UNA ELOCUENTE LUCIDEZ EN ROPAJE EXQUISITO: BALZA EN SALAMANCA
Si hay un sustantivo que retrata la escritura y personalidad literaria y humana de José Balza es «exquisitez». Maestro del relato o «ejercicio narrativo» que abarca también la novela, el ensayo o la crítica literaria, Balza celebró con nosotros, alumnos y profesores de la Cátedra de literatura venezolana «José Antonio Ramos Sucre» de la Universidad de Salamanca que él mismo, junto al impulso intelectual de Carmen Ruiz Barrionuevo, contribuyó a crear, su octogésimo cumpleaños el pasado mes de septiembre. El autor de estudios, particularmente fascinantes, sobre autores del siglo XVII como el Inca Garcilaso o Nezahualcóyotl, Juan Rodríguez Freyle o Sor Juana (Anuncios de la teoría literaria en América Latina), sobre el Quijote (Este mar narrativo) o acerca de Proust, Joyce, Woolf o Kafka, pero también sobre Rulfo, Meneses, Cortázar y Onetti (Ensayos sobre novela) visitó nuestra universidad y, con su lucidez e inteligencia, su curiosidad intacta, su inquisitiva osadía, particular sentido crítico y su perspicacia iluminó a los estudiantes de literatura más jóvenes. Los interrogantes atraviesan y permean toda su obra, una obra imprevisible, versátil, experimental, honda, apasionante y que recorre un amplio espacio narrativo en el que están presentes todas las modalidades de escritura. El rigor o exigencia, la precisión y belleza en lenguaje y temas son notas distintivas de esa persecución de la forma exacta que hace inconfundible su escritura. Siempre hay espacio para el resquicio poético en una literatura intelectual, pero viva, que hace respirar y pensar, que sabe detenerse en el instante exacto, absoluto, en ese lugar que no existe y que puede estar en todas partes. La de Balza es esa literatura imprescindible que late siempre en aquello que ya no se va a dar.
María José Bruña Bragado
Coordinadora de la Cátedra de Literatura Venezolana José Antonio Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca
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EL LUGAR MÁS LEJANO
El juego final de Percusión abre un suspenso imposible de resolver. Nunca sabremos si esa sospecha se cumple finalmente, si tiene sentido el agobio existencial expresado por el personaje que a partir de su sabiduría se descubre atrapado en la eternidad, pero quizás podamos intuir tal resolución. La novela logra que el lector intuya su sentido global, pero no pueda condensarlo de manera inequívoca. El libro se abre, se expande como un delta. El héroe podría circular en el tiempo, idéntico a sí mismo, regenerando la vida con la repetición de esas acciones suyas que permiten que la realidad continúe sus flujos de destrucción y renacimiento; o el personaje continuará su errancia obedeciendo a un ciclo infinito donde él apenas es una ínfima partícula, pero estas opciones solo serán hipótesis dentro de la riqueza inabarcable que ofrecen las páginas de esta novela.
Juan Carlos Méndez Guédez
novelista
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EN LOS CUENTOS DE JOSÉ BALZA
Las ficciones de Ejercicios narrativos son también polifónicas, fragmentarias y reflexivas, y es cierto que no faltan, en ellas, ni juegos verbales ni multiplicidades psíquicas. Pero francamente no creo que sea esto lo que las convierta en una fascinante lectura. Si algo les confiere el valor de una formidable experiencia estética, es la puerta que nos abren, como solo la literatura puede hacerlo, hacia esa zona vedada de la sensibilidad contemporánea donde se escribe la diversa y decisiva historia de nuestra intimidad. Sunflowers love the sun, but what do they do at night? Con inteligencia, con gracia, con maestría, los cuentos de Balza circunscriben el singular espacio que le da todo su sentido a esta pregunta.
Gustavo Guerrero
La religión del vacío, FCE, 2002
Editor de Gallimard, París
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UNO COMO ES DEBIDO
Primero la vida, luego la literatura, dijo Victoria de Stefano. Y bajó la voz, como siempre que dice algo importante. En eso pienso para hablar de José Balza: un escritor que sabe que primero está la vida, y un caballero como pocos. Lo conocí con otro caballero: José Moreno Colmenares. Me lo presentó Pepe en Dama Antañona, el restaurante que no resistió la huelga petrolera. Quedé prendada. Luego lo conocí más con un gentleman: Jaime Bello León. Grabamos unos cortos sobre Poe (joyas colgadas en el canal de El Estilete en YouTube). El equipo de producción, rendido a sus pies. Jaime y yo, también. Quizás los caballeros revelan con su elegancia desprecios muy incultos: clasismo, homofobia, misoginia. Saben contener la malicia como corresponde (son caballeros, no buenazos) y respetan lo extraño (son caballeros, no puritanos). Una tarde con Silda Cordoliani y María Elena Maggi, intercambiando sus dibujos por mis collages…; una madrugada de corrección con Roberto Martínez Bachrich y Elena Roosen…; memorias con José que atesoro. Intimidad, ingenio y humor permiten sobrellevar lo que sea. Todavía me siento inútil ante la historia absurda de sus casas en Puerto Píritu y el Delta (patrimonio nacional deberían ser). Todavía me río recordando a sus amigos, los músicos de su Delta, en la presentación de Ensayo y sonido (El Estilete, 2015). Todavía me sobrecoge el silencio en Lugar Común cuando Carlos Sánchez leyó «Uno», su relato sobre Franklin Brito (Trampas, El Estilete, 2016). Ni aplausos hubo. Como es debido.
Sandra Caula
Editora de El Estilete y filósofa
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BALZA
Llegó un hombre lejano. Era un caballero delicado y apasionado, supimos después. En la distancia, sin embargo, parecía llevar sombrero, pero aún no estoy seguro de si su elegancia se debía al sombrero que parecía llevar −incluso cuando no lo llevara−, o se debía a un don. También me pareció alto, el hombre más alto del mundo, en la lejanía confundida con el horizonte de mar y cielo. Era, no cabe duda, mucho mejor que un hombre joven, porque era joven, sin más, siempre, de una juventud intemporal y acabada: definitiva: una juventud como esculpida. Era un hombre bueno, de vanidad melancólica, cuya juvenil sonrisa no escatimaba la memoria de una catástrofe cuasi bíblica en el país de su origen. Sabio, se pidió un whisky. Los laureles de indias y yo lo celebramos. Él desbrozó su historia sin ocultar que las historias existen para ser eso, desbrozadas por un hombre sabio. Había llegado a la isla desde el delta del Orinoco y era un digno representante del ser humano, porque lo era. No sé si me explico. Era la mejor versión de un hombre que un hombre haya sido. Era un milagro. Pero el milagro certero no era el hombre, sino su palabra.
Nicolás Melini
Novelista
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EL LAU LAU DE TUCUPITA
Me emocioné mucho cuando supe que José Balza había nacido en el Delta del Orinoco y lo envidié porque siempre lamenté no haber nacido yo allí donde el río padre se abre como una rara flor. Y después de leer Marzo anterior me entró un furor desmedido porque habría querido ser yo quien escribiera tan bien como escribe él. Una prosa de envolvente elegancia y perfección.
Pero una vez, estando en Tucupita, almorcé en un restaurant de mediana muerte y comí un lau lau. Meses atrás, en Ciudad de México, Graciela Henríquez, antropóloga, bailarina y coreógrafa amiga de infancia de Belén Lobo, mi mujer, me preparó un blanco de Pátzcuaro y dijo que era el pescado más exquisito, no hay otro igual en el mundo.
Agarré una servilleta de papel y allí, en el corazón de Tucupita le escribí a Graciela: «¡Hay uno mejor! El lau lau de Tucupita, tan exquisito como José Balza, un amigo mío escritor que nació cerca de aquí un 17 de diciembre, ¡el día que murió Simón Bolívar!».
Rodolfo Izaguirre
Narrador y crítico de cine
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UN AFLUENTE DEL ORINOCO HASTA MADRID
Conocí a José Balza en Madrid hace quince años exactamente, en octubre de 2004, coincidiendo con la edición de su antología Caligrafías. Ejercicios narrativos (1960-2005), que con un cuidado minucioso y una atención detallada había elaborado Juan Carlos Méndez Guédez. A él, por lo tanto, le debo y le debe el público lector español el acercamiento a una de las narrativas breves fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. La selección procuraba mostrar la diversidad y la profundidad de un cuentista nato, observador, que confiesa narrar aquello que permanece en el umbral de la penumbra. Un escritor extraño que escapa de las clasificaciones fáciles, lo que le otorga una fuerza singular y poderosa, distante de los cánones literarios que pudieron establecerse en estas últimas décadas. He tenido la suerte de ser el editor de estas dieciocho piezas que construían un muestrario perfecto para conocer y reconocer la obra de un autor indispensable de nuestras letras. Y más allá de los límites de su escritura, José Balza dejó una huella de cercanía, de bondad, de amistad: recuerdo una larga conversación que, sin darme cuenta, se desplazaba del Delta del Orinoco venezolano al Café Gijón de la capital española. Celebremos al maestro. ¡Muchas felicidades, José!
Juan Casamayor
Editor de Páginas de Espuma, Madrid
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LA PREGUNTA
Fueron espejos gemelos clavados en dos islas separadas por un brazo de mar. Quise memorizar el reflejo de sus lunas pero los ornamentos en sus marcos exactos, el túnel infinito y las imágenes distorsionadas por el juego de la luz, nublaron mis ojos. El susurro de tía Zenaida me lleva a Vigirima: no olvides contarle que cuando describe el sol quieres flan, que los espejos son de la francesa y que la flor se rompió primero en ellos. Un destello acerado me baja los párpados. (¿No estaban cerrados ya?). El cuchillo y la cabeza de la gallina besan la tierra. La sangre mana y dibuja la forma de Isla Larga.
La Vasca cuenta que la sopa es lenitiva. Me acerca un cuenco transparente lleno de caldo opalino y humeante.
—No rompas la superficie con la cuchara. Él me hace rabiar girando el caldo en los dos sentidos y pidiendo un arroz que no se come.
Busco mi reflejo en el caldo y aparece un rostro. Es la mujer de la llamada. La que pide que le recuerden lo que soñó. Desde el fondo me dicta tu número. Escucho y entiendo que aquí no hay diferencia entre lo que se dice, lo que se lee, lo que se escribe, lo que se ve. Esa fue la sucesión. Busquemos fechas líquidas para un pescado de río con bola de plátano. Para el pitraque de cuatro elementos.
Para brindar con la copa de Meneses. Para llevarte manzanas. Para contarte el resto.
Porque soy agua también.
Lena Yau
Novelista, poeta y especialista en gastronomía
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EL MÚLTIPLE ARTE DE VIVIR
José Balza, desnudo entre aves y con el rumor del río, en el salvaje Orinoco de sus ocho años, «sudoroso, estigmatizado por la luna en la ventana». José Balza, despidiéndose de la adolescencia, «pecho fuerte y manos siempre cálidas». José Balza en los años setenta en un bar de Nueva York, «un hombre elástico, elegante y sencillo», descubriendo con asombro citas entre jóvenes y viejos en busca de un amor sin edades –materia narrativa de primera–. José Balza ya maduro, hipnotizando con su voz penetrantemente suave a la audiencia de un programa de radio, de televisión. José Balza ante un volcán asiático en un viaje espectral, frente a unas ruinas griegas, contaminado de México. José Balza y una mesa y un whisky con él en las calles de Madrid. José Balza en su casa con los invitados de Nochevieja, cuando la flor de medianoche se abre y cierra por una sola vez al año. José Balza psicólogo en la universidad, José Balza profesor en California, José Balza conferenciante en Salamanca, José Balza leyendo poesía y filosofía, escribiendo narrativa y ensayos. José Balza regalando unos labios de alambre de un escultor venezolano a un admirador goloso, yo, por las bocas femeninas del Caribe. José Balza viviendo en la ciudad natal de algunos de sus alter egos: «quizá la más fresca en el centro del continente», José Balza escuchando a Bach, y un bolero, y una nueva voz de mujer. José Balza y su totalidad, su ambigüedad, su multiplicidad.
Quién es José Balza.
No lo sé.
Toni Montesinos
Narrador, crítico y editor
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EL ARTE DEL BUMERÁN
Hay pocos libros que siempre vuelven: leerlos es la primera vez. La literatura de José Balza tiene esa rara virtud: está fraguada en el retorno de algo que resulta nuevo. Nos conecta con algo esencial que nos pertenecía pero que se aparece inesperado en el espejo.
Sucede en la nitidez de la escritura.
Sucede en la estructura de la historia.
Sucede en la ética de los personajes.
Sucede en la metafísica del universo que Balza nos propone.
De manera simultánea y armónica.
Sería como aterrizar en Venus y descubrir que estuvo habitada por una civilización más avanzada que la nuestra.
Esa es la sensación que uno recibe al leer novelas que José Balza escribió hace casi cincuenta años: Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar. O cuarenta: Percusión.
Balza incluye a los que le precedieron (Cortázar, Kafka, Virgilio) pero también a los que le sucedemos. Es el arte del bumerán. Viaja al horizonte, que es futuro; y, al hacerse ya pasado, regresa al presente.
Las claves están en la anulación de la lógica temporal que propone su escritura y en la fabulación de nuevos esquemas mentales en los que florecen otras visiones del mundo.
Una libertad multiplicada en esas narraciones que Balza llama «ejercicios».
Una libertad que investiga a partir de las raíces de la literatura y de una atención extrema a las palabras necesarias de la naturaleza humana.
El bumerán regresa porque la caza es el lector.
Ernesto Pérez Zúñiga
Novelista
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SOBRE LA GENEROSIDAD
La había visto en libros, pero nunca así, mirándome fijamente tras el cristal algo empañado de una tienda china del Chinatown de Nueva York, ella, que nada tenía de china, excepto quizás la imperturbabilidad a pesar de estar colgada de un hilo que atravesaba en vertical la mitad del escaparate. Amor a primera vista, y también amor imposible dada la cifra escrita en el pequeño recuadro blanco que se desprendía de su tobillo. Eso fue dos horas antes de la llamada. Él acababa de llegar en su tercer o cuarto viaje a la ciudad que desde hacía días yo recorría por primera vez. Debíamos vernos, era necesario compartir la felicidad: museos y el Central Park, amigos comunes y comidas que yo no lograba disfrutar del todo obsesionada por el inalcanzable y muy secreto objeto de mi deseo guindando en la vitrina china. Quedamos de despedirnos en un modesto bar de jazz que habíamos atisbado en una reciente y larga caminata. Llegué unos minutos tarde, y sobre el taburete a su lado me esperaba una gran bolsa decorada con sinogramas de la que sobresalía una de las plumas rojas de la mujer alada. «Apenas la vi me pareció que debía ser tuya… ¿Qué vas a beber?» −agregó Balza.
Silda Cordoliani
Narradora y editora