¿Hay aposentos en el pensamiento? ¿Se puede habitar en él? ¿Puede uno vagar por sus habitaciones? ¿El pensamiento es una casa, es la mansión de la memoria, es un edificio inabarcable o es el paseo infinito de una mujer por sus jardines mentales y la potencia que cobra su propio sueño en la calma del día? Situada en lo inasible, la voz de Cecilia Ortiz se ha depurado en los oficios de nuestra milenaria cultura femenina para zurcir, hilvanar y coser el tiempo futuro / que fue vivido / en la ignorancia / de un pasado. La esperanza se echa a volar con una danza ebria de palomas en el cielo. No hay horas que diferencien el día de la noche en la poesía de Cecilia Ortiz porque Un día se teje / en el abismo del otro día y el olor a limpio se derrama en el porvenir. Así crece su árbol del deseo, es una resistencia de la luz contra toda tiniebla.
Minerva Margarita Villarreal
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La edad de la templaza de Cecilia Ortiz
El poemario que tenemos en nuestras manos es un canto a la armonía entre la ocasionalidad propia de la existencia y la permanencia propia de la vivencia. La experiencia se recuerda y comparte, mientras que la vivencia se revive y repotencia. Es así como la revelación efusiva de la primera se complementa con la revelación íntima de la segunda para condensarse en cada una de las líneas de estos poemas.
El tiempo es el puente que sirve de tránsito a la experiencia, y a la vez es la plataforma que sirve de impulso a la vivencia. El tiempo aporta el eje sinuoso alrededor del cual afloran estos sensibles testimonios. El tiempo es gesto y gesta, fascinación y exclamación, sombra y roce, conversión y abdicación, edad conquistada y tránsito en desarrollo. En definitiva, el tiempo se convierte en sesgo de vivencia y en riesgo de existencia, con lo cual lo vivido se ahonda y lo rememorado se fragua. Así nacen en Cecilia Ortiz sus cavilaciones e insomnios que no siempre desahogan las angustias y desesperanzas, así como también dan cabida a ciertas sensaciones de añoranza. En medio de estos entreveros se filtran las relaciones completas que el ser humano establece con el tiempo y que se sintetizan magistralmente en imágenes como las siguientes:
“derramado en el tiempo futuro / que fue vivido / en la ignorancia / de un pasado”;
“La fortuna de quedarme / en un solo tiempo”;
“Mirar lo imposible / como posible / Recordar”;
“Soñando por decir / lo dicho / Es tan claro el pensamiento / que se repite / con eco”;
“El silencio también es una forma de cantarle a los pájaros”;
“La soledad / ese recóndito estar / donde uno puede / amar secretos / olvidar tempestades / Quedar en calma / Volver a empezar”;
“Recuerdos encontrados / bienvenida a una sola distancia / Presente añorado”;
“Déjame seguir ondulante / Aspirar / Que me lleve el viento / Destapando la escarcha / de los días”;
“No temo el adiós / Porque estoy nuevamente / De regreso”;
“Me refugio en el silencio / punto ideal para lo impensable”.
Desde luego, tal como lo demuestran los fragmentos transcritos, es imposible relacionar el tiempo y la poesía sin avivar un sentimiento de melancolía y, en el caso particular de Cecilia Ortiz, esa relación adquiere una tensión ambivalente ya que muestra, al mismo tiempo, una alegría por estar triste, así como una tristeza por estar alegre.
Como en toda exclamación henchida y enraizada, en sus poemas se encuentra lo dicho, pero también el recuerdo de lo no dicho, es decir, el licuado devenir de lo tácito. En efecto, en su poesía se recoge, para decirlo con Octavio Paz, “el silencio que cubre de arena cada palabra”. Es esta sensación la que proporciona las condiciones para que, desde el principio hasta el final, se presenten, al mismo tiempo, vestigios de temores y briznas de esperanzas que alternativamente nos hacen sentir “en el jardín de un poema”.
Víctor Guédez
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La edad de la templanza
Cecilia Ortiz
Dcir Ediciones
Caracas, 2018