Papel Literario

El aire, Rodolfo

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Por HERCILIA LÓPEZ

El aire Rodolfo…

…el aire que es tu danzarina Belén y ese mismo donde ella permanece para siempre en ti.

Claro, aire es viento, es vuelo, es movimiento.

A nosotros los bailarines nos gusta mucho movernos con nuestros cuerpos en el aire, jugar en el espacio, darle al cuerpo la posibilidad de volar por los cielos y de rodar por la tierra.

Y es que la vida misma sucede y transcurre, andando, llevándonos con ella.

Aunque siempre creamos que somos nosotros los que la arrastramos.

Y en verdad lo hacemos, o hacemos que lo hacemos.

Es nuestro Prometeo, nuestro Sísifo, nuestra Diana Cazadora, la Juana de Arco en nosotros.

Pero cuando la vida se va haciendo larga aquí adentro, entonces es ella que se va aclarando con el viento desde su mero comienzo, entonces el aire va abriendo los recuerdos.

Ya no hay camino, ya nada es lineal, porque no solo se tiene la historia vivida y sus tiempos, sino que se nos aparecen también las escenas, las imágenes, las sensaciones y emociones, los colores, los olores, los sabores.

Y todo ese abanico, o remolino o avalancha, va yendo y viniendo, entrando y saliendo por la vida:  la estructurada, la coherente y lógica.

Pero también: la impredecible, mágica, atrevida, retadora, independiente.

Rodolfo, tú lo dices claro y con una serenidad admirable cuando recoges de aquí y de allá esos momentos que se te aparecen mezclados unos con otros entre los años, las épocas, los acontecimientos a lo largo de tu extensa vida y los de la vida de Belén.

Rodolfo respeta esos apareceres y los va ordenando en una narrativa que a nosotros los lectores nos lleva de allá para acá, de atrás para adelante.

Debo decirte, Rodolfo, que leer tu libro me fue muy fácil, nada en él me asombró de ti, estabas tú allí como siempre te sentí, entre sentimental e intelectual, cercano en tu distancia, respetuoso y amoroso. Esas virtudes tan tuyas y que mucho me recuerdan a Eduardo Pozo, el amor de mi vida, así como lo es Belén para ti.

Y aquí aparece Belén, esa Belén que fuiste encontrando y amando a través de tu vida y que en tu libro nos la vas dando a conocer en ese ir y venir por los tiempos de cada uno moviendo tus recuerdos.

Tu Belén que estuvo, como bien sabes, cercana, muy cercana a mí, durante dos épocas de mi vida, compartidas también contigo y que aparecen en tu libro.

Como el liceo Andrés Bello, en la época de su esplendor y de mi padre como su director.

Como la aparición del ballet y su historia tanto en el liceo como en la creación de la Academia Interamericana de Ballet y el Ballet Nacional de Venezuela.

A mí no me tocó el tiempo del liceo, solo sus cuentos, porque era muy pequeñita y porque nos fuimos con mi padre exilados a México y fue solo con la entrada de la democracia cuando yo inicié mi viaje por la danza clásica que me llevaría después a mi propia manera de danzar.

Y es allí en mis inicios en Caracas donde estaba Belén, allí la conocí, allí hacíamos clase día a día y allí bailamos juntas.

Y desde entonces hasta la caída de la democracia siempre compartimos toda la construcción del movimiento de danza en Venezuela.

Por eso conociendo a Belén como la conocí y conociéndote algo a ti me sentí muy cómoda leyendo el libro. Seguirte en ese juego de imágenes siempre ofrecidas desde una mirada personal amable y con tu gran sensibilidad humana para, desde ella, contarnos de Belén y tú, y además, de la relación con los tres hijos, como parte de esa unidad amorosa que crearon y que bien reflejas contándonos anécdotas de casa.

A lo largo del libro se mantiene otro juego de apareceres no lineales de un tiempo y de otro y que está siempre yendo y viniendo: es esa vivencia de nuestra Venezuela, la de la primera mitad del siglo XX, con su caudillo y su dictador, con la que debimos batallar y crecer, unos más y otros menos.

La que ayudamos a progresar al convertirse en democracia y con ella iniciar nuestra tradición contemporánea y desde allí unas nuevas relaciones con el mundo.

A cada uno de nosotros nos tocó empujar a nuestro país y mejorarlo, darle aliento y el material necesario para que fuésemos encontrando y desarrollando, como ciudadanos, nuestros propios caminos en todas las áreas, en el arte y las humanidades como lo hizo Rodolfo en el cine y como lo hicimos Belén y yo en la danza.

Un país joven deseoso de entrar en el tiempo presente, de tomar del mundo lo mejor, de saberse parte de él y de moverse con su ritmo.

Desde allí te veo, Rodolfo, contando tus breves historias llenas de ingenio algunas, de reflexión otras como cuando decretas el difícil y tortuoso camino de Venezuela en su nunca alcanzada modernidad y cuando cuentas tu pase por el comunismo idealista que vivieron ustedes, incluido Eduardo, que los colocaron en situaciones tan disparatadas como la tuya del chaleco en el avión.

Reconozco la ingenuidad en nosotros los jóvenes de ayer, nuestro romanticismo, pero también nuestra fuerza creativa desplegada hacia la madurez de nuestro futuro. Ese que ahora anda oscurecido, esperando aclararse para renacer alguna vez.

Belén y yo fuimos guerreras en democracia, ella quería poner orden en todo lo que se necesitaba para darle a la danza su estabilidad institucional y su potencial creativo. Cuando deja a la bailarina y pasa a la parte institucional Belén se entrega a la gerencia de los asuntos y proyectos de nuestra danza, por muchos años se mantuvo en la dirección de danza del Conac, después Ministerio de Cultura.  Yo, por mi parte, necesitaba abrir espacios nuevos, no convencionales, buscar caminos distintos con nuevos protagonistas para darle al público otras posibilidades de sentir la danza, de allí los 30 años del grupo Contradanza.

Debía ir pues a la oficina de Belén siempre, debía defender mi proyecto y el espacio propio que necesitaba para crecer como artista. Había mucho que hacer, mucho que mover. Mucho que entregar y allí estaba Belén para recibirme, oírme, ayudarme a dar visibilidad a mi trabajo.

En su oficina, por años siempre tuvimos largas conversaciones más allá de la danza, sobre la familia, el país, el mundo, el arte. Cada cita se extendía, pero no nos importaba, había que aprovechar el momento para ponernos al día.

También recuerdo compartir con Belén, en distintos centros de danza del país, los eventos, festivales, seminarios, talleres que se programaban anualmente.

En algunos de estos eventos Rodolfo acompañaba a Belén, así como Eduardo lo hacía conmigo.

Nada mejor para un artista deseoso de colocar afuera su trabajo y su obra que recibir el respaldo de quienes conducen la política cultural. En ese sentido la gente de danza de esos tiempos sabíamos movernos muy bien para lograr nuestros objetivos.

Y allí Belén siempre estaba para ayudarnos sin imponerse y sin pedir nada a cambio. Puedo decir que de mi parte sentí de ella solidaridad y respeto a mis propuestas y a mis locuras.

Sé que ella respetaba a esa outsider que era yo para la danza de aquella época.

Para cerrar, quiero quedarme con esa imagen del adagio, su suavidad y su lentitud, su solicitud de atención, su propuesta meditativa y su fragilidad en el vuelo de ustedes dos.

Me quedo Rodolfo con el Pas de Deux de los amantes que han sabido de amor hasta el final de sus vidas. Me quedo con el aire que somos y ese que seremos.