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Eduardo Vargas Rico: sobre P.V.P. y el valor del arte en Venezuela

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Por MANUEL VÁSQUEZ ORTEGA

El trabajo es siempre la actividad del cuerpo que la trabaja, ya sea el de un artista o de un albañil. Por ello, hablar del arte en términos de trabajo implica –de manera ineludible– inscribir a la obra en un sistema de mercado e intercambio, en el cual la fuerza y el tiempo tienen repercusiones en el valor de aquello que es producido. No obstante, a diferencia de los presupuestos determinables en términos de precio, el valor del arte excede a toda fórmula económica exacta; y es que al relacionarse a procesos propios de la labor, el arte se entiende bajo el signo de la necesidad: para el artista, producir su obra, es un proceso vital.

Como continuidad de sus prácticas archivológicas, Eduardo Vargas Rico (Barquisimeto, 1991) plantea en su nueva muestra un ejercicio irónico de reajustes, reorganización y reevaluación de valores presentes en su obra, en este caso, pensado desde la realidad de su contexto social de producción. En P.V.P. (Precio de venta al público) –la novena individual del Vargas Rico, inaugurada el sábado 25 de mayo en la galería Espacio Monitor, en el Centro de Arte Los Galpones–, el artista establece una postura crítica frente al valor del arte y el precio de su salida comercial, sujeta a dinámicas mercantiles que –comparables a las teorías económicas de las rentas de la tierra– pasan por intermediarios, porcentajes, plusvalías y pérdidas, que someten al artista a una estructura en la cual el valor intrínseco de la mercancía–obra no responde, necesariamente, al valor de cambio–precio.

En las obras presentes, Vargas Rico aborda la labor del arte desde la fuerza de su trabajo, así como de los procesos de realización que subyacen en ellas; sin embargo, al momento de determinar su precio de venta al público, prevalece la idea de producto. De allí que a través de restos de dispositivos, utensilios y herramientas, el artista crea escenarios inventariables que permiten cavilar (entre muchos tópicos) sobre el oficio de la pintura como práctica obrera y no como práctica artística, sobre la remuneración del trabajo y los gastos del sustento, la cantidad de producción y nivel de consumo: la eterna necesidad impuesta por la naturaleza.

En la muestra, el artista repisa –como quien soporta y a la vez como quién vuelve a pisar– los presupuestos desarrollados en su lenguaje y sus lógicas de objetivar y modificar la constitución de los elementos trabajados. Un proceso en el cual, al vincularlo al arte, acontecen dos modificaciones simultáneas: una, cuando el individuo mediante el trabajo conforma objetos para satisfacer sus necesidades, y luego, cuando le otorga significado según sus intenciones de modificar su ser.

Con mangos, cabos, brochas, instrumentos y descartes de procesos anteriores, Vargas Rico configura bodegones y naturalezas muertas cuya tectónica obedece a la precariedad de un presente en el que la supervivencia depende de la producción, pero sobre todo de las necesidades de un mercado regido por la excepción y limitado a los gustos del coleccionismo local.

Ante esta cruda certeza, el Precio de venta al público se abre a preguntas como ¿quién impone el valor del objeto artístico?, ¿quién asegura las condiciones para que los precios sean dignos?, ¿conocen los mercachifles sobre el valor de las cosas, o solo les interesa el precio final de las mismas?, ¿vale lo mismo el trabajo de las manos, que la labor de los cuerpos?

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