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Por JOSÉ BALZA

Antonio Machado

En su novela Camino a casa, Nicolás el protagonista o Malpartida su autor observa: “No sé si hemos pensado lo suficiente en que todos leemos en primera persona”.

No se puede leer sino en primera persona; pero esa personación consiste en una red  actual que actúa movida, marcada por insospechadas multitudes. Leer una palabra es cumplir con innumerables ritos de desciframiento, corporales y psíquicos; es frotar cultura, conocimiento con lo inesperado e improvisar. También consiste en arriesgar, consciente o erróneamente, el equilibrio del pensar. Porque ocurre, según lo ha indicado Juan Malpartida, en un margen interno y en la fluidez del mismo. Lo estoy haciendo con estas anotaciones.

Tan fascinante como el otro estudio literario y biográfico de nuestro autor  Octavio Paz: Caminos de convergencia (2020) resulta el que dedica a Antonio Machado: Vida y pensamiento de un poeta (2018), al cual me acercaré en seguida.

Confiesa allí Malpartida que comenzó a leer a Machado (1875-1939) en su adolescencia y ha seguido haciéndolo hasta elegir “algunos trayectos de su vida y de sus pensamientos” para conformar el libro. Esto nos permite ver al niño Machado y su numerosa familia, las mudanzas de calles y ciudades, su juventud, su soledad y sus amores (parecen ser equivalentes), su muerte en el  exilio.

El libro consta de cinco partes y resulta, paradójicamente, apasionante tratándose de una vida ajena a grandes gestos públicos; tal interés, sin duda, es despertado por las pautas interrogativas con que Malpartida concibe la vida del poeta: desde el inicio considera que algo se quedaba fuera en la inmensa bibliografía sobre el autor. “¿Qué era?”, se pregunta. Y con esta y las interrogantes que vendrán, estamos incluidos en una singular escritura: la de un ensayo detectivesco cuyas presas son la poesía, la prosa, las sustituciones personales o complementarias, la metafísica, la intuición creadora, la modernidad, Machado.

Entre los escritores de España más “admirados y manoseados” —Cervantes y García Lorca, afirma Malpartida— está Antonio Machado. (No olvidemos que Joan Manuel Serrat puso al mundo a cantar los versos del sevillano). “Es, con Borges y Octavio Paz, el poeta filósofo por antonomasia del siglo XX en lengua española, como Quevedo lo fue del XVII”.

Tengo la edición de Fórcola y es un libro de formato pequeño con doscientas páginas; pero pocas veces al leer un volumen así he sentido la impresión de que el libro crece a medida que lo recorro. ¿Tal vez por la búsqueda de ese algo que también persigue el autor? Tal vez porque Antonio Machado, en la proximidad de la poesía, no ha adquirido para América la dimensión que posee para el lector español. La arrasadora popularidad de algunos de sus versos, para mí, ha ocultado lo que Malpartida me revela.

Como ante el trabajo sobre Octavio Paz, no estamos solo conociendo una biografía: el método de las interrogantes arroja momentos y visiones de extraordinaria hondura para perfilar la psique, los tejidos históricos y, sobre todo, la fluencia literaria que determina la creatividad de Machado, sus deudas y su originalidad. Y, sin embargo, aunque, como en el caso de Paz, Malpartida resume concepciones acerca del poeta, valora obra y pensamiento, y propone interpretaciones ajustadas y audaces, en cierto modo estas biografías apenas anuncian la compleja, muy controlada y sin embargo libre, reversible elaboración de Mi vecino Montaigne, tras la cual transitan formas y significados que son respuestas —o nuevas preguntas—  al Andrenio de Gracián, al ya remoto Finnegan, a Rayuela, a las vacilaciones de Larva y al mismo Michel de Montaigne.

Cuento, ensayo, novela, drama, vértigo de pantalla encendida, poema como en los clásicos hindúes o mesopotámicos, Mi vecino Montaigne también es la puerta entreabierta del apartamento cercano donde hoy encontramos a Montaigne.

Si bien Malpartida mucho ha leído a Machado, indica que eso incluye haber estado olvidándolo y volviendo a él; determinando cuándo se hace moderno; qué y quiénes lo atraen a la filosofía, qué cosa de ésta se filtra en sus versos, por qué su obra cierra una época, cuáles vínculos in/voluntarios lo conducen al verso o a la prosa, a imaginar la invención de una “máquina de trovar”, a cómo se hizo a sí mismo.

Muy sugerente es el desarrollo cumplido por Malpartida respecto del erotismo o la sexualidad del poeta. Su concepto “ciudadano” de las limitaciones de la mujer y su elevación de la misma como centro del hacer y sentir estético. No menos importante es detectar en sus versos la condición del “amor bizco”.

Y cuajado en piedra el fuego

del amante,

(Amor bizco y Eros ciego)

brilla el sol como diamante.

Pero creo que esta biografía del hombre y de su pensar excede mi capacidad de comprender a Machado y de intentarlo en estos renglones. Voy, por lo tanto, guiado por las interrogantes de Malpartida, a detenerme únicamente en dos o tres aspectos abordados en ella.

Comienzo por uno que parece paralelo al estudio y que pudiera estar apuntando a inquietudes del propio Malpartida. Sin embargo, en la medida en que nota la ausencia de anotaciones o testimonios directos tomados por quienes rodearon a Machado, estas proposiciones de Malpartida se centran en aquel.

Se refiere el autor a la literatura de España (y obviamente eso es válido para esta  América): “Nuestra literatura es escasa en diarios, memorias, biografías, correspondencias y todos esos ambiguos géneros que dan cuenta de la vida íntima y del desenvolvimiento de los demás”. (Es oportuno no confundir las frecuentes exposiciones “reveladoras” —tan practicadas hoy—  como masturbaciones intelectuales y amatorias, con lo indicado por Malpartida). Debido a aquello, por ejemplo, poseemos pocas referencias al encuentro de Machado con Wilde en París, de su coincidencia con Eliot en las conferencias de Bergson, de su amistad con Gómez Carrillo; de su trato posterior con Rubén Darío, con Alejandro Sawa, con Pío Baroja; de su presencia en las tertulias del Café Pombo (Sorolla también lo retrataría en 1917).

La importancia de tal escasez, para Malpartida, se relaciona con lo anterior en el sentido de que “la individualidad como problema” implica “un rasgo que inaugura la modernidad”.

Felizmente Malpartida señala hoy excepciones como el texto sobre Borges de Bioy Casares, la correspondencia de Juan Valera, las memorias de Zorrilla. Y, entre otros, volúmenes de  Corpus Barga, de Carlos Barral, de Carlos Castilla del Pino, de Salvador Pániker y Visión desde el fondo del mar de Rafael  Argullol.

Quizá todo ello, para Malpartida, esté relacionado con la carencia de un Hamlet en las letras hispanas, aunque las mismas hayan extraído de sí  personajes arquetípicos como el Quijote, Don Juan, Segismundo, Sancho.

Al pulsar la obra de Machado, nuestro autor destaca cómo aquel “al hacer su poesía se hizo a sí mismo” y cómo es su obra la más fiel y sugerente revelación acerca de él, aunque ambos posean independencia. Ese sí mismo es un defensor del contacto máximo entre la realidad y el hacedor, alguien que habría preferido la desnudez budista ante lo inmediato y que confía en la ciega o luminosa conducción de lo intuitivo. Pero que reconoce la importancia del concepto, que ama la claridad expresiva y rechaza lo rebuscado, que no teme pensar y dejarse absorber por el pensamiento. Expresa Malpartida: “Sentir, nos diría Machado, tampoco basta; el sentir solo no se constituye en poesía… (…) Necesitamos el concepto, el elemento que hace de lo particular (sentir, una actividad siempre en primera persona) lo potencialmente general: el tú inherente a la poesía”.

En el aura de Bergson, Machado, según Malpartida, se interesa por el método intuitivo. “La intuición implica duración, se apoya en los sentidos, es tiempo concreto, cualitativo…”. Por lo que para Machado “la intuición es lo esencial de cualquier obra de arte, e incluso de la obra filosófica”.

De allí que para el poeta filósofo el ser no sea uno, idéntico a sí, “sino una substancia diversa cuyo fundamento alterador y constitutivo es la otredad”. Sale de sí misma, nunca es igual y está en cada punto del universo. Desde esta percepción mucho vale la aproximación que hace Malpartida a la concepción del pensamiento científico y a la idea de Dios (“nada que sea puede ser su obra”), para la personalidad de Machado.

No está exento de ironía o quizá de burla este asomo filosófico y literario de Machado, sintetizado en su expresión “no coger la cuchara con el tenedor”, referente al hacer literatura con la literatura y no con la vida.

Creo que hay un capítulo de puro oro en este libro: el V: Contar y cantar, dedicado a la poesía de Machado, cuya belleza y tono vitales serían alterados por mi comentario. Quien lo recorra, volverá a quedar hechizado por la maestría rítmica del poeta, por la luminosa energía de las imágenes, por tanta gracia, enigma, dolor y pensamiento. Y renovado en su apreciación de esa obra, al seguir las ubicaciones cronológicas, las fuentes posibles (lo popular, lo remoto), la naturalidad de sorprendentes hallazgos líricos, que el margen interno permite a la crítica interesada de Malpartida. Con él estaremos junto a

…uno, sin sombra y sin sueño,

un solitario que avanza

sin camino y sin espejo…

Tal vez este libro de Malpartida haya encontrado ese algo que faltaba en sus tantas lecturas sobre Machado (“donde se vislumbra una persona hecha de una identidad paradójica, y una obra (que inventa a un autor múltiple”); pero temo que más bien nos deja ante dimensiones fractales de su personalidad y su poesía. Lo cual nos enriquece.

Y ya que mencioné, entre los rasgos de este ensayo, su don detectivesco, voy a vislumbrar de manera muy transitoria, los complementarios en la escritura de Machado, percibidos por Juan Malpartida.

Indica que si bien antes de 1912 Machado ha ido forjándose como poeta y prosista, es a partir de entonces cuando “vía heterónimos o complementarios” surge su modernidad, así como la ironía y el humor en su visión poética y filosófica. Su interés por Kant parece conducirlo a una mayor subjetividad y a la prosa.

Malpartida señala una “teología de los heterónimos” según los estudiosos del poeta, no desdeñable por completo en quien ha aceptado que “lo específicamente humano es el concepto del no ser”. Y esa otredad reside en Abel Martín, Juan de Mairena (y en el Jorge Meneses, a su vez imaginado por éste e inventor de la ´Máquina de trovar´).

Abel Martín (1840-1888/89), filósofo, sevillano, lector de Leibniz, cuya bibliografía hace pensar en verdaderos tratados, existe en los fragmentos y líneas “conservados” por Machado. Es su libro de poemas Los complementarios lo que determina la denominación de los heterónimos. Cita Malpartida algunos de sus datos biográficos: “Fue Abel Martín hombre en extremo erótico”, mujeriego, “y acaso también onanista”. Es quien enuncia: “Pensar es descualificar, homogeneizar”. Y él será el maestro de Juan de Mairena (1865-1909).

Afirma Malpartida: “Juan de Mairena —el personaje más inteligente de toda nuestra literatura…”, sostiene, curiosamente, con su pensar, la huella más inquietante del Machado escritor. Aparentemente lejano en su percepción de lo inmediato y de la realidad huyente, constituye a ese multifacético ser que llamamos Antonio Machado.

Una de las respuestas posibles a las interrogantes que se hace Malpartida quizá desemboque en otra pregunta no formulable, pero que incita al desconcierto: con esta biografía, no solo podríamos vislumbrar el boceto de una personalidad (de Malpartida) sino también su síntesis y su expansión simultánea. La obra de Machado es la prueba de un caso concreto en que  eso ha ocurrido; y también la continuidad de quienes en otro tiempo lo han practicado. ¿No resuelve ese mecanismo la negación de un sí mismo, el incesante movimiento de un suicidio imaginario o, al contrario, la propagación de un ser, materializado en otros, determinados por su voluntad e incapaces de detener su metamorfosis, enamorados de la extensión infinita del yo, no como narcisismo sino como su aplacamiento, su anulación, su vuelta a la nada?

Creo que todos somos heterónimos.

Y no estoy muy seguro de que alguien llamado Juan Malpartida no haya sido o esté siendo, con este libro, otro  heterónimo de Machado.

Cuadernos

Malpartida ingresa en una edad clave a Cuadernos Hispanoamericanos. Allí será jefe de redacción y luego director —desde el 2012— hasta ahora, en que tras treinta y un años de trabajo en la revista, se jubilará. Fundada en 1942, la misma ha tenido como conductores a valiosos intelectuales y entre sus colaboradores figuras notables del mundo literario español e internacional.

Aunque centrada hoy en el ensayo y la crítica, también ha acogido otras expresiones creativas y atendido una amplia gama de las artes.

Lector voraz y autónomo desde su adolescencia, Malpartida ha practicado una particular manera de escribir. En el prólogo a Margen interno (Fórcola, 2017) reconoce que los autores comentados por él lo necesitaban. Sus comentarios, semblanzas o críticas constituyen también “lecturas que son búsquedas homenajes, reconocimientos” y, para quienes los atendemos, resultan ser una manera de leer al propio Malpartida: “Quien lea mis lecturas (y digresiones)… también me lee a mí, mi vida”.

En el último texto de ese libro (Leer, tan viejo como la vida), el autor acepta: “Todo lo que vive lee, en alguna medida, su contexto”. Y así alude a las primeras bacterias no nucleadas, a las eucariotas y al resto del mundo que vive hoy. Hay, por lo tanto, en su concepción de la comunicación y el pensamiento, de la escritura y de leer, una amplitud que ampara bajo ella la incesante acción de captar y responder, de advertir en lo biológico y en la abstracción sutiles formas de intercambio. Todo es reacción y memoria, simbolismos naturales y abstrusos. Traducciones, interpretaciones, actos: significados. Como en escribir y leer que los combinan.

Juventud y plenitud de Juan Malpartida vividas en el ámbito de Cuadernos Hispanoamericanos. ¿Cuánto de ese contacto ha guiado la pasión intelectual de nuestro autor? ¿Cuánto de su perfil más íntimo sostiene en estos años el carácter de la revista? Desde luego que se trata de una empresa cultural activa en un país específico y bajo políticas y gobiernos claramente definidos y cuya función de puente diplomático entre España y América ha sido bien establecido.

Pero, como puede notarse en numerosas publicaciones literarias, sus conductores, sobre todo si son o han sido escritores, alimentan un aura particular. Mucho de lo que como ensayista, crítico y también teórico (para mí estas declinaciones circulan con frecuencia incardinadas, en la percepción de Malpartida parecen ser paralelas) gira en la prosa del autor, puede haber surgido de su contacto con la revista y, claro, de su insaciable curiosidad ante escritores, científicos, artistas. No siempre se es testigo de la creación continua, cambiante, contradictoria o unitaria en las inmensas zonas del lenguaje como puede ocurrirle a un jefe de redacción o director, cuando este y el medio en que trabaja poseen condiciones únicas.

La creación y el lenguaje, su diversidad en España y América, la corriente del mundo y sus idiomas, los vuelcos políticos, la acelerada e indetenible frontera técnica y científica, el poder de los medios y su intromisión en el alma mundial: todo pasa por una revista, por sus hacedores. Pero también todo ello exige autonomía de actitudes y pensamiento, de agudeza para distinguir fenómenos y posibilidades. En tal vorágine, no solo Malpartida, cualquiera de nosotros, está obligado a reconocerse y a diferenciarse. La multitud no puede neutralizar por completo su hechura de individualidades.

Ojear el índice de Margen interno o de Los rostros del tiempo (Artemisa Ediciones, 2006) vuelve materia vibrante la elección de un poeta y director de revista: cuánto de lo imantado por la una se realiza en el otro, cuánto de la una ha sido apartado por él, cuánto de este adquiere tono y cualidad absolutamente personales en la escritura individual del autor. Un verdadero desafío de límites, combates, triunfos.

Ese índice, asimismo, resulta ser una equilibrada bisagra, tal vez excepcional, de la literatura en español hoy.

Malpartida, en mi gusto, conforma esa ágil y profunda franja de estudiosos a quienes acudo para ser recompensado. Entre ellos, Ramón Andrés, Rafael Argullol, Juan Arnau, Julio Ortega, Adolfo Castañón, Wilfrido H. Corral, Josu Landa, Christopher Domínguez, Carlos Sandoval, Toni Montesinos. Con variantes, en todos ellos parecen cumplirse las palabras de Malpartida: “La crítica literaria es una conversación que a veces solo podemos mantener a solas”, porque la literatura es “un mundo hecho de mundos” y requiere de un lector, “alguien paradójico”, ya que “la lectura presupone la pluralidad de autorías”.

Alguien notará los paralelismos entre una frase como “el crítico es un momento de la destrucción del libro” o “El crítico, como el lector, es, ciertamente un comensal (…), su almuerzo supone una metamorfosis de la que, en ocasiones, habrá de responder durante toda su vida. Hay disquisiciones digestivas como las hay indigestas” y las posiciones de sólidos críticos en nuestra lengua, hoy.

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