“Los episodios aquí reseñados demuestran que la diplomacia no es un coto cerrado a los diplomáticos profesionales, sino que específicamente en tiempos de crisis aparecen otros actores que pueden llevar a cabo esas gestiones, ya sea en forma pública o discretamente”
Por ADOLFO P. SALGUEIRO
La diplomacia es la profesión y/o arte que facilita a las naciones organizar civilizadamente sus relaciones y —cuando es necesario— dirimir de la mejor forma posible sus desacuerdos. En la visión tradicional tal actividad se limitaba a los Estados, concebidos hasta mediados del siglo XX como únicos actores de las relaciones internacionales.
Hoy día con la evolución del Derecho Internacional se han incorporado a ese elenco múltiples actores no estatales y, sorprendentemente, algunos del ámbito privado, gobiernos en el exilio , ONG y hasta funcionarios exiliados a quienes se les adjudica alguna clase de representatividad pública internacional (gobierno español de la República en el exilio por varias décadas, Asamblea Nacional 2015, Juan Guaidó Márquez) etc., a quienes en distintos momentos de sus respectivas gestiones se les reconoció como representantes permitiéndoles actuar en ámbito del Derecho Público, aunque fuese en forma limitada.
Tenemos ejemplos recientes de esta evolución como fue la crisis política de 2019 y el posterior reconocimiento internacional de la Asamblea Nacional 2015 —aún después de su vencimiento constitucional en 2020—. Así ocurrió con la aceptación y reconocimiento de su entonces presidente Guaidó como legítimo representante de Venezuela ante los países que así lo reconocieron (más de 50), la recepción de embajadores, el reconocimiento expreso o tácito que en alguna ocasión llegó a la cumbre de su representatividad (febrero de 2020) en el recinto del Capitolio de los Estados Unidos, cuando el presidente Trump presentó a Guaidó como “presidente de Venezuela”, siendo entonces saludado de pie y entre aplausos por los legisladores de ambas Cámaras.
Un tiempo después, luego de varias prórrogas autoconcedidas por la Asamblea Nacional 2015, después de su expiración constitucional (enero del 2020), la misma decretó el cese de Guaidó como presidente y se designó para sustituirlo a la diputada Dinorah Figuera, cuya representatividad sufrió decidida mengua, pero que, a todo evento, recibió el reconocimiento, entre otros, de los Estados Unidos como “la única y última representación democrática de Venezuela”.
Lamentablemente, quienes asumieron el protagonismo en el nuevo esquema resolvieron cesar el cuerpo diplomático que se había establecido, con lo cual la diplomacia, aunque limitada, que venía llevando a cabo el presidente Guaidó quedó desmantelada.
En los tiempos más recientes está tomando cuerpo el reconocimiento internacional de Edmundo González Urrutia como presidente-electo faltando ver el desenlace de esta especialísima situación después del venidero 10 de enero de 2025 cuando, constitucionalmente, le correspondería a dicho ciudadano, legítimo ganador de las elecciones del 28J, asumir el cargo para el cual fue elegido.
También se ha llevado a cabo diplomacia con movimientos guerrilleros que llegaron a tener relevante influencia política y territorial en sus respectivos países. Las FARC en Colombia, Frentre Farabundo Martí en El Salvador, Sandinismo en Nicaragua y hasta con el Frente Polisario, que lleva varias décadas constituido como gobierno efectivo —aunque limitado— en un amplio y disputado sector del Sahara Occidental con el nombre de República Árabe Saharaui Democrática con la cual Venezuela estableció relaciones diplomáticas en 1988 que aún mantiene. Quien esto escribe tuvo oportunidad de representar, sin designación oficial pero con encargo presidencial, a nuestro gobierno en dos oportunidades, siendo acreditado presencialmente, con sendas cartas, ante el gobierno de tal Estado establecido entonces provisionalmente en territorio de la República de Argelia.
En cuanto a los movimientos guerrilleros en nuestro continente no fueron pocas las ocasiones en que las recurrentes crisis de la zona resultaran en que la representación de Venezuela, a veces con y otras veces sin conocimiento del estado anfitrión, consiguió convenir acuerdos que fijaban derechos y obligaciones tanto para los actores irregulares como para el Estado en cuestión. Lo anterior es un ejemplo puntual de diplomacia en tiempos de crisis.
Ahora tomaremos uno de los ejemplos más contundentes de diplomacia en tiempo de crisis en toda la historia reciente. Es el episodio de fecha 15 de septiembre de 1938 cuando el primer ministro de Gran Bretaña, Neville Chamberlain, visitó a Hitler en su casa de descanso en Berchtesgaden, Baviera, con el objeto de realizar una gestión diplomática al más alto nivel en la que Gran Bretaña, que no era parte del diferendo, intercedió ante la Alemania nazi para solicitar a Hitler desistir de su plan de invadir Checoslovaquia para “rescatar” y anexar la región de los Sudetes, donde una importante minoría germanoparlante se decía discriminada por el gobierno checo.
Aparentemente, Hitler dijo a Chamberlain que desistiría de esa iniciativa. Esa misma noche, al regresar a Londres, Chamberlain declaró “hemos logrado la paz para nuestro tiempo”. Estaba equivocado, puesto que poco tiempo después Alemania invadió a Polonia (1 de septiembre de 1938), siendo ese el inicio de la II Guerra Mundial, seguido poco después por la entrada nazi en Checoslovaquia para anexar a los Sudetes.
Los episodios aquí reseñados demuestran que la diplomacia no es un coto cerrado a los diplomáticos profesionales, sino que específicamente en tiempos de crisis aparecen otros actores que pueden llevar a cabo esas gestiones, ya sea en forma pública o discretamente. En este tipo de escenario hemos visto al papa Paulo VI interviniendo directamente en 1982 en la búsqueda del cese de hostilidades en la guerra de Malvinas entre Argentina y Gran Bretaña. Para ello encargó a un enviado suyo, el cardenal Samoré, para constituirse en el terreno y llevar a cabo la gestión diplomática del caso.
Existe también la diplomacia partidista que llevan a cabo los partidos políticos importantes, ya sea en forma bilateral o reunidos en organizaciones de corte ideológico denominadas “Internacionales” (Internacional Socialista, Internacional Demócrata Cristiana, Internacional de Centro, etcétera), quienes suelen ejercer influencia y/o presión para el logro de resultados políticos que, siendo de interés primordialmente partidista, pueden coincidir o no con el interés de Estado que conciba el gobierno de turno.
La explosión tecnológica en materia de transportes y de comunicaciones ha resultado en la decidida facilidad para llevar a cabo diplomacia bilateral o multilateral entre jefes de Estado o de gobierno o ministros y dignatarios que pueden en la actualidad desplazarse con facilidad y rapidez de un lugar a otro para realizar gestiones que en tiempos anteriores estaban reservadas a la presencialidad o a los diplomáticos profesionales.
Hoy día, especialmente después de la pandemia del COVID, la popularización de plataformas tecnológicas como Zoom, Whatsapp, Go-Meet y otras de amplio uso, es que innumerables gestiones diplomáticas ya ni siquiera requieren desplazamiento de los protagonistas fuera de sus oficinas, lo cual ha facilitado decididamente tanto la diplomacia normal como la de crisis.
Asimismo, en la actualidad se ha generalizado, especialmente en tiempos de crisis, la actuación de actores interestatales, como es el caso de las organizaciones multilaterales mundiales (ONU) o regionales (OEA), cuyo objetivo fundamental es mantener la paz, y también otras organizaciones especializadas que tienen personalidad jurídica diferente a la de sus estados/parte (Mercosur, Acuerdo de Cartagena, Unión Europea, etcétera).
Hoy no podemos finalizar estas breves notas sin aludir a nuevos actores de la diplomacia como lo son en los últimos tiempos las grandes corporaciones de derecho privado que, aun cuando no sean sujetos de derecho público, tienen una relevancia global tan resaltante que les permite a veces jugar un rol en las relaciones internacionales como pudiera ser el caso, entre otros, de los gigantes tecnológicos (Google, Apple, Microsoft, Amazon, etc.) cuyo poder les permite tener exigencias y contraer obligaciones que ciertamente exceden el ámbito del derecho privado en su versión más convencional.
De allí pues proponemos que la diplomacia, especialmente en tiempos de crisis, no sea ámbito exclusivo de quienes hayan abrazado la respectiva disciplina profesional. Por eso no deja de ser relevante traer a colación la famosa frase de que “la diplomacia es demasiado importante como para dejarla solamente en manos de los diplomáticos”. En tiempos de crisis ello resulta más vigente aún.
Sin embargo, aún con la ampliación de horizontes para la diplomacia que hemos reseñado es importante señalar que las actividades tradicionales de las relaciones internacionales como comercio, inmigración, intercambios culturales, gestión de acuerdos y tratados, que en principio preferiblemente deben estar reservados a quienes han cursado estudios superiores en esos ámbitos y están generalmente integrados a las estructuras gubernamentales de cada país, tales como Ministerios de Relaciones Exteriores y otros organismos que pueden requerir la interacción con profesionales en la materia.
La tradicional y mala costumbre de ubicar en cargos diplomáticos a los amigos, parientes o correligionarios, ya ha dado suficientes muestras de ser deficiente, no solo en Venezuela sino en muchos otros países que caen en esas tentaciones. No es de sorprender, pues, que las diplomacias más prestigiosas sean las que promueven el profesionalismo y la defensa de los intereses del Estado por encima de los del gobierno de turno (Brasil, Cuba, Perú, Francia, Reino Unido, etcétera).
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