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Dietario del 15 de marzo de 2020

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Second Life. Verónica

En su vida diaria Verónica es pastelera. Pero en las actividades del grupo a veces es joyera y a veces cocinera.  Su familia viene de Yugoslavia y tal vez por eso se sintió atraída por la experiencia de recrear la Europa del Este desde el siglo IX al XII. Se trata de un grupo de aproximadamente treinta personas que residen en la zona sur del conurbano de Buenos Aires, hombres y mujeres de toda edad y clase social: médicos, empleados de comercio, recolectores de basura, policías… comparten la pasión por volver al presente el medioevo europeo. Suelen recrear campamentos, cocinan tal como se hacía entonces, buscan los mismos ingredientes, se hacen sus propias ropas, combaten.

¿Has encontrado nuevos amigos? Le pregunto. Sí, responde, porque estas cosas llevan mucho tiempo de preparación y a veces tenemos que reunirnos todos los fines de semana. Ya somos como una familia.

Blanca Strepponi


Impossible is nothing

Antonio era corredor: con mono negro y la franela empapada recorría todos los caminos. Así pasaba los días, volando, como intentando frenar el curso de la tierra de tanto ir en contrasentido.

Ayer lo vi. La misma ropa, la misma rapidez. Nada mal para alguien con seis años de muerto. Mi abuela tenía razón: era un alma incansable.

Omar Osorio Amoretti


anti postales porteñas I

Estoy en Buenos Aires, y hace frío. En una gran avenida, entre transeúntes que parecen saber exactamente a dónde van, me encuentro perdida. No consigo lo que busco en la ciudad, yo misma soy lo que no hallo. Sin sospecharlo, entre tanta pulcritud y cuidado, veo un cartel arrimado a una pared, no recuerdo las palabras exactas pero la letra de molde clamaba algo sobre el prójimo y el cariño. Mientras me acerco va apareciendo un espacio indeterminado incrustado en esa pared, una covacha para un hombre sin casa. Quizá solo podría conversar con él aquí, en este momento. Quizá pasé de largo a mi bienvenida. Ahora y mientras tanto, la única manera que tengo de encontrarme es como un punto azul atravesando calles en un mapa virtual que sostengo en la palma de mi mano.

Rebeca Martínez


Acuse de recibo. 

Objetos poemados/poemas sin objeto – de Alberto Hernández

La mirada nombra y le da sentido a lo que mira. ¿Existe realmente lo visto o solo aquel quien observa y significa? Al leer, con pausa y por primera vez, el último libro de poemas de  Alberto Hernandez: Objetos poemados /poemas sin objeto, siento la cercanía y el extrañamiento de quién confronta por primera vez lo tanta veces visto y sentido. La cosa cobra vida y las abstracciones se vuelven cuerpo en la dialéctica que se establece entre la primera parte del libro y su segunda parte.

La des-realización es clave.

Claro, esta es una primera lectura, y este libro, por sus características, requiere más de una lectura y en cada lectura la aproximación a lo observado podría ser distinta, porque Alberto nos coloca frente al dilema cuántico, la imposibilidad de establecer la naturaleza de lo observado y nombrado siempre y cuando varía entre lo tangible e intangible: es materia y es onda. Es líquido y sólido.

El (los) poema (s) se comporta(n) de acuerdo a quien lo (s) lea (observa).

En tanto que es una primera lectura, no voy a detenerme en cada poema, para escribir algo más detallado se necesitan varias lecturas  (yo solo pretendo hacer una acuse de recibo al autor) y tengo la impresión de que cada nueva lectura dará siempre, debido a la característica de lo escrito, diferentes perspectivas de lo leído, haciendo arduo el trabajo de conciliar la maleable sustancia de los objetos «poemados» y de los poemas sin objetos.

Una cosa saco en claro de mi experiencia con el texto. La lectura se convierte en mirada, la mirada en observación, los objetos en abstracciones y las abstracciones en objetos, sin embargo, todos estos saltos o rupturas en el cuerpo de los poemas, materias que son ondas, ondas que son cuerpos, siempre y en cada tránsito entre una naturaleza y otras, asoma la Epifanía: los objetos solo pueden ser significados por los poemas sin objeto.

Israel Centeno


Sonámbulo

Eso de pasar por la calle como cuando se camina dormido

fue lo que sentí hoy al salir para la oficina.

Me dije, me iba diciendo mientras pasaba las dos accidentadas cuadras

hasta la boca del metro:

qué difícil habitar esta city, esta caja de peroles viejos, esta cueva

de animales hambrientos.

Y así iba, sin más, algo melancólico según se me llenaba la cabeza

de incomodidades y desagrados.

No es posible sostener esto y sin embargo la carga cae sobre uno

como aguacero que empapa y resfría que ni puedo contar.

Mojado, más bien anegado por todas las frustraciones

de no ver sino edificios que se hunden, vehículos escapando y gente,

sobre todo gente, que ha decidido regresar al aullido,

al colmillo, a la desgarradura en público.

Sujetos sin pudor, sacándole tajos al prójimo a plena luz del día,

abriendo la boca solo para mostrar la lengua rota.

Una desgracia.

Siento que camino por un suelo lleno de huesos

en el que las moscas tejen su ronda de visitas e instalan sus salas de parto.

Me pregunto si soy de aquí y sé la respuesta,

aunque confieso que quisiera tener otra menos nauseabunda a la mano.

Sí, soy de aquí y todos los días voy a trabajar.

Invento subterfugios con los que creo que podré salvarme:

leer empedernidamente, disfrutar del amor de los amigos

o de las exclusivas bandejas que, a su gana,

suele acercarme el sexo de vez en cuando,

(siempre poquito, pero bendito).

Y sigo caminando o me detengo antes de bajar unas escaleras.

Samuel González-Seijas

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