturaleza orgánica (tejidos, madera, conchas, semillas y minerales) e inorgánica (hierro, bronce, cobre, latón), y de variadas tipologías (adornos corporales, armas de guerra y ceremoniales, herramientas de labranza, lingotes y barras). El núcleo fundamental de la exposición corresponde a estos últimos, y en ellos destaca el hierro como el material predominante, distinguiendo a los objetos por sus característicos efectos de superficie, color y peso. Se emplea solo o en combinación con maderas duras, que en ocasiones pueden recibir un tratamiento antropomorfo.
Desde el punto de vista de la representación visual es curioso comprobar que la geometrización predomina en los adornos corporales (brazaletes, pulseras y tobilleras), aunque no están exentos de motivos naturalistas (zoomorfos y antropomorfos), modelados o incisos. El tratamiento geométrico puede decorar combinándose con motivos que representan la fauna autóctona, pero en ocasiones es resuelto de tal modo que define la estructura misma de la pieza. Los textiles, en general, también muestran esta actitud estética, pero aderezada con una compleja codificación simbólica. El producto generado por el telar africano es rico en colorido, y suele materializar elaborados entramados que operan merced a un acentuado efecto de orden y regularidad en los diseños.
En el conjunto de la exhibición destacan, con fuerza, algunas piezas singulares, como un brazalete procedente de Benín, al sur de Nigeria. ¿Es el oba o rey del pueblo Edo, hacedores de estos maravillosos bronces, que se muestra ante nosotros solemne y decidido? Porta la característica espada de este antiguo reino, y una larga lanza, atributos que recuerdan su característico espíritu guerrero.
Si de antropomorfismo se trata, la muestra se destaca por el carácter escultórico de algunas lanzas y herramientas de hojas en forma de hoz. El artesano africano, valorado como mago por su pueblo gracias a sus capacidades demiúrgicas, labra en estos objetos el espíritu del antepasado que protegerá las cosechas y garantizará el éxito de la siembra.
¿Olvidamos el rol monetario de estas obras cuando destacamos sus cualidades estéticas? De ningún modo. El artesano que crea la lanza, hoz, varilla o hacha que da vida a un espíritu totémico, de forma humana o animal, profusamente decorado o apenas definido, no deja de modelar una paleomoneda. Sólo que, en esta oportunidad conserva, total o parcialmente, su configuración original, pero devenida objeto simbólico, transmutada su función original en valor monetario.
La función utilitaria, cualquiera que sea, no es óbice para la manifestación del impulso estético. ¿Por qué en una manilla exhibida en esta exposición el artista parece sentirse incómodo ante la “desnudez” de esta pesada y burda pieza? Pronto resuelve tallarla, nervioso acaso, con rápidos y ágiles trazos incisos que dibujan sobre el metal un entramado de líneas más o menos ordenadas, que parecen construir una rápida redecilla. ¿Y qué decir de algunas paleomonedas que resultan en verdaderas obras de arte abstractas o semiabstractas? Tal es el caso de la que, inspirada en un giratorio “cuchillo arrojadizo”, abre la exposición que nos ocupa. Esta paleomoneda nigeriana es un verdadero ejercicio de ritmos visuales dinámicos. Sus hojas múltiples son planas, sin tratamiento decorativo alguno, lo que acentúa el efecto superficial característico del hierro oxidado y sin labrar. Pero hay piezas aún más simples y esquemáticas, como la paleomoneda con forma de curvas en espiral, acaso perteneciente a la cultura Chamba, también de Nigeria. En este caso, dada la simplicidad de la pieza, el artista ha querido enriquecerla decorándola con un tratamiento geométrico inciso. Literalmente dibuja sobre ella.
Con las paleomonedas africanas se genera entonces un fenómeno creativo que no debemos soslayar, sin dejar de destacar su importancia como testimonio vivo de la historia de la moneda. Reconocemos la belleza inherente a algunos de los materiales que la conforman, como en el caso de los collares de conchas de moluscos, pasta de vidrio o piedras semipreciosas. Pero aspiramos enfatizar que todo producto humano comporta un impulso estético, y que los que ahora se exhiben son en buena medida el resultado de la libertad que dispuso el artista para “versionar” objetos cuya función utilitaria original transformó, o enriqueció, para suscitar la manifestación de la belleza.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional