La vía del pájaro
el pájaro azafrán
no deja huellas
traza un cero
en el aire
y cae adentro
su vía
siempre
es el retorno
una mujer
bebe agua
y medita
frente a mí
en la otra orilla
allí mismo
desaparece
su tránsito
es mi experiencia
lejos
el río
va corriendo
entre tajos
verdes
de maleza
¿habrá caído
su vuelo
en mi corazón
y se perdió
en el puro
silencio?
―adiós dijo
nítida es
la cayena herida
permanece
en secreto
su perfume
pájaro despojado
el alma
llega
con hálito fúnebre
profundo
sin rama
sin hojas
de lo astro
si abandonas
todo movimiento
aquello
en silencio
provocará
un otro camino
un nuevo
movimiento
―así es la vía…
la muerte
como oración
por cada dolor
o cortadura
―¡santo santísimo dios!
pónme
de cabeza
hacia los pies
(Incompleto)
**
Katabasis
para Luis Gerardo Mármol
I
Miras al cielo
cebolla de tinta azul
arriba
y encuentras una Hidrógena en su tope.
Un rayo la sostiene a la noche en su agujero.
En la médula de esta flor gira una sucesión de soles
y estrellas, ternas de un orden brillante.
¿Qué hace la luz en este néctar? Adentro ocurre el descenso
que alimenta al hombre: un sinfín de lámparas
en el más puro silencio cuando somos nosotros
mismos, almas sin posesión ni dominios.
Ellos dijeron: Siempre habrá formas nuevas y, aun
desaparecidas, su patrón se conserva en el reino
de Cimeria.
Así la Hidrógena.
Planta iluminada, absoluto su más allá de enorme
consciencia: “Participo de la gravitación planetaria
en las fallas de mi espíritu”, dijo.
Eran muchas voces de poetas en esta vía;
almas encandiladas, encendidas, iluminadas.
“¡Pureza, pureza!”, exclamó otro.
“Si soñamos que soñamos ¿qué es eso?”
―Pura inocencia.
La rama de acacia, en la noche de este arriba, para atraer
el combate, era ya un árbol con cicatrices nunca vistas.
―¡Festejamos contra Dios en Penuel, recuérdalo!
Contémplate a ti mismo hermoso, herido en una pierna.
Todavía tienes semillas y estremecimientos regados
en el cielo.
Cuando se invierten los caminos, otro te piensa y tú crees
que piensas.
―Palabra: sombra: obra… Ellos dijeron.
Hidrógena mía, luz mía, fragancia suelta, te he buscado;
la llovizna que cae hace de escritura en tu pétalo ahora.
Este dulzor es un hueso rusiente, canción de poeta tieso,
enterrado, crapuloso.
―Despiértate tú que duermes y levántate de los muertos,
Ellos dijeron.
Toda la tumba estaba encofrada en feldespato
(casa fragante entonces).
Dormido en tu propio sueño, sin oración, serás el hijo
en su ataúd que flota en vespertino de una a otra
orilla del cielo, bello honor
¿Reza mejor quien más ama?
Y el viaje sigue su imagen al otro lado.
―Allá voy, Graymalkin.
―Gooromaafiyun, Gooromaafibo…, cantó el poeta.
(Un gato negro siempre canta y mueve su cola).
“Allá voy. Avanzo hacia el norte, hacia las brumas y el frío,
abandonando a mi paso partes de mí mismo,
gastándome, disminuyéndome en cada estación,
pero dejándoles un poco de claridad, un poco
de calor, algo de fuerza, hasta que deba finalmente
detenerme al término de mi viaje, cuando la Hidrógena
florecerá dentro de su luz en el milésimo día”.
II
Sopla un cantar sobre una nueva tela, etesio que vuelve al
mundo, desciende libre de generación. Inmortal.
(Papá y mamá ¿qué tengo Yo que ver con ustedes?)
Este cierzo también tiene sus vestimentas forjadas sobre el
aire contra el aire en el aire.
Remolino en los labios, hálito de comunión: Yo y Tú en la boca.
No es beso, tampoco Él.
Es una alteridad de luz, más cercana al brillo oculto,
eso diverso, un plumaje en el viento.
(Nadie debería creer que las plumas son el vuelo).
III
El alma brota de un cuajo de fuego; prima cubierta de forma
alegre al cantar, y su estómago de fresco fundamento
es luciérnaga: imán en sus fibras.
Yo, de allí se alimenta el hueso del alma no nacida aun en
tierra. Yo, de pura constelación, sideral tañido, no
menos fulgor. No mañanas ni días ni noches. No
domingo. Ni camas.
El alma sólo busca un agujero en el amor fundado, un algo
que semeje camino hacia su casa: la poesía.
Un señor y una señora guardan su puerta. ¿Estás muerto
acaso? Despierta. Son ellos: un águila y una serpiente
–males desatados– confirman la creación.
Sean tus padres, poeta.
Si el esfuerzo es exigencia de la verdad, tal vez la bondad
y la belleza sonrían dentro de la palabra; sea esta
piedra, sea luciérnaga o grano de azúcar, terrón.
No se trata solo del águila como follaje del viento, empinada
hacia una roca blanda, y que tiene su bajar:
su destino es la caída.
¿Y la señora serpiente? ¿Cuán real es su instinto? Muda y
muda su piel como nosotros (el alma muda
en las cenizas). Somos su presa, lazo en el cuello,
en la experiencia: sombra del adentro.
Aquí la incandescente abertura como ojo de pez; atrás
quedaron los exterminadores guardianes
(otra vez en Creta, pero fuera del laberinto).
Solo dos piedras que dan al mar. Es otro (Tú) el que
abre los ojos por la venida.
O señor del ojo del sol, abre mis ventanas para poder ver
sobre el mundo;
O abridor, ayúdame a aclarar la maraña de sombras;
O abridor, abre mis ojos;
O escultor, talla la verdad, visión clara;
O escultor, talla mi cabeza con tu chispa;
Que mi sacrificio disipe los prejuicios…
¿Esta envoltura solo responde al nombre del fuego?
Ellos cantaron.
IV
Todo está regado por la lluvia del alma
incluso el pequeño punto de la i
es un agua que no moja las manos
rocío rocío rocío
Minúsculas íes en ramitas
finas
Son la percusión húmeda y fría en la Hidrógena
El goteo suave sobre la piedra es agua arrojada
de nuevo al sacrificio.
V
¿Quién eres, dónde estás, quieres pasar tu milésimo día así?
La inocencia cree en el mensaje de la piedra
Sabemos qué decir
Atestiguamos lo que vemos dijo el poeta
Y regresamos para cantar
un corazón en risas
Sabemos ser niños
al dibujar un círculo sin cabeza
Hablamos sin miedo
Y de repente el oleaje del ser se funde
a un destino vasto
una flor del cielo
Solo cuando habitas en la luz que tropieza
se abre
la poesía de un eterno juego.
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Canto de luz negra
Santos López
Edición de autor
(respaldada por Banke Producciones y La Poeteca)
Ilustraciones de Sabrina Cabrera Mendoza (serie 7 cartas “Oráculo del Silencio”) y Carlos Zerpa (“Alice” / “Cuchillo”)
Caracas, 2018