Por BLANCA ELENA PANTIN
Si Nocturama (Editorial Alfa, 2006) es la distopía de quién está ante el mal —una ciudad sin nombre, que sin embargo el lector reconoce en ese espejo que le devuelve oscuros días en un laberinto sin salida— Diorama retoma lo distópico y el lector lo sabe desde la primera página: él, junto a los personajes, se mueve en ese territorio inquietante y es testigo del siniestro absurdo del Reino de la felicidad que alcanza su summum en el diorama final. Todo debe ser dioramizado ( (dioramizar: verbo de la neolengua) después de la pulverización. El cerco se tiende sin piedad sobre los únicos personajes que parecen resistir la vigilancia y las decisiones de los anillos del Poder que se manifiestan en sus medidas totalitarias y delirante burocracia de grisura sofocante. Dimas y Samid, su pareja, intentan inútilmente poner a salvo los libros de su cuidada biblioteca sin tiempo para “hablar de lo nuestro” que siempre queda postergado. En el Instituto de las reseñas, “lo único que debes hacer es escribir las reseñas tal como ellos quieren, optimistas, alegres, esperanzadoras”. ¡Reseñas felices! (de Akhmátova, Mandelstam, Bunin, Pizarnik, Bernhard, Cadenas, Celan…). Los amigos se ríen del delirio, pero saben que el Reino de la felicidad se impone implacable.
La trama se va tejiendo con citas de páginas de libros y referencia de películas que parecen tener de fondo a ese país devenido en reino de lo infame: Imre Kertész, László Krasznahorkai, Sándor Marai, Yolanda Pantin y citas también de Nocturama. Atrás van quedando personajes eyectados de ese lugar que todo se lo traga. Propuestas de sobrevivencia pura y dura, desfilan (Museo de los lugares olvidados), hasta propuesta de los dioramas, aprobada por los anillos del Poder: DioSalud, DioZoo y DioHábitat.
Es la inocencia, una niña separada de su familia acogida por Samid y Cosme, la que pregunta:
—¿Y cuándo es el final?
—El final es cuando ocurre
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