Por MARÍA ELENA RAMOS
I. Permeables. Encontrar el lugar
“No tenía un tema, me interesaba igual un edificio que un insecto, yo vivía con la cámara al cuello todo el día”. L.L. (1)
Enese vivir con la cámara al cuello, mientras estudiaba cine y fotografía en The London International Film Schoolen la capital inglesa, Luis Lares se encontró un día con un lugar asombroso y colorido que fue para él un circuito de maravillas. “Era un espacio de diversión, parecía para niños, pero era para todos. Era simple y sin pretensiones. Se mantuvo unos quince días. Llegabas, pagabas y estabas el tiempo que quisieras. Entrabas sin zapatos. Yo estuve yendo unos diez días” (2).
La casualidad de encontrarse en su camino con aquel ámbito suave resultó un llamado para ahondar los afanes del joven artista por el estudio del color, en el que venía ya avanzando en su trabajo académico. Corría el verano de 1980 cuando aquel recinto existió, como instalación participativa, en los espacios abiertos frente al Tate Museum de Londres. Lares con su cámara Pentax, y ya asiduo visitante, ejercitó allí su interés en la temperatura del color y en la luminosidad de los tonos a los que aquel espacio se abría, mientras iba descubriendo cromatismos nuevos, que antes no existían. Y vio que el sol que iluminaba el lugar hasta las 5 de la tarde daba una calidez real —que podía sentirse físicamente en el propio cuerpo— a los llamados colores cálidos: el rojo, el naranja, el amarillo… mientras los espacios de los llamados colores fríos —azules o verdes— y de los grises, también sobre el cuerpo se sentían fríos, a pesar de que el mismo sol iluminaba por fuera aquel universo colorido.
Color y calor: ¿dónde empezaba y dónde terminaba allí la física del color, con sus altas y bajas temperaturas, para dar paso a metáforas y transfiguraciones entre el calor real (calculable con termómetros) y la calidez acogedora para el ánimo de quien transitaba dentro de aquel sitio de prodigios? ¿Dónde termina una realidad que nos rodea y comienza la que nuestra imaginación va convirtiendo en otra cosa? ¿No es esa precisamente una de las preguntas —y de los placeres— más recurrentes en la vida de los artistas? Luis Lares estaba allí, por una parte en un entorno de realidades vivaces: la ciudad, la caminata, las inmensas membranas coloridas, las formas de los túneles o del salón al que ellas daban acceso, el sol afuera que también se sentía adentro como roce perceptible sobre la propia piel, los ruidos urbanos de Londres aconteciendo. Era, sin más, la realidad viviente. Pero al mismo tiempo estaba habitando el fotógrafo un lugar muy suyo e intransferible: deslumbrado por sus nuevos hallazgos y expectante de las invenciones que podría ir construyendo con su cámara, afanoso por momentos a la manera de un investigador científico en su laboratorio o, más sencilla y gozosamente, al modo de un muchacho que juega con un objeto brillante encontrado al azar —una pieza sorprendente que le parece mágica—, o con un suceso que le hace imaginar unmundo de ensueño.
II. Las imágenes
Primero fue el descubrir, luego el inventar. Y, a partir de aquel lugar, Luis Lares creó una serie de fotografías que tituló Permeables. Para un artista no pasaría algo que valiese realmente la pena si ciertas experiencias vitales que mucho le conmovieron en su momento no llegaran a convertirse en una creación suya: en imágenes visuales, en palabras en el caso de escritores y poetas o, más inespecíficamente, en algún estímulo creador que podría ir dando sus frutos con el tiempo. Aquel sitio vibrante se convirtió así, gracias al ojo de Luis y a sus decisiones de encuadre, en una serie de reveladoras fotografías en las que registró y reinventó formas, espacios y colores, dejando memorias del juego, del placer y la alegría para el acervo de la fotografía venezolana del siglo XX.
Permeables… ¿por qué ese nombre para la serie? Me dice Lares: “Yo vi aquel lugar como un útero materno. El niño siente, escucha lo de afuera, y la madre puede sentirlo a él. Aquel espacio había sido inflado con el aire. Allí hasta el movimiento lo sentías (como de un líquido amniótico) con la brisa” (3). Con su cámara quiso entonces revivir distintas porosidades: las de la luz, de las texturas, del movimiento. Y quiso garantizar para su memoria, ya sobre el soporte fotográfico tangible, aquellos momentos que intuía inolvidables.
En esta serie algunos elementos protagonizan. Indiscutiblemente los colores, que con base en las tonalidades reales de aquel lugar de Londres encontraron luego en la técnica del Cibachrome, el medio más apropiado para hacernos conocer más, tanto de aquella experiencia sensorial como, más ampliamente, del mundo del cromatismo: de la vivacidad, la intensidad, la diversidad tonal, del efecto de un color sobre otro, de la transformación de uno en otro y hasta de la captación por el ojo —el descubrimiento, la revelación— de un color nuevo en medio, o a consecuencia de los ya conocidos. Pero aparecen también allí fenómenos afines y complementarios al ámbito del color, como la translucidez, las distintas formas de recepción de la luz tamizada —y aquí necesariamente coloreada—. Entonces un amarillo puede ser tanto un pedazo del túnel objetivamente construido en ese color, como, más virtual e inmaterialmente, una derivación del rojo o del naranja confrontados en zona de luz más intensa, alimentada por un sol que atraviesa solo de modo sutil e indirecto las membranas permeables.
Otro eje esencial de estas imágenes de Lares es el universo formal de círculos, semicírculos y óvalos, figuras plásticas éstas que por una parte establecen y consolidan la representación (para decirnos cómo eran en realidad aquellos espacios interiores, envolventes y concentrados) y por otra parte activan la percepción del espectador al atraer —focal y centralmente— la atención de su mirada. Y así esos aros de luz, esas franjas redondeadas, esos incompletos círculos o esos óvalos más nítidos quedan registrados (representados) pero a la vez abiertos a la imaginación en planos de color de distintas dimensiones, eficaces para hacernos visible la fuerza perceptual y casi hipnótica que pueden tener las figuras esféricas y los ambientes circulares.
Los temasde la sensorialidad y de la percepciónestán al centro de esta excepcional serie fotográfica, y van a estar, con variantes, a lo largo de los distintos tiempos vitales de este trabajo. Sensorial y perceptual era ya inicialmente la instalación de Londres que las personas experimentaban como un ámbito de diversión e intimidad, caminando sin zapatos, jubilosos ante el color y la luz. Sensorial y perceptual lo fue luego muy especialmente el segundo tiempo: ya el del registro artístico libre realizado por el joven artista con su cámara. Al llevarlo al Cibachromese abrió además a una sensualidad de lo visual y lo táctil que se hizo patente en cada imagen. Sensorial y perceptual fue también más tarde, ya a su regreso a Venezuela, el tercer tiempo de Permeables cuando la serie se dio a conocer en la Sala de Arte de Sidor en Ciudad Guayana, en lo que sería la primera exposición individual del artista y cuyo montaje estimuló una emotiva experiencia participativa.
Hay que agregar que, en Ciudad Guayana, con esa experiencia perceptual se entretejía un mensaje social e idealista. Dice Lares: “Montamos la sala como un útero, y con la luz apagada entraba el público. Había presidentes de empresas, gerentes, obreros, niños, adultos, todos sin zapatos. La idea era que somos iguales. Dentro o fuera, puedes estar arriba o abajo. Se encendían las luces, se reconocían todos, el presidente con los obreros. Todo el montaje era en blanco y negro. El color estaba solo en las fotos de la experiencia en Londres” (4). Ángel Fernández escribe: “Era curioso observar que, entre esa multitud sentada en el suelo, donde los cuerpos se relacionaban entre sí en forma tangencial, no se pudiera observar diferencia alguna entre ellos. No importaba cómo vistiera cada quien, ni cuál era su patrimonio individual.A ras de suelo y sin zapatos, la raza humana se nivel a y ya no importan ideologías ni status. Era un buen principio, y la ventana transmutada en Dios de la imagen sintió que el clima era el adecuado para comunicarse con ese auditorio en cuclillas. Entonces la pantalla habló con su música, pero no abrió sus párpados hasta unos segundos después, cuando oleadas de color sacudieron las retinas de los presentes” (5).
Otro momento llega finalizando el año 2020, con la exposición de Permeables en la Galería GBG de Caracas. Aquí se agregará para el espectador la experiencia de mirar las fotografías haciendo foco con un visor de Viewmaster, ese objeto que modernizó las funciones del antiguo estereoscopio y que ha sido utilizado tanto en el estudio de imágenes como en aparatos lúdicos para niños y grandes. Al enfocar ahora a través de un cono negro, desaparecen las paredes y los otros visitantes, y el usuario puede abstraer todo lo que está alrededor, como entrando en un oasis de color, aun en medio de una realidad externa que puede ser agobiante. “Como si se entrara en un mar”, decía María Fernanda Di Giaccobe, del equipo productor de la exposición.
Los juegos del cuerpo en movimiento. Al sumergirnos en estos espacios no solo percibimos colores y formas sino también intenso movimiento, aunque nos lleguen a través de una fotografía fija. Era inevitable, por otra parte, que este joven fotógrafo que también estudiaba cine en aquel tiempo estuviera ganado por ese afán dinámico que se vislumbra, y se concreta, en los personajes móviles dentro de estos túneles dúctiles. Algunas fotografías sugieren por cierto algo de lo que la física llama “energía cinética”, pero que aquí está corporizada en niños y sus gestos, en ropas en dinamismo congelado, figuras que al trasladarse casi se desvanecen… o del todo se disuelven. Dice el artista: “A veces se sentía el celaje de la persona, como un fantasma, como su energía yendo de un lugar a otro” (6).
Una niña se gira a medias, y su cabello se vuelve signo de una velocidad que capta instantáneamente la cámara. El vestido de otra niña parece haber adquirido movimiento propio. Un pequeño corre, como yendo a desaparecer por los bordes del círculo de luz en un escenario de rojo encendido: parecería estar saliendo hacia el sol, pero no queda claro si abandona un ámbito para entrar a otro, o si existe más propiamente en lo que podríamos llamar “los espacios entre”, “los colores entre”, un entre como a medio camino de dos sensaciones, dos instancias del juego, dos tonalidades, habitando el personaje fugazmente entre un adentro y un casi-afuera justo cuando el fotógrafo capta ese preciso momento de su vida. Ya sabemos: la fotografía es el instante, pero aquí el pequeño protagonista, aun siendo anónimo, va a quedar en la fotografía de Cibachrome iluminado para siempre. Otra niña avanza entre zonas radiantes de colores cálidos, pero va aproximándose al oscuro gris del fondo. Esta foto muestra, objetiva y físicamente, el plástico gris con que el túnel fue elaborado. Ya más metafóricamente la niña parece aproximarse hacia algún final, a un lugar más sombrío de este recinto envolvente, donde la luz y el color ya no resplandecen.
Un modo particular del movimiento amerita detenernos: los participantes no solo caminan en los túneles, no solo transcurren libremente sino que algunos hacen ejercicios gimnásticos, estirándose y explayándose desde sí mismos, disfrutando del lugar pero sobre todo del propio cuerpo como su más palpable organismo sensible. Cabeza abajo unos, otros creciéndose hacia lo alto, como valorando una sensación de libertad extraña en medio de esta peculiar caverna. Una mujer parece acercarse corriendo, desde el fondo de los círculos, hacia el fotógrafo. Hay tensión, o una contradicción acaso, entre el gesto que anunciaría una carrera y, por otra parte, un sitio tan cerrado que no permitiría largos desplazamientos. ¿Es un anuncio, y así tan solo una energía potencial? ¿Un amago de quien quisiera avanzar, pero no puede? ¿Una metáfora de la libertad no del todo alcanzable, por muy decididos que parezcan los gestos para lograrla? Otro niño reposa sentado sobre la horizontal, sereno, como mirando sus pies cruzados, como alegrándose silenciosamente de la paz del lugar, del no-movimiento momentáneo; o acaso solo regodeándose en el azul, el gris, el amarillo. Son personajes que experimentan simultáneamente ensoñación y realidad, encierro apacible, ágil ligereza.
Hemos dicho que el color, las formas circulares, el movimiento, son aquí elementos protagónicos. Pero más nuclearmente lo son los seres humanos, y Lares se concentra en ellos, en su corporalidad pero también en algo de su ánimo, hecho visible al momento de la toma. Cuerpos que corren, o que se sientan al fondo de las esferas, o se arrodillan, o alguno que parece detenerse solo para el fotógrafo que lo mira y que lo pondrá a ser actor principal, lejos ya de ser solo una mancha dentro de otras manchas cromáticas, o un punto dentro de algún óvalo, o una bruma fugaz entre una y otra zona del laberinto. Son gestos humanos que se detienen ahora, ya adentro de la fotografía, para mostrarnos de paso que el arte —y este de Luis Lares muy especialmente— existe esencialmente porque existen los otros. Del lado opuesto del visor está este humano particular que es el fotógrafo interesado en lo humano, un artista que también juega y participa cada vez, cuando decide quién y qué formará parte de ese encuadre que será su próxima jugada.
Pero él está además especialmente interesado en la interacción de la persona y el entorno en que esa acción humana se despliega, y en el vínculo emocional entre individuo y hábitat. Sus series registran, en calles de ciudades y pueblos, a espectadores participativos —como en ese lugar urbano que dio origen a Permeables— o simplemente a caminantes viviendo al ritmo de sus ciudades: en las afueras del Centre Georges Pompidou de París, en los corredores de la Galleria Vittorio Emanuelle de Milán, en el Metro de Londres. Los seres en su ambiente son entonces una constante en su trayectoria, lo que ya exploraba desde antes de sus estudios en Londres, como cuando creó la serie Lejos es un lugar que no existe (1979/1983); o lo que indagó de modo más decidido al regresar a Venezuela e integrarse, en Ciudad Guayana, a las industrias básicas y del aluminio, donde desarrolló estudios de La industria de Guayana, de La sensualidad en la industria, de Matanzas, zona industrial (1988/1989) y muy especialmente su serie Hombres de carbón (1990/1994). Ante este contexto va a decir el investigador Tomás Rodríguez Soto: “Como resultado de una minuciosa revisión del paisaje y del ambiente emotivo industrial, Lares va a sentar las bases del más importante ensayo fotográfico sobre la industria hecho en Venezuela” (7).
En la serie Permeables las personas coexisten con un entorno diverso, que es primeramente un lugar sensorial, que no es naturaleza, que no es ciudad, que está allí para la participación comunicativa, que ha sido creado artificialmente. Y tratándose de un espacio permeable, los seres en movimiento en su interior son claramente simultáneos con el afuera: escuchan y sienten la ciudad que indirectamente les llega. Simultáneos lo de un lado y lo del otro, el color exultante y el recogimiento íntimo, la física presencialidad y una cierta sensación de ensueño e irrealidad en atmósferas imprecisas y disueltas. Y hasta se puede vislumbrar desde adentro algo de la naturaleza de afuera, y así algunas imágenes muestran vegetaciones externas a la cueva de colores, pero solo como rastros o sugerencias de un mundo natural que ya no es nítido, que aparece en sombras o siluetas como si el fotógrafo quisiera recordarnos que más allá de cualquier encierro haya una vida natural, y que el universo da luz y compañía a los seres.
III-Caracas, 2020: Permeables y Hombres de Carbón en la última exposición en vida de Luis Lares
La serie Permeables solo había sido expuesta de manera completa en 1984 en Ciudad Guayana. En noviembre de 2020 fueron presentadas en Caracas, en el espacio GBG, veintiocho fotografías en Cibchrome de este conjunto. Para esta muestra, que sería la última realizada en vida del artista, se incorporaron además algunos retratos de Hombres de carbón (1990/1994) en que fueron protagonistas los trabajadores industriales, cada uno identificado con su nombre, cada uno con su mirada fija en el fotógrafo. A diferencia del anonimato de los seres urbanos que en el verano de 1980 se movían dentro del ambiente lúdico en Londres y que Lares encontró fortuitamente, ya años después él era muy conocido en las industrias básicas de Guayana, pues fue un dinámico directivo cultural de la región. Allí se movía libremente y traspasaba sin problema, con su identificación y su cámara, todos los portones. Esto no solo le permitía la legalidad de los accesos a sitios muy reservados y altamente riesgosos, sino que le acercaba a un trato más humano con los trabajadores industriales, quienes le sostuvieron la mirada con autenticidad en ese grupo de close-ups de ojos conmovedores que desde el siglo XX forman parte muy principal del imaginario dramático de la fotografía en Venezuela.
Los visitantes de la exposición pudieron ver, en un mismo espacio de la galería caraqueña, lo que fue la experiencia de estudiante feliz, inmerso y maravillado en el ambiente cromático, captando cuerpos reales pero sin nombre, fijando sus disoluciones visuales, sus rostros imprecisables, sus apariencias frágiles y un tanto fantasmáticas, y luego la rotundidad de los rostros de los trabajadores industriales de Guayana, en fotografías en blanco y negro que muestran otro momento del artista y, sobre todo, un distinto universo de sentido. En Londres, Lares iba caminando por las calles con su juventud y su cámara cuando el azar le trajo la experiencia perceptual que terminó convirtiéndose en Permeables. En Ciudad Guayana él quería conocer a fondo una compleja zona del mundo real, penetrando los lugares más calientes y más oscuros de las industrias básicas y acercándose frente a frente a seres tangibles con historias personales que le permitieron hacer con la fotografía un revelador estudio de interés ético, social y comunitario. Ya desde una perspectiva más actual podemos agregar que, en su encuentro con aquellos hombres de carbón, también se siente un gesto sensiblemente político, aunque no haya sido planteado así en su momento por el artista.
La exposición de Caracas (GBG, noviembre de 2020) permitió ver reunidas las imágenes de goce y festividad en Permeables y también las de una narratividad a la vez contenida y dramática en Hombres de carbón. Unas en color, otras en blanco y negro. Memorias de la juventud del artista, las primeras; y testimonio, las segundas, de su tiempo de madurez. En esta muestra el público pudo conocer mejor una parte esencial del aporte de Luis Lares a la fotografía: en Venezuela y el continente.
Su partida deja un vacío en el medio cultural venezolano, y uno muy sensible en quienes disfrutamos la amistad de tan noble ser humano. Deja un vacío, pero a la vez, una visible huella en la creación fotográfica contemporánea. Otros momentos relevantes de su trayectoria se hacen ahora más necesarios de explorar.
Notas
1 Luis Lares. En Teresa Casique:Luis Lares ojos adentro.Catálogo de la Exposición Evidencias 1975/1998. Sala TAC (Trasnocho Arte Contacto). Caracas, septiembre de 2006.
2 Luis Lares. Conversación con María Elena Ramos. Caracas,27-10-2020
3 Luis Lares. Conversación con M.E.R., citada. Caracas,27-10-2020
4 Luis Lares. Conversación citada.
5 Ángel Fernández. Una multitud de pies descalzos transitó los Permeables. Diario El Pueblo. San Félix, 4-09-1984
6 Luis Lares. Conversación citada.
7 Tomás Rodríguez Soto. Catálogo de la Exposición Evidencias 1975/1998. Sala TAC (Trasnocho Arte Contacto). Caracas, septiembre de 2006.
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