Por DAVID DE LOS REYES
Nuestra civilización global se ha comportado, a veces más a veces menos, como un ciempiés. El ciempiés, como dice su nombre, tiene 100 pies, valga la perogrullada. Usado como imagen nos proporciona una interesante analogía. Su cuerpo es la civilización común y cada pie puede ser visto como un territorio, una región, ¿un país? Distinto pero similar en su proceder y acción. Los ciempiés tienen una solo ida, se acompasan a un mismo ritmo, a una misma velocidad, todos van a una misma dirección, a un mismo fin, a una idéntica voluntad de poder nihilista. El ritmo y la velocidad que le imprimió al ciempiés civilizatorio industrial las comunicaciones mercantiles, junto a la sorprendente y acelerada galaxia digital en expansión ha sido inusual para los tiempos humanos y los ciclos naturales reales; la vida convertida en un eterno correr casi sin descanso y sin respiro. Esta constelación de los medios y sus modos nos ha llevado a emprender una carrera que parecía, por un momento, no tener freno alguno, no tener tampoco aire que inhalar: una total asfixia consumista biológica/cultural, como tampoco distanciarse de sus hábitos comunes, para retirarse del frenético impulso de la producción masiva continua y sin un fin real sustentable. Solo reiteraba la ciega voluntad de una ganancia abstracta y ambiciosa; acumulando por doquier más desechos e infección. Sin embargo, apareció un comodín guasón, lanzado por la propia industria científica de laboratorio, ese aéreo covid-19, o virus chino rojo, como lo llamo personalmente; pandemia que termina la vida reduciendo la capacidad de respirar… la asfixia es el límite de todo organismo vivo, pero ahora viralmente convocada. Y es lo que ha puesto al ciempiés capitalista (con todos los hermanastros socialistas farsantes de estos tiempos) y su población, en una encrucijada universal. Tanto la realidad macro de Gea como nuestras micro vidas sensibles se han visto alteradas: por un lado, surgen fenómenos naturales insospechados de recuperación vital en distintos espacios del planeta; por otro, nos ha vuelto, por el posible contagio permanente, como corderos encerrados en su redil o en su cueva, ¡parecido al sueño religioso cristiano-comunista: buenos corderos de dios o del partido! Pueda, como dicen unos, darles más poder a los nuevos (pero viejos y decadentes en idiosincrasia…) dioses: al sistema político existente, o al gobierno de las élites estériles y sus implacables cancerberos burócratas, reduciendo la acostumbrada movilidad de amasado consumista sin límite del hombre moderno. Pero ante todo esto, también podemos pararnos frente a un horizonte distinto. Y lo que sí veo claro en estos tiempos de incertidumbre son las palabras del cubano obseso y obeso de poesía, las del habanero José Lezama Lima, cuando en una frase portentosa nos dijo todo el devenir de sus prodigiosos enunciados de las eras imaginarias: El gozo del ciempiés es la encrucijada. ¿Qué nos revela el poeta? Nos pide que ante el obstáculo temporal asumamos esta encrucijada como una sorprendente oportunidad de creatividad e invención colectiva e individual, a pesar de que cada pie de los cien del ciempiés civilizatorio no sepa muy bien por donde transitar a momentos. Que separándonos de las permanentes quejas y desconciertos que encontramos en todas las pantallas abiertas a nuestros ojos junto a los protocolos decretados de confinamiento, hallar la actitud por el gozo creativo y desviarse del pulso fatal para salir de ese camino inercial que parecía trazado trágicamente sobre la misma y dura piedra del devenir irremediable. A todas estas, sigo interrogándome, pensando la ambigüedad de los tiempos, diciéndome si no es que lo trazado por el aparente destino, la tragedia común universal, su obstinada autodestrucción, se encuentra inscrita a lo interno del ciempiés de la humanidad, en sus genes en tanto especie, ¿y no tiene ya el impulso para sortear la encrucijada?
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