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Dos poemas de Laura Cracco

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Por LAURA CRACCO

LA TUMBA

A los muchachos que allí mueren en vida.

¿Cómo soldar los vidrios?

¿Cómo, las almas quebradas en los sótanos de la Tumba?

Cien metros bajo tierra, lejos del sol kilómetros de silencio,

en los muros, restos de A+, AB-, O+, B-…

«Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», clama la carne hecha para el milagro.

El mutismo de Dios retumba entre los muros y

los soldados vigilan con sus armas que no escape.

La Tumba es helada y oscura,

no se permite hablar ni rezar.

Los familiares buscan en vano.

Nadie sabe cuántos, quiénes, cuándo, dónde.

La tumba está en el corazón de la ciudad.

El ascensor baja los cinco pisos y sube vacío.

Dos por tres metros de soledad vigilada,

sin ventanas, sin tiempo.

El sol es un recuerdo lejano

y el único viento, el que escupe la rejilla:

Oº, -5º.

El silencio apenas es perturbado por los vagones del metro sobre la cabeza.

Los colores, un esfuerzo de memoria en las celdas inmaculadas

como páginas sin inspiración;

el otro color: gris acorazado.

Muerte blanca, tortura blanca, lo llaman,

blancas como crestas en el mar que un presidiario evoca segundos antes de que la sirena

(ah, la sirena noche y día, un modo de decir en un lugar donde no existen noche y día)

espante el sueño, las olas, el rostro añorado por él, novio ahora de la muerte.

¿Serán perdonados por la historia?

¿Volverán a caminar entre los vivos?

¿Por qué, Señor, tan vecino en ciertos lugares y tan callado en otros?,

persiste, inútil, la pregunta donde la carne fue privada del milagro.

LA FLOR

La flor no se pregunta por qué

la juventud,

los pétalos,

su perfume y esplendor duran

unas pocas horas, días a lo sumo.

Tampoco el árbol, las hojas

ahítas de savia en agosto,

pregunta cuando el invierno lo azota.

Bajo la helada, el tronco moribundo, las ramas peladas

no acusan.

¿Por qué nosotros entonces,

la pregunta sin raíces?

—El boquete en el pecho.

—¿Será un poema o una canción?

—¡Haz más presión!

—Se nos va.

—Era casi un niño.

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