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Douglas Bravo: el último caudillo guerrillero

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Por ISAAC LÓPEZ

Corre el mes mayo de 1962. En algún lugar de la intrincada sierra de Coro, en el noroccidente de Venezuela, se desarrolla una tensa escena. Teodoro Petkoff —joven universitario, integrante de la Juventud Comunista— ofrece una charla sobre el proceso histórico venezolano a los bisoños guerrilleros del Frente José Leonardo Chirinos, fundado por órdenes del partido dos meses antes. Al tratar el período posgomecista parece perder la perspectiva del sitio donde se encuentra. Nombra a Rafael Simón Urbina como responsable del asesinato, en 1950, del presidente de la junta militar de gobierno Carlos Delgado Chalbaud y lo caracteriza como un chafarote de lo peor. Apenas termina de pronunciar aquello de entre sus oyentes se levanta como una turba, machete en mano, Domingo Urbina dispuesto a arrancarle la cabeza a aquel “patiquín” que acaba de insultar a su primo, jefe e ídolo. Entre ambos hombres mediaba un mundo. Uno es inquieto intelectual, comprometido lector, figura radical de la izquierda comunista, representante de sectores urbanos en ascenso. El otro, hombre de acción que tenía en su haber varios asesinatos (entre otros, el del militar señalado), personaje montaraz que encarna la ruralidad y la violencia interioranas de un país atrasado. ¿Cuál proyecto político podía unir a aquellos hombres? ¿Cómo podían tener ambos jerarquía de comandantes de ese foco rebelde? ¿Por qué la dirigencia había decidido rescatar de la prisión a Domingo Urbina para incorporarlo a la lucha por implantar el modelo cubano de socialismo?

El fundador y máximo líder de aquel frente guerrillero fue Douglas Bravo. Unas puntualizaciones biográficas que nos hagan recordar al personaje bien valen en esta hora. “Curraco”, “Andrés”, “Martín”, “Juan”, “Emiliano”, “Guillermo”, “Joaquín”, “Maquinita”, “Comandante Quintín León”… fueron algunos de los innumerables nombres de guerra de quien naciera en Cabure, sierra de Falcón, en 1932, y tuviera influencia y liderazgo político sobre parte de los descontentos con el proyecto de la democracia liberal. Especialmente los nucleados en las universidades del país.

Hijo de Ignacio Bravo y Leonor Mora (dueños de tierras), militante comunista desde los catorce años de edad, parte de un ambiente marcado por la violencia expresada en la guerra de su familia contra los Hernández, su talante de dirigente se forjó entre los trabajadores de las siembras de sus progenitores, y apenas saliendo de la adolescencia vivió el asesinato de su padre.

Responsable de radio del Partido Comunista de Venezuela en la parroquia San Juan, en Caracas, formó parte de los cuadros que se incorporaron a las fábricas a finales de la dictadura de Pérez Jiménez, llegando a ser comandante del frente guerrillero José Leonardo Chirinos que fundó el 15 de marzo de 1962 junto con Miguel Noguera, Arcadio Pérez e Iván Bravo en la hacienda “Los evangelios”, propiedad de sus padres (Alfredo Peña, Conversaciones con Douglas Bravo, Caracas, Editorial Ateneo de Caracas, 1979). Miembro del comando general de las denominadas Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) desde 1962, en coordinación con Elías Manuit Camero tomó Pueblo Nuevo de la Sierra en 1963.

Marcado por los imaginarios de la ruralidad campesina, Douglas Bravo narra al periodista Alfredo Peña su cercanía con el brujo Andrés, personaje de las montañas falconianas. El hechicero de ancestros antillanos lo habría ensalmado y alertaba al comandante guerrillero sobre ataques de las fuerzas contrainsurgentes, ejerciendo de guía y consejero. A aquellos relatos se agrega su capacidad para escabullirse de cercos y atentados, aspectos que contribuyeron con la fábula de intrépido que se tejió en torno a su figura. Su habilidad para simulaciones y personificaciones la obtuvo —según refiere Paz— gracias al compromiso político de un importante personaje del medio artístico como Rafael Briceño, quien fue “facilitador y artífice del maquillaje, actuación y disfraces” de Douglas Bravo a lo largo de su vida de aventuras (Miguel Ángel Paz, Douglas Bravo o la utopía alternativa. Crónica política venezolana, Maracaibo, Fundación Creando esperanza, 2010, p. 265).

