SINESTESIAS CON O SIN COLOR
Coros verdes, rimas
de rojo intenso,
en mares plomo o fríos inquietantes,
mientan versos de vacío o
de papel o país…
ese sí habla en blanco, blanco,
y es ciertamente
abisal.
Enero 2019
Verónica Jaffé
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Ayer, a las 4 de la tarde, sonó el teléfono. Era una vieja amiga, si no te llamo con más frecuencia es porque estoy terriblemente decaída, tengo la sensación de estar viviendo en un país nórdico, a orillas del Mar Báltico o de la Antártida. Siento mucho frío, me envuelvo en tres cobijas y aun así un frío helador se me cuela por todos lados. No me atrevo a salir a la calle, ni siquiera a traspasar el umbral… Le respondo: es la tristeza lo que da frío. La tristeza y el miedo, responde. ¿Estás durmiendo bien? En la noche me pongo a leer y caigo dormida, lo importante es leer cosas exigentes. Por ejemplo: La religión dentro de los límites de la mera razón de Kant. Cuatro, cinco páginas y estoy lista. ¡Y pensar que antes me gustaba tanto leer a Kant! Por supuesto, los tiempos han cambiado. Pero a veces todavía me reanimo y llego a leer hasta diez o doce páginas… Yo nunca imaginé que me podía pasar algo así. En realidad con la poesía no me pasa, quiero decir con la verdadera poesía, con la prosa cargada tampoco, al contrario, me quita el sueño… me dan ganas de seguir y seguir… ¿Y tú? Me pasa algo parecido. Anoche me desvelé leyendo a Yeats… El segundo advenimiento…, influido por el final del frío de la gran guerra, del que todos estaban a la espera.
Victoria de Stefano
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SOBRE LAS PUERTAS FALSAS
Byung-Chul Han habla de discronía, presente narrativo y presente aditivo y eso me da una idea: ¿y si la novela del futuro fuera discrónica, si se expandiera en tres dimensiones, o cuatro, si se bifurcara como un río y agregara capas como una montaña? ¿Y si la novela del futuro fuera tectónica? Luego recuerdo que la base fundamental de ese artefacto es el lenguaje: una novela siempre será una novela cuando su lenguaje atrape, retuerza y despoje al lector de todos sus prejuicios; cuando lo aturda y lo ilumine. No obstante, la noción de “presente aditivo” queda latiendo en mi memoria, buscando la anécdota exacta en la que tendrá lugar. Cuando eso ocurra, será como cuando don Quijote escapó por una puerta falsa a inaugurar la novela moderna. Y habrá luz. Una nueva luz.
Juan Carlos Chirinos
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Esa nación anfibia, la que dejamos y la que trajimos, la que late desde su agujero, tan real como el hambre, tan viva como el miedo, la que respira bajo el agua y se adhiere a nuestro cuello y nos seduce con amores y nostalgias, la semi sumergida, la semi terrestre, escurridiza y concreta, geográfica e inhallable, la que imaginamos y padecemos y persiste en la memoria y nos engaña con sus decrépitos paisajes y también la que se metamorfosea en las páginas rojas, en las angustiosas conversaciones junto a los amigos que están allá, que están acá, que siempre se quedaron, que siempre se fueron, que no están en ninguna parte, o que habitan en el olvido, quiero decir, esa nación bonzo, tierna, mía, que tiene branquias y pulmones y le sobra crueldad y audacia, la encendida salamandra que me persigue en la vigilia y en el sueño, con sus esperanzas y sus pesadillas, esa indómita tierra de héroes sin rostro y sin sables me busca, como un animal de costumbre viene hasta mí, todos los días, para murmurar sus brutales maravillas y preguntarme con malicia ¿piensas, extranjero, algún día, en volver?
Gustavo Valle
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DIARIO DE LEJANÍAS
México, 19 de febrero de 2019
Un hombre, en la noche de su casa, apaga luces, revisa los seguros de las puertas, se mueve con paso de viejo titán que le ha dado la cara a los tornados. En las ventanas contempla el suave respiro de constelaciones que parecieran nacidas en el soplo cósmico de la Bondad. Piensa en sus hijos que duermen, en la edad de ellos, en el tiempo que le queda a su lado. Cada vez está más presente la muerte en sus meditaciones diarias, un aire vacío que acaricia cortinas. Él remonta la oscuridad, de vuelta. La casa duerme. La casa de otro país, del hiato, del compás de espera. ¿Dónde ha quedado el memorial de sus gestas? ¿En verdad su nombre ya no es más que un cuenco vacío? Algún día será fantasma, recuerdo de sus hijos una tarde, ya de salida de la escuela, por la acera y bajo la sombra de los árboles. O estampa de un fin de semana en las butacas del cine, o sobre una calle empedrada de Valle Bravo o de Ixtapan de la Sal. Quisiera sí dejar un legado de imágenes indelebles, eso que al final debemos ser. Pero aun así se niega a rendirse ante el odio que le arrancaron sus páginas anteriores. Su lejano país se alza justo ahora en las fronteras, se crece, o se eso pareciera. Algún día la naturaleza y la risa (todo está soportado por la risa, dice Rojas Guardia) volverá a nacer donde llueve la ceniza. Tu nombre será de nuevo tuyo y el barro estará para nuestras manos, la arcilla.
Fedosy Santaella
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POLÍTICA MINÚSCULA
Podríamos dividir la filosofía política en dos corrientes: aquella corriente interesada en la pregunta “¿Quién gobierna?”, y otra, históricamente más silenciosa y menos popular, interesada en la pregunta “¿Cómo se gobierna?”. Tradicionalmente reconocernos la pregunta sobre quién gobierna como el eje de la tradición democrática. Quién gobierna –el pueblo, la mayoría total, “nosotros”– definirá en cierta medida otras preguntas que están en la vecindad teórica de la democracia, por ejemplo, ese “quién” que gobierna, ¿gobierna ilimitadamente? Ese “quién” que gobierna ¿lo hace directamente o a través de instituciones y de representantes? Algunos defensores radicales de esta tradición –como Rousseau– pensaban que estas preguntas, aunque relevantes, eran secundarias, pues si gobierna el que “debe” –ya sea el pueblo, o la mayoría– asume Rousseau que gobernará por el bien de todos (el bien común). Personalmente me interesa mucho más la segunda tradición que hoy llamamos “liberalismo”. Esta tradición no se urge en señalar con un dedo el “quién”, sino que dedica sus esfuerzos en encontrar el cómo se gobierna. Algunas respuestas a la pregunta sugieren que se debe gobernar de manera limitada, y entonces el énfasis está en diseñar los mecanismos y las instituciones para crear esos diques de contención al gobierno ilimitado. El “check and balances” de los Estados Unidos, y el constitucionalismo de Montesquieu en el continente, son ejemplos que me vienen a la mente. El “cómo se gobierna” asume que el poder en sí mismo tiende a expandirse y a corromperse –y a corromper a los que lo envisten–. El liberalismo asume que esa cosa que llamamos “la mayoría” es una quimera: si en una relación de dos las diferencias de deseos, opiniones y expectativas son infinitas –a menos que una de las partes sea déspota–, ¿cómo esperar que en una población todos deseen lo mismo? Es esta aceptación de la diferencia, y de la naturaleza antagónica de la naturaleza humana del liberalismo, el tema que discutiremos en la próxima entrada.
Paola Romero
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A Carpo le gusta mirar el cerro mientras espera la hora de irse o cuando descansa luego de la comida de mediodía. Lo ve cuando está limpio de nubes, sobre todo por las mañanas. También, cuando, después del intenso calor, las nubes se posan sobre él como cejas espesas, o como un humo sin fuego que ocupa toda su cumbre y sus lomos verdes.
Carpo tiene toda la vida admirando el cerro. Desde que era niño lo paseaba, lo recorría: de lejos, como ahora; de cerca, por sus trochas terrozas y sus picas. A veces, cree que respira, que se mueve. Puede que sea un efecto de la luz, seguramente. Quién sabe. Puede ser que ahora mismo lo esté viendo, con su vicera de nubes espesas, protegiéndose del sol largo y francamente inaguantable. Lo mira sabiendo que los verdes cambian, que la piel vegetal se sacude las brisas, poniendo manchas de arbustos, motas de variable tinte sobre una tela ocre, o parda o calva.
¡Qué manera de regalarse una ciudad también con esto!
La gratuidad de mirar y hacer conexiones. La memoria, piensa Carpo, parece disfrutar con estos juegos de paciente inutilidad; de ese mirar solo y pleno al mismo tiempo, de ese gastarse sin objeto aparente. La memoria que asiste conectando. Pero ¿con qué? Pero ¿hacia qué?
Mirar y mirar, parece para Carpo la sola respuesta.
Samuel González-Seijas
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FOTOGRAFÍA: EQUÍVOCOS Y PARADOJAS
Cuando alguien admira una fotografía frente a su autor suele preguntar ¿y con qué cámara la tomaste? Pareciera valorarse más el instrumento que al autor detrás de la imagen. Y ya lo aclaró el maestro Ansel Adams: no se toma una fotografía, se hace. La imagen fotográfica, a contracorriente de lo que admitimos como natural, no es un registro mecánico de la realidad. Un registro a la manera como lo haría, por ejemplo, un termómetro. Una fotografía es una representación de la realidad portadora de significados, conceptuales, estéticos, formales.
Con la fotografía, o si se prefiere con la reproducción fotográfica, el equívoco se mantiene en virtud de la analogía tan “perfecta” con la realidad. Escribo perfecta y las comillas se imponen.
Estamos ante una imagen sobre una superficie plana, ha desaparecido el volumen, si es en blanco y negro carece del color que comprobamos en nuestra existencia diaria, y sin embargo le atribuimos todas las características de la realidad que palpan nuestros sentidos.
Sin duda la analogía viene reforzada por su condición de signo indicial: la imagen, por así decirlo, está atada a su referente.
Paradójicamente, a lo largo de la historia la fotografía va a ser cada vez más valorada por su valor connotativo, simbólico, narrativo.
Óscar Lucien