En diciembre de 1965 Bravo lideró la reorganización de la comandancia general de las FALN, momento cuando fue nombrado comandante en jefe, hecho que agudizó las diferencias que esta fuerza mantenía con el PCV. Pero en marzo de 1966 fue expulsado del buró político de aquella organización comunista y en abril del mismo 1966 constituye el Partido de la Revolución Venezolana (PRV), junto con Fabricio Ojeda, Andrés Pasquier, Felipe Malaver, Gregorio Lunar Márquez, Neri Carrillo, Francisco Prada, Joel Linárez y Baltazar Ojeda Negretti, entre otros (Miguel Ángel Paz, Douglas Bravo o la utopía alternativa. Crónica política venezolana…).

En los planes del castrismo para Venezuela, Bravo fue “el líder de la revolución” a partir de 1966, como antes lo fueron Fabricio Ojeda o Américo Martín. En el lapso 1968-1969 Bravo —como antes lo había hecho el Partido Comunista— también rompió con Fidel Castro. O al revés. Una revisión de la prensa venezolana entre abril y mayo de 1969, en especial del diario Crítica de Maracaibo, nos permite leer títulos como: “Guerrilleros venezolanos no aceptan órdenes de Fidel”, “Fusilamiento de Douglas Bravo ordenó Fidel Castro” o “Lucharemos hasta vencer” —responde Douglas Bravo, afirma que “solo dialogará de poder a poder”.

Bravo abandona Venezuela en 1970, en plena política de pacificación adelantada por el gobierno de Rafael Caldera, y se refugia en Colombia (Luigi Valsalice, La guerrilla castrista en Venezuela y sus protagonistas 1962-1969, Caracas, Ediciones Centauro, 1979) donde tuvo particular cercanía con las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FARC), siendo parte de su proyecto político el unir las guerrillas venezolanas y colombianas.

La entrega de la revista Momento correspondiente a la primera semana de diciembre de 1979 se inicia con un extenso reportaje: “Douglas Bravo, a quien por poco traga la leyenda, reinició su vida política legal reconociendo haber fracasado en el país la lucha armada revolucionaria que iniciara y dirigiera hace ya dieciocho largos años”. El trabajo del órgano del Bloque de Armas, escrito por Ángel Ciro Guerrero y con fotografías de Alberto Mora, muestra lo que fue el mitin de Bravo en la avenida Miranda de Coro en noviembre de 1979 y la visita a los pueblos de la serranía del exguerrillero, aparentemente incorporado al juego democrático. Señala el texto: “La Avenida Miranda de Coro —muy ancha y larga, por cierto— estaba casi llena en sus dos terceras partes de hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría, que gritaban, acompasadamente, vivas a favor de la revolución y sus figuras, y abajos contra el actual sistema político-social” (Momento, Caracas, 9-10 de diciembre de 1979, p. 5).

Se iniciaba el gobierno de Luis Herrera Campins, y quedaba atrás la “Gran Venezuela” de Carlos Andrés Pérez. El país, a decir del nuevo mandatario, estaba hipotecado y al parecer —si nos atenemos a aquellos gritos en Coro— no todos éramos felices.

Luego del acto de 1979 en la capital de Falcón, Douglas Bravo se dedicó por largo tiempo a la actividad política conspirativa. De 1983 se señalan sus reuniones en Mérida con los hermanos Adán y Hugo Chávez Frías, a quienes conoció en 1982 (Alberto Garrido, Testimonios de la revolución bolivariana, Caracas, Ediciones del autor, 2002). Fue aquel acercamiento parte de su estrategia o concepción —ya adelantada en la década de los sesenta— de unir a los descontentos de varias logias militares con los subversivos de izquierda. Pronto el movimiento encabezado por los jóvenes de las Fuerzas Armadas lo dejaría de lado, aunque en programas de televisión de los primeros años de su presidencia Hugo Chávez aún lo reconocería como inspirador.

En 2008 asistí a una reunión en una escuela en el sector El Valle, en Mérida. Allí, junto con su inseparable Francisco Prada y otros antiguos y nuevos camaradas, afirmó Douglas Bravo: “Esto es indiscutible, a este gobierno hay que derrocarlo. No hay otra alternativa. Hay que tumbar a Chávez”.

Crítico del chavismo, aunque aprobaba el proyecto del Museo de la Revolución que el régimen pretendiera en algún momento instaurar en su casa en Cabure, Bravo construyó el mito del eterno guerrillero y su figura es referencia de la guerrilla latinoamericana, pudiéndose equiparar con otras como las de “Vasco” Bengochea, Abraham Guillén, Miguel Enríquez, Carlos Marighella, Rodney Arísmendi, Manuel Marulanda Vélez o Rubén Jaramillo. Sin que con esa valoración señalemos significativos aportes, consideramos de importancia revisar sus formulaciones y reflexiones. De Regis Debray a Alfredo Peña, de Mario Menéndez a Rafael Rossell, el cúmulo de entrevistas realizadas al hombre suma varios volúmenes.

En Douglas Bravo hay un empeño por mostrarse como destacado conocedor de la teoría e historia revolucionarias marxistas, sin embargo su planteamiento del Tercer Camino no constituye ningún deslumbrante foco de originalidad. Gustoso del halago y la exaltación, carismático y cordial, Bravo vivió del aura de una revolución fracasada. Líder indiscutible con ascendencia caudillista sobre hombres y masas fue siempre el inconforme y el renegado de la democracia venezolana. No obstante, sobre él pesa también una larga lista de recriminaciones de ciertos sectores de la izquierda radical. Desde que era frecuente su desincorporación de la guerrilla para gozar de los beneficios de la vida en la ciudad hasta su cercanía con importantes oficiales de contrainsurgencia. Parte de tales acusaciones pueden leerse en los libros de Pedro Pablo Linárez La lucha armada en Venezuela. Apuntes sobre guerra de guerrillas venezolanas en el contexto de la Guerra Fría (1959-1979) y el rescate de los desaparecidos (Caracas, Ediciones de la Universidad Bolivariana de Venezuela, 2006) y Venezuela insurgente. Las voces de los guerrilleros de los años 60 en el contexto internacional de los movimientos de liberación nacional (1959-1999) (Caracas, Colectivo para la construcción de la memoria de los años 60, Universidad Bolivariana de Venezuela, 2011).

En su libro de 1997, La vida en rojo: una biografía del Che Guevara (México, Alfaguara) —considerado por Tomás Eloy Martínez como una de las mejores biografías sobre el guerrillero—, Jorge Castañeda señalaba que la vida, obra y ejemplo del revolucionario argentino pertenecían a otra etapa de la historia moderna que difícilmente recobrarían actualidad. La lucha armada, el foco guerrillero, la creación del hombre nuevo, la primacía de los estímulos morales, el internacionalismo combatiente y solidario —señalaba el analista mexicano— carecían de vigencia. Sin embargo, el autor sostenía también que la nostalgia persistía.

Dos años después de la edición de ese libro comenzó en Venezuela un proceso político marcado por tal decadencia. Proceso político que se inició con la abrumadora votación por el líder representante de esas concepciones (Alfredo Meza, —Chávez también quiere que nuestros jóvenes sean como el Che—, El Nacional, Siete días, 1° de octubre de 2000). ¿Decadente también el país, su sociedad, las ideas circulantes en una de las —hasta ese momento— democracias más sólidas de América Latina?

Por los ideales guevaristas miles de jóvenes latinoamericanos ofrendaron sus vidas. En Venezuela esas construcciones ideológicas fueron adelantadas, entre otros, por hombres como Douglas Bravo; tras ellos se fueron en los años sesenta a las montañas de Coro, de Lara, de Miranda, de Oriente centenares de muchachos de barrios, liceos y universidades. Heroísmo y tragedia, idealismo e ingenuidad; también, irresponsabilidad y demagogia cruzan la historia de la guerrilla venezolana. Pero no es desde el desprecio y la anulación como debe afrontarse el acercamiento a esos hechos porque eso sería negar la creencia y pasión de una generación de venezolanos que merecen comprensión histórica para que nuestra sociedad pueda al fin apostar por la madurez.

En septiembre de 2020 Bravo escribió en el blog Ruptura: “Este régimen usurpador de Nicolás Maduro no es marxista, leninista, ni revolucionario, ni nacionalista, ni trotskista o maoísta, este es un nuevo sistema político basado en la dominación” (http://rupturaorg.blogspot.com/2020/09/douglas-bravo-comandante-guerrillero.html).

Signado —como muchos de los participantes en la guerrilla de los años sesenta— por el “trauma del perseguido”, dialogar con él significaba pasar una serie de “alcabalas” de guardaespaldas y acompañantes o tener relaciones con gente de su entorno.

El sábado 31 de enero de 2021 se anunció la muerte del eterno guerrillero producto de la COVID-19. Deja una herencia que habremos de juzgar lejos del apasionamiento de estos tiempos. Una herencia a encarar reflexionando sobre lo que somos, sobre nuestro apego a la ciudadanía democrática y a sus formas.

Controversial, polémico e incoherente, es importante vernos en Douglas Bravo y su trayectoria de vida, la cual forma también parte de nuestras maneras políticas. Un personaje digno de un serio estudio biográfico.

Exaltado y rechazado por la izquierda radical, ojalá con él haya muerto el idealismo romántico de la izquierda venezolana que se une a la tradición personalista. País de alzados, la biografía quizá sea el medio más adecuado para explicar un territorio de caudillos y montoneras, la nación premoderna que en buena parte todavía somos. Por eso Douglas Bravo es un referente que debemos dejar atrás.

